La ciudad de Babilonia, a orillas del Hilla, uno de los brazos del Éufrates, justo al norte de la moderna ciudad de Hilla y unos ochenta y ocho kilómetros al sudoeste de Bagdad, es una de las ciudades más célebres del mundo antiguo. Dependiendo de la crónica a la que se quiera dar crédito, la antigua ciudad pudo ocupar una enorme extensión de quinientos ochenta y dos kilómetros cuadrados o haber sido una pequeña población de tan sólo doce kilómetros cuadrados. La primera mención a Babilonia en la literatura griega la hace Herodoto, que la representó como un cuadrado exacto de ciento veinte estadios (unos veintidós kilómetros) por cada lado, situada en una extensa llanura. La ciudad ganó eminencia histórica en la región en el iii a. C., cuando el curso del río Éufrates se desvió hacia el oeste, alejándose de la antigua ciudad sumeria de Kish. Desde entonces la historia de Babilonia puede dividirse en cinco periodos bien definidos. La antigua Babilonia, la capital desde la que gobernaron Hammurabi y sus sucesores, fue destruida casi por completo por el rey asirio Senaquerib, hacia el 689 a. C. Una década después, el hijo y sucesor de Senaquerib, Asaradón, había levantado ya una nueva ciudad sobre el mismo emplazamiento, pero aquélla fue también pasto de levantamientos y asedios. Más tarde, entre el 626 a. C. y el 562 a. C., Nabopolasar y su hijo, Nabucodonosor, reconstruyeron Babilonia y la elevaron a su era más gloriosa. Fue durante el reinado de Nabucodonosor cuando se construyeron la fabulosa muralla y los jardines colgantes (dos de las primeras siete maravillas del mundo antiguo). En el año 275 a. C., los habitantes de la ciudad fueron trasladados a la nueva ciudad de Seleucia, a orillas del Tigris, poniendo punto final a la historia antigua de Babilonia.
A comienzos de la década de 1980, el presidente iraquí Sadam Husein, que se consideraba a sí mismo una versión moderna de Nabucodonosor, destinó cientos de millones de dólares procedentes de la venta de crudo a la reconstrucción de la ciudad, para que sirviera de monumento al pueblo iraquí o, para ser más exactos, a sí mismo. Tras la liberación de Irak en 2003 no se perdió el interés en la reconstrucción.
Ahora, un año y medio después de la epidemia de locura que había diezmado la región, los únicos iraquíes que quedaban para habitar la ciudad eran los emigrantes que habían regresado a su país desde el extranjero. A ellos, sin embargo, se unió una población de más de treinta y ocho mil ingenieros y obreros, que inundaron la ciudad para trabajar en los numerosos proyectos de construcción. Sumando las familias de los trabajadores y otras nueve mil doscientas personas de personal de apoyo, la población de Babilonia ascendía a casi cincuenta y cinco mil personas, haciendo de ella una bulliciosa metrópoli en comparación con el resto de Irak y de los países circundantes, que, con la excepción de Israel, estaban prácticamente deshabitados. Teniendo en cuenta la hostilidad histórica que había enfrentado a ambos países, resultaba irónico que casi una sexta parte de la población iraquí fuera israelí. Pero el de ahora era un Irak diferente que, al igual que el nuevo Israel, estaba bajo el control de Naciones Unidas y permanecía abierto a todas las razas y nacionalidades.
Christopher Goodman y su séquito de periodistas habían empezado el día con una visita a la ciudad, que se remató con los discursos de toda una plétora de personalidades de diferentes rincones del mundo, que alabaron el liderazgo de Christopher y elogiaron a cuantos habían participado en el proyecto de la nueva sede de la ONU. Entre aplausos y vítores, Christopher exaltó el espíritu humano, que con este proyecto «había demostrado su superioridad y resistencia a los caprichos de los opresores espirituales». Ante una audiencia de millones de oyentes y espectadores, repartidos por todo el globo, Christopher evocó la significación histórica y espiritual de la ciudad.
Después de repetir cuanto había dicho ante la reunión de líderes de la Nueva Era en la ONU, apuntó:
– Fue muy cerca de aquí donde aterrizó la primera nave theatana hace más de cuatro mil millones de años, y donde empezó la vida en la Tierra. Fue cerca de este lugar, en Edén, donde la humanidad declaró por primera vez su independencia de Yahvé. Fue en este mismo lugar -añadió- donde la humanidad se unió en paz por primera vez para trabajar como un único pueblo en la construcción de una gran ciudad y de la majestuosa torre de Babel, antes de que fuera dispersada por el despótico Yahvé. Y -dijo Christopher, completando su breve lección de historia-, trágicamente, no fue muy lejos de aquí donde Yahvé, en la que probablemente ha sido su acción más cruel contra la raza humana, liberó la locura que condujo a la brutal aniquilación de una tercera parte de la población del planeta.
Christopher concluyó sus palabras subrayando que la decisión de Naciones Unidas de construir su nueva sede en Babilonia había sellado para siempre la emancipación de la humanidad del dominio de Yahvé.
Concluido su discurso, Christopher levantó unas grandes tijeras y se dispuso a cortar la ancha cinta roja atravesada ante la entrada a la nueva sede. Por mucho que fuera el segundo año de la Nueva Era, hay tradiciones que nunca cambian y Christopher había aceptado ejercer de cortador de cinta con buen humor.
Robert Milner acercó la cinta roja a Christopher, que seguía con un brazo inutilizado, y cuando éste se disponía a cortar, alguien entre la muchedumbre exclamó de pronto: «¡Mirad!».
Los presentes tardaron unos instantes en darse cuenta de lo que ocurría, pero luego todos pudieron contemplar cómo, justo encima del nuevo edificio, una luz intermitente empezaba a ganar tamaño y forma, de manera muy similar a la que había aparecido un año antes sobre Central Park, en Nueva York.
– ¡Cayó, cayó la gran Babilonia!, la que ha dado a beber a todas las naciones el vino iracundo de su fornicación [11]-dijo. Luego, repitió el mensaje y desapareció.
Como anteriormente, el suceso fue recogido por las cámaras de televisión y retransmitido a todo el globo. Y de nuevo, a fin de trasladar su mensaje a las gentes de la Tierra personalmente, el ángel se apareció y repitió su mensaje en casi dos mil ciudades de todo el planeta.
En Babilonia, todos los ojos y todas las cámaras se volvieron hacia Christopher. Durante unos breves momentos permaneció en silencio y entonces, al contrario de como reaccionó ante la primera aparición del ángel, se echó a reír. Era una risa contagiosa y, sin saber muy bien por qué, muchos de los que le miraban empezaron a reír también.
Christopher paró un segundo, pero enseguida volvió a prorrumpir en carcajadas, sacudiendo la cabeza como si no acabara de creerse lo que acababa de presenciar.
– Bueno, ¡no se puede negar -dijo, por fin- que Yahvé sabe cómo robarle el protagonismo a uno! -Ahora estalló en risas toda la muchedumbre.
– Pero su efectismo teatral no nos va a asustar -continuó. Y mirando al cielo, levantó el puño hacia el firmamento y le gritó a Yahvé-: ¡No conseguirás amedrentarnos! ¡La humanidad no se postrará ni ante ti ni ante ningún otro tirano nunca más!
Entonces varios miles de puños fueron levantados en desafío hacia el cielo, mientras un rugido espontáneo de vítores resonó por toda la ciudad.
– Yahvé sabe -dijo Christopher, mirando de nuevo a la muchedumbre- que con la construcción de la nueva sede de la ONU en Babilonia, la humanidad le está dando una bofetada en la cara. Cada día que pasa, su desesperación se hace mayor, porque siente cómo la Tierra se le escapa de sus garras. -La muchedumbre volvió a estallar en vítores-. Desesperado -continuó Christopher-, intenta asustarnos con estas ridículas apariciones, que le convierten en el hazmerreír del planeta.
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