Doménico Mantuano
Los gendarmes de Dios
El Opus Dei, la cara intolerante de la Iglesia Católica
Colección Conjuras
LD Books
Edición Digital
Los gendarmes de Dios
© Doménico Mantuano, 2012
LD Books
D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V., 2012
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ISBN edición impresa: 978-607-457-232-2
Colección Conjuras
DR. © Portada: Mariel Mambretti
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor.
Índice
Introducción
Capítulo 1. Las piedras basales
Capítulo 2. La obra se consolida
Capítulo 3. Palacios y bancos
Capítulo 4. Al santo lo que es del César
Capítulo 5. Los dos amos
Capítulo 6. El Santo Imperio
Capítulo 7. "Por sus frutos los conoceréis”
Conclusiones
Apéndice fotográfico
Bibliografía
Introducción
La política nunca le fue ajena a la Iglesia Católica; muy por el contrario, intrigas de palacio, pujas por territorios o riquezas y ejércitos combatiendo con el estandarte papal son una parte sustancial de la historia de los herederos de Pedro.
Más acá en el tiempo, la cohabitación con dictaduras de todo cariz y la sagrada bendición a los fusiles también son un eslabón de su historia; tanto como la opción por los pobres, los innumerables curas mártires de tiranos impiadosos, y papados ilustres como el de Juan XXIII o el brevísimo de Juan Pablo I.
En la Iglesia Católica, como en cualquier otra sociedad del mundo, cabe de todo, lo bueno y lo malo, aunque esto último suela ejercerse en nombre de Dios.
Desde Torquemada (alumbrado por las hogueras de la Inquisición) hasta Tomás Moro o Giordano Bruno, la Iglesia ha visto pasar por su seno todo tipo de hombres y de movimientos que se adjudicaban ser los portadores de la verdad de Cristo, en cuyo nombre a menudo se combatió a la ciencia, al progreso, a la libertad y a la igualdad (de género, fundamentalmente). Aunque también en su nombre se enfrentaron tiranías, se curó, se educó, se sanaron llagas...
En los años 30 del siglo XX, la España, que a lo largo de su historia había parido a Santiago Apóstol y a reyes brillantes, que había ensanchado geográficamente el mundo conocido y se había estrechado por la intolerancia, que había logrado una unidad monolítica siglos antes con los Reyes Católicos, puso en controversia dos pilares que desde el siglo XV parecían inquebrantables: la Monarquía y la Iglesia Católica.
La Segunda República llegó para proponer nuevos valores sociales, políticos, económicos y religiosos a una atávica España que, sin dudas, carecía aún de la capacidad para digerir esa novedad. Se desató entonces la consabida reacción, la Guerra Civil y una larga noche de cuarenta años que el mundo conoció como “franquismo”.
En dichas circunstancias, un oscuro sacerdote de Aragón, deseoso de pertenecer a la aristocracia y de erigirse en un profeta del siglo XX, logró desarrollar una organización religiosa a la que designó ampulosamente como la Obra de Dios, Opus Dei, en latín, porque, según él, habría sido el propio Dios quien le reclamara lanzarse a tamaña misión.
Este líder se diferenciaba de muchos otros que crearon reglas de clausura u órdenes misionales. José María Escrivá poco tenía de anacoreta y mucho de mundano; nada de místico retirado y mucho de hombre de acción deseoso de emprender lides concretas en medio de la sociedad.
Escrivá valoraba por sobre todo el poder como herramienta “evangelizadora”. El poder político y, por supuesto, el poder económico. Así reclutó laicos deseosos de ganar la santidad en la tierra, impuso un severo integrismo católico junto con reglas profundamente restrictivas, y (más duro que Ignacio de Loyola) dotó a la Obra que Dios le había pedido de un rígido hermetismo respecto de su organización y de sus actividades, tanto como de una disciplina digna de un ejército prusiano.
Con el tiempo, el Opus Dei, que se desarrollaría funcionando como una mezcla de secta exclusivista y una multinacional de negocios, siempre mejor protegida al cobijo de regímenes reaccionarios que en sociedades abiertas, terminaría ocupando un lugar de privilegio en las decisiones vaticanas y en la propia organización interna de la Iglesia Católica.
Con el beneficio de la “prelatura personal”, o sea, sin tener que depender de obispo alguno, la Obra tiene a su propio Prelado, forma y unge sacerdotes por su cuenta, dispone de una cantidad de empresas, bancos, universidades y cuenta con recursos económicos que, al día de hoy, resultan incalculables. Sólo su sede en Nueva York, por ejemplo, está valuada en 42 millones de dólares.
Sin embargo, no es su abrumador poderío económico lo que suele sobresaltar a los sectores más prevenidos de la Iglesia. El Opus ha apoyado y financiado dictaduras y gobiernos de derecha y ultraderecha cada vez que tuvo la oportunidad de hacerlo. Su organización interna exige entrega y sumisión total a sus miembros superiores, al punto que cuenta con “sirvientas” dedicadas, exclusivamente, a cuidar y atender las necesidades de los miembros más poderosos.
Desentrañar su historia, su participación en el mundo de los negocios y la política, supone no solamente conocer al Opus Dei como organización autónoma, sino echar luz sobre el muchas veces oscuro entramado de la política, las relaciones internacionales y la globalización económica.
También, sobre los pliegues de una de las instituciones más antiguas que existen sobre la tierra: la Iglesia Católica.
Capítulo 1
Las piedras basales
“Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas.”
Mateo, 10:16
José María Julián Mariano Escrivá de Balaguer y Albás nació en Barbastro, una provincia de Aragón, el 9 de enero de 1902, casi junto con el siglo XX; un siglo que desparramaría sangre, muertes por millones, torturas, éxodos y supresión de la libertad y los derechos humanos a lo largo y lo ancho de todo el planeta.
Se dice que en las navidades de 1917, el púber José María (todavía sus nombres no se escribían juntos) vio sobre la nieve las huellas de un carmelita descalzo y tal fue su impresión que decidió abrazar la carrera sacerdotal.
Por entonces, el jovencito vivía en Logroño, a la vera del río Ebro y en un punto del Camino de Santiago. La bancarrota del comercio de tejidos fundado por su padre, don José Escrivá y Corzán, empujó a la familia a buscar otros aires y un nuevo trabajo. Dos años después de haber ingresado al seminario de Logroño, José María abandonó la pequeña ciudad para continuar sus estudios en Zaragoza, Aragón; ya por entonces (1920), una de las cinco ciudades más importantes de España.
De aquellos años en el seminario de Zaragoza son las primeras semblanzas de quien, con el tiempo, se convertiría en el “niño mimado” de Francisco Franco.
José María era un joven piadoso, inteligente e inquieto a los ojos de algunos de sus compañeros, y según la versión de Ramón Herrando Prat de la Riba. Otros, como Manuel Mindán Manero, sacerdote, filósofo y compañero de estudios de Escrivá, lo retratarían luego, en cambio, como un “hombre oscuro, introvertido y con notable falta de agudeza”.
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