– ¡No, espera! -dijo un segundo después, cuando la voz del locutor se disipó por fin-. Es decir, ¡encendido de televisión! -gritó, al tiempo que se incorporaba rápidamente para mirar la pantalla. Inmediatamente, el televisor volvió a la vida.
«Ofreciendo escenas muy parecidas a las sentadas de los sesenta o a los bloqueos de las clínicas para mujeres por parte de radicales en los noventa, los fundamentalistas han inaugurado el día en docenas de ciudades de Sydney a Beijing, intentando bloquear la entrada a las clínicas donde iba a administrarse la comunión, tan pronto han abierto sus puertas esta mañana.»
Mientras hablaba la presentadora, la pantalla mostraba un vídeo de la capital australiana, Sydney, donde un grupo de entre veinte y treinta personas permanecía tumbado, entonando himnos, ante la entrada de una de las clínicas administradoras de la comunión.
«Pero las protestas se han tornado violentas rápidamente, cuando los fundamentalistas se han negado a dejar pasar a quienes llevaban haciendo cola desde hace hasta tres y cuatro días. La policía ha sido alertada, y no han tardado en empezar a producirse detenciones.»
En la pantalla se vio entonces un revoltijo de empujones, patadas y porras volando. La policía esposaba a los manifestantes y los encerraba en furgones. Para entorpecer las detenciones, los arrestados se negaban a andar y continuaban con sus cánticos religiosos.
«En buena parte del planeta es todavía de noche -apuntó la presentadora-. No sabemos si estas escenas de protesta se repetirán según vaya amaneciendo y comience la comunión en otras ciudades. Pero las autoridades no quieren correr riesgos, y se sabe que en otras ciudades de franja horaria diferente se están enviando retenes de policía como medida preventiva.»
* * *
La noticia continuó repitiéndose al tiempo que, como por arte de magia, aparecían más y más cristianos fundamentalistas, que intentaban bloquear las puertas de las clínicas y aprovechaban la inmovilidad de sus espectadores para predicar a los que hacían cola. Los arrestados recibían condenas de hasta dos años de cárcel. A los que se limitaban a predicar se les autorizaba a continuar haciéndolo siempre que no se acercaran a menos de treinta metros de las clínicas. Para ahogar sus voces, quienes hacían cola se dedicaban a entonar las palabras de la promesa solemne que todos debían hacer antes de recibir la comunión:
Al tomar la sangre, prometo lealtad a aquel de quien ésta proviene y al avance de toda la humanidad. Al aceptar la marca, declaro mi emancipación de cualquier persona o fuerza que intentara subyugarme a mí o a la familia de la humanidad.
A pesar de encontrarse en clara minoría, los fundamentalistas hicieron oír su mensaje sin dejarse intimidar. En algunos casos, incluso, lograron con sus esfuerzos que uno o dos se salieran de la cola, aparentemente para reconsiderar su decisión.
Una reacción inesperada a las protestas y amenazas del tercer ángel fue que muchos de los que acudieron a recibir la comunión optaron por grabarse la marca en la frente, como señal de desafío. Al principio no fueron más que unos pocos, pero enseguida se convirtió en motivo de orgullo lucir la marca en la frente para que todos la vieran. Así, buena parte de los que ya se la habían grabado en la mano volvieron a ponerse a la cola, para grabársela también en la frente. La marca se había convertido en lo que Decker quiso desde un principio; en un emblema de la emancipación de la humanidad, en un símbolo de solidaridad con Christopher y en una señal de resuelto desafío a Yahvé y a quienes le servían.
* * *
Todo siguió igual durante casi una semana, con doce mil clínicas procesando una media de mil personas por clínica y día. Luego, en la noche del 11 de julio, la situación cambió radicalmente, y siete clínicas fueron atacadas, una tras otra, con bombas incendiarias. La noche siguiente fueron doce las atacadas, y la siguiente, cuarenta. Siete, doce y cuarenta eran todos números de elevada importancia simbólica en la Biblia, un hecho que no pasó desapercibido a las autoridades. Los fundamentalistas negaron toda responsabilidad, pero eran los únicos que tenían un motivo.
Los atentados se produjeron por la noche, cuando en la mayoría de las clínicas sólo había guardas de seguridad, de modo que apenas se produjeron daños personales en el interior. Pero, en el exterior, los resultados fueron muy distintos. Docenas de personas que esperaban en cola sufrieron quemaduras y también cortes de gravedad producidos por cristales rotos, y tres personas fueron atropelladas por los coches de los terroristas cuando pasaban a toda velocidad junto a las clínicas para arrojar sus cócteles Molotov. Por el momento no había que lamentar víctimas mortales.
Mientras los terroristas lograban cerrar por completo un puñado de clínicas, cuando llegó la tercera mañana, se hizo evidente que los ataques estaban surtiendo efecto. Aun cuando la mayoría de las clínicas continuaban operando al cien por cíen de su capacidad, las colas empezaron a menguar. Hasta ahora, sólo ciento cuarenta y cinco millones de personas, aproximadamente el cinco por ciento de los dos mil novecientos millones que formaban el total, habían recibido la comunión. Las encuestas revelaban que la gente no acudía a las clínicas principalmente por miedo a los terroristas. «¿De qué me va a servir la comunión -había dicho uno de los encuestados-, si me matan de camino a la puerta de la clínica?»
El problema se vio agravado la tarde del día después de la tercera noche de ataques, cuando dos vehículos blindados que traían nuevas provisiones de sangre a las clínicas fueron secuestrados e incendiados. El vídeo que había realizado un testigo de uno de los secuestros se pasó en las televisiones de todo el mundo. La grabación empezaba justo cuando el guarda del furgón intentaba oponer resistencia a los asaltantes y era tiroteado. A continuación, dos de los cinco terroristas sacaban al conductor del vehículo y lo arrojaban violentamente contra el asfalto, obligándole a arrodillarse en la calle. Apoyando su pistola contra la cabeza del conductor, uno de los terroristas le ordenaba que se pusiera a rezar y a pedir perdón a Dios por sus pecados. Aterrorizado, el conductor obedecía, y temblando y tartamudeando de miedo, repetía al pie de la letra cuanto se le había dicho. Cuando hubo terminado, todos los terroristas decían al unísono «amén». Y entonces, el hombre que empuñaba la pistola gritaba: «¡Aleluya! ¡Gracias, Jesús!», apretaba el gatillo, y le volaba los sesos al hombre en plena calle. A pesar de todo lo que había sufrido el mundo en los últimos años, la inhumanidad de la escena, repetida hasta la saciedad en la televisión, hizo que los espectadores se sintieran particularmente ultrajados.
Las autoridades intentaron poner freno a los atentados proporcionando escoltas a los furgones y aumentando la seguridad en las clínicas, pero sus esfuerzos se vieron recompensados con un éxito muy limitado. Por mucho que hicieran, el responsable último que debía lidiar con el problema era Naciones Unidas. El secretario general Christopher Goodman pidió oficialmente al Consejo de Seguridad el envío de tropas de la ONU, para que ofrecieran protección a los ciudadanos, las clínicas y los suministros de la comunión.
En un discurso destinado a sosegar a la gente e informar al mundo sobre lo que se estaba haciendo, Christopher dirigió unas palabras directamente a los terroristas.
– No se está obligando a nadie a recibir la comunión ni tampoco a aceptar la marca. Se trata de algo totalmente voluntario. Quienes no la deseen son libres de rechazarla. Tampoco hemos hecho nada por impedir que quienes se oponen a la comunión expresen libremente sus opiniones, siempre que lo hagan de forma pacífica. Pero parece que no es suficiente para ellos, y a cambio han recurrido a la violencia y el derramamiento de sangre. Como pueblo civilizado que somos, no podemos permitir que los terroristas actúen con total impunidad. ¡Los derechos del individuo a la libre elección deben ser protegidos!
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