– ¿Habéis empezado ya con las pruebas en humanos? -dijo Decker con la voz entrecortada.
Christopher asintió con la cabeza.
– Claro que la comunión no le libra a uno de los traumatismos -dijo, siguiendo el hilo de sus pensamientos-. No evita que uno se rompa una pierna o se corte, pero la curación de esas heridas se acelera muchísimo. Tampoco evita que alguien muera a consecuencia de una herida, pero fuera de eso, permitirá a la gente vivir lo suficiente como para que se complete la evolución del hombre a la forma espiritual. Entonces, ni siquiera una herida podrá matarlo.
– Todo esto suena muy bien -le interrumpió Decker-, pero ¿no va a ser un poco duro para ti donar tanta sangre?
– La sangre no procederá directamente de mí -dijo Christopher-. La OMS está clonando la sangre a partir de una muestra.
– Claro -dijo Decker, reconociendo su despiste al pasar por alto algo tan obvio. Entonces, volviendo a un detalle del asunto, al que venía dando muchas vueltas desde antes de mantener esta conversación, preguntó-: ¿Y tienes pensado que la comunión le sea administrada a todo el mundo?
– Por supuesto -repuso Christopher. Por su voz se notaba que la pregunta le había sorprendido.
Decker se quedó pensativo un momento, eligiendo cuidadosamente las palabras y el tono de voz.
– ¿Por qué razón habríamos de dar la comunión a nuestros enemigos? -preguntó-. ¿Por qué al KDP y a los fundamentalistas, si se oponen a cuanto dices y haces?
Christopher pensó un segundo y luego hizo ademán de empezar a hablar, pero antes de pronunciar una sílaba se detuvo de nuevo, como si fuera incapaz de dar con una respuesta convincente.
Decker respondió su propia pregunta.
– Sabes que sin ella, al final, morirán.
Christopher no habló, pero por su expresión Decker supo que su teoría era correcta.
– Christopher, creo que sé cómo te sientes. Aborreces la idea de tener que abandonar a alguien. Ha costado tanto llegar hasta aquí; tantas vidas desperdiciadas a lo largo de los siglos a causa de la opresión de Yahvé. Detestas tener que permitir aún más sufrimiento por su causa. Pero si permites que el KDP y sus seguidores fundamentalistas cristianos participen de la comunión, estarás ofreciendo a Yahvé un punto de apoyo no sólo en este siglo, sino en todos los que han de venir.
»Además, tú mismo me dijiste que después de morir, la gente vuelve a reencarnarse. Tus oponentes son residuos de la antigua era. ¿Por qué no permitir que sigan su camino? Después de muertos, renacerán sin memoria de lo que fueron o de cómo era el mundo. Volverán a nacer, y atrás quedarán todos sus prejuicios y su ignorancia adquirida.
»Visto así -continuó Decker-, resulta obvio que no estás ayudando a nadie al conceder la vida eterna a personas que no están preparadas para la Nueva Era, de la que precisamente procede esta vida. -Decker tomó aliento y luego concluyó su argumento-: Deja que quienes siguen atados a la antigua era mueran con ella, así podrán vivir de verdad su próxima vida.
Christopher se quedó pensativo un momento. El razonamiento de Decker era indiscutible y no se lo iba a refutar.
– Has leído demasiados de tus discursos -dijo finalmente.
Decker sonrió, pero ésa no era la respuesta que buscaba.
– Está bien -añadió Christopher finalmente-. Supongo que se podría dar orden a las clínicas de que no suministraran la comunión a los miembros del KDP, no creo que eso fuera demasiado complicado. Es fácil detectarlos con esa marca en la frente. Pero ¿cómo ibas a evitar que la recibieran los fundamentalistas? Lamentablemente, no son tan fáciles de detectar; cuando no están echándote una perorata sobre la Biblia, son como tú o como yo.
– Pero ésa es la solución -declaró Decker-. Podemos servirnos de su fundamentalismo para hacer que no quieran tomar la comunión.
– ¿Cómo?, Decker, no te entiendo -dijo Christopher.
– Hace tiempo que le vengo dando vueltas -dijo Decker.
– Ya me he dado cuenta.
Decker ignoró el comentario de Christopher y continuó.
– En la Biblia, el Apocalipsis dice que a todos los seguidores del Anticristo se les hará poner una marca en la frente o en el dorso de la mano. [12]
Conozco el pasaje -dijo Christopher.
– Bueno, pues creo que lo podríamos aprovechar. Si exigimos a todo aquel que reciba la comunión que acepte ser marcado con una señal en el dorso de la mano o en la frente, aunque dudo mucho que nadie esté dispuesto a exhibir un tatuaje en la frente, entonces los fundamentalistas no se atreverán a tomarla por temor a enojar a Yahvé.
Christopher pareció que contemplaba en serio la propuesta, pero Decker iba mucho más allá.
– Verás, no es más que mi opinión, pero creo que la comunión debería suministrarse solamente a quienes hayan dado señales de lealtad a tu persona y a cuanto simbolizas. Por lo tanto, la comunión sólo debe recibirse a sabiendas y en conformidad con lo que representa; es decir, una declaración de independencia de las exigencias de un dios dictatorial, una confesión de fe en la valía personal del individuo y en el valor colectivo de la Humanidad, una afirmación de autodeterminación, un propósito de tomar uno sus propias decisiones y aceptar las consecuencias, y un compromiso de abandonar el nido y de declarar que la humanidad ha alcanzado la mayoría de edad y ya no necesita un guardián.
– Espero que hayas apuntado todo esto en algún sitio -dijo Christopher. Decker asintió con la cabeza, algo azorado por tanto discurso-. Entonces, ¿dónde propones que pongamos la marca? -preguntó Christopher.
– Bueno, no creo que nos interese algo demasiado llamativo, no sea que nadie quiera ponérsela. Debería ser lo más pequeña y discreta posible e iría en el dorso de la mano derecha. Como te decía, no creo que vaya a haber nadie que quiera imprimirse la marca en la frente, pero deberíamos ofrecer esa posibilidad para ajustamos a la profecía y ahuyentar a los fundamentalistas. La marca deberá ser permanente, pero el grabado tendrá que ser lo más indoloro posible. Me he informado un poco sobre el asunto y resulta que ya son muy pocos los tatuajes que se graban con aguja; ahora la mayoría se tatúan con tintas permanentes que penetran tanto en la epidermis que no se borran.
– Y supongo que para mantener bien alejados a los fundamentalistas, la marca tendrá que llevar mi nombre o el número 666, ¿me equivoco? -preguntó Christopher, algo contrariado.
– Bueno, el KDP ha explotado el hecho de que la transcripción fonética de tu nombre en hebreo sume 666, así que sería lo más lógico que la marca fuera ésa -recalcó Decker, antes de añadir-: Desde luego, es mucho más breve que escribir tu nombre completo.
Christopher respiró hondo y luego dejó escapar un profundo suspiro.
– De acuerdo, deja que lo piense un poco.
– Genial, es todo lo que te pido -contestó Decker, confiado en la lógica incuestionable con que había presentado su argumento.
– Pero, bueno -dijo Decker, apartando la silla de la mesa-, tú venías a preguntarme si quería ver el secreto de la vida eterna. ¿Hay algo que quieras enseñarme?
– Sí, lo hay -repuso Christopher, dando muestras de querer moverse y dejar reposar un rato la propuesta de Decker-. Acompáñame -dijo.
Decker salió del comedor detrás de Christopher y atravesó el vestíbulo tras él hasta el ascensor. Enseguida adivinó que se dirigían a las instalaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Una vez dentro, pasaron junto a dos guardas armados y siguieron hasta una puerta blindada. Christopher apoyó la mano en el lector de huellas, dio su nombre, y la puerta se abrió. Decker esperaba encontrar allí un laboratorio repleto de personal de la OMS_, atareado en hacer experimentos o inmerso en discusiones sobre los mejores métodos para clonar la sangre de Christopher. Pero lo que vio en su lugar fue mil veces más asombroso. Al otro lado de la puerta, en el interior de la cámara blindada, había un sencillo almacén repleto de palés, donde se apilaban montones de cajas.
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