Chistopher Priest - El mundo invertido

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El mundo invertido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Helward Mann abandona la ciudad, no tiene motivos para pensar que el mundo que se extiende más allá no sea sino el de su propio planeta de origen. De hecho, y a pesar de las semejanzas, hay pruebas —que él no puede ignorar— que lentamente contradicen todas sus convicciones. A medida que crece su experiencia en el trabajo fuera de la ciudad, se ve forzado a aceptar la razón fundamental y descarnada de esa lucha por la supervivencia. El planeta no es la Tierra. De alguna manera, el mundo en que vive —y por cierto el universo mismo en el cual existe el planeta— es intrínsecamente diferente.
El mundo está invertido: un planeta de dimensiones infinitas existe y palpita en un universo de tamaño limitado. Esta novela, de brillante originalidad, ha sido distinguida con el premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en Inglaterra, y está destinada a convertirse en un clásico de la literatura imaginativa.

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—Helward... ¿por qué se mueve la ciudad?

—No sé. No sé muy bien.

—Yo no sé qué se imaginan los gremios que pensamos nosotros al respecto. Nadie lo menciona jamás, y no se necesita más que subir aquí para darse cuenta de que se movió la ciudad. Y si uno le pregunta a cualquiera, le responden que no es asunto de uno. ¿No debemos hacer preguntas?

—¿No te responden nada?

—Nada en absoluto. Hace dos días vine aquí y descubrí que se había movido la ciudad. Unos días antes, habían clausurado la plataforma, y corrieron la voz de que debíamos asegurar los objetos sueltos. Eso fue todo.

—Dime una cosa. Cuando la ciudad se movía, ¿tú lo notaste?

—No... creo que no. Recuerdo que no me percaté hasta después. No me parece haber sentido nada raro el día que supuestamente se movió, pero yo nunca salí de la ciudad, y por lo tanto me imagino que durante toda mi vida debo haberme acostumbrado a movimientos ocasionales. ¿La ciudad viaja por un camino?

—Por un sistema de vías.

—Pero, ¿por qué?

—No debo decírtelo.

—Prometiste hacerlo. De cualquier manera, no veo que tiene de malo que me cuentes cómo se mueve... ya que es obvio que se desplaza.

El dilema de siempre. Sin embargo, lo que ella decía tenía sentido, aunque entrara en conflicto con mi juramento. Poco a poco yo me había llegado a cuestionar la validez indefinida del juramento, a pesar de que sentía que se iba desgastando.

—La ciudad se mueve hacia algo conocido como el óptimo, que queda al Norte de la ciudad. En la actualidad nos hallamos a unas tres millas y media al Sur del óptimo.

—¿Así que pronto va a detenerse?

—No... y eso es lo que no tengo bien claro. Aparentemente, aun cuando la ciudad alcanzara el óptimo no se detendría, debido a que el óptimo mismo está en constante movimiento.

—Entonces, ¿qué objeto tiene tratar de alcanzarlo? No pude darle una respuesta porque no la sabía. Victoria siguió interrogándome, y por último le conté sobre el trabajo de las vías. Traté de mantener mis descripciones en el mínimo, pero era difícil saber cuánto había transgredido el juramento, en espíritu si no en la práctica. Todo lo que le decía era de inmediato calificado con referencia al juramento. Finalmente, dijo ella:

—Mira, no me cuentes nada más. Es evidente que no quieres hacerlo.

—Estoy algo confundido —dije—. Me está prohibido hablar, pero tú me has hecho comprender que no tengo derecho a no contarte lo que sé.

Victoria permaneció en silencio uno o dos minutos.

—No sé si a ti te pasa lo mismo —dijo, por fin—, pero estos últimos días he empezado a sentir un profundo disgusto por el sistema de los gremios.

—No eres la única. Yo no he oído a muchos alabarlo.

—¿Crees que podría ser porque los que manejan los gremios mantienen el sistema vigente siendo que ya ha cumplido su objetivo original? Pienso que el sistema funciona suprimiendo el conocimiento. No entiendo qué se logra con ello. A mí me hacer sentir muy descontenta, y sé que no soy la única.

—Tal vez yo sea igual cuando me convierta en gremialista.

—Espero que no —dijo, y rió.

—Hay algo que no sé. Cada vez que le he hecho a Malchuskin —el hombre con quien trabajo— el tipo de preguntas que tú me haces, me contesta que lo Voy a saber a su debido tiempo. Es como si hubiera una razón atendible para la existencia de los gremios, y tiene algo que ver con el motivo por el cual la ciudad se desplaza. Hasta ahora lo que aprendí es que la ciudad tiene que moverse... pero eso no es todo. Allá en el campo no se hace más que trabajar; no hay tiempo para preguntas. Pero es evidente que la prioridad principal es mover la ciudad.

—Si alguna vez te enteras, ¿me lo contarás?

Pensé un momento.

—No creo que pueda prometértelo.

Victoria se puso de pie bruscamente y caminó hasta el extremo opuesto de la plataforma. Se paró junto a la baranda, mirando por sobre los techos de los edificios de la ciudad, en dirección a la campiña. No intenté acercarme a ella. La situación era insostenible. Yo ya había hablado de más y, con su exigencia para que le siguiera contando. Victoria me imponía una carga demasiado pesada. Sin embargo, no podía decirle que no.

Al cabo de unos minutos volvió al banco y se sentó a mi lado.

—Averigüé qué tenemos que hacer para casamos —dijo.

—¿Otra ceremonia?

—No, es mucho más sencillo. Sólo hay que firmar un formulario y entregar una copia a nuestros respectivos jefes. Tengo los formularios abajo. Son muy concisos.

—Entonces podríamos firmarlos enseguida.

—Sí. —Me miró seria—, ¿Deseas hacerlo?

—Por supuesto. ¿Y tú?

—Sí.

—¿A pesar de todo?

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—A pesar de que parece ser que tú y yo no podemos hablar sin mencionar algo que yo no puedo o no debo decirte, y del hecho de que aparentemente tú me echas la culpa de ello.

—¿Te preocupa?

—Mucho, sí —respondí.

—Podríamos postergar él casamiento, si lo prefieres.

—¿Con eso solucionaríamos algo?

Pensé qué pasaría si rompiéramos nuestro compromiso. Dado que los gremios habían servido de instrumento para presentamos formalmente, ¿qué nueva infracción al sistema sería decir ahora que no íbamos a contraer matrimonio? Por otra parte, una vez producida la presentación formal, no nos presionaron en forma alguna para que nos casáramos de inmediato. En lo que a nosotros concernía, las únicas diferencias que nos separaban eran las trabas que nos imponía el juramento. Aparte de eso, parecíamos amoldamos perfectamente el uno al otro.

—Posterguémoslo un poco —dijo Victoria.

Más tarde regresamos a su habitación y mejoró notablemente nuestro humor. Hablamos mucho, esquivando los tópicos de conversación qué sabíamos nos causaban problemas... y cuando nos fuimos a la cama, ya había cambiado toda nuestra actitud. A la mañana siguiente firmamos los formularios y se lo llevamos a los jefes de los gremios. Futuro Clausewitz no estaba en la ciudad pero encontré a otro gremialista del Futuro que los recibió en nombre de Clausewitz. Todos parecían contentos. Ese mismo día, la madre de Victoria pasó un rato largo con nosotros aleccionándonos sobre las nuevas libertades y ventajas que disfrutaríamos como matrimonio.

Antes de abandonar la ciudad para reunirme con Malchuskin en los rieles saqué el resto de mis pertenencias del internado y me mudé oficialmente con Victoria.

Ya era un hombre casado, de seiscientas cincuenta y dos millas de edad.

CAPÍTULO DIEZ

Durante las millas siguientes, mi existencia se convirtió en una rutina, en su mayor parte agradable. Cuando iba a la ciudad, mi vida con Victoria era cómoda, feliz, cariñosa. Ella me hablaba mucho de su trabajo, y por medio de ella llegué a conocer cómo se regía la vida diaria de la ciudad. A veces me preguntaba por mi trabajo, pero su antigua curiosidad había disminuido o ya no consideraba sensato interrogarme, porque los rencores nunca volvieron a ser tan evidentes como al principio.

También progresaba mi período de aprendizaje. Cuanto más participaba en las tareas en el exterior, más me daba cuenta del esfuerzo conjunto que significaba mover la ciudad.

Al finalizar mi última milla con Malchuskin me trasladaron, por orden de Clausewitz, a la milicia. Fue una sorpresa ingrata porque yo había dado por sentado que, luego de completar mi entrenamiento en las vías, empezaría a trabajar con mi propio gremio, el de los Futuros. Empero, me iban a transferir a otro gremio de primera clase cada tres millas.

Lamentaba dejar a Malchuskin. Su simple aplicación al duro trabajo de los rieles tenía un innegable atractivo. Cuando hubimos pasado el cerro, encontramos un terreno más fácil para tender las vías. Como el nuevo grupo de obreros seguía trabajando sin presentar enfadosas quejas, desapareció el descontento de Malchuskin.

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