En el exterior, incluso con la ayuda de luces extra, la línea de demarcación entre los dos tipos de suelo era mucho menos visible que antes. Beetchermarlf calculó que la distancia sería la causa principal. La tripulación raspó y empaquetó muestras de material a ambos lados de la línea; luego se acercaron a la corriente. Esta resultó ser un torrente de curso rápido y profundo, de tres o cuatro cuerpos de anchura, con su nivel a tres o cuatro centímetros por debajo del suelo, sobre el que cortaba su cauce. Después de una breve consulta, los dos mesklinitas comenzaron a seguirlo alejándose del río. No tenían forma de decir su composición, pero se obtuvo una botella de su contenido para ser analizada más adelante.
Cuando alcanzaron el lugar donde la curva del río se alejaba, hasta los mesklinitas podían ver que el arroyo no había existido durante mucho tiempo. Socavaba con velocidad visible sus riberas, transportando el sedimento al río principal. Ahora que se encontraban en la parte exterior de la curva, el socavamiento de la ribera próxima podía oírse y hasta sentirse. Beetchermarlf sintió cómo crujía repentinamente, y se encontró dentro del arroyo. Tenia sólo tres o cuatro centímetros de profundidad; de manera que aprovechó la ocasión para tomar otra muestra de su contenido. Decidieron continuar corriente arriba unos diez minutos, Beetchermarlf vadeando y Takoorch sobre la ribera. Antes de que el tiempo terminase, habían hallado el origen de la corriente de agua. Era una fuente, a un kilómetro del Kwembly, borboteando violentamente en el centro de la cubeta donde un manantial de procedencia subterránea la alimentaba. Beetchermarlf, investigando en el centro, fue derribado y llevado medio cuerpo arriba por la corriente. No había nada más de particular que hacer. No tenían equipo de cámaras. Nadie había sugerido en serio que llevasen con ellos el visor, y no parecía ganarse nada con coleccionar más muestras. Volvieron al Kwembly para dar una descripción verbal de lo que habían encontrado.
Hasta los científicos estaban de acuerdo en que ahora lo mejor sería llevar las muestras al campamento donde Borndender y sus amigos pudiesen hacer algo útil con ellas. Los timoneles pusieron otra vez el vehículo en movimiento.
Se acercó a la corriente y se introdujo en ella; el colchón suavizó el ligero desnivel al cruzar las ruedas el lecho de aquel valle que se ensanchaba, y en el puente no se sintió nada, ni durante los ocho segundos siguientes.
Más de la mitad del casco había cruzado el pequeño torrente, cuando la distinción entre sólido y líquido empezó a parecer borrosa. En el casco se sintió un pequeño tirón; en la pantalla arriba pudo advertirse un diminuto salto hacia arriba de los pocos rasgos visibles del exterior.
Casi instantáneamente el movimiento se detuvo, aunque los motores continuaron en funcionamiento. No podían conseguir nada, al estar completamente inmersos en el barro fangoso en que se había convertido repentinamente la superficie. No había ni soporte ni tracción. El Kwembly descendió hasta que las ruedas estuvieron enterradas, mientras que el colchón se perdió de vista; bajó casi, aunque no por completo, hasta el nivel donde hubiese estado literalmente flotando en el fango semilíquido. Fue detenido por dos de las protuberancias rocosas, una de las cuales le tocó bajo la popa justo detrás del colchón y la otra en el lado de estribor, unos tres metros delante de la escotilla principal. Hubo un feo sonido chirriante, mientras el casco del vehículo se balanceaba hacia delante y a babor y después se detenía.
Esta vez, como el sentido del olfato de Beetchermarlf le avisó, en alguna parte el casco había fallado. El oxígeno estaba penetrando en el interior.
—En resumen —dijo Aucoin desde su puesto a la cabecera de la mesa—, podemos escoger entre enviar la nave o no. Si no lo hacemos, el Kwembly y los mesklinitas a bordo están perdidos y Dondragmer y el resto de los tripulantes fuera de acción hasta que un vehículo de rescate como el Kalliff pueda llegar hasta ellos desde la colonia. Desgraciadamente, si intentamos aterrizar con la nave, hay bastantes probabilidades de que no sirva de nada. No sabemos por qué cedió el terreno bajo el Kwembly ni tenemos seguridad de que no suceda lo mismo en otros lugares de la proximidad. Perder la nave sería muy molesto. Aunque aterrizásemos primero cerca del campamento de Dondragmer y lo transportásemos con su tripulación al vehículo, podríamos perder la nave. No hay ninguna seguridad de que la tripulación pudiese reparar el Kwembly. El informe de Beetchermarlf hace que lo dude. Dice que ha encontrado y sellado las principales resquebrajaduras, pero que de vez en cuando el oxígeno continúa penetrando en el casco. Algunas de sus cisternas de soporte vital han sido envenenadas. Hasta ahora ha podido limpiarlas todas las veces y aprovisionarlas de nuevo por medio de las otras, pero no puede continuar siempre así, a menos que consiga detener las restantes filtraciones. Además, ni él ni nadie ha sugerido algo concreto para sacar ese vehículo del fango que lo retiene.
»Hay otro buen argumento en contra de mandar la nave. Si utilizamos control remoto, su operación cerca del suelo sería realmente imposible, teniendo en cuenta el retraso de sesenta segundos en las reacciones. Se podría programar su computador para un aterrizaje, pero los riesgos de esto se demostraron claramente la primera vez que alguien aterrizó lejos de la Tierra. Sería mejor dar a los mesklinitas unas lecciones rápidas para que la piloten ellos mismos.
—No intentes que eso suene completamente estúpido, Alan —señaló suavemente Easy—. El Kwembly es sencillamente el primero de los vehículos en llegar a lo que parece ser su último problema. Dhrawn es un mundo muy grande sobre el que se conoce muy poco, y sospecho que vamos a quedarnos sin vehículos terrestres para rescates o para cualquier otra cosa tarde o temprano. Además, hasta yo sé que los controles de la nave están acoplados al computador, con operadores discrecionales. Admito que, incluso así, las probabilidades son de diez a uno de que alguien que intente un vuelo sobre Dhrawn de suelo a suelo con esa máquina y sin previa experiencia se mataría; pero ¿Beetchermarlf y Takoorch tienen mayores probabilidades de supervivencia sobre cualquier otra base?
—Creo que sí —contestó tranquilamente Aucoin.
—¿Cómo, en nombre de todo lo que es sensato? —gruñó Mersereau—. Aquí todos hemos… Easy levantó su mano. Su gesto o la expresión de su rostro hicieron que Boyd se interrumpiese.
—¿Qué otros procedimientos podrías recomendar conscientemente que tuviesen alguna probabilidad real de salvar al Kwembly, a sus dos timoneles o al resto de la tripulación de Dondragmer? —preguntó.
Aucoin tuvo la decencia de sonrojarse fuertemente, pero contestó con bastante firmeza.
—Lo he mencionado anteriormente, como Boyd recordará —dijo—. Enviar al Kalliff desde la colonia a recogerlos.
Las palabras fueron seguidas por unos segundos de silencio, mientras expresiones regocijadas iban apareciendo sobre los rostros alrededor de la mesa. Al fin fue Ib Hoffman el que habló.
—¿Crees que Barlennan lo aprobará? —preguntó inocentemente.
—En resumen —le dijo Dondragmer a Kabremm—, podemos quedarnos aquí y no hacer nada mientras Barlennan envía un vehículo de rescate desde la colonia. Supongo que puede pensar en algún motivo para enviarlo que no suene demasiado extraño, después que no quiso hacerlo con el Esket.
—Eso será bastante fácil —contestó el primer oficial del Esket—. Uno de los seres humanos estaba en contra de enviarlo, y el comandante simplemente le dejó convencerle en la discusión. Esta vez podría ser más firme.
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