Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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—Sí.

Mientras cabalgábamos me informó que, durante las últimas millas, se había descuidado el trabajo de investigación del futuro. Eso se debió en parte a los problemas, y en parte a que el gremio estaba mal dirigido.

—Hemos inspeccionado hasta estas colinas —dijo—. Aquellos árboles son un estorbo para la gente de Tracción y servirían para protegemos de los nativos, pero necesitamos más madera. Las colinas han sido recorridas aproximadamente una milla más, pero de ahí en adelante todo es terreno virgen.

Me mostró un mapa dibujado en un rollo largo de papel y me explicó los símbolos. Según pude apreciar, nuestra misión era ampliar el mapa hacia el Norte. Denton tenía un aparato de medición montado en un trípode grande de madera y, de tanto en tanto, se fijaba en las indicaciones de este aparato y hada anotaciones en el mapa.

Los caballos iban sumamente cargados con el instrumental. Aparte de grandes cantidades de comida y de lo necesario para dormir, llevábamos una ballesta y numerosas flechas, implementos para excavaciones, un equipo para ensayos químicos, una videocámara diminuta e instrumentos de grabación. Denton me dijo que yo usaría la cámara, y me enseñó a manejarla.

El procedimiento que habitualmente seguían los Futuros, me dijo, consistía en que, durante un cierto período de tiempo, un investigador distinto o un equipo distinto de investigadores partían de la ciudad rumbo al Norte, por diferentes caminos. Al concluir la expedición, se obtenía un mapa detallado de la zona recorrida y una filmación de su topografía.

Esto luego se presentaba al Consejo de Navegantes y ellos, con la ayuda de los informes de los demás investigadores, decidían el camino a tomar.

Al atardecer Denton se detuvo por sexta vez, e instaló su trípode. Luego de efectuar mediciones angulares de la elevación de las colinas circundantes, y de determinar —con la ayuda de una brújula giroscópica— el Norte exacto, insertó un péndulo en la base del aparato. La pesa del péndulo terminaba en punta, y cuando ésta dejó de oscilar, Denton tomó una balanza graduada, marcada con círculos concéntricos, y la colocó entre las patas del trípode.

La punta se detuvo casi exactamente sobre la marca central.

—Estamos en el óptimo —dijo—. ¿Sabe lo que ello significa?

—No muy bien.

—Usted fue al pasado, ¿no? —Asentí—. En este mundo —prosiguió— siempre hay que luchar contra una fuerza centrífuga. Cuanto más al Sur uno se interna, mayor es dicha fuerza. Esta fuerza existe en todas partes, al Sur del óptimo. Pero en un radio de doce millas al Sur no interfiere nuestra actividad normal. Pasando esa distancia, la ciudad se vería en serios problemas. Eso usted ya lo sabe, si tuvo oportunidad de experimentar la fuerza centrífuga.

Leyó lo que marcaba su instrumento.

—Ocho millas y media —dijo—. Esa es la distancia que hay de aquí hasta la ciudad... es decir, todo el terreno que la ciudad tiene que recuperar.

—¿Cómo se mide el óptimo?

—Por sus distorsiones gravitacionales nulas. Sirve de patrón para medir el avance de la ciudad. En términos físicos, imagíneselo como una línea dibujada alrededor del mundo.

—¿Y el óptimo está siempre en movimiento?

—No. El óptimo está fijo... pero el terreno se mueve, apartándose de él.

—Ah, claro.

Cargamos todo el equipo y continuamos la marcha hacia el Norte.

CAPÍTULO CUATRO

El trabajo de reconocimiento del terreno no exigía un gran esfuerzo mental. A medida que lentamente avanzábamos hacia el Norte, me di cuenta de que mi única preocupación externa era vigilar constantemente por si acaso encontrábamos rastros de habitantes hostiles. Denton me dijo que sería muy raro que nos atacaran. No obstante, estábamos alerta.

Yo seguía pensando en la aterradora experiencia que había significado ver el mundo desplegado ante mis ojos. Como hecho, era suficiente. Entenderlo ya era otra cosa.

Durante el tercer día de viaje comencé a reflexionar acerca de la educación que me habían dado de niño. No sé qué fue lo que me indujo a esas meditaciones. Posiblemente se debiese a numerosos motivos, sobre todo la impresión que me causó ver la destrucción completa del internado.

Después de salir del internado, no había pensado mucho en mi educación. En aquel entonces —al igual que la mayoría de mis compañeros— opinaba que la instrucción que nos impartían era una especie de castigo. Pero ahora me parecía que gran parte de la educación que nos metían en nuestras maldispuestas cabezas cobraba una nueva dimensión en el contexto de la ciudad.

Por ejemplo, una de las materias que nos provocaba sumo aburrimiento era lo que los maestros denominaban «geografía». Casi todas las clases se referían a las técnicas de cartografía y agrimensura. En el reducido ambiente del internado, dichos ejercicios eran casi siempre teóricos. Ahora, sin embargo, esas horas de tedio adquirían por fin relevancia. Con un poquito de concentración y con excavar en mi a menudo deficiente memoria, captaba rápidamente los principios del trabajo que Denton me iba explicando.

Se nos enseñaban muchas otras materias teóricas, y ahora comprendía que también ellas tenían gravitación practica. Cualquier aprendiz de un gremio contaba así con un conocimiento general de la tarea que cumpliría en su propio gremio y, además, tendría una información similar respecto de las demás funciones de la ciudad.

De ninguna manera hubiera podido prepararme para el desmesurado esfuerzo físico que implicaba trabajar en las vías, pero yo tenía un entendimiento casi instintivo de la maquinaria empleada para transportar la ciudad por dichas vías. No me atraía en absoluto el entrenamiento obligatorio en la milicia. No obstante, el enigmático énfasis —como en aquella época me parecía— que ponían en la estrategia militar obviamente sería una gran ayuda para los muchachos que luego se dedicarían a las armas para defender la ciudad.

Esta elaboración mental me llevó a preguntarme si hubiesen podido prepararme para contemplar un mundo con una forma como la que parecía tener.

En las clases de astrofísica y astronomía siempre nos habían dicho que los planetas eran redondos. A la Tierra —el planeta, no nuestra ciudad— la describían como un esferoide aplanado en los polos, y nos habían mostrado mapas de algunas zonas de su superficie. Yo suponía que el mundo en el cual estaba situada la ciudad de Tierra era una esfera como el planeta Tierra, y la enseñanza que nos daban no contradecía mi suposición. En realidad, nunca se discutió abiertamente la naturaleza del mundo.

Sabía que la Tierra integraba un sistema de planetas que giraban alrededor de un sol esférico. El mismo planeta Tierra era circundado por un satélite redondo. Estos datos siempre parecían ser teóricos... y la falta de aplicación práctica no me había preocupado ni aún cuando salí de la ciudad, ya que era evidente que imperaba una circunstancia distinta. Que sol y la luna no eran esféricos, como tampoco lo era el mundo en que vivíamos.

Faltaba aún por responder: ¿dónde estábamos? Quizás la solución estuviese en el pasado. De él también nos habían hablado, aunque las historias que nos enseñaban eran, exclusivamente, del planeta Tierra. Gran parte de lo que aprendimos se refería a maniobras militares, a la transferencia del poder y del gobierno de un estado a otro. Aprendimos que el tiempo se medía en años y siglos, y que hubo historia escrita durante unos veinte siglos. Tal vez injustamente me formé la impresión de que no me habría gustado vivir en el planeta Tierra dado que gran parte de su existencia fueron una serie de disputas, guerras, reclamos territoriales, presiones económicas. El concepto de civilización era sumamente adelantado, y la humanidad se congregaba dentro de ciudades. Por definición, los que habitábamos la ciudad de Tierra éramos civilizados, pero no parecía haber semejanza alguna entre nuestra vida y la de ellos. En el planeta Tierra, civilización era igual a egoísmo y codicia. Los que habitaban en un estado civilizado explotaban a los otros. Había escasez de productos vitales, y los países civilizados monopolizaban dichos productos en virtud de su mayor poderío económico. Ese desequilibrio parecía ser la causa de las controversias.

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