Gándara la miró, preocupado.
– ¿Sabes qué día es hoy?
– Lunes… 31 de enero…
La voz sonaba pastosa.
El forense tomó sus constantes con un medidor corporal.
– Taquicardia, ligera hipotermia… Bueno. No podemos perder tiempo. Si tienes esa mema, hay que sacarla ya.
Con movimientos rápidos y precisos, el médico tiró hacia abajo de un aparato de aspecto espeluznante que pendía sobre su cabeza y lo puso en marcha. Empezó a emitir un amenazador zumbido.
– Tienes que estarte muy quieta. ¿Has entendido? Piensa que eres un fiambre.
La rep abrió mucho los ojos en muda aquiescencia. El forense encajó la punta metálica del aparato en la nariz de la androide y pulsó un botón.
– Ahí va la sonda…
Bruna gimió y sus manos se crisparon agónicamente.
– ¡Por todas las malditas especies, Gándara! ¿No hay manera de hacérselo más llevadero? -gruñó el inspector.
– Qué quieres, Lizard, aquí no tenemos anestésicos… No los necesitamos, no sé si te das cuenta… ¡Muy quieta, Bruna!… Pero va a ser rápido. Y además, tampoco es para tanto, ¿eh? Nunca se me ha quejado nadie, jaja…
En la pantalla se veía el avance por el cerebro de la nanosonda, tan extremadamente fina que emitía un destello fluorescente para poder ser vista. El gusano de luz daba vueltas y vueltas por la materia gris como un cometa loco en un universo cerrado. Gándara frunció el ceño.
– No puede ser…
Bruna jadeaba roncamente. Apretaba los puños y tenía el cuerpo tan tenso que los dedos de sus pies estaban encogidos como garfios. Ese cuerpo hermoso y doliente, esa carne maltratada que la luz bactericida teñía con un irreal tono violáceo.
– ¡Joder! ¿Qué pasa? ¿No iba a ser rápido? -explotó el inspector.
El gusano luminoso recorrió una vez más la pantalla y luego se apagó. La sonda siseó mientras se replegaba. Gándara extrajo el aparato de la nariz y se volvió hacia Nopal y Lizard.
– No hay nada.
– ¿Cómo?
– No hay ningún implante. Ninguna mema artificial, aparte de la memoria tecnohumana de serie, que sigue estando intacta y sellada.
– Eso no puede ser. Soy memorista, hablé con Bruna y sé que estaba siendo víctima de una implantación de recuerdos falsos. Lo sé con total seguridad -dijo Nopal.
– Pues no hay nada, ya te digo. ¡Nada! Y yo también estoy completamente seguro -dijo el forense con cierta irritación.
Pero luego miró a la rep y se pellizcó el lóbulo de la oreja derecha, como solía hacer cuando estaba nervioso.
– Aunque, quizá…
Levantó las manos de la rep, que seguían crispadas.
– Mmmm… Bruna, ¿notas si tienes más saliva de lo normal?
La detective cabeceó afirmativamente.
– Ya veo… Rigidez, salivación excesiva… Lo siento, pero tengo que volver a meter la sonda. Esta vez sí que será muy breve…
Bisbiseó de nuevo el aparato con un zumbido de broca taladradora, se encendió la lombriz fluorescente en la pantalla, gimió la androide. Pero Gándara había dicho la verdad: en unos segundos había terminado y estaba fuera. Apagó la máquina y la empujó hacia el techo. Se le veía entusiasmado.
– Creo que ya sé lo que sucede… ¡Es fantástico! Había oído hablar de ello pero no lo había visto jamás…
– ¿Qué, qué? -preguntaron al unísono Pablo y Paul.
– Son unos cristales de cloruro sódico… Pueden ser grabados como un chip, pero se disuelven en el organismo a las pocas horas sin dejar ningún rastro. O sea, le han implantado una mema artificial de sal, lo que pasa es que ya se ha deshecho. Pero todavía he podido encontrar rastros de una salinidad un poco por encima de lo normal. Nada importante.
– Entonces, ¿no se va a morir?
– No, no. En absoluto. La sal ha provocado un pequeño desequilibrio electrolítico en el cerebro y es responsable de los mareos, la rigidez y demás. Por fortuna tengo unos reservorios de ultrahidratación que uso con los cuerpos que me llegan demasiado momificados. Le meteré una de esas cápsulas subcutáneas a Bruna y, con un poco de reposo, en veinticuatro horas estará como nueva.
– Querían que no quedara rastro de la manipulación de la memoria… Por eso el método de muerte elegido era el gas… De ese modo el cadáver de Bruna habría llegado intacto a las manos del forense y, al hacerle la autopsia, no hubieran encontrado nada… Así parecería que Husky había cometido todos esos horrores consciente y libremente. Una tecno perversa y vengativa contra la especie humana… -reflexionó Lizard.
– La enemiga perfecta… -murmuró la rep débilmente.
– Bueno, este pequeño pinchazo es para colocarte la cápsula hídrica… Listo. Dentro de unas semanas, cuando quieras, pásate por aquí y te saco el reservorio… Como es un producto pensado para fiambres, no se reabsorbe. Aunque es totalmente inocuo: lo puedes llevar puesto toda tu vida, si no te molesta. Ahora debéis iros… Cuanto antes. Teneros aquí es un compromiso.
– Un compromiso que valoramos y que queremos agradecer -dijo Nopal.
Y estrechó la mano del forense, colocándole en la palma unos cuantos lienzos. Gándara sonrió y se guardó el dinero con naturalidad.
– Lo hubiera hecho igual, pero con esto me siento mucho más querido y más contento… Podéis salir por la puerta de atrás, que es por donde los robots sacan los cuerpos… Será mejor que se vista…
Lizard tomó en brazos a Bruna y la sacó de la cápsula. La ropa áspera del hombre rozaba su piel desnuda. La rep se hubiera quedado enroscada contra el pecho del inspector eternamente, se hubiera echado a dormir en ese refugio de carne hasta la llegada de su TTT; pero se sentía un poco mejor y sabía que no tenía más remedio que moverse. Así que se vistió, e incluso caminó por su propio pie, inestable y ayudada por Nopal, hasta el exterior. La puerta trasera daba a un muelle de carga atendido por robots; unas cuantas cápsulas vacías se apilaban junto al muro. Lizard, que había ido a buscar el coche, apareció enseguida y les recogió.
– Tenemos que encontrar un lugar seguro para esconderte… Hasta que te recuperes y hasta que consigamos aclarar todo esto.
– Puede quedarse en mi casa -dijo Nopal.
– No. En tu casa, no -respondió Lizard tajante.
El memorista le miró con una sonrisa burlona.
– ¿Y por qué no, si puede saberse?
El inspector calló.
– ¿Temes que yo esté implicado en la trama? ¿O temes que ella prefiera estar conmigo?
Están peleándose por mí, pensó Bruna; qué cosa tan arcaica.
– Te tengo puesto bajo vigilancia desde hace más de un año. Si va a tu casa, mis hombres la descubrirían enseguida -dijo Lizard, ceñudo.
Ah. Después de todo Paul no peleaba por ella. No era más que una simple cuestión de estrategia. Bruna sintió en su boca algo salobre. Demasiada saliva y toda amarga.
Nopal se puso blanco de ira. Una furia calmada y reluciente.
– Ah, bien. Me alegra que hayas reconocido que me vigilas. Eso es acoso policial. Te voy a poner una querella.
– Haz lo que te dé la gana.
– Para aquí -ordenó el memorista.
Lizard detuvo el vehículo y el hombre se bajó.
– Nopal… -dijo la rep.
El memorista levantó un dedo.
– Tú calla. En cuanto a ti, voy a acabar contigo. Créeme.
Lizard le miró cachazudo, entornando los pesados párpados.
– Te creo. Es decir, creo que vas a intentarlo. Por eso te tengo vigilado. Porque creo que eres capaz de hacer cosas así.
Nopal soltó una carcajada breve y sardónica.
– Voy a acabar contigo pero en los tribunales. Te denunciaré y será el fin de tu carrera. Disfruta de tu pequeño poder mientras puedas.
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