Según pude apreciar, las opiniones estaban divididas. Había una escuela de pensamiento que opinaba que debía volver a adoptarse la antigua política de «ciudad cerrada» lo más pronto posible. Los otros consideraban que dicha política ya había cumplido su objetivo, y que debía dejársela de lado para siempre.
Me pareció que éste era un asunto de crucial importancia, que podía modificar en forma radical la estructura social de la ciudad... y de hecho, indirectamente era éste el tema de debate. De abandonarse el sistema «cerrado», ello implicaría que todas las personas que se criaran en la ciudad aprenderían gradualmente la verdadera situación en que vivíamos. Ello traería aparejado un nuevo modo de encarar la educación, el que a su vez provocaría cambios sutiles en los poderes de los mismos gremios.
Por último, luego de llamarse repetidamente a votación y de presentarse varios proyectos de reformas, la mayoría más uno decidió reintroducir el sistema de «ciudad cerrada» por el momento.
Hubo más novedades. En la ciudad había aún diecisiete mujeres transferidas, que estaban ahí desde el primer ataque de los nativos. Se cambiaron ideas acerca de lo que convenga hacer, y se informó a los presentes que ellas deseaban permanecer en la ciudad. Se hizo notar de inmediato que probablemente los ataques hubiesen sido hechos con el objeto de liberar a esas mujeres.
Otra votación: a las mujeres se les permitiría quedarse en la ciudad todo el tiempo que quisieran.
También se resolvió no volver a implantar la experiencia de viaje al pasado para los aprendices. Yo interpreté que estos viajes se habían suspendido luego del primer ataque, y varios Navegantes propiciaban su reimplantación. Se informó a la asamblea que doce aprendices habían sido muertos en el pasado, y que no se tenían noticias de otros— cinco. La suspensión continuaría en vigencia.
Estaba fascinado por lo que escuchaba. Jamás me había percatado en qué medida los Navegantes manejaban las cuestiones prácticas del sistema. Nunca me habían dicho nada especifico, pero existía entre ciertos gremialistas un sentimiento general de que los Navegantes eran unos viejos decrépitos que no tengan contacto con la realidad. Algunos de ellos eran por cierto entrados en años, pero no habían perdido sus facultades perceptivas. Paseé la mirada por la sala, y al ver tantos asientos vacíos, pensé que quizás más gremialistas debían asistir a las reuniones del Consejo.
Había más asuntos en carpeta. El Navegante McMahon presentó el informe que Denton y yo habíamos redactado, y anunció, además, que se estaban llevando a cabo otras dos expediciones con cinco grados de diferencia, cuyos resultados se conocerían en uno o dos días.
Los asistentes decidieron que la ciudad tomaría provisoriamente el rumbo que Denton y yo hablamos marcado, hasta tanto no se hallara un camino mejor.
Finalmente, el Navegante Lucan trajo a colación el tema de la tracción de la ciudad. Dijo que el gremio respectivo había elevado un proyecto para hacer mover la ciudad levemente más rápido. Había que recuperar terreno para poder volver a la situación normal —afirmaba—, y hubo consenso general.
Proponían —dijo— fijar un programa de tracción continua. Ello implicaría una colaboración más estrecha con el gremio de Vías, y quizás un riesgo mayor de que se cortaran los cables. Pero argumentaba que, dado que ahora teníamos una gran escasez de rieles luego del incendio del puente, la ciudad debería avanzar en trechos más cortos. El gremio de Tracción sugería tender vías más cortas al Norte de la ciudad, y mantener los guinches funcionando permanentemente. Los guinches serían quitados de circulación para una revisión periódica y, como las formas del terreno futuro nos favorecían, podríamos mover la ciudad a la velocidad necesaria para volver a alcanzar el óptimo dentro de veinte o veinticinco millas de tiempo.
Hubo pocas objeciones al proyecto, aunque el presidente solicitó un informe más completo. En el momento de la votación había nueve a favor y seis en contra. Cuando se presentara el informe requerido, la ciudad comenzaría a avanzar en forma continua lo más pronto posible.
Tuve que abandonar la ciudad en una misión de reconocimiento, al Norte. Por la mañana, Clausewitz me había mandado a llamar para darme las instrucciones. Saldría al día siguiente, y viajan a veinticinco millas al Norte del óptimo con el objeto de traer un informe de las características del terreno y de la ubicación de las diversas aldeas. Me dieron a elegir entre trabajar por mi cuenta o ir con otro gremialista del Futuro. Recordando mi nueva amistad con Blayne, pedí ir con él, y me lo concedieron.
Estaba ansioso por partir. No me sentía obligado a continuar con el trabajo manual en las vías. Muchos hombres que nunca habían salido de la ciudad trabajaban ahora muy bien en equipos, y se adelantaba más que en las épocas en que se contrataba mano de obra local.
Parecía que había pasado mucho tiempo desde el último ataque de los nativos, y la moral estaba alta. Hablamos logrado atravesar exitosamente el desfiladero. Adelante nos esperaba la larga pendiente que bajaba hasta el valle. Tentamos buen tiempo y muchas esperanzas.
Al atardecer regresé a la ciudad. Había decidido conversar sobre la misión de reconocimiento con Blayne, y pasar la noche en la sala de los Futuros. Partiríamos con la primera luz.
Cuando recorría un pasillo vi a Victoria.
Estaba trabajando sola en una oficina pequeña, controlando una pila de papeles. Entré y cerré la puerta.
—Ah, eres tú —dijo.
—¿Te molesto?
—Estoy muy ocupada.
—Yo también.
—Entonces déjame sola y prosigue con tu trabajo.
—No —dije—. Quiero hablar contigo.
—En otro momento.
—No puedes esquivarme toda la vida.
—No tengo nada que decirte.
Le manotee la lapicera. Se cayeron los papeles al piso y ella se sobresaltó.
—¿Qué pasó, Victoria? ¿Por qué no me esperaste? Ella miraba los papeles desparramados, y no me respondía.
—Vamos, contéstame.
—Ha pasado ya mucho tiempo. ¿Todavía te importa?
—Sí.
Ahora me miraba, lo mismo que yo a ella. Victoria había cambiado mucho. Parecía mayor. Se la notaba más segura de sí misma, más mujer... pero a mí me resultaba familiar el modo en que inclinaba la cabeza, cómo se apretaba las manos.
—Helward, perdóname si te hice sufrir, pero yo también tuve mucho que soportar. ¿Te basta con esto?
—Sabes qué no. ¿Y qué me dices de todo lo que habíamos conversado?
—¿Qué cosas?
—Las cosas privadas. Las intimidades.
—No tienes que preocuparte por tu juramento.
—No estaba pensando en ello —dije—. Las otras cosas tuyas y mías.
—¿Lo que nos susurrábamos en la cama?
Sentí un escalofrío.
—Sí.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Debe habérseme notado la reacción porque de repente Victoria suavizó tu tono—. Perdóname. No pienses que soy insensible.
—Esta bien. Di lo que quieras.
—Es que no esperaba verte. ¡Estuviste ausente tanto tiempo! Podías haberte muerto, que nadie me decía nada.
—¿A quién le preguntaste?
—A tu jefe, Clausewitz. Lo único que me respondía era que habías salido de la ciudad.
—Pero yo te dije a donde iba, que partía hacia el Sur.
—También dijiste que volverías al cabo de unas pocas millas de tiempo.
—Lo sé. Estaba equivocado.
—¿Qué ocurrió?
—Me... demoré. —No podía siquiera comenzar a explicarle.
—Te demoraste, eso es todo.
—Era mucho más lejos de lo que creía.
Victoria empezó a revolver los papeles, tratando de hacer una pila ordenada. Era sólo un modo de tener ocupadas las manos; Yo había abierto el camino de las confidencias.
Читать дальше