Entonces, sin que nadie supiera cómo ni cuándo, la luz adoptó una forma familiar. Se trataba de un hombre, o para ser más exactos, tenía forma humana, pero enseguida quedó patente que no podía ser un hombre. Era demasiado grande, tan alto como los edificios de la ciudad, y vestía una túnica larga y amplia de la más pura luz blanca. Después hubo quienes aseguraron que tenía alas, aunque la mayoría estaba segura de que no era así, y la grabación del suceso no sirvió para confirmarlo, aunque tampoco para descartarlo.
Christopher no desperdició ni un momento más y cogió el micrófono.
– ¡Gentes de la Tierra, no temáis! -declaró-. Esta aparición es un mensajero de Yahvé, enviado para sembrar el temor entre vosotros y apartaros de un destino que es vuestro por derecho.
Antes de que Christopher pudiera añadir nada más, el ente habló.
– Temed a Dios y dadle gloria -empezó-, porque llegó la hora de su juicio. -Su voz sonaba como el trueno y hablaba la misma lengua universal que Christopher había utilizado en Jerusalén-. Y adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. [10]
Dicho esto, la luz se esfumó aún más deprisa, si cabe, de lo que había aparecido. Medio mundo lo había visto por televisión, pero el insólito ser parecía querer transmitir su mensaje personalmente a las gentes de la Tierra, con todo el impacto de sus fabulosos tamaño y voz. Así que durante todo aquel día se apareció y repitió su mensaje en casi dos mil ciudades de todo el mundo.
Desde Nueva York, Christopher quiso tranquilizar a todos, asegurando al mundo entero que no había nada que temer.
– Habéis sido testigos de la desesperación de Yahvé -dijo-. Nos exige que le temamos y le adoremos, y con ello ha desvelado su auténtica naturaleza. No debemos temerle, porque él no es nuestro dios. A la humanidad no le hace falta un dios, porque nosotros mismos seremos dioses algún día, y no tendremos que temer ni postrarnos ante nada ni nadie. No debemos ceder a las amenazas de Yahvé, provengan éstas de la boca de un ángel o de las del Koum Damah Patar.
Con esto último, Christopher se refería a la reciente reactivación del KDP. Aunque algunos de sus miembros se habían quedado en Petra, la mayoría había regresado al mundo exterior. Y a pesar del esfuerzo de numerosas organizaciones policiales, los miembros del KDP habían resultado ser tan escurridizos como sus maestros, Juan y Cohen.
– Yahvé formula sus demandas, pero están vacías -declaró Christopher-. Ponedme a prueba y comprobad si cuanto digo no es verdad. Aguardad una semana, un mes, un año y veréis como Yahvé no hace nada para hacer cumplir su demanda de adoración. ¡No lo hará porque no puede! Son exigencias vacías; ¡amenazas vacías! Yahvé sabe que tiene los días contados -continuó-. Ha visto pruebas de ello en vuestras vidas, mientras os aproximáis al comienzo de vuestra propia divinidad autorrealizada. La humanidad no necesita a Yahvé ni a ningún otro dios. ¡Nosotros debemos ser nuestro único dios!
11 de marzo (Día de Año Nuevo), 2 N.E.
Jerusalén
Tal y como Christopher les había prometido, Yahvé no hizo nada por hacer valer su demanda de adoración. Al principio había cierto recelo entre la población, sobre todo debido a que el KDP y sus aliados en un puñado de iglesias cristianas ortodoxas continuaron haciendo llamadas a la adoración de Yahvé. Si tenían poderes para hacer algo más que eso, no los utilizaron. Y ahora, el primer día de Año Nuevo de la Nueva Era, casi cinco meses después de la aparición en Nueva York, el mundo empezaba a confiar en lo que Christopher les había dicho.
A lo largo y ancho del planeta se habían programado fiestas para conmemorar por todo lo alto ese primer año nuevo. Pero eran algo más que una adecuada sustitución a las celebraciones de Año Nuevo de la antigua era, las festividades de este día estaban destinadas a subrayar la realidad de la Nueva Era a quienes se resistían al cambio. En la televisión se emitían documentales sobre cuanto se conocía sobre la vida de Christopher, y recordaban al mundo la devastación y muerte que habían precedido su ascenso al poder, un año antes.
Ninguna celebración superó la magnitud y entusiasmo de la de Jerusalén, la incubadora de buena parte de la historia universal y la ciudad desde la que Christopher pronunció la declaración de independencia de la raza humana del yugo de Yahvé. Por esa razón, era más que apropiado que las celebraciones de ese día se centraran en Jerusalén y, particularmente, en el Templo.
Las cosas habían cambiado mucho en ese último año. A pesar de los llamamientos de la primera ministra Golda Reiner, el éxodo judío a Petra, en Jordania, continuaba, y aunque no se había conseguido convencer a ninguno de los exiliados de que regresara, el flujo había disminuido y ya no era más que un goteo. Reiner había descubierto que el éxodo de los judíos tenía una irónica ventaja; su relación con el Knesset era mucho más fluida ahora que no tenía que lidiar con los ortodoxos. Con un gobierno israelí más acomodadizo, Jerusalén se había convertido en una auténtica ciudad internacional, supervisada en parte por un administrador de Naciones Unidas y abierta a todas las razas y nacionalidades. Lo mismo ocurría con el Templo. El acceso ya no atendía a razones de nacionalidad o confesión. Ahora, todas las zonas del Templo estaban abiertas a todos, incluido el sanctasanctórum. El Arca se conservaba tal y como Christopher la había dejado, con la tapa abierta, para recordar al mundo entero que había retirado las tablas y reemplazado los mandamientos de Yahvé por una nueva alianza: el decreto de que la humanidad debía pasar de la era de la adolescencia a una Nueva Era de madurez y de confianza en sí misma, de la que nacerían una justicia y libertad auténticas para todos los pueblos.
Christopher, Decker y Robert Milner llegaron juntos en helicóptero a Jerusalén, recordando a todos los acontecimientos de un año antes. Pero lo que les traía a Jerusalén no era solamente la celebración del año nuevo. Venían, además, a participar en la dedicación oficial de una estatua de Christopher, que había sido encargada por Robert Milne, costeada por la ONU y aprobada por el gobierno israelí. La estatua, de hecho, había sido erigida treinta días después de que Christopher pronunciara su discurso de Jerusalén; en concreto, el sexto día de la semana de la Pascua hebrea, pero como Christopher no había estado presente, se había programado, como es habitual en política, una «dedicación oficial» para marcar de forma simbólica la celebración de Año Nuevo y al mismo tiempo dar un empujón al debilitado sector turístico israelí.
La estatua, una recreación de Christopher de escala levemente superior a la real, descansaba muy apropiadamente en el lugar donde había pronunciado su discurso de Jerusalén, sobre el pináculo del Templo, desde donde era visible a todo el mundo. Para que el visitante pudiera experimentar, hasta cierto punto, las sensaciones de quienes habían estado presentes aquel día, se habían colocado unos altavoces cerca de la estatua por los que se podía escuchar el célebre discurso tres veces al día: al amanecer, a mediodía y en el ocaso.
24 de octubre (día de naciones unidas), 2 N.E.
Babilonia, Irak
Apenas habían pasado diecinueve meses desde que el Consejo de Seguridad votara a favor de la construcción de una nueva sede en Babilonia y, sin embargo, allí, en un emplazamiento no muy lejano de la reconstrucción del antiguo palacio del rey Nabucodonosor, se levantaba ya la estructura completa del edificio central de la nueva sede. Todavía quedaba mucho por hacer en el interior, y los nueve edificios restantes no eran más que esqueletos todavía. Con todo, el Día de Naciones Unidas sólo se celebraba una vez al año y a todos les pareció que era la ocasión idónea para inaugurar el nuevo complejo. La primera en trasladarse a la nueva sede sería la Organización Mundial de la Salud (OMS), una decisión sin explicación aparente, porque ya se había establecido que las oficinas de la OMS estarían ubicadas finalmente en otro lugar de la ciudad. No tenía mucho sentido trasladar ahora la OMS, si a los tres meses iba a tener que cambiar de sede de nuevo, pero por alguna razón desconocida era esencial para Christopher que así se hiciera, y a nadie le pareció que el asunto mereciese más atención.
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