– ¿Qué probabilidad hay de que el KDP posea poderes parecidos a los de Juan y Cohen? -preguntó la misma periodista al hilo de su primera pregunta.
– No tenemos constancia de que ningún miembro del KDP haya exhibido esa habilidad. Lo peor de lo que han sido capaces hasta ahora -dijo con una risita- ha sido abochornar a la gente.
– ¿Me equivoco o ha dicho antes que nada menos que una sexta parte de la población israelí ha seguido al KDP a Jordania? -preguntó otro periodista.
– Bueno, ésa es la cifra calculando por lo alto. Lo más probable es que se trate de entre un diez o doce por ciento del total -repuso el general.
– Aun así, ¿cómo es posible que sean tantos? Hasta ahora no había ninguna estimación que indicara que el KDP tuviera semejante número de seguidores.
– Creemos que sólo entre una tercera parte y la mitad de ellos son realmente seguidores del KDP; el resto lo compondrían principalmente judíos ultraconservadores, contrarios a la decisión de abrir el Templo a todas las razas, religiones y nacionalidades, y civiles desorientados que han creído al KDP cuando asegura que las fuerzas de Naciones Unidas se han desplegado en Israel como parte de un ejército invasor.
– ¿Es cierto que el ex primer ministro Eckstein y el sumo sacerdote Chaim Levin se cuentan entre los que han abandonado Israel? -preguntó otro periodista.
– No puedo contestar preguntas referentes a individuos concretos -dijo el general Parks, y señaló hacia otro periodista.
– ¿Por qué razón han tomado ustedes el Templo judío? -inquirió un miembro de la prensa judía, visiblemente enojado.
Parks se arrepintió al instante de haber elegido a aquel periodista en particular, pero tenía demasiada experiencia como para dejar que el error se reflejara en su rostro.
– La orden de asegurar el Templo -dijo Parks con mucha calma, ignorando el tono del periodista- procede directamente del secretario general Goodman. Con la cooperación completa de la primera ministra Reiner, y de acuerdo con la promesa que hizo cuando estuvo aquí hace nueve días, el secretario general ha ordenado que se proteja el Templo hasta el restablecimiento del orden público. Una vez las aguas hayan vuelto a su cauce, el Templo será reabierto a todas las gentes, independientemente de su nacionalidad y religión.
Parks ignoró la airada reacción del periodista, que empezó a denunciar a gritos el irregular método empleado por Golda Reiner para hacerse con el control del gobierno, sin la convocatoria de elecciones, y rápidamente señaló a otro periodista.
– ¿Ha sido la operación Rodeo aprobada por el secretario general? -preguntó el siguiente periodista.
– La operación Rodeo es una medida táctica, no estratégica. Las decisiones tácticas las tomo yo.
Oeste de Ash-Shawbak, Jordania
Mientras las fuerzas de la ONU avanzaban sigilosamente en transportes blindados y se situaban a unos cuatrocientos metros del campamento israelí, un enjambre de helicópteros las sobrevoló y empezó a dejar caer octavillas sobre el objetivo. En ellas se exponían las intenciones de la ONU y se ordenaba a los allí acampados que permanecieran en calma y entregaran todas las armas que tuvieran en su poder. Las octavillas prometían que nadie saldría herido si no se ofrecía resistencia. Se les proporcionaría agua y comida para todos, autobuses para ancianos y discapacitados, y una escolta acompañaría al resto de regreso a Israel de forma segura.
Los blindados se detuvieron, y los soldados del interior se apearon, para cubrir a pie la distancia que restaba. A fin de evitar que cundiera el pánico, habían recibido la orden de dejar los rifles en los blindados y se les había hecho entrega de pistolas, que no debían desenfundar si no recibían una contraorden.
Al aproximarse, tres hombres del campamento se apresuraron hacia ellos, con la intención, al parecer, de parlamentar con quienes estuvieran al mando. Al instante, el comandante general Harlan MacCoby dio el alto a las tropas, para comprobar las intenciones de los tres hombres. Los soldados obedecieron y el jeep del general MacCoby atravesó sus líneas para acercarse a la delegación israelí.
A través de sus gemelos, el general confirmó al instante sus sospechas. Las marcas que lucían en la frente los identificaban como miembros del KDP, de modo que no tenía muchas esperanzas de llegar a ningún acuerdo con ellos, pero era su deber intentarlo.
– Ordene a sus fuerzas que retrocedan y permítannos proseguir nuestro viaje -exigió con firmeza un KDP, cuando el jeep del general se hubo detenido ante ellos.
– Me temo que eso no va a ser posible -repuso el general.
– Si uno solo de sus hombres sobrepasa el lugar en el que ahora nos encontramos -dijo otro KDP-, el Señor, Dios, castigará a toda su tropa.
– No queremos hacer daño a nadie -ofreció el general MacCoby-, pero deben acceder a regresar a Israel.
– Tampoco es nuestro deseo que usted o su ejército sufran daño alguno -contestó uno de ellos-, pero debe dejar que sigamos adelante.
Sin más palabras, los tres KDP dieron media vuelta y emprendieron el regreso al campamento.
– No os resistáis -los amenazó gritando el general. Luego aguardó un instante por si había respuesta, y al no obtener ninguna, ordenó a las tropas que siguieran avanzando.
A los dos minutos, la primera línea de avance había alcanzado el punto donde se había producido el encuentro con los KDP. El general contuvo la respiración un momento mientras cruzaban la línea imaginaria trazada por los KDP, pero no ocurrió nada. Momentos después, cuando estuvieron a unos cien metros del campamento, se encontraron con más de un centenar de miembros del KDP, formando una muralla humana entre los israelíes y las fuerzas de la ONU. A su espalda, la totalidad del campamento aguardaba expectante, observando el avance. Entonces, como obedeciendo a una señal -aunque nadie pronunciara o emitiera palabra o sonido algunos-, todos los miembros del KDP se tiraron de bruces al suelo y elevaron un grito a su dios. Sin previo aviso, la tierra bajo los pies de los soldados tembló brevemente, se transformó en arenas movedizas y engulló a los soldados, que se debatían y gritaban, a sus vehículos y a cuanto llevaban con ellos. Todo acabó en cuestión de segundos. La tierra recuperó su firmeza, enterrando vivos a siete mil hombres y mujeres de veintisiete países. No quedó ni un soldado, ni tampoco una pieza de equipamiento militar.
* * *
Por segunda vez en menos de una semana, Christopher tuvo que presentarse ante la población mundial para hacer un llamamiento a la calma. A pesar de que el general Parks había ordenado la ejecución de la operación Rodeo sin consultarle, Christopher asumió toda la responsabilidad de lo ocurrido. El general Parks había procedido con buena fe a la hora de tomar una decisión que consideraba táctica y sobre la que tenía plena autoridad. Aunque se podía haber argumentado que la operación tenía más de estratégico que de táctico y que, por tanto, el general Parks debería haber consultado a sus superiores, la depuración de responsabilidades no iba a devolver la vida a los muertos. Lo único que Christopher podía hacer, y ya era demasiado tarde, era aprobar una directiva mediante la cual se prohibía a las fuerzas de Naciones Unidas entablar combate con miembros del KDP, salvo que él así lo ordenara personalmente. No obstante, juró que esa orden llegaría algún día, y que entonces se recordaría a los muertos y se les haría justicia.
Sin que lo ocurrido les amilanase lo más mínimo, es más, alentados y jubilosos, el primer gran contingente de seguidores del KDP llegó pronto a su destino. Como revelaron las fotografías por satélite, su meta era la antigua ciudad moabita y nabatea de Petra, en el sudoeste de Jordania.
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