Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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Unas horas antes, mientras caía la noche, hablamos tomado esta ubicación, desde donde dominábamos el valle. Las fuerzas principales de defensa eran tres filas de ballesteros desplegadas alrededor de la ciudad. Cuando ésta comenzara a cruzar el puente, la milicia retroceden a hasta ubicarse en puestos defensivos junto a las vías. Los nativos concentrarían sus descargas sobre estos hombres, y en ese momento nosotros les tenderíamos una emboscada.

Con suerte, no sería necesario el contraataque. Aunque el servicio de inteligencia había indicado la posibilidad de otra incursión, se había terminado de construir el puente antes de lo pensado, y confiábamos en que la ciudad pudiese cruzar a la ribera opuesta al amparo de la noche, antes de que los nativos cayesen en la cuenta.

Pero en el valle silencioso el ruido de los guinches era inconfundible.

El extremo delantero de la ciudad llegaba a tocar el puente cuando se oyeron los primeros tiros. Calcé una flecha en mi arco y apoyé la mano sobre el pestillo de seguridad.

Era una noche nubosa, y la visibilidad, muy pobre. Yo había visto los fogonazos de los rifles, y deducía que los nativos estaban dispuestos en un semicírculo, aproximadamente a cien metros de nuestros hombres. No podía saber si sus balas habían dado en el blanco, pero hasta ahora no se oían tiros en respuesta.

Más rifles dispararon. Advertimos que nos iban cercando. La mitad de la mole de la ciudad estaba sobre el puente... y seguía avanzando.

Allá abajo se oyó un grito distante:

—¡ Luces !

Instantáneamente se encendió una batería de arcos voltaicos ubicados en la parte posterior de la ciudad, proyectando luz sobre las cabezas de los ballesteros, hacia la zona aledaña. Allí estaban los nativos, que no tomaban precaución alguna por ocultarse.

La primera fila de ballesteros arrojó sus flechas, se agachó y comenzó a recargar sus arcos. La segunda fila disparó, se agachó y recargó. La tercera fila disparó, recargó.

Tomados por sorpresa, los lugareños sufrieron varias bajas, pero ahora se arrojaban al suelo y tiraban apuntando a lo que alcanzaban a ver de sus enemigos: las siluetas negras recortadas contra la luz de los reflectores.

—¡ Apagar las luces !

De inmediato se hizo la oscuridad y se dispersaron los soldados. Segundos más tarde las luces volvieron a prenderse, y los ballesteros dispararon desde sus nuevas posiciones.

Una vez más los nativos fueron tomados desprevenidos, sufriendo más bajas. Se apagaron las luces, y en la súbita tiniebla los soldados regresaron a su antigua posición. Se repitió la maniobra.

Al escucharse un grito desde abajo, se encendieron las luces y vimos que nos atacaban. La ciudad se hallaba encima del puente.

De repente se produjo una fuerte explosión y una llamarada se incrustó en el costado de la ciudad. Un instante después hubo una segunda detonación en el puente mismo, y las llamas se propagaron por el andamiaje de madera.

—¡Pelotón de reserva , listo !

Me paré y esperé las órdenes. Ya no sentía miedo y había desaparecido la tensión de las horas de espera.

—¡ Avancen !

Los arcos voltaicos seguían iluminando, y así pudimos ver claramente a los nativos, la mayoría de los cuales estaban trenzados en combate cuerpo a cuerpo con la defensa principal, pero había varios más tirados en el suelo, apuntando cuidadosamente. Consiguieron hacer apagar dos faroles.

Las llamas en el costado de la ciudad y en el puente continuaban diseminándose.

Vi a un nativo cerca de la orilla del río, alzando el brazo para arrojar un cilindro metálico. Yo estaba a unos veinte metros. Apunté, solté el seguro... y le di al hombre en el pecho. La bomba incendiaria estalló a unos pocos metros de él. Tal como habíamos previsto, el contraataque tomó por sorpresa al enemigo. Logramos bajar tres hombres más, pero de pronto ellos echaron a correr hacia el Este, internándose en las sombras del valle.

Durante unos minutos hubo una considerable confusión. La ciudad se estaba incendiando. Debajo de ella, el puente ardía vorazmente en dos puntos distintos. Evidentemente, lo más apremiante era dominar el fuego, pero nadie estaba seguro de que todos los nativos se hubiesen replegado.

La ciudad seguía avanzando, pero en los lugares donde el puente ardía, grandes trozos de madera iban cayendo al río.

Rápidamente se restableció el orden. Un oficial de la milicia gritaba órdenes, y los hombres se dividieron en dos grupos. Un grupo retomó la posición defensiva junto a los rieles. Yo me integré al otro grupo, encargado de combatir las llamas en el puente.

Después del segundo ataque —durante el cual se habían utilizado bombas incendiarias por primera vez— se habían instalado bocas de incendio en la parte exterior de la ciudad. La boca más próxima había sido dañada por una explosión, y el agua brotaba a chorros inútilmente. Encontramos una segunda boca y extendimos la corta manguera.

El fuego era demasiado intenso en las vías, y era casi imposible tratar de extinguirlo. Aunque la Ciudad ya había pasado el peor tramo, había aún que trasponer tres puntos donde ardía la madera. Mientras luchábamos, en medio de una densa humareda y llamas ondulantes, vi que un riel comenzaba a retorcerse bajo el efecto del peso y del calor.

Se oyó un rugido al desplomarse otro bloque de madera. El humo era sumamente espeso. Asfixiados, tuvimos que salir de abajo de la ciudad.

El fuego seguía consumiendo vorazmente la estructura, pero una cuadrilla de bomberos trataba de extinguirlo desde el interior de la ciudad. Los guinches giraban...

CAPÍTULO DOS

Lentamente la Ciudad logro alcanzar la comparativa seguridad que ofrecía la costa norte Con la luz del día se justipreciaron los daños. En términos de vidas humanas perdidas, la ciudad no había salido tan mal parada. Tres milicianos habían muerto en combate, y quince resultaron heridos. Dentro de la ciudad, un hombre había resultado con heridas graves en una de las explosiones incendiarias, y otros doce hombres y mujeres habían caído como consecuencia del humo y del fuego.

El daño físico ocasionado a la edificación era considerable. El fuego había consumido un ala entera de oficinas administrativas, y una sección de alojamientos había quedado inhabitable.

Debajo de la ciudad habida más deterioros. A pesar de que la base era de acero, gran parte de la construcción era de madera, y algunas secciones de la misma se habían consumido en el siniestro. Las enormes ruedas posteriores, sobre el riel derecho externo, habían descarrilado, y una de ellas tenía una profunda rajadura. No se la podía reemplazar; había que desecharla.

Cuando la ciudad hubo alcanzado la orilla Norte del río, el puente continuó ardiendo, perdiéndose por completo. Junto con el puente también se perdieron cientos de metros de rieles irrecuperables, retorcidos por el calor.

Al cabo de dos días que pasé trabajando con las cuadrillas para tratar de salvar lo que quedaba de los rieles en la margen Sur, Clausewitz me mandó a llamar.

Excepto una o dos horas que pasé en la ciudad cuando volví de mi viaje, no había comparecido formalmente ante ninguno de mis superiores. Suponía que se había abandonado el protocolo normal de los gremios durante la emergencia, y como no veía que terminara esa tremenda situación —los ataques habían causado demoras inevitables y el óptimo estaba ahora más lejos—, no esperaba que me ordenaran abandonar mi trabajo en el exterior.

Entre los hombres que trabajaban afuera prevalecía un tono general de fastidio, con algo de desesperación y de rabia. Se seguían tendiendo rieles en dirección a un desfiladero, pero hacía mucho ya que no se notaba la reposada energía que había notado en mis primeros tiempos de trabajo fuera de la ciudad. Ahora se instalaban las vías a pesar de la situación con los nativos, y no a partir de una necesidad interna de sobrevivir en un medio extraño.

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