James BeauSeigneur - Los actos de Dios

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Tras las catástrofes que diezmaron a la población mundial, esta se encuentra dividida entre los seguidores del nuevo Mesías y los fundamentalistas que parecen no entender que la humanidad se encuentra en un nuevo paso evolutivo. Pero todo lo que hasta ese momento se ha desvelado como cierto es en realidad una profunda decepción que impulsará inexorablemente a la comunidad internacional a enfrentarse al mayor reto de la historia: el Apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, una batalla que todavía no ha sido escrita…

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»Mirad a vuestro alrededor -les dijo-. Babilonia no ha caído, tal y como proclamaba a voz en grito el baboso esbirro de Yahvé: ¡Babilonia sigue en pie! ¡Y lo seguirá estando durante mucho tiempo después de que Yahvé no tenga más remedio que renunciar a sus falsas reivindicaciones sobre este planeta!

Entonces, cogió las tijeras de nuevo y, con la ayuda de Milner, cortó la cinta. Un aplauso ensordecedor remató el acontecimiento, y el edificio de la nueva sede de Naciones Unidas quedó oficialmente inaugurado.

4

Babilonia

Decker Hawthorne disfrutaba de un desayuno tardío sentado en un rincón del nuevo comedor de la ONU. Al levantar la vista de su plato vacío, que pocos instantes antes habían llenado un gofre y una buena ración de beicon, Decker divisó a Christopher, que se dirigía hacia él sonriendo. Decker lo saludó devolviéndole la sonrisa.

– ¿Has desayunado? -le preguntó.

– Me he tomado un donut en el despacho -le contestó Christopher, que, sin más, abordó el asunto que le traía. Todavía de pie, se inclinó sobre la mesa y le habló en voz baja para que nadie más pudiera oírle-. ¿Te interesaría ver el secreto de la vida eterna? -le susurró.

Decker levantó las cejas.

– ¿La comunión? -le preguntó, utilizando la terminología que Christopher había empleado casi dos años atrás.

Christopher asintió con la cabeza.

– Ya sé lo que es -dijo Decker simulando indiferencia.

– ¿Qué? ¿Cómo? -resolló Christopher con asombro.

– Yo era periodista, ¿recuerdas?

Christopher sacó una silla y tomó asiento; parecía decepcionado.

– Y yo que pensaba que era un secreto tan bien guardado -dijo meneando la cabeza-. Se tomaron todas las precauciones posibles. -Se quedó mirando fijamente a Decker, y luego ambos sonrieron-. Bueno, entonces, ¿qué es lo que sabes? -preguntó.

– No tanto, la verdad -admitió Decker-. Sé que hay un gran proyecto secreto en marcha en la OMS -dijo refiriéndose a la Organización Mundial de la Salud-. Y sé que tú has dicho que esta «comunión» tiene la supuesta capacidad de extender la vida humana de forma prodigiosa. Para mí -dijo estudiando la expresión de Christopher en busca de una reacción que pudiera confirmar sus sospechas-, que la OMS ha estado trabajando en algo parecido a lo que estaba dedicado tu tío Harry antes de morir.

– No vas desencaminado -dijo Christopher-, pero no es eso exactamente. Lo cierto es que el experimento en el que trabajaba el tío Harry era mucho más complicado. No cayó en la cuenta de que hay una forma mucho más sencilla de conseguir lo que él andaba buscando.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Decker inclinándose hacia delante y dejando ver, por fin, lo mucho que le interesaba él tema en realidad.

– Decker, ya sé que ha pasado mucho tiempo, pero ¿te acuerdas de cuando estuvimos en el campamento de refugiados de Sāhiwāi, en Pakistán, hace unos cinco años? -Decker asintió con la cabeza-. El último día, yo estaba en la tienda y tú viniste a buscarme. Al entrar, te conté que había visto morir a uno que quería escapar de las garras de la muerte.

Decker asintió de nuevo mientras evocaba los acontecimientos.

– Fue el día que el secretario general Hansen murió en el accidente de avión.

– Pero había alguien más en mi visión -continuó Christopher-. Estaba aquel que quiso aceptar la liberación de la muerte. -Christopher se encogió de hombros y meneó la cabeza-. Entonces no lo entendí del todo. Si me hubieses preguntado entonces, no sé qué habría dicho, pero ahora lo comprendo. Era Juan.

Decker supo al instante que Christopher hablaba de Yochanan bar Zebadee, el apóstol Juan.

– Te conté una vez que cuando me crucificaron, Juan fue el único de los apóstoles que vino a verme a la cruz. Al principio pensé que venía a pedir perdón por haberme traicionado, pero, claro, no lo hizo por eso. Sin embargo, tampoco vino solamente para mofarse de mí -explicó Christopher-. ¿Recuerdas la leyenda del Santo Grial?

– Por supuesto -contestó Decker-. Se supone que es la copa que utilizaste en la Última Cena. Recuerdo haber leído de pequeño historias sobre los caballeros de la Mesa Redonda y su búsqueda del Santo Grial. Claro que nunca lo encontraban.

– Una de las leyendas sobre el Santo Grial -continuó Christopher- dice que cuando Juan me visitó en la cruz, llevaba el Grial con él.

Decker se quedó pensativo unos instantes.

– Sí que me suena algo de eso -dijo lentamente, intentando despertar algún otro recuerdo sobre el asunto-. La leyenda decía que Juan recogió un poco de tu sangre, dejando que goteara en la copa. -Un recuerdo, olvidado desde hacía mucho tiempo en su memoria, empezó a abrirse camino hasta la conciencia de Decker. Empezó a hablar, pero luego se detuvo para cerciorarse de que su recuerdo era correcto-. Según la leyenda -empezó vacilante; y entonces, de pronto, le sorprendió la conexión con la conversación. De no haber estado ya sentado, habría tenido que sentarse. ¿Podía ser verdad lo que sugería Christopher?-. Según la leyenda -empezó Decker de nuevo-, ¡quien beba de la sangre del Grial vivirá eternamente!

Christopher asintió, y Decker supo que no sólo había recordado con precisión la leyenda, sino que sus sospechas eran ciertas: no había necesidad de recurrir a algo tan complejo como la ingeniería genética a la que el profesor Goodman había dedicado sus experimentos. La inmunidad absoluta a todas las enfermedades y el poder de curación rápida -el secreto de la vida eterna que Harry Goodman había buscado- podía conseguirse con tan sólo ingerir la sangre.

– De alguna forma, Juan supo que al beber la sangre conseguiría vivir eternamente -concluyó Christopher-. Supongo que formaba parte de su trato con Yahvé.

– Pero en Pakistán dijiste que Juan «buscaba la liberación de la muerte». Eso hace que suene a que deseaba morir.

– Creo que lo deseaba; no sé por qué. Dudo que fuera porque se sentía culpable por haber vendido la raza humana a Yahvé. Supongo que después de dos mil años, sencillamente estaba cansado de vivir.

Decker meditó sobre lo que Christopher había dicho y luego retomó el tema más acuciante.

– Pero si los beneficios de la sangre se adquieren bebiéndola, ¿qué hay de Milner? -Robert Milner rondaba ya los noventa y cinco, pero aparentaba ser más joven que Decker, que tenía setenta y uno.

– Al parecer, funciona tanto por vía oral como por vía intravenosa -contestó Christopher haciendo referencia a la ocasión en la que, catorce años atrás, Robert Milner, en su lecho de muerte, había recibido una transfusión de sangre de Christopher-. Sus propiedades son todo un misterio, pero con lo que sabíamos que la sangre había conseguido con Robert Milner, había que investigarlo. En un principio se pensó que resultaría más efectiva en inyectables, lo que además requeriría dosis menores que si se suministraba por vía oral. Pero al añadir a la sangre un nuevo agente de absorción diseñado genéticamente, la OMS descubrió que la ingestión oral de dos píldoras de tamaño corriente resultaba tan efectiva como una transfusión de cincuenta centímetros cúbicos.

– Vamos, algo así como «tómese dos píldoras y se acabó el llámeme mañana a ver qué tal» -dijo Decker, que no pudo resistirse a hacer el chiste.

– Sí, supongo que sí -dijo Christopher riéndose-. No sabemos muy bien por qué, pero a la semana de su ingestión, el sistema inmunológico humano gana en resistencia y en capacidad de recuperación, tanto que resulta casi increíble. Pasado un mes, el organismo es completamente inmune a todas las infecciones bacterianas y virales. Y aunque todavía es pronto para asegurarlo a partir de los voluntarios del grupo de control, si se repite lo de Bob Milner, puede que incluso contrarreste los efectos del envejecimiento.

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