—Se lo diré a Beetch y a los cartógrafos, capitán —contestó Benj—. Intentaré conseguir una copia de su mapa y conservarla aquí actualizada; quizá eso ahorre algún tiempo en el futuro.
Los datos direccionales no resultaron ser definitivos. La situación del Kwembly podía ser establecida bastante bien, pero el curso del río por el que había venido era mucho menos seguro. Las comprobaciones estaban separadas por muchos kilómetros, pero resultaban suficientes para demostrar que el río estaba lleno de curvas. Después de otra discusión, se decidió que Beetchermarlf volviese a ponerse a flote y se dirigiese al oeste tan cerca de la costa como fuese posible, preferiblemente sin perderla de vista, mientras el alcance de sus luces y la pendiente del lecho del lago lo permitiesen. Si podía ver la boca del río, lo remontaría, según deseaba Dondragmer; si no iba a continuar siguiendo la costa hasta que los hombres arriba tuviesen bastante seguridad de que había pasado la boca; luego giraría hacia el sur.
Resultó factible mantener la costa dentro del alcance de las luces del Kwembly, pero tardaron dos horas en llegar hasta el río. Éste había hecho un amplio giro hacia el oeste, que no había sido advertido en las lecturas de la posición del vehículo durante la deriva corriente abajo; después giraba otra vez y penetraba en el lago en una dirección oblicua hacia el este, que seguramente provocaba el remolino en el sentido contrario al reloj. Uno de los planetógrafos observó que el remolino no podía ser causado por la fuerza de Coriolis, porque el lago se encontraba sólo a siete grados del ecuador, y además en el lado sur de un planeta que tardaba dos meses en rotar.
El delta, que hacía que la línea de la costa se dirigiese hacia el norte brevemente, sirvió de aviso.
Beetchermarlf en el timón y Takoorch en el lado de babor del puente, lanzaron al Kwembly bordeando la península de forma bastante irregular y reduciendo la velocidad varias veces cuando las ruedas se arrastraron sobre el fondo de barro; finalmente encontraron el camino de un canal despejado y penetraron en su corriente.
Esta no era rápida, pero el Kwembly continuaba sin flotar. Los mesklinitas no tenían prisa. Dondragmer calculó más de seis horas para experimentar la forma de luchar contra la corriente. En ese tiempo avanzaron unos dieciséis kilómetros. Si podía mantenerse aquella velocidad, el vehículo estaría de regreso en el campamento un día o dos después, es decir, en una semana humana.
Fue la impaciencia lo que cambió los planes del viaje. Esto, por supuesto, no se debió a ningún mesklinita; Aucoin decidió que dos kilómetros y media por hora no era satisfactorios. A Dondragmer no le importó mucho; concedió que, si era posible, podía combinarse la investigación con el viaje. Ante una sugerencia del planificador, envió a Beetchermarlf en ángulo al oeste hacia la ribera más próxima del río. El terreno parecía no tener obstáculos. Con algunos presentimientos, hizo que los timoneles retirasen las paletas.
Retirarlas resultó mucho más fácil que ponerlas, ya que ahora el vehículo se hallaba sobre terreno seco. Las cosas podían ser depositadas sobre el suelo y los cables de seguridad no eran necesarios. Benj, en su próxima visita a la sala de Comunicaciones, encontró al Kwembly viajando sin problemas hacia el sur, a unos dieciséis kilómetros por hora sobre un terreno llano, interrumpido de vez en cuando por alguna protuberancia rocosa y festoneado aquí y allí con arbustos, la forma de vida más alta encontrada en Dhrawn hasta la fecha. La superficie era de sedimentos firmes; los planetólogos supusieron que el área debía constituir una llanura aluvial, lo que le pareció razonable incluso a Benj.
Beetchermarlf estaba tan dispuesto a hablar como siempre, pero podía verse que toda su atención no se centraba en la conversación. Tanto él como Takoorch miraban adelante tan penetrantemente como lo permitían las luces del Kwembly y sus ojos. No había ninguna seguridad de que el viaje careciese de riesgos; sin la exploración aérea, toda la velocidad que se atrevían a emplear era de dieciséis kilómetros por hora. Cualquier otra más rápida hubiese sido correr más que sus luces. Cuando otros deberes, como el mantenimiento de las plantas, tenían que ser atendidos, detenían el vehículo y hacían el trabajo juntos. Consideraban que un par de ojos no eran suficientes para viajar con seguridad.
De vez en cuando, según pasaban las horas, quienquiera que estuviese en el timón comenzaría a sentir la traidora seguridad de que no podía haber peligro; después de todo, habían recorrido veintenas de kilómetros sin tener que cambiar la dirección, excepto para mantenerse a la vista del río. Un ser humano hubiese aumentado la velocidad poco a poco. La reacción mesklinita fue detenerse y descansar. Hasta Takoorch sabía que cuando se sentía tentado de actuar contra los dictados de un elemental sentido común, era el momento de hacer algo para mejorar su propio estado. En una ocasión, Aucoin descubrió el vehículo detenido cuando llegó a las pantallas, y supuso que se trataba de una parada regular para el mantenimiento del aire; pero entonces vio a uno de los mesklinitas tumbado ociosamente sobre el puente; el equipo había sido colocado de nuevo en su antigua posición, proporcionando una vista del casco. Preguntando por qué no viajaba el vehículo, Takoorch le contestó sencillamente que se había dado cuenta de que se estaba despreocupando. El administrador se marchó muy pensativo.
Al fin, estas precauciones fueron recompensadas; al menos así lo pareció.
Durante algunos kilómetros, las protuberancias en el lecho rocoso se habían vuelto más y más frecuentes, aunque generalmente más pequeñas, más agrupadas y angulares. Los planetólogos habían estado haciendo suposiciones, fútiles en realidad con tan poca información, sobre la estratigrafía subyacente. La superficie básica continuaba siendo sedimentaria, fuertemente comprimida, pero los observadores sospechaban que debía estar perdiendo profundidad y que pronto el Kwembly podría encontrarse sobre el mismo tipo de roca desnuda que formaba el sustrato del campamento de Dondragmer. De vez en cuando, los timoneles hallaban necesario desviarse ligeramente a derecha o izquierda para evitar las protuberancias rocosas; incluso tuvo que reducir velocidad ligeramente. Durante las últimas horas, los planetólogos habían sugerido varias veces, con aire de ruego, que el vehículo se detuviese antes de que fuese demasiado tarde y recogiese unas muestras del sedimento que atravesaba, aunque las rocas fuesen muy grandes para llevárselas. Aucoin señaló que, de todas formas, pasarían un año o dos antes que la muestra pudiese llegar a la estación, y se negó; los científicos le replicaron que un año era mucho mejor que el tiempo que se necesitaría si no se recogían las muestras.
Pero cuando el Kwembly se detuvo, fue a iniciativa de Beetchermarlf. Era una cosa sin importancia, o eso parecía; el suelo delante parecía un poco más oscuro, con un límite muy marcado entre éste y la superficie bajo el vehículo. La línea no se advertía sobre la pantalla del visor, pero los mesklinitas la vieron simultáneamente; sin palabras, estuvieron de acuerdo en que se imponía examinarla de cerca. Beetchermarlf llamó a la estación para informar a los seres humanos y a su capitán de que él y Takoorch saldrían un rato y describió la situación. Easy, traduciendo el mensaje, fue asaltada por dos planetólogos para que persuadiesen a los mesklinitas de que cogiesen unas muestras. Ella supuso que, dadas las circunstancias, ni siquiera Aucoin podría hacer objeciones, y accedió a pedírselo cuando les llamase de nuevo, con el permiso de Dondragmer.
Esta vez el capitán aprobó la salida, sugiriendo únicamente que debía ser precedida de un cuidadoso vistazo desde el puente con la ayuda de los focos. Esto resultó útil. A unos cien metros más adelante, no muy lejos del radio de las luces, un pequeño arroyo corría atravesando su camino y desembocaba en el río. Llevando la luz a estribor, podía verse cómo este afluente era paralelo al paso del vehículo desde el norte, rectificando su curva después un poco más allá de la popa del enorme vehículo y desapareciendo hacia el noroeste. El Kwembly se hallaba sobre una península de unos doscientos metros de anchura y algo menos de longitud, limitada al este —izquierda— por el río principal que habían estado siguiendo y por los otros lados por el pequeño afluente. Tanto a los mesklinitas como a los seres humanos les pareció probable que el cambio en el color del suelo que había atraído la atención de los timoneles estuviese causado por la humedad del arroyo más pequeño, pero ninguno estaba lo bastante seguro como para cancelar la salida propuesta al exterior. Aucoin no se hallaba presente.
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