El Consejo de Seguridad votó de inmediato a favor del despliegue de fuerzas de la ONU, tal y como había pedido Christopher, pero llegaban tarde. Esa misma noche fueron bombardeadas otras treinta y tres clínicas.
2 de agosto, 3 N.E.
Babilonia
– Resulta tentador -dijo Robert Milner- emplear eufemismos como «eliminar» o «anular», pero, aunque estos términos pueden funcionar mejor con el público en general, es esencial que quienes estamos hoy aquí hagamos frente a la realidad de la propuesta, llamando a las cosas por su nombre. -Su honesta valoración golpeó a los presentes como un jarro de agua fría, molesta por inesperada, pero digna de encomio por plantear con claridad la realidad de la situación-. Hablamos de votar a favor de la restitución de la pena capital, de la pena de muerte.
En la sala lo acompañaban Decker, Christopher y los diez miembros del Consejo de Seguridad. Christopher había renunciado al cargo de representante permanente de Europa y salvaguardia de Oriente Próximo y África oriental en enero, para que hubiera de nuevo diez miembros permanentes. La reunión, informal y completamente extraoficial, había sido convocada por Christopher a fin de evaluar de qué opciones disponía para hacer frente al reino de terror instaurado por los fundamentalistas. La respuesta a su pregunta siempre era la misma.
Los atentados terroristas habían continuado durante tres semanas. El uso de las fuerzas de seguridad de la ONU había reducido el número de ataques a clínicas con bombas incendiarias y tiroteos desde coches en marcha. Pero, de una u otra manera, los fundamentalistas siempre parecían saber de antemano cuál era el punto débil de la seguridad y cómo emplearlo a su favor. Aunque esta información podía haberse atribuido en un principio a alguna filtración desde las propias fuerzas de seguridad de la ONU, por lo general, las fuerzas no se enteraban de la existencia de esos puntos débiles hasta que los terroristas, con su fabulosa destreza, se valían de ellos. Lo que sabían superaba el contenido de cualquier información interna y demostraba el conocimiento de una serie de detalles que ninguna otra persona conocía. El éxito de sus ataques tampoco podía achacarse a la casualidad ni a la suerte. La única explicación razonable era que los miembros del KDP se estaban sirviendo de sus capacidades psíquicas para ayudar a los fundamentalistas.
No obstante, los fundamentalistas mostraban ser sorprendentemente descuidados a la hora de borrar sus huellas. A pesar de la precisión con que planeaban cada una de sus ofensivas, siempre dejaban atrás un reguero de testigos, a los que les faltaba tiempo para ir corriendo a señalar a los culpables. Sorprendía también que, después de cometer sus crímenes, los fundamentalistas regresaran directamente a sus hogares y puestos de trabajo, haciendo que su captura fuera casi demasiado fácil. Era como si quisieran ser arrestados, como si buscaran convertirse en mártires.
En todo el mundo, las fuerzas de seguridad de la ONU y las diferentes autoridades locales habían arrestado a cientos de fundamentalistas, acusados de activismo terrorista. Aunque las detenciones tendrían que haber suscitado cierto optimismo, no había nada que celebrar, porque tan pronto era identificada una célula terrorista y sus componentes eran detenidos, aparecía otra para reemplazarla.
A pesar del testimonio de diversos testigos, los acusados alegaban ser inocentes o se negaban a responder a los cargos. Algunos se limitaban a rezar, mientras que otros hacían todo lo posible por boicotear el juicio, ya fuera cantando o exclamando alabanzas a su dios. La mayoría aprovechaba la vista para predicar ante el tribunal y quienes les acusaban.
Fuera de los juzgados, los fundamentalistas estaban consiguiendo un serio impacto. Debido a la implacable estrategia de ataques a las clínicas, el número de personas que recibía la comunión se había reducido a un minúsculo goteo. Las clínicas, preparadas para atender a miles de personas cada día, sólo recibían la visita de algunos centenares.
– Lo más frustrante -comunicó Christopher a los que estaban en la reunión- es que no nos oponemos ni a ellos ni a su religión en sí. Podían conservar sus creencias, o por lo menos buena parte de su fe, y seguir siendo bienvenidos en la Nueva Era. No hemos restringido otras creencias, ni queremos hacerlo. Muy pronto toda la humanidad habrá superado con creces la necesidad de una religión y no importará si, en el pasado, uno era budista o taoísta o cristiano. Lo único que pedimos es que los fundamentalistas acepten el hecho de que la verdad, tal y como la ven los demás, es tan válida como la que ellos creen ver.
– Y es ahí donde está el problema -se lamentó Milner-. Después de todo, está en la naturaleza misma del fanático religioso creer que la suya es la única verdad. No está dispuesto a admitir que fuera de su ortodoxia particular pueda haber nadie que posea una mínima porción de la verdad. Su exclusivismo es la fuente de un profundo sentimiento de orgullo. Para ellos, la raza humana es primitiva y regresiva. El mundo, para ellos, es un lugar malo e inhóspito, y creen que la humanidad debe ser aniquilada y arder para siempre en el infierno. La valía del hombre se define por su grado de sometimiento a Yahvé y no por su capacidad de llegar a ser completamente humano. Sólo aquellos que estén dispuestos a sacrificar su humanidad en el altar de la sumisión a un dios colérico merecen la salvación de un final tan tormentoso. Si pudieran, invocarían un diluvio similar al enviado por Yahvé en tiempos de Noé, para que el resto de la humanidad pereciese ahogada. No es de extrañar que, con tantos ejemplos de ira y destrucción como se pueden encontrar en la Biblia, esta gente justifique cualquier comportamiento, cualquier crimen, para detenernos. No sólo están convencidos de tener el derecho a hacerlo, sino que es su deber eliminar cualquier otra forma de pensamiento.
»Contamos con el apoyo necesario para castigar a los responsables -continuó Milner-, y yo, por lo pronto, estoy convencido de que no hay otra manera de detenerles.
– La gente exige justicia -dijo el embajador Tanaka tajantemente.
Christopher no volvió a abrir la boca y escuchó durante una hora cómo el resto expresaba en alto su opinión. Decker sabía que no le gustaba lo que estaba oyendo.
– He empezado diciendo -dijo Robert Milner para concluir- que el empleo de eufemismos estaba fuera de lugar si habíamos de discutir sobre las alternativas con toda sinceridad. Déjenme ahora que concluya resaltando que, a la luz de lo que ya sabemos sobre la naturaleza animal del hombre, en tanto en cuanto hemos sido iluminados por Christopher, lo cierto es que en realidad no estamos condenando a nadie a muerte, porque la muerte no es sino un efímero trámite en el círculo eterno de la vida. La semilla permanece bajo tierra, pero vuelve a brotar con vida. Así ocurre también con la semilla humana. No estamos hablando de ejecución, sino de liberación. No perseguimos la aniquilación, sino el renacimiento.
* * *
La reunión concluyó sin tomar una decisión, a fin de que todos tuvieran la oportunidad de recapacitar sobre cuanto se había dicho. En realidad, parecía que todos menos Christopher tenían ya decidido el camino a seguir.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó Decker cuando se hubieron ido todos los demás.
Christopher se recostó en la butaca y emitió un largo y dolido suspiro de exasperación. Decker aguardó a que le contestara.
– Me gustaría dejarlo todo -dijo Christopher para asombro de Decker-. A una parte de mí le gustaría decir: «Muy bien, Yahvé, tú ganas. Puedes quedarte con el planeta». Pero, claro, no puedo rendir el futuro de la humanidad así, sin más, sólo porque me veo obligado a hacer algo que no deseo. Y aun así, la pena capital me parece tan contraria a nuestros fines. Respeto profundamente a los que se acaban de ir -dijo refiriéndose al Consejo de Seguridad y a Robert Milner-. No hay duda de que han abordado el problema con mucha seriedad.
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