Había escuchado muchas de las historias que los lugareños contaban acerca de la gente de la ciudad. Que la ciudad estaba poblada por gigantes, que saqueaban y mataban, que violaban a las mujeres.
A medida que proseguía su camino, advirtió que las chicas se mostraban muy atemorizadas. Cuando les preguntó el motivo respondieron que sabían con certeza que su propia gente iba a matarlas. Querían volver a la ciudad. A esa altura Jase ya notaba los primeros efectos de la distorsión lateral, y sentía curiosidad. Les dijo que, si querían, podían volver por su cuenta. Que quería pasar un día solo, y luego regresaría también al Norte.
Llegó más al Sur pero no vio mucho que le interesara. Después, fue en busca de las chicas y las encontró al cabo de tres días. Les habían cortado el pescuezo y colgaban, boca abajo, de un árbol. Sin darle tiempo a reponerse de la impresión, lo atacó una multitud de nativos vestidos con uniformes de aprendices. Logró fugarse, pero los hombres lo persiguieron. Los tres días siguientes fueron una pesadilla. Mientras escapaba, se cayó y se torció un pie. Rengo como estaba, no podía hacer otra cosa que esconderse. Se había apartado mucho de los rieles. Luego se suspendió la cacería y Jase quedó solo. Permaneció escondido, pero poco a poco comenzó a sentir la presión del Sur. No conocía la zona. Le describió a Helward el terreno llano, descampado, la tremenda fuerza, el modo en que se producían las distorsiones físicas.
Prosiguió su relato diciendo que intentó volver hasta las vías pero que avanzaba con suma dificultad por su pierna débil. Finalmente debió sujetarse al suelo con el gancho y la cuerda hasta que pudo volver a caminar. La presión del Sur no cesaba y, temiendo que la soga no resistiera, comenzó a arrastrarse hacia el Norte. Al cabo de un largo y difícil período, consiguió salir de la zona de mayor presión, y se encaminó a la ciudad.
Anduvo errante mucho tiempo, sin encontrar los rieles, razón por la cual adquirió un conocimiento mucho más profundo que Helward de la zona.
—¿Sabías que hay otra ciudad más allá? —dijo señalando la región al Oeste de la vía.
—¿ Otra ciudad? —dijo Helward, incrédulo.
—No es como Tierra sino que está construida sobre el terreno.
—¿Pero cómo...?
—Es inmensa. Diez, veinte veces más grande que Tierra. Al principio no me di cuenta de que era una ciudad... Creí que era una aldea, pero más grande. Mira, Helward, es una ciudad como aquellas de que nos hablaban en el internado... las del planeta Tierra. Cientos, miles de edificios... todos afirmados en el suelo.
—¿Y había mucha gente?
—No mucha. Vi grandes daños. No sé lo que ocurrió, pero la mayor parte de ella parecía abandonada. Me fui enseguida porque no quería que me vieran. Pero es un espectáculo hermoso... todos esos edificios...
—¿Podemos ir ahora?
—No. Hay demasiados nativos. Algo está pasando por aquí. La situación no es la misma. La gente de la zona se está organizando mejor, hay líneas de comunicación. Antes, cuando la ciudad acudía a un poblado, nosotros éramos las primeras personas que los nativos habían visto durante largo tiempo. Sin embargo, por cosas que me contaron las chicas, me dio la impresión de que ya no es ése el caso. Se corren rumores acerca de la ciudad... y los nativos nos odian. Siempre nos odiaron, pero en pequeños grupos eran débiles. Creo que ahora quieren destruir la ciudad.
—Y es por eso que se disfrazan de aprendices —dijo Helward, sin captar cabalmente la seriedad del tono de Jase.
—Eso es sólo una parte. Roban la ropa de los aprendices que matan para poder seguir matando con más facilidad. Pero si deciden atacar la ciudad, lo harán cuando estén bien organizados.
—No puedo creer que lleguen a ser una amenaza.
—Tal vez no... pero tuviste suerte.
Partieron por la mañana temprano. Caminaron todo el día, haciendo paradas de tan sólo unos minutos. Junto a ellos, las huellas de las vías habían recobrado sus medidas naturales. Apretaban el paso pensando que faltaban unas pocas horas para llegar.
Al caer la tarde vieron que el riel hacía una curva para rodear una colina. Cuando alcanzaron la cima divisaron la ciudad adelante, estacionada en un ancho valle.
Se detuvieron, miraron hacia abajo.
La ciudad había cambiado.
Había algo de su apariencia que impulsó a Helward a bajar corriendo la loma.
Desde lo alto, distinguían signos de actividad normal alrededor de la ciudad: atrás, cuatro cuadrillas de hombres removiendo los rieles; adelante, una cuadrilla más numerosa hundiendo los pilotes en el río que actualmente obstaculizaba el avance a la ciudad. Pero el aspecto de ésta se había modificado. La parte posterior estaba deforme, ennegrecida...
Se habían reforzado las guardias de la milicia. Enseguida a Helward y Jase se les ordenó hacer alto para averiguar su identidad. Los dos echaban chispas por la demora ya que era obvio que había ocurrido un desastre mayúsculo. Mientras esperaban el permiso para proseguir, Jase se enteró por los milicianos que los nativos los habían atacado dos veces. El segundo ataque había sido más serio que el primero. Habían muerto veintitrés soldados, y todavía estaban contando los cadáveres dentro de la ciudad.
La emoción del regreso se vio pronto empañada por el espectáculo. Cuando les llegó el permiso, Helward y Jase continuaron caminando en silencio.
El internado había sido arrasado y fueron los niños quienes murieron..
En el interior de la ciudad muchas cosas habían cambiado. La impresión que esos cambios produjeron en Helward fue impactante, pero no tuvo tiempo de demostrar ninguna reacción. Observaba todo tratando, de no pensar, hasta que cedieran un poco las presiones externas. No podía abandonarse a sus propios pensamientos.
Se enteró de que su padre había fallecido a las pocas horas de salir él de viaje. La angina le había provocado un paro cardíaco. Clausewitz le dio la noticia y le informó que había finalizado su período de aprendizaje.
Otra noticia: Victoria había dado a luz un varón, que luego murió durante el ataque a la ciudad.
Otra noticia: Victoria había firmado un formulario que declaraba nulo su matrimonio. Ahora vivía con otro hombre y estaba nuevamente encinta.
Y algo más, implícitamente relacionado con todos estos acontecimientos y no por ello más comprensible:
Helward vio el calendario central que, durante su ausencia, la ciudad se había movido setenta y tres millas y que aún estaba atrasada ocho millas con respecto al óptimo. Según su propia y subjetiva escala de tiempo, Helward había estado ausente no más de tres millas.
Aceptó todos estos hechos. La reacción vendría luego. Entre tanto, era inminente otro ataque.
El valle estaba oscuro y silencioso. En la margen Norte del río vi que se encendía dos veces una luz roja. Después, nada.
Segundos más tarde escuché el ruido de los guinches, y la ciudad comenzó a avanzar un ruido resonaba por todo el valle.
Yo estaba tendido, con otros treinta hombres, entre los espesos matorrales que cubrían la ladera de la colina. Me hablan reclutado para trabajar temporalmente en la milicia durante el cruce más crítico de la ciudad. Se esperaba un tercer ataque en cualquier momento y se pensaba que, una vez que la ciudad llegara a la orilla Norte del río, debido a las características del terreno circundante podría detenerse durante un tiempo lo suficientemente largo como para poder extender las vías hasta la cima del cerro. Cuando alcanzara ese punto, podría volver a defenderse durante la siguiente etapa de tendido de rieles.
Sabíamos que, en algún lugar del valle, había unos ciento cincuenta lugareños armados con rifles, que representaban un enemigo formidable. La ciudad contaba sólo con doce rifles obtenidos de los nativos, pero las municiones se habían agotado en el segundo ataque. Nuestras únicas armas verdaderas eran las ballestas —mortíferas a corta distancia— y el saber apreciar el valor del trabajo de inteligencia. Era este último el que nos había permitido preparar la reserva de contraataque, de la cual yo formaba parte.
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