– …y ya era hora de que cayera este gobierno que nos estaba llevando a la catástrofe…
Levantó la cabeza: era un mensaje de una pantalla pública. Todas las pantallas estaban vomitando furibundos alegatos personales contra Inmaculada Cruz, la eterna presidenta regional. Bruna activó en su móvil las últimas noticias y se enteró de que la crisis de gobierno que venía gestándose en los últimos días había estallado en mitad de la ola polar. La presidenta Cruz había dimitido y un oscuro político llamado Chem Conés había asumido provisionalmente el cargo. La detective wikeó el nombre de Conés y vio su biografía: extremista, especista, un discípulo de Hericio… Su primera disposición como presidente en funciones había sido apartar de sus cargos a todos los reps que había en el Gobierno. «Es una medida temporal, para protegerles a ellos y para protegernos nosotros; estamos investigando la existencia de una posible conspiración tecnohumana y aún no sabemos si entre nuestros compañeros de Gobierno puede haber algún implicado. Si no han hecho nada malo, no tienen por qué inquietarse; pero para aquellos que pretendan engañarnos, debo decir que llegaremos hasta las últimas consecuencias», tronaba el tipo delante de una nube de periodistas. En otras pantallas se veía a Hericio saludar triunfalmente a una multitud. «El líder del PSH es el único que puede salvarnos en estos momentos de peligro», declaraba María Lucrecia Wang, la famosa autora de novelas interactivas. «Solamente confío en Hericio», decía el futbolista Lolo Baño. La androide se estremeció: por todos los mártires reps, pero ¿qué demonios estaba pasando? De pronto el líder supremacista había pasado de ser un personaje estrafalario y marginal a convertirse en la gran esperanza blanca. Aspiró con ansiedad una honda bocanada de aire helado porque se sentía asfixiada. Tenía la angustiosa y casi física sensación de que la realidad se iba cerrando poco a poco en torno a ella como una jaula.
Entró en el hotel, pasó a la habitación de Annie y, antes de maquillarse, habló con Lizard y le explicó lo que le había dicho Natvel sobre la grafía labárica. El inspector estaba serio y taciturno; cuando terminó de narrarle su visita a la esencialista se abatió sobre ellos un largo e incómodo silencio.
– ¿Y nada más? -dijo Paul al fin.
– Eso es todo lo que me contó Natvel.
– Pero tú, ¿no quieres decirme nada más?
– ¿Qué quieres que te diga?
– No sé, eso lo sabrás tú… sobre el móvil ilegal, sobre lo que estás haciendo… Por ejemplo, ¿qué haces ahora en el hotel Majestic?
Bruna se sulfuró.
– Estoy harta de que me rastrees.
Paul la miró con severidad.
– Bruna, las cosas están muy mal, no sé si te das cuenta. Están muy mal en general, y están mal para ti… Hemos encontrado a Dani muerta…
– ¿Dani? ¿Y quién es Dani? ¿Otra víctima rep?
El rostro de una humana apareció en la pantalla.
– ¿No sabes quién es, Bruna?
Sí, lo sabía… O debería de saberlo. Esa cara le sonaba. La androide se cubrió los ojos con las manos e hizo un esfuerzo de memoria. Reconstruyó los rasgos de la mujer en la oscuridad de su cabeza y los imaginó móviles y vivos. Y entonces la reconoció. Se destapó la cara y miró a Paul.
– Es una de las personas que me atacaron la otra noche, cuando volvía a casa… Es la mujer que parecía liderar el grupo.
Paul asintió con la cabeza lentamente.
– Dani Kohn. Una activista especista. Y una niña bien. La hija de Phi Kohn Reyes, la directora general de Aguas Limpias. Una empresaria multimillonaria. Un pez gordo. Nos están breando con su muerte.
Volvieron a callarse durante un rato.
– ¿Cuándo fue la última vez que la viste, Bruna?
La rep se puso en guardia. Un hervor de miedo y de ira le subió a la garganta.
– Cuando quiso partirme la cabeza aquella noche. Ésa fue la última y la única vez que he visto a esa individua. ¿Qué pregunta es ésa? ¿Qué quieres insinuar? ¿Qué es lo que estás buscando, Lizard?
– La han matado con una pequeña pistola de plasma… Con tu pistola, Bruna. Está llena de tus huellas y de tu ADN.
Bruna dejó escapar el aire que sin darse cuenta había estado conteniendo. Un sudor frío se extendió como una mancha por su espalda.
– Ah. La pistola. Es verdad. Yo tenía una pistola de plasma. Un arma ilegal, cierto. Lo confieso. Pero me la quitaron. Anoche, cuando me atacaron los asesinos del memorista. Y ahora pienso que probablemente me atacaron por eso. Para coger mi arma y poder inculparme.
Paul cabeceó apretando los labios. Una intensa emoción le endurecía los rasgos. Cólera contenida, quizá. ¿O tal vez tristeza?
– No debería haberte contado todo esto. Sospechan de ti. Sé que no disparaste a Dani porque murió esta madrugada, y a esa hora tú estabas en mi casa, dormida, sedada, conmigo…
Ese conmigo le produjo a la rep una extraña sensación en el estómago.
– Pero me ocultas cosas, Bruna. No debería fiarme de ti. Tal vez sea cierto que hay en marcha una conspiración tecno, ¿quién sabe? Desconfío por igual de humanos y de reps. Todos podemos ser igual de hijos de puta. Así que a lo mejor quieres matarme…
– O a lo mejor lo que sucede es que alguien me está tendiendo una trampa.
– Sí. Ésa sería la hipótesis más satisfactoria. Lo malo es que desconfío de las hipótesis satisfactorias. Tendemos a creémoslas por encima de lo que nos dice la razón.
– Tal vez… tal vez sea más sencillo. Cuando me asaltaron, recuerdo haber disparado el plasma. Quizá Dani formaba parte del grupo atacante, quizá la herí en ese momento y murió horas después…
– Fue ejecutada, Bruna. Un tiro a quemarropa por detrás de la cabeza, junto a la oreja. Muerte instantánea. Y sucedió alrededor de las cinco de la mañana.
– Entonces…
– Entonces deja de mentirme y cuéntamelo todo.
¿Cómo explicarle que no se fiaba de él, cómo explicarle que en cierto sentido le tenía miedo? Y, sin embargo… Bruna tomó aire y le dijo todo lo que Lizard aún no sabía. Le habló de Annie Heart y de su cita con Hericio como quien se deja caer por una pendiente helada, aguantando el vértigo y el temor a estrellarse al llegar abajo.
– ¿Quién conocía tu cita con el memorista pirata?
– Ya he pensado sobre eso… Nopal, naturalmente…
Y Habib… pero no sabía ni el día ni la hora ni la dirección. Y mi amigo Yiannis, pero él está fuera de toda sospecha.
«Y tú -pensó-. Y tú también lo sabías, Lizard.»
– No hay nadie fuera de toda sospecha -gruñó el hombre.
Fue lo último que dijo antes de cortar la comunicación, y la frase dejó un poso de inquietud en la androide. De pronto se acordó de Maio. El alienígena era capaz de leerle la mente y, por consiguiente, podría haber captado lo de su cita con el memorista. Además procedía de una civilización extragaláctica… un mundo remoto al que podría retirarse sin miedo a las represalias de los esbirros labáricos. Sí, desde luego, supuestamente Maio era un exiliado político y correría peligro si regresara a su planeta, pero… ¿hasta qué punto podía creerle? Más aún, en realidad, ¿qué sabían los terrícolas sobre los bichos ? ¿Y si los alienígenas estuvieran intentando atizar la violencia entre especies para desestabilizar la Tierra y así poder colonizarla, como sostenían los grupos xenófobos? Bruna se avergonzó de sus pensamientos y empujó ese miedo irracional hasta sepultarlo en el fondo de su conciencia: no parecía que la inmensa distancia que separaba los mundos fomentara una aventura colonialista. Pero seguía siendo posible que Maio estuviera implicado en alguna conjura. Por dinero, por ejemplo. Ahora que lo pensaba, ¿no resultaba sorprendente que el omaá hubiera aparecido de repente en su cama? ¿Y qué decir de su insistencia en quedarse de guardia en el portal? Por el gran Morlay, qué mundo tan paranoico, se dijo Bruna con repentino hastío: no sólo recelaba consecutivamente de todos, sino que además bastaba con que alguien la hubiera tratado con afecto para que le resultara aún más sospechoso.
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