Chistopher Priest - El mundo invertido

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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De repente comencé a trazar paralelos entre nuestra civilización y la de ellos. La ciudad indudablemente estaba en pie de guerra como consecuencia de la situación con los nativos lo cual, a su vez, era el resultado de nuestro sistema de «comercio». Nosotros no los explotábamos por medio de la riqueza, pero teníamos un excedente de los productos que escaseaban en el planeta Tierra: alimentos, combustibles, materias primas. Carecíamos, sin embargo, de mano de obra, y la comprábamos con el superávit de productos.

El proceso estaba invertido, pero el resultado era el mismo.

Siguiendo el hilo de mis pensamientos comprendí que, el hecho de estudiar la historia del planeta Tierra, preparaba el camino para los gremialistas de Tráfico, pero no me hacía avanzar en mi búsqueda de la comprensión total. Las historias empezaban y terminaban en el planeta Tierra, aunque no se mencionaba cómo era que la ciudad estaba en este mundo, cómo la habían construido, quiénes fueron sus fundadores ni de dónde provenían..

¿Omisión deliberada? ¿O un conocimiento olvidado?

Supuse que muchos gremialistas habían tratado de construir sus propios esquemas lógicos y las respuestas parecían yacer en algún rincón de la ciudad, o existía una hipótesis aceptada comúnmente, que yo aún no había descubierto. Pero me había adaptado naturalmente a la manera de ser de los gremialistas. En este mundo, la supervivencia era una cuestión de iniciativa; a un nivel superior, remolcando la ciudad hacia el Norte, alejándola de la zona de tremenda distorsión; y a nivel personal, deduciendo uno mismo un esquema de vida. Futuro Denton era un hombre autosuficiente, al igual que casi todos los otros que había conocido. Yo quería ser uno de ellos y comprender las cosas por mi mismo. Pensé que podría discutir sus pensamientos con Denton, pero preferí no hacerlo.

El camino hacia el Norte era muy lento. No tomamos rumbo directo al Norte sino que continuamente nos desviábamos al Este y al Oeste. De vez en cuando. Denton medía nuestra posición con respecto al óptimo, y en ninguna oportunidad estuvimos a más de quince millas al Norte del mismo.

Le pregunté si había algún motivo por el cual no pudiésemos superar dicha distancia.

—En épocas normales habríamos avanzado lo más posible —dijo—. Pero la ciudad se halla en una circunstancia muy especial. Y necesitamos encontrar la ruta más fácil hacia el Norte tanto como un terreno que nos permita defendemos bien.

El mapa que íbamos dibujando estaba cada día más completo y detallado. Denton me permitía manejar el instrumental cuando yo quería, y pronto me convertí en un experto igual que él. Aprendí a triangular la tierra con el aparato de medición, a calcular la altura de las colinas y el espacio que nos separaba del óptimo. Llegó a gustarme mucho trabajar con la cámara, aunque tenía que contener mi entusiasmo para conservar la energía de las baterías.

Lejos de las tensiones de la ciudad, el ambiente era plácido, agradable, y descubrí que, a pesar de sus largos silencios, Denton era un hombre afable e inteligente.

Había perdido la cuenta de los días que llevábamos, de viaje, pero no eran, seguro, menos de veinte. Denton no daba muestras de querer regresar.

Encontramos una pequeña aldea agazapada en un valle poco profundo. No intentamos acercamos. Denton se limitó a marcarla en el mapa, anotando su población aproximada.

El campo era más verde que el que yo estaba acostumbrado a ver, aunque el sol por cierto no era menos caliente. Aquí llovía más a menudo —por lo general, de noche—, y había arroyos y ríos de distintos tamaños.

Sin hacer comentarios, Denton anotaba en su mapa todos los rasgos de la región —naturales o producto de la mano del hombre— que la ciudad tendría dificultad en superar, o apropiados a sus necesidades peculiares. No era tarea de los Investigadores del Futuro determinar qué rumbo seguiría la ciudad. Simplemente nos limitábamos a describir la topografía del terreno del futuro.

La atmósfera era apacible y soporífera, la belleza natural que nos rodeaba, cautivante. Yo sabía que la ciudad atravesaría esta zona en las próximas millas en apreciar el entorno. Para el caso, daba lo mismo que esta campiña, floreciente fuese un tremendo desierto.

Durante las horas en que no me hallaba abocado a mis tareas específicas, seguía cavilando. No podía borrar de mi mente el espectáculo de la apariencia del mundo en que vivíamos. Tenía que haber algo en esos largos años de tediosa educación que, subconscientemente, me hubiese preparado para esa visión. Nosotros vivimos según nuestras presunciones; si uno daba por descontado que el mundo que transitamos es como cualquier otro, ¿podía la educación llegar a preparamos para un trastrocamiento total de dicha suposición?

La preparación para esa vista había comenzado el día que Futuro Denton me había llevado fuera de la ciudad a ver, por mi mismo, un sol que demostró tener cualquier forma menos la de una esfera.

Sin embargo, seguía pensando que debía haber habido una pista anterior.

Dejé pasar unos días. Luego se me ocurrió una idea. Habíamos acampado una noche a la intemperie, junto a un río ancho y plano. Al atardecer, tomé la cámara y el grabador, y trepé por la ladera de una colina cercana. Desde la cima se tenía una visión panorámica hacia el Noreste.

Cuando el sol se encontraba próximo al horizonte, la bruma atmosférica empañó su brillo, y se hizo visible su forma: como siempre, un ancho disco con puntas arriba y «bajo. Encendí la videocámara e hice una larga toma. Más tarde volví a pasar la película para comprobar que la imagen fuese nítida y firme.

Nunca me cansaba de ese espectáculo. Que cielo se iba tiñendo de rojo, y luego de que el disco se hubo ocultado tras el horizonte, el pináculo de luz se deslizó rápidamente hacia abajo. Durante varios minutos quedó una impresión de un brillante foco blanco anaranjado en el centro del resplandor rojo... pero pronto se diluyó y vino la noche.

Hice pasar la película y contemplé el sol en el diminuto monitor. Detuve la imagen y ajusté el control del brillo, oscureciendo la figura hasta que sólo se vio la forma blanca.

Ahí, en miniatura, estaba la imagen del mundo. Mi mundo. Yo habida visto antes esa forma... mucho antes de abandonar los confines del internado. Esas extrañas curvas simétricas formaban un diseño que alguien me había enseñado en alguna ocasión.

Permanece largo rato observando la pantalla del monitor. Luego reaccioné y apagué el aparato para no gastar más las baterías. No me reuní enseguida con Denton. Quería hacer memoria, encontrar algún indicio de ese leve recuerdo de alguien dibujando cuatro líneas en un papel, y levantándolo para que todos viésemos el sitio en que la ciudad de Tierra luchaba por sobrevivir.

El mapa que Denton y yo compilábamos iba cobrando forma.

Dibujando sobre un rollo de papel grueso, el plano parecía ahora un largo embudo, con su punto más angosto en el bosquecillo cercano al lugar donde estaba la ciudad cuando partimos. Nuestras excursiones se desarrollaron dentro de ese embudo, permitiéndonos medir los grandes rasgos naturales por los cuatro costados, ya que deseábamos que la información obtenida fuese lo más exacta posible.

Cuando terminamos nuestro trabajo. Denton dijo que regresaríamos de inmediato a la ciudad.

En el videograbador yo tenía un registro visual completo de todo el terreno que habíamos recorrido. Ya en la ciudad, el Consejo de Navegantes examinan a lo que considerase necesario para planificar el próximo rumbo a seguir. Denton me dijo que muy pronto otros Investigadores del Futuro partirían al Norte a hacer otro mapa de la zona. Quizás empezarían también en el bosquecillo, continuando luego cinco o diez grados hacia el Este o el Oeste. Si los Navegantes opinaban que había un camino seguro en el terreno que nosotros habíamos explorado, el nuevo mapa comenzaría más adelante, continuándose más allá de la frontera del futuro que habíamos demarcado.

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