—¿Qué tiene el óptimo de particular?
—Es el lugar, en este mundo, donde las condiciones se asemejan más a las del planeta Tierra. En el punto del óptimo nuestros valores subjetivos de tiempo son normales. Además, un día dura veinticuatro horas. En cualquier otro sitio de este mundo, el propio tiempo subjetivo produce días levemente más cortos o más largos. La velocidad del suelo en el óptimo, es aproximadamente una milla cada diez días. El óptimo es importante porque, en un mundo como éste, donde hay tantas variables, necesitamos un metro patrón. No confunda millas-distancia con millas-tiempo. Decimos que la ciudad se ha movido tantas millas, y lo que en verdad queremos decir es que han pasado diez veces esa cantidad de días de veinticuatro horas. De manera que, en términos reales, no ganaríamos nada estando al Norte del óptimo.
Habíamos alcanzado el punto más alto del desfiladero. Se habían instalado los emplazamientos de cables, y la ciudad estaba en proceso de ser arrastrada. Los milicianos estaban bien a la vista, custodiando no sólo los alrededores de la ciudad sino también parados a ambos lados de las vías. Decidimos no bajar, sino esperar hasta que se hubiera terminado el remolque.
Denton dijo de pronto:
—¿Leyó usted las Directivas de Destaine?
—No. He oído hablar de ellas en el juramento.
—Claro. Clausewitz tiene una copia. Debería leerlas.
Destaine estableció las normas para la supervivencia, y hasta ahora nadie ha encontrado un argumento para cambiarlas. Creo que le ayudarían a entender este mundo un poquito más.
—¿Destaine lo entendía?
—Pienso que sí.
La operación se completó al cabo de una hora. No se presentaron interferencias de los nativos; de hecho, no hubo ni rastros de ellos. Vi que varios milicianos estaban armados con rifles, probablemente quitados al enemigo durante el último enfrentamiento.
Cuando ingresamos a la ciudad, fui derecho al calendario central y me enteré de que, mientras estuvimos en el Norte, habían pasado tres días y medio.
Intercambiamos breves palabras con Clausewitz, y luego nos llevó a ver al Navegante McMahon. Con lujo de detalles Denton y yo describimos el terreno que habíamos explorado, señalado en el mapa los rasgos físicos prominentes. Dentad esbozó las rutas que sugeríamos para la ciudad, indicando los accidentes del terreno que podían causar problemas, y rutas alternativas para esquivarlos. A decir verdad, la zona era, en general, apropiada. Las colinas implicarían una serie de desvíos del Norte, pero había pocas cuestas empinadas y, en conjunto, la tierra era considerablemente más baja en su punto más septentrional que la elevación actual de la ciudad.
—Mandaremos dos expediciones más de inmediato —le dijo el Navegante a Clausewitz—. Una, cinco grados al Este; la otra, cinco grados al Oeste. ¿Tiene hombres disponibles?
—Sí, señor.
—Citaré hoy al Consejo y estableceremos provisoriamente el rumbo que usted propone. Si se encuentra un terreno mejor, lo reconsideraremos más adelante. ¿Cuánto tiempo estima que demorará para traerme otro informe?
—En cuanto podamos relevar algunos hombres de la milicia y de las vías.
—Esas son las prioridades. Por el momento, nos basta este informe. Si la situación se tranquiliza, preséntese de nuevo.
—Sí, señor.
El Navegante tomó el mapa y la película, y nosotros abandonamos la sala.
Afuera, le dije a Clausewitz:
—Señor, quiero ofrecerme como voluntario para una de esas expediciones.
Clausewitz meneó la cabeza.
—No. Usted tiene tres días de licencia, y después vuelve al gremio de Tracción.
—Pero...
—Son normas gremiales.
Clausewitz dio media vuelta y se alejó con Denton, hacia el salón de los Futuros. Esa zuna también era mía, pero de repente me sentí excluido. Literalmente, no tenía dónde ir. Mientras estuve trabajando fuera de la ciudad dormía en las habitaciones de la milicia. Ahora, de licencia oficial, no sabía siquiera dónde residía. En la sala de los Futuros había literas y podía dormir ahí momentáneamente, pero sentía que tenía que ver a Victoria cuanto antes. Lo había estado postergando con el pretexto de mis viajes. No sabía cómo manejar la nueva situación, y la respuesta sólo podía encontrarla hablando con ella. Me di una ducha y me cambié de ropa.
El interior de la ciudad no se había modificado mucho durante mi viaje al Norte. Los directores Domésticos y Médicos estaban totalmente abocados al cuidado de los heridos y a la reorganización de los alojamientos. Había menos huellas de desesperación en los rostros de la gente, y se había logrado mantener relativamente despejados los pasillos. Pero aun así me pareció que era un mal momento para arreglar un asunto personal.
Fue difícil hallar a Victoria. Luego de preguntar a varios directores, me mandaron a un dormitorio provisional en el nivel inferior, pero no estaba allí. Hablé con la mujer que cuidaba.
—Usted es su ex marido, ¿no?
—Sí. ¿Dónde está Victoria?
—Ella no quiere verlo. Está muy ocupada, y se pondrá después en contacto con usted.
—Quiero verla.
—No puede. Con su permiso, estamos muy atareados.
Me dio la espalda y continuó con su trabajo. Eché una mirada por el atestado dormitorio. En su extremo, dormían unos obreros, y en el otro, había varios heridos tendidos en camastros. Vi a algunas personas caminando entre las camas, pero Victoria no estaba entre ellas.
Regresé a la sala de los Futuros. Durante el tiempo que estuve buscando a Victoria tomé una decisión. No tenía sentido vagar sin rumbo por la ciudad; mejor sería que volviera a trabajar a las vías. Pero primero quería leer la copia que Clausewitz tenía de las Directivas de Destaine.
En la sala de los Futuros había un solo gremialista, que se presentó como Futuro Blayne.
—Usted es el hijo de Mann, ¿no?
—Si.
—Me alegro de conocerlo. ¿Ya fue al futuro?
—Sí —respondí. Me gustaba el aspecto de Blayne. No era mucho mayor que yo, y tenía una cara fresca, sincera. Parecía contento de encontrar alguien con quien hablar. Me contó que iba a ir al Norte en una de las expediciones que partían ese mismo día, y que viajaría solo durante las próximas millas.
—¿Es común que vayamos solos al Norte? —pregunté.
—Normalmente, sí. Podemos trabajar de a dos si Clausewitz da su aprobación, pero la mayoría de los Futuros prefieren trabajar por su cuenta. A mí me gusta ir acompañado. Me siento un poco solo allá. ¿Y usted?
—Yo fui al futuro una vez, con Denton.
—¿Cómo se llevaba con él?
Y así charlamos amablemente, sin las trabas con que siempre me topaba cuando hablaba con otros gremialistas. Inconscientemente yo había adoptado la misma costumbre, y supongo que al principio le habré parecido algo huraño. Al cabo de unos minutos, sin embargo, empezó a gustarme su conducta franca, y enseguida nos sentimos como viejos amigos.
Le conté que había filmado el sol en vídeo.
—¿Ya lo limpió?
—¿Qué quiere decir?
—Si borró la película.
—No... ¿Tendría que haberlo hecho?
Se rió.
—Los Navegantes le caerán encima si la llegan a ver. Está prohibido usar las cintas salvo para registrar los accidentes del terreno.
—¿La verán?
—Tal vez. Si están satisfechos con el mapa, probablemente quieran controlar algunas de las referencias. No creo que vayan a pasar toda la cinta. Pero si lo hacen...
—¿Qué tiene de malo? —pregunté.
—Son las reglas del gremio. La cinta es muy valiosa y no hay que desperdiciarla. Pero no se preocupe. ¿Y se puede saber por qué filmó el sol?
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