Hal Clement - Estrella brillante

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Dhrawn era un planeta que, entre otros inconvenientes, tenía una gravedad aplastante, cuarenta veces superior a la terrestre. Era evidentemente imposible para los terrícolas explorarlo. Por lo tanto, para llevarlo a cabo necesitarían colocar sobre aquella superficie a alguien dotado de inteligencia e iniciativa, pero psicológicamente más apropiado que los humanos.
Los seres vivientes que mejor se ajustaban a esas exigencias eran los pequeños mesklinitas, dotados de una constitución resistente. Aunque se encontraban en un estadio cultural inferior, los humanos pensaban que no convenía suministrarles una elevada ayuda tecnológica para su cometido. En cambio, deberían controlar la exploración desde su seguro satélite en órbita a seis millones de millas de Dhrawn.
Hasta el momento de descender allí, los tenaces, valientes e inteligentes mesklinitas estaban decididos a no ser contratados y deseosos por sí mismos de aceptar el fantástico desafío que las fuerzas de Dhrawn les presentaban.
Nominado por el premio Hugo en 1971.

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—¿Y qué sucede con ese otro informe del que no supimos más: de que algo se deslizaba sobre el suelo del Esket? —contrarrestó el científico—. ¿Era eso otra prueba, o realmente sucedió algo allí? Recuerda que no hemos tenido ningún contacto con esa base desde hace ciento cincuenta horas. Si realmente algo mueve al Esket, estamos demasiado poco informados para poder hacer algo sensato. Aun sin tener en cuenta el asunto del Esket, es una gran molestia no poder confiar en los datos.

—Si en el Esket hay problemas, tendremos que confiar en el juicio de Dee —dijo el comandante, ignorando la frase final de Bendivence—. En realidad, ni siquiera es el principal de nuestros problemas. La cuestión verdadera estriba en qué hacer en cuanto a Dondragmer y al Kwembly. Supongo que tuvo una buena razón para abandonar su vehículo y dejarle marchar a la deriva, pero los resultados han sido nefastos. El hecho de que un par de sus hombres quedasen olvidados a bordo, todavía lo complica más. Si no estuviesen allí, podríamos olvidarnos del vehículo y enviar al Kalliff para recoger a la gente.

—¿Por qué no lo hacemos? ¿No lo sugirió el humano Aucoin?

—Lo hizo. Le dije que tendría que pensarlo.

—¿Por qué?

—Porque hay menos de una probabilidad entre diez, quizá menos de una entre cien, de que el Kalliff pudiese llegar allí a tiempo de servir de algo a esos dos hombres. Las probabilidades de que lo consiga son bastante escasas. ¿Recuerdas el campo de nieve que atravesó el Kwembly antes de la primera riada? ¿Cómo supones que está ahora esa zona? ¿Y cuánto tiempo piensas que dos hombres competentes, pero sin un verdadero entrenamiento técnico o científico, van a mantener habitable ese casco agujereado?

»Por supuesto, podríamos confesarlo todo y decir a los humanos que se pongan en contacto con Destigmet a través de la vigilancia que mantiene sobre los comunicadores del Esket; después podrían decirle que enviase uno de los dirigibles a rescatarlos.

—Eso sería malgastar una tremenda cantidad de trabajo y arruinar lo que todavía parece una operación prometedora —contestó Bendivence pensativamente—. Tú no quieres hacerlo más que yo, pero no podemos abandonar a esos dos hombres.

—No podemos —concedió lentamente Barlennan—, pero me pregunto si les haríamos correr un riesgo demasiado grande si esperásemos otra posibilidad.

—¿Cuál?

—Si los seres humanos estaban convencidos de que no podríamos realizar el rescate, es posible, especialmente con dos Hoffman para discutir, que decidan hacer algo ellos mismos.

—¿Pero qué podrían hacer? La nave que llaman La barcaza únicamente aterrizará aquí en la colonia con sus controles automáticos, si no entiendo mal el Plan Uno de Rescate. No pueden volar sobre este mundo desde la estación orbital; si necesitan todo un minuto para corregir un error, la estrellarán en menos de un segundo. No pueden dirigirla personalmente. Está diseñada para rescatarnos a nosotros, con nuestro aire y nuestro control de temperatura, y además la gravedad de Dhrawn incrustaría un ser humano sobre la cubierta.

—No subestimes a esos alienígenas, Ben. Quizá no sean demasiado ingeniosos, pero sus antepasados han tenido tiempo para pensar en montones de ideas ya preparadas sobre las que no sabemos nada. No haría esto si me pareciese que hay bastantes probabilidades de que llegásemos allí nosotros mismos, pero en estas circunstancias no ponemos a los timoneles en un peligro mayor del que ya están; creo que dejaremos que los seres humanos adquieran la idea de llevar a cabo el rescate ellos mismos. Será mucho mejor que abandonar el plan.

—Así pues —dijo Beetchermarlf a Takoorch—, tenemos que encontrar de alguna forma el tiempo entre reparar las filtraciones y limpiar las unidades de aire del veneno para convencer a la gente de que vale la pena rescatar al Kwembly.

»La mejor forma de hacerlo sería si lo pudiésemos poner en marcha nosotros, aunque dudo mucho que logremos hacerlo. Es el vehículo el que va a decidir la línea de actuación. Tu vida y la mía no significan mucho para los humanos, excepto quizá para Benj, que no es el director allá arriba. Si el vehículo continúa vivo, si podemos conservar en funcionamiento esas cisternas para que nos suministren alimento y aire y, de paso, evitar ser envenenados por el oxígeno y hacer progresos reales en la reparación y liberación del vehículo, tal vez entonces se convenzan de que vale la pena un viaje de rescate. Incluso si no lo hacen, tendríamos que realizar esto de todas formas en nuestro beneficio, pero si conseguimos hacer que los humanos le digan a Barlennan que tenemos al Kwembly libre y corriendo y que nosotros solos le llevaremos hasta Dondragmer, tal intento debiera hacer felices a unas cuantas personas, especialmente al comandante.

—¿Crees que podremos hacerlo? —preguntó Takoorch.

—Tú y yo somos los primeros que tenemos que ser convencidos —contestó el timonel más joven—. El resto del mundo lo será más fácilmente después de eso.

—Tal vez —dijo Benj a su padre— no arriesgaremos la nave para salvar dos vidas, aunque para eso está aquí.

—Ninguna de las dos cosas es completamente correcta —contestó Ib Hoffman—. Es una pieza del equipo de emergencia, pero fue planeado para ser utilizado si todo el proyecto se derrumbaba y teníamos que evacuar la colonia. Esto fue siempre una posibilidad; había muchas cosas que no podían ser probadas por adelantado. Por ejemplo, el truco de igualar la presión exterior en los vehículos y en los trajes utilizando extra argón era perfectamente razonable, pero no podíamos estar seguros de si produciría efectos secundarios sobre los propios mesklinitas; el argón es inerte generalmente, pero también lo es el xenón, anestésico efectivo para los seres humanos. Los sistemas vivientes son demasiado complicados para que las deducciones resulten siempre seguras, aunque los mesklinitas parecen mucho más sencillos fisiológicamente que nosotros. Esa puede ser una razón por la que soportan un espectro tan amplio de temperaturas.

«Pero el punto clave es que la nave está calculada para albergarse sobre un polo transmisor cerca de la colonia; no aterrizará en ningún otro lugar de Dhrawn. Por supuesto, puede ser manejada por control remoto, pero no a esta distancia.

«Supongo que lograríamos alterar el programa del computador a bordo para que pudiese posarse sobre otros lugares, por lo menos sobre cualquier superficie razonablemente plana; pero, ¿querrías colocarla cerca de tu amigo por medio de un programa invariable incorporado, o mediante un control remoto a larga distancia? Recuerda que la nave utiliza reactores de protón, tiene una mesa de doce toneladas y debe producir toda una sacudida al bajar sobre un suelo blando a cuarenta gravedades, especialmente porque sus reactores están desplegados para reducir los cráteres.

Benj frunció el ceño pensativamente.

—Pero, ¿por qué no podemos acercarnos más a Dhrawn y reducir el retraso en el control remoto? —preguntó después de un momento.

Ib miró a su hijo sorprendido.

—Tú sabes por qué, o debieras saberlo. Dhrawn tiene una masa de tres mil cuatrocientas setenta y una Tierras y un período de rotación de algo más de mil quinientas horas. Una órbita sincrónica que nos mantiene sobre una longitud constante en el ecuador está, por tanto, a algo más de diez millones de kilómetros. Si utilizas una órbita a ciento sesenta kilómetros sobre la superficie, estarías viajando a algo más de ciento cuarenta kilómetros por segundo y darías la vuelta a Dhrawn en unos cuarenta minutos. Durante dos o tres minutos de esos cuarenta podrías ver el mismo lugar de la superficie. Puesto que el planeta tiene una superficie ochenta y siete veces mayor que la Tierra, ¿cuántas estaciones de control crees que serían necesarias para conseguir un aterrizaje o un despegue?

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