—Mejor entonces que no tenga intenciones de ingresar a nuestro gremio en forma permanente —dijo—. Una de nuestras virtudes es la habilidad para los idiomas.
Me contó que los habitantes de la zona hablaban español, y que los gremialistas de Tráfico habían tenido que aprenderlo utilizando un libro que había en la biblioteca de la ciudad, ya que no quedaban personas de ascendencia española. Se las arreglaban bien, aunque constantemente se presentaban problemas con los dialectos.
Collings me dijo que, de todos los gremios de primera clase, sólo Tracción empleaba regularmente obreros contratados. A veces los Constructores de Puentes debían contratar hombres por breves periodos, pero en general, la mayor parte del trabajo de los de Tráfico era conchabar obreros manuales para el trabajo en las vías... y algo que él mencionaba como «transferencia».
—¿Qué es eso? —pregunté de inmediato. Collings respondió:
—Es lo que nos hace tan impopulares. La ciudad busca aldeas donde falten alimentos, donde reine la pobreza. Afortunadamente para nosotros, ésta es una región pobre, de modo que nos favorecen las condiciones para convenir. Podemos ofrecerles comida, tecnología para mejorar sus cultivos, remedios, electricidad. A cambio de ello, los hombres trabajan para nosotros y nos prestan sus mujeres jóvenes. Ellas vienen a la ciudad por un breve periodo y quizás dan a luz nuevos ciudadanos.
—Me he enterado del asunto y me parece imposible que ello ocurra.
—¿Por qué?
—¿No es... inmoral? —pregunté, vacilante.
—¿Es inmoral querer mantener poblada la ciudad? Sin sangre nueva nos extinguiríamos dentro de dos generaciones. La mayoría de los hijos de la gente de la ciudad son varones.
Recordé la refriega que ello había causado.
—Pero las mujeres que se transfieren a la ciudad a veces son casadas, ¿no?
—Si... pero sólo permanecen hasta haber dado a luz un niño. Después quedan en libertad para irse.
—¿Qué pasa con el bebé?
—Si es una niña se la cría en el internado. Si es un varón, la madre puede llevárselo o dejarlo en la ciudad.
Entonces comprendí el fastidio de Victoria al hablar del tema. Mi madre había venido a la ciudad y luego se había ido. No me había llevado con ella; me había rechazado. Pero esta revelación no me hizo sufrir.
Los gremialistas de Tráfico, al igual que los del Futuro, recorrían el campo a caballo. Yo nunca había aprendido a montar, así que cuando partimos de la ciudad hacia el Norte, caminé a la par de Collings. Más adelante él me enseñó a andar a caballo, y me dijo que me iba a ser necesario montar cuando ingresara al gremio de mi padre. Fui adquiriendo la técnica lentamente. Al principio me asustaba el animal, me resultaba difícil controlarlo. Poco a poco, cuando me di cuenta de que era dócil y de buen genio, creció mi confianza y el caballo —como si lo hubiese comprendido— me respondió mejor.
No viajamos muy lejos de la ciudad. Había dos caseríos hacia el Noreste, y fuimos a ambos. Nos recibieron con una cierta curiosidad, pero Collings opinó que en ninguno de los dos pueblos hacían demasiada falta las comodidades que podía ofrecerles la ciudad, así que no hizo intentos de negociar. Me dijo que por el momento estaba cubierto el cupo de obreros que necesitábamos, y que era suficiente el número de mujeres transferidas.
Luego del primer viaje —que nos llevó nueve días durante los cuales dormimos y vivimos incómodamente— regresamos a la ciudad. Allí nos enteramos de que el Consejo de Navegantes había dado el visto bueno al proyecto de construcción de un puente. De acuerdo con la interpretación que me diera Collings, había dos rutas posibles para el avance de la ciudad. Una era hacia el Noroeste y, aunque evitaba una angosta hondonada, atravesaba un terreno quebrado. El otro recorría un terreno más parejo pero requería la construcción de un puente sobre la hondonada. Este último curso fue el elegido, y todos los trabajadores disponibles debieron ser temporalmente cedidos al gremio de los Constructores de Puentes.
Como la prioridad principal era ahora el puente, se reclutó también a Malchuskin, a otro gremialista de Tracción y a sus respectivas cuadrillas. La mitad de la milicia fue relevada de sus tareas para colaborar, y se encargó a varios hombres de Tracción que supervisaran el tendido de las vías sobre el puente. El gremio de los Constructores de Puentes tenía la responsabilidad total del diseño y estructura del mismo y fue así como ellos requirieron a los de Tráfico cincuenta obreros adicionales.
Collings y otro gremialista partieron de inmediato hacia las aldeas de la zona. Entretanto, a mí me llevaron al Norte, al lugar del puente, y me pusieron a las órdenes de un supervisor, Lerouex, el padre de Victoria.
Cuando vi la hondonada me di cuenta de que ocasionaría un importante problema de ingeniería. Tenía unos sesenta metros de ancho en el punto elegido, y las paredes era imperfectas. Abajo corría un arroyo veloz. Además, el lado Norte era unos tres metros más bajo que el lado Sur, lo cual significaba que habría que tender las vías por una rampa antes de llegar a la hondonada.
Los Constructores habían decidido hacer el puente colgante. No había tiempo para hacerlo abovedado ni levadizo, y el otro método apoyado —el de levantar un andamio de madera en la propia hondonada— era impracticable debido a las características de la misma.
Inmediatamente comenzaron a levantar cuatro torres, dos al Norte y dos al Sur de la quebrada. A primera vista parecían aparatos de poca importancia, hechos de acero tubular. Durante la construcción un hombre se cayó de una torre y se mató. El trabajo prosiguió sin pausa. Al poco tiempo me permitieron volver de licencia a la ciudad, y mientras estuve allí, la arrastraron hacia adelante. Era la primera vez que estaba dentro de la ciudad sabiendo que se llevaba a cabo una maniobra de remolque, y comprobé que no se percibía sensación alguna de movimiento, si bien aumentó levemente el ruido de fondo, tal vez por los motores de los guinches.
Fue durante esta licencia, también, que Victoria me informó que estaba embarazada. Su madre se puso muy contenta con la noticia. Yo estaba encantado y fue una de las pocas veces en mi vida que bebí demasiado vino e hice el ridículo. A nadie le importó.
Cuando volví a salir noté que el trabajo corriente en las vías y los cables continuaba —aunque con un déficit general de mano de obra— y que estábamos a dos millas del sitio del puente. Hablando con un gremialista de Tracción me enteré de que la ciudad se hallaba a sólo una milla y media del óptimo.
Esta información no me impresionó hasta que me di cuenta de que el propio puente debía estar realmente una media milla hacia el Norte del óptimo.
A continuación vino un largo período de demora. La construcción avanzaba con lentitud. Después del accidente se tomaron medidas más estrictas de seguridad, y los hombres de Lerouex no cesaban de controlar la resistencia de la estructura. Mientras trabajábamos nos informaron que el tendido de vías en la ciudad marchaba lentamente. En cierto aspecto esto nos venía bien ya que faltaba mucho para terminar el puente, pero era también motivo de ansiedad. No convenía perder ni un instante en la perpetua búsqueda del óptimo.
Un día se corrió la voz de que el propio puente estaba en el punto del óptimo. La noticia me hizo mirar nuevamente los alrededores, pero al parecer el óptimo no producía efectos extraños. Una vez más pensé cuál sería el significado especial. A medida que pasaban los días y el óptimo se alejaba con su misterioso modo, también se alejó de mis pensamientos.
Debido a que todos los recursos de la ciudad estaban concentrados en el puente, no había oportunidad de proseguir mi aprendizaje. Cada diez días me concedían mi licencia —como a todos los demás gremialistas— pero no se me hacía adquirir un conocimiento general de las funciones de los diferentes gremios. El puente era la prioridad.
Читать дальше