James BeauSeigneur - Los actos de Dios

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Tras las catástrofes que diezmaron a la población mundial, esta se encuentra dividida entre los seguidores del nuevo Mesías y los fundamentalistas que parecen no entender que la humanidad se encuentra en un nuevo paso evolutivo. Pero todo lo que hasta ese momento se ha desvelado como cierto es en realidad una profunda decepción que impulsará inexorablemente a la comunidad internacional a enfrentarse al mayor reto de la historia: el Apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, una batalla que todavía no ha sido escrita…

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– Gaia espera al señor Hawthorne -dijo Jackie al tiempo que liberaba a Decker de los brazos de la mujer. Ya fuera por respeto a Gaia Love o al metro ochenta y siete de Jackie, la mujer soltó a regañadientes a su presa, permitiendo así que siguieran avanzando.

En la sala estaban presentes la práctica totalidad de los líderes del movimiento de la Nueva Era. Eran tantos que a Decker se le antojó que Christopher y Milner habían subestimado hasta qué punto el mundo había estado preparado para el advenimiento de la Nueva Era. Había jefes de Estado, miembros de la Corte Mundial, celebridades del cine y de la televisión, grandes figuras del deporte, líderes sindicales, la totalidad del comité central del Consejo Mundial de Iglesias, varios obispos y cardenales de las Iglesias católica y cristiana ortodoxa, algunos ministros protestantes de primera línea y un buen número de otros líderes religiosos.

En las invitaciones para la reunión, Gaia Love había consignado que el propósito de ésta era «una ocasión de comunión y celebración del advenimiento de la Nueva Era». Pero, a pesar de los apretones de manos, los saludos y las sonrisas, a Decker no le pasó desapercibida en ningún momento la sombra de preocupación que planeaba sobre los asistentes. Mientras avanzaban, llegaban hasta él fragmentos de conversaciones que hablaban sobre lo acontecido en Jerusalén, empezando por la resurrección de Juan y Cohen y siguiendo con el terremoto inmediatamente posterior. Cuando llegaron a las primeras filas, incluso oyó que Gaia Love comentaba algo sobre Israel, pero fue incapaz de oír con exactitud lo que decía.

El terremoto había causado importantes destrozos en todo Jerusalén. Aproximadamente el diez por ciento de la ciudad había quedado reducida a escombros y se calculaba que había más de siete mil muertos. Christopher había convocado inmediatamente a las televisiones y la radio para asegurar al mundo que aquél no era el comienzo de un nuevo reinado de terror. «Juan y Cohen no regresarán -había dicho sin reservas-. Con su resurrección, ese dios que se alimenta del temor pretendía infundir el pánico, pero yo os llamo a la calma. ¡Juan y Cohen se han ido y no regresarán jamás! Son los seguidores de Yahvé los que deberían tener miedo, porque saben que nada pueden hacer contra la voluntad de la humanidad unida.»

Las encuestas realizadas inmediatamente después de su discurso revelaron que la mayoría creía a Christopher. Pero en una irónica vuelta de tuerca que desafiaba a toda lógica, miles de israelíes -muchos de los cuales habían perdido a familiares en el terremoto- no interpretaron estas nuevas muertes y destrucción como prueba de la naturaleza maligna de Yahvé, y empezaron a adorarle aún más al considerarla una demostración de su poder como si el poder en sí le hiciese digno de adoración. Pero más absurdo fue que el sumo sacerdote judío y sus seguidores celebrasen la resurrección de Juan y Cohen. Sí, les habían odiado antes de morir, y sí, seguían odiando a sus seguidores, los KDP, pero también era cierto que las cosas habían cambiado. Para empezar y siguiendo la fórmula de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», contemplaban la resurrección de Juan y Cohen como un desafío directo al poder de Christopher. También había que tener en cuenta que, a pesar de lo insólito de su comportamiento y de sus enseñanzas, lo cierto era que Juan y Cohen habían sido resucitados de entre los muertos y, aparentemente, recibido la llamada de Dios para que ascendieran al cielo. Como colofón no había que olvidar que, en el transcurso de su historia, Israel había mirado siempre con mejores ojos a sus profetas muertos que a los vivos, y aunque Juan y Cohen ya no estaban muertos, por lo menos sí que se habían ido.

Había además un último factor. Puede que el proverbio haga honor a la verdad cuando dice que nadie es profeta en su propia tierra, pero también es cierto que esa tierra luchará para defender incluso a un forajido local si quienes le atacan son extranjeros. De este modo, Juan y Cohen habían conquistado un lugar más favorable en el corazón de quienes, durante años, habían sido sus más férreos opositores.

Decker intercambiaba las cortesías de rigor con Gaia Love, cuando de pronto se hizo el silencio en el auditorio, dejando con la palabra en la boca a más de un ruidoso miembro del público. El secretario general Christopher Goodman había entrado en el auditorio, seguido de Robert Milner. Decker sintió cómo cambiaba el ambiente en la sala, que en vez del propio de una reunión se parecía ahora más al de un cónclave espiritual. Todavía le iba a costar un tiempo acostumbrarse al cambio de actitud de la gente hacia Christopher. La sala entera permaneció en silencio mientras Christopher y Milner se abrían paso hacia el estrado, y entonces desde algún lugar del enorme auditorio se pudo oír un único aplauso. Como nadie se le unió, el solitario aplaudidor se detuvo rápidamente, obviamente azorado por su aparente salida de tono. Sin saber exactamente por qué, a los presentes les parecía poco apropiado aplaudir a un dios.

Consciente de la tensión que se respiraba en la sala, Christopher se apresuró a coger el micrófono y, en contestación al aplaudidor solitario, sentenció:

– Gracias. Es agradable saber que me encuentro entre amigos.

La broma tuvo el efecto deseado y un estallido de risas espontaneas rompió el hielo, seguido de un aplauso ensordecedor.

Christopher sonrió y la enorme pantalla de vídeo que había a su espalda mostró su expresión de agradecimiento al auditorio.

– Amigos, auspiciosa asamblea, bienvenidos -empezó cuando por fin volvió a reinar el silencio en la sala. Una de las cosas que Decker había aprendido cuando redactaba discursos es que cuanto más importante es el ponente, menos tiene que decir para arrancar aplausos. Ahora que había quedado establecido que era apropiado aplaudir a Christopher, el axioma recuperaba toda su validez.

Cuando se apagaron los aplausos que motivaron su bienvenida, Christopher continuó.

– Vengo de asistir a una reunión del Consejo de Seguridad. El principal asunto a tratar ha sido la situación en Israel. Como todos sabéis, Naciones Unidas ha ofrecido ya en varias ocasiones a Israel, desde el terremoto, asistencia médica y tropas de apoyo que colaboren en restaurar el orden y la reconstrucción de la ciudad. Todos y cada uno de esos ofrecimientos han sido rehusados de manera tajante por el gobierno Eckstein -dijo refiriéndose al primer ministro israelí. A Decker le pareció que aquel tema, bien mirado, era cuando menos insólito como punto de arranque para el discurso de Christopher.

– Hay tres razones por las que estas negativas han resultado particularmente problemáticas. En primer lugar está la magnitud del sufrimiento, como bien hemos podido comprobar todos a diario en los informativos. La segunda razón es que, mientras el gobierno Eckstein fracasa en el intento de solventar esta crisis humana, se cierne sobre el país una nueva crisis promovida por el Koum Damah Patar, cuyos miembros están guiando de forma temeraria a miles de sus seguidores y compatriotas al inhóspito desierto de Jordania. Y tercero, si nos basamos en las declaraciones del primer ministro Eckstein, no hay duda de que sus objeciones a la ayuda de Naciones Unidas son, en última instancia, producto de prejuicios religiosos personales y de su lealtad a los grupos religiosos ultraortodoxos de su partido.

»Por fortuna para el pueblo de Israel, no todos los miembros del Likud se han dejado atar tan corto por el sumo sacerdote de Israel. Acabamos de saber que hace unas horas el Partido Socialdemócrata ha formado, bajo el liderazgo de Golda Reiner, una coalición con otros seis partidos minoritarios, forzando la convocatoria de elecciones.

Al escuchar la noticia, Gaia Love se inclinó hacia Jackie Hansen y Decker, y les susurró muy excitada:

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