Las charlas de los hombres de vías, de tracción y de la milicia se centraban, de una manera u otra, en los ataques. Ya no se hablaba de ganar terreno hacia el óptimo, ni de los peligros que encerraba un viaje al pasado. La ciudad estaba en crisis y ello se reflejaba en la actitud de todos.
Cuando entré a la ciudad, también noté el cambio.
Perdido estaba el aspecto claro, aséptico de los pasillos. Perdido estaba el ambiente general de laboriosa rutina.
El ascensor no funcionaba. Muchas de las puertas del corredor principal estaban cerradas con llave, y en un lugar encontré una pared derrumbada por completo —presumiblemente a consecuencia del fuego—, de modo que, cualquiera que recorriese ese sector de la ciudad podía ver el exterior. Recordé las antiguas frustraciones de Victoria y pensé que, por más secretos que los gremios hubiesen tratado de guardar en el pasado, ese sistema sería ahora impracticable.
Recordar a Victoria me causaba dolor. Aún no me daba cuenta cabal de lo sucedido. En un lapso que a mí me pareció de pocos días ella había renegado de los acuerdos tácitos de nuestro matrimonio, y había emprendido una nueva vida sin mí.
No la había visto desde mi regreso, aunque me encargué de hacerle saber que estaba de vuelta en la ciudad. En el estado de amenaza externa no hubiera podido verla, de cualquier manera. Necesitaba yo un tiempo para reflexionar sobre esa faceta de mi vida antes de hablar con ella. La noticia de que ese otro hombre la había dejado embarazada —un director de Educación de apellido Yung— no me impresionó mucho al principio, simplemente porque no lo creía. Esa situación no podía haberse originado en el período que yo había estado ausente.
Con cierta dificultad logré llegar al sector de gremios de primera clase. El interior de la ciudad había cambiado de muchos modos.
Parecía, haber gente, ruido y suciedad por todas partes. Todo espacio libre se había destinado a alojar heridos, los cuales yacían incluso en algunos pasillos. Se habían tirado abajo algunas paredes divisorias. Justo antes de llegar al sector gremial —donde antes existían salas de recreación para los gremialistas— se había instalado una cocina de emergencia.
En todos lados había olor a madera quemada.
Sabía que un cambio fundamental sobrevendría en la ciudad. Presentía que se desmoronaba la vieja estructura de los gremios. Ya se habían modificado las funciones de muchas personas. Mientras trabajaba con las cuadrillas de rieles me encontré con varios hombres que por primera vez saltan de la ciudad, hombres que, hasta el momento del ataque, habían trabajado en la deshidratación de alimentos, en educación o en la administración interna. Obviamente era imposible reclutar obreros, y hubo que alistar todos los hombres para mover la ciudad. No podía, por ende, imaginar para qué me había mandado a llamar Clausewitz.
Como no lo hallé en la sala del Futuro, me quedé a esperarlo un rato. Al cabe de media hora aún no había aparecido así que, sabiendo que mis servicios eran más necesarios afuera, decidí regresar.
Me topé con Futuro Denton en el corredor.
—Usted es Futuro Mann, ¿no?
—Sí.
—Deberá abandonar la ciudad. ¿Está listo?
—Tenía que ver a Futuro Clausewitz.
—En efecto. Pero él me envía. ¿Sabe cabalgar? Me había olvidado de los caballos en todo el tiempo que no estuve en la ciudad.
—Sí.
—Bien. Reúnase conmigo en los establos dentro de una hora. Se fue y entró a la sala del Futuro.
Podía disponer de una hora para mí, pero me di cuenta de que no tenía nada que hacer, nadie a quien ver. Todos mis contactos con la ciudad estaban cortados. Incluso los recuerdos que tenía del aspecto físico de la ciudad estaban quebrantados por los deterioros.
Caminé hasta la parte posterior para apreciar por mi mismo la magnitud de los destrozos en el internado, pero no había mucho por ver. Casi toda la estructura se había quemado o la habían luego demolido, y en el lugar donde residían los niños se veía el acero desnudo de la base de la ciudad. Desde ahí divisé, mirando hacia atrás, el río y el sitio del ataque. Me puse a pensar si los nativos volverían a probar suerte. Consideraba que los habíamos vencido con todas las de la ley, pero si la ciudad estaba tan dañada como parecía, supuse que, eventualmente se reagruparían para un nuevo ataque.
Entonces comprendí qué vulnerable era la ciudad. No había sido diseñada para repeler ningún tipo de embate. Se movía con lentitud y torpeza; estaba construida con materiales altamente inflamables. Y se podía tener fácil acceso a todos sus puntos más débiles: las vías, los cables, el montaje de madera.
Me pregunté si los nativos sabrían lo sencillo que sería destruirla. Lo único que teman que hacer era inhabilitarle la fuerza motriz de manera permanente, y luego sentarse a contemplar cómo el movimiento de la tierra la arrastraba lentamente hacia el Sur.
Permanecí un rato cavilando. Mi impresión era que los hombres de la zona no se daban cuenta de la fragilidad de la ciudad, y de sus habitantes porque no contaban con información. Y que la extraña transformación que sobrevino a las chicas en el pasado no era, en su visión subjetiva, transformación alguna.
Aquí, cerca del óptimo, los nativos no sufrían distorsiones —salvo en un grado imperceptible—, de modo que no podían percibir ninguna diferencia.
Sólo si los nativos lograsen —quizás ni siquiera intencionalmente— demorar tanto a la ciudad y que ésta se viese transportada hasta un punto tan al Sur que ya no pudiese volver a avanzar, sólo así se verían el efecto causado a la misma y a sus ocupantes.
En circunstancias normales, la ciudad debía recorrer ahora una zona difícil. Las colinas, al Norte, probablemente no fuesen las únicas de esta región. ¿Acaso quedaba alguna esperanza de volver a acercarse al óptimo?
Por el momento, no obstante, estaba relativamente segura. Rodeada a un costado por el río, y por terreno escarpado —donde no podían esconderse los agresores— en el otro, estaba estratégicamente bien ubicado mientras se procedía a tender los rieles.
No sabía si tenía tiempo de conseguirme otro uniforme ya que había estado muchos días trabajando y durmiendo con la misma ropa. Esto me hizo recordar cómo le disgustaba a Victoria el estado de mis prendas cuando volvía de trabajar diez días en el exterior.
Esperaba no verla antes de partir.
Regresé a la sala del Futuro y averigüé. Me informaron que, como gremialista pleno, me correspondía un nuevo uniforme... pero que por el momento no había ninguno disponible. Me buscarían uno durante mi ausencia.
Cuando llegué a los establos. Futuro Denton ya me estaba aguardando. Me entregaron un caballo y, sin más demoras, salimos rumbo al Norte.
Denton no hablaba mucho si no se lo incitaba. Respondía las preguntas que yo le hacía, pero entre medio, había largos períodos de silencio. Esto no me resultaba incómodo porque me daba oportunidad de pensar.
El antiguo entrenamiento de los gremios estaba aún en pie. Yo aceptaba que tendría que arreglármelas como pudiera para entender lo que veta, y no contar con las interpretaciones de los demás.
Avanzamos en la dirección que se había propuesto para los rieles. Rodeamos una colina y atravesamos el desfiladero. En la cima, el terreno bajaba un largo trecho, siguiendo el curso de un pequeño arroyuelo. Había un bosquecillo al final del valle, y luego otra hilera de colinas.
—Denton, ¿por qué abandonamos la ciudad en este momento? —pregunté—. Justo ahora que necesitan a todos los hombres.
—Nuestro trabajo es siempre importante.
—¿Más importante que defender la ciudad?
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