– Sígueme.
Atravesaron un dédalo de baratas mamparas correderas y espacios interiores sin ventanas iluminados por mortecinas lámparas de luz residual.
– Esto es un laberinto. Hasta ahora nos ha servido y el alquiler es barato. Pero con la dimensión que por fin está tomando esto nos tendremos que mudar a un sitio más adecuado…
Llegaron a un despacho mejor amueblado y se detuvieron ante la mesa de un chico con el pecho cruzado de correajes y dos pistolas de plasma en los sobacos. Qué descaro, pensó Bruna: qué poderosos se sienten.
– Nos está esperando -le gruñó Serra.
El chico asintió sin decir nada y pulsó la pantalla de su móvil. Una puerta blindada se abrió con un chasquido a sus espaldas.
– Ve tú sola. Cuando salgas pregunta por mí -dijo el lugarteniente.
Al otro lado de la puerta había un corto pasillo y al final una segunda hoja blindada que se desbloqueó cuando llegó junto a ella. La abrió. El despacho de Hericio era grande, rectangular, con otras dos puertas a la derecha y un gran ventanal. El hombre estaba junto a él, de pie, mirando pensativo al exterior, y la androide tuvo la sensación de que era una escena preparada para ella, de que Hericio también se estaba representando a sí mismo, como Serra, en el papel de Líder Contemplando Serenamente Su Responsabilidad Histórica. Bruna cruzó la habitación meneando ostentosamente las caderas, muy en su personalidad de Annie Destructora: puestos a actuar, se dijo, actuarían todos.
– Annie, Annie Heart… Por fin te conozco… -dijo el tipo, dándole la mano-. Ven, sentémonos ahí, estaremos más cómodos.
Se instalaron en los sillones de cuero sintético. El ventanal, observó Bruna, era fingido. No era más que una proyección en bucle continuo de una calle, semejante a las imágenes de la casa del memorista pirata… es decir, de la casa de Pablo Nopal. En realidad el despacho era como una cámara acorazada, con todas las puertas blindadas y sin aberturas al exterior. La ventana simulada, el cuero artificial y el líder falso.
– Tengo entendido que quieres hacer una donación al partido… Discúlpame que entre tan rápido en materia, pero, como verás, estoy muy ocupado. Las cosas van muy deprisa y no tengo tiempo para perder… -dijo pomposamente.
Luego se escuchó a sí mismo y quizá pensó que había sido demasiado grosero.
– Es decir, no para perder, en tu caso, sino para disfrutar, para relajarme, para departir. No tengo mucho tiempo para hablar contigo, cosa que lamento…
– Está bien, Hericio, lo entiendo. Y te agradezco que me hayas recibido en estos momentos tan complicados. Pero también tienes que entender que yo quiera asegurarme de que mi dinero va a parar al lugar adecuado.
– Puedes estar tranquila. Con el PeEfe sabrás en qué se ha gastado hasta el último de tus ges. Todo irá a parar al partido, naturalmente. Por cierto que nuestro permiso está a punto de acabarse… Tendríamos que tramitar tu contribución dentro de los próximos diez días…
– Eso no es problema y no es eso lo que me preocupa. Incluso estoy dispuesta a aportar dinero fuera de la ley… Lo que quiero saber es si el PSH se lo merece… Si tú te lo mereces…
Hericio alzó nerviosamente la barbilla con un tic colérico.
– ¿Has visto a toda esa gente que hay ahí abajo? ¿En la calle? ¿Toda esa gente que nos pide que intervengamos y salvemos la situación? Mira, Annie Heart, años atrás, cuando estábamos haciendo la travesía del desierto, quizá hubiéramos necesitado desesperadamente tu apoyo… Pero hoy… Eres tú quien ha pedido verme. Si quieres participar en este proyecto trascendental, si quieres colaborar en este renacimiento de la humanidad, hazlo. Y si no, puedes marcharte tan tranquilamente por esa puerta.
El tono de voz del hombre se había ido poniendo campanudo y terminó su perorata como si fuera un mitin. Por eso la había recibido hoy y aquí, en la sede. Para impresionarla con su éxito. Era un vendedor y estaba vendiendo su partido en alza. La rep se ahuecó la melena con la mano y sonrió imperturbable.
– Pues a mí me parece que te conviene convencerme.
El aplomo de Bruna desconcertó al político. El hombre se recostó en el respaldo del sillón, juntó las yemas de los dedos como un predicador y la escrutó receloso.
– ¿Se puede saber de cuánto dinero estamos hablando?
– Diez millones de ges.
Hericio dio un respingo.
– No dispones de esa cantidad, Annie.
– No es sólo mío. No se lo dije a Serra porque es una información que no debe circular y no le incumbe, pero detrás de mí hay una serie de altos profesionales y empresarios de Nueva Barcelona… Gente bastante conocida… Hemos formado un grupo supremacista de presión, un grupo clandestino porque somos partidarios de la acción directa. Estamos asqueados de los partidos tradicionales, que nos han conducido a esta situación de indignidad. Pero hemos pensado que el PSH tal vez sea distinto… Te hemos seguido, hemos escuchado lo que dices y nos ha gustado… Y al ver que pedías un PeEfe hemos pensado que era una buena oportunidad, y que eso podía indicar que planeabas algo… Aunque te diré que todavía no estamos convencidos de que seas de verdad nuestro hombre.
El rostro de Hericio era un catálogo de emociones contrapuestas: vanidad, avidez, desconfianza, excitación, temor, indecisión. Ganó la avidez.
– ¿Y qué tendría que hacer para convenceros?
– Di más bien qué tendrías que haber hecho. No creemos en las palabras, sino en los actos. Así que cuéntame a qué os dedicáis de verdad en el PSH.
El hombre parecía estupefacto.
– No te entiendo.
Bruna le clavó la mirada.
– Entonces hablemos claro. En Nueva Barcelona algunos hemos pensado que el PSH ha tenido algo que ver con las muertes últimas de los replicantes… De Chi y los demás.
Ahora ganó la desconfianza. Hericio se puso tan nervioso que su voz sonó medio tono más aguda.
– ¿Nos estás acusando de asesinato?
– Sólo hemos pensado que era una campaña maravillosamente hecha para azuzar el resentimiento y despertar la adormilada conciencia de la gente. Una obra de arte de la agitación social, en realidad.
– ¿Tú quién eres para salir de pronto de la nada y acusarnos de algo así?
– No salgo de la nada. Me consta que me habéis investigado a conciencia. Sabéis toda mi vida. Incluso sabes el dinero que tengo en el banco, por lo que veo. Soy una profesora competente y conocida. Ahora soy yo quien te digo lo que tú dijiste antes. Si quieres, confías en mí y me demuestras que nosotros podemos confiar en ti, y entonces los diez millones serán tuyos. Pero si no quieres, me voy por esa puerta tan tranquilamente.
Hericio tragó saliva.
– No veo claro el negocio. Ni siquiera sé si dispones de verdad de todo ese dinero.
– Y yo no veo claro si estamos de verdad en la misma onda y si queremos lo mismo.
Hubo un pequeño y pesado silencio.
– Estás llena de cardenales -dijo el tipo, señalándola con el dedo.
– Son marcas de nacimiento -respondió la rep con corrosivo sarcasmo.
El hombre la miró con incredulidad y luego retomó el tema.
– ¿Y qué quieres que te diga, Annie? He celebrado cada uno de los asesinatos de los reps… y sobre todo el vergonzoso final de ese engendro de Chi. Incluso me alegré, y esto lo negaré si lo repites en público, pero me alegré de la matanza de humanos que provocó esa tecno que se hizo reventar… esa Nabokov. Toda muerte es una tragedia, y más si hay niños, como en ese caso; pero esa carnicería ha sido fundamental en la concienciación de la gente, y ya se sabe que no hay revolución sin víctimas… A decir verdad, me parece un precio bastante barato si con ello nos salvamos de la degeneración social. Pero ni mi partido ni yo hemos tenido nada que ver con todo eso.
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