Rosa Montero - Lágrimas en la lluvia

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Estados Unidos de la Tierra, Madrid, 2109, aumenta el número de muertes de replicantes que enloquecen de repente. La detective Bruna Husky es contratada para descubrir qué hay detrás de esta ola de locura colectiva en un entorno social cada vez más inestable. Mientras, una mano anónima transforma el archivo central de documentación de la Tierra para modificar la Historia de la humanidad.
Agresiva, sola e inadaptada, la detective Bruna Husky se ve inmersa en una trama de alcance mundial mientras se enfrenta a la constante sospecha de traición de quienes se declaran susaliados con la sola compañía de una serie de seres marginales capaces de conservar la razón y la ternura en medio del vértigo de la persecución.
Una novela de supervivencia, sobre la moral política y la ética individual; sobre el amor, y la necesidad del otro, sobre la memoria y la identidad. Rosa Montero narra una búsqueda en un futuro imaginario, coherente y poderoso, y lo hace con pasión, acción vertiginosa y humor, herramienta esencial para comprender el mundo.

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– ¿Sí? Puede ser. Pero ahora estoy demasiado ocupado. No sé si te has dado cuenta, pero la situación ha cambiado. Ahora soy la solución, el renacimiento, el futuro. La gente espera grandes cosas de mí y yo se las daré.

Y al decir «la gente» había movido el brazo en el aire con un gesto amplio y mayestático que parecía señalar la ventana falsa, la ciudad virtual que se veía a través de la ventana y acaso el mundo todo. Ainhó rió.

– ¿Que si me he dado cuenta? Mi querido Hericio, ¡pero si he sido YO quien te ha puesto ahí!

– ¿Tú? ¡Llevo treinta años en la política! -se indignó el hombre.

– Treinta años en el ostracismo extraparlamentario.

– ¡Eso es una…!

– Está bien, está bien, lo retiro. Y te pido disculpas. No quiero discutir contigo. Tengamos la fiesta en paz. ¿Amigos?

Ainhó le tendió la mano, pero Hericio estaba todavía demasiado irritado.

– ¿Amigos? -tuvo que repetir.

Hay pocas cosas tan violentas como dejar a alguien con la mano en el aire, así que el político transigió y se la estrechó, aunque de mala gana y con el gesto torcido. Luego se fue a sentar ante su mesa de despacho. La mesa era imponente y el sillón muy alto; le hacían sentirse poderoso y deseaba apabullar a su visitante.

– Bueno. Ya te digo que estoy muy ocupado. ¿A qué has venido? ¿Qué quieres? -gruñó.

Ainhó se tomó su tiempo hasta instalarse en una silla frente al político. Luego cruzó campechanamente las piernas y volvió a sonreír.

– Digamos que es una visita de cortesía. He venido a darte la enhorabuena por lo bien que te va y a ver qué tal estabas. ¿Qué tal estás, Hericio? -preguntó con lo que parecía genuino interés.

– Estupendamente… Ejem… Aunque… me parece que… me estoy quedando… afónico.

Y ahora esto, pensó el supremacista llevándose la mano a la garganta. Cada vez estaba más cabreado.

– Ajá… Afonía… Ya veo. Pues volviendo a lo de antes: ¿No recuerdas que te dije que te haría célebre? ¿Que te llevaría a lo más alto de la escena política? ¿Que te convertiría en el hombre de moda?

– Yo… No…

– Tú sí, Hericio, tú sí. Entonces bien que te interesaba cuanto te decía. Acordamos que montaría un operativo… Una campaña para potenciar tu imagen y la presencia social de tu partido. No quisiste saber en qué consistiría la campaña e hiciste bien. De todas maneras yo tampoco te lo hubiera contado.

– Me…

– Espera, perdona que te interrumpa. Si no te importa, me voy a quitar esto.

Ainhó levantó un poco la manga derecha de su casaca y, agarrando un pellizco de la piel de la muñeca, tiró hacia fuera y se peló la mano. Parecía que se estaba despellejando, pero en realidad se trataba de un finísimo guante transparente de dermosilicona. Metió con cuidado la piltrafa en una bolsa hermética y la selló.

– Uf, qué alivio. Al final estas cosas terminan dando alergia, por mucho que digan… Volviendo a lo nuestro, quiero que sepas que formas parte de un vasto operativo. Tú pensabas que me habías contratado, creías estar pagando una campaña de imagen con esa ridícula cantidad de dinero que me diste… Pobre infeliz. Yo no he estado trabajando para ti, sino tú para mí. Eres mi obra, yo te he creado. Y no eres más que un peón dentro de un plan grandioso. Tan grandioso que jamás podría caberte dentro de esa cabeza de chorlito. ¿No dices nada?

– …

– Ya veo. Me gustaría creer que callas abochornado por tu propia estupidez, pero me temo que es cosa del bloqueante neuromuscular que te he pasado al darte la mano con el guante. Los venenos de contacto son increíblemente antiguos… Se empleaban en la Roma imperial, en la Edad Media, en el Renacimiento… En estos tiempos hipertecnológicos de pistolas de plasma y taladradores chorros de nitrógeno, me ha parecido elegante recurrir a algo clásico… Con algún toque de modernidad, desde luego: es tetrapancuronio, un curare sintético y reforzado. Una toxina fulminante. En segundos, como has podido comprobar, quedas paralizado. No puedes moverte. No puedes hablar. Pero sí puedes ver, oír… Y sentir. A los veinte minutos la toxina acaba deteniendo los músculos respiratorios y el sujeto muere de asfixia. Pero no te preocupes, porque no llegaremos a eso. ¿Todo claro hasta ahora? ¿Alguna pregunta?

– …

– Jaja, perdona la broma de mal gusto. Y perdóname también porque te estuve espiando… antes… cuando hablabas con Bruna. Bueno, tú crees que es Annie Heart, pero en realidad se llama Bruna Husky y es… ¡una replicante! Seguro que si no estuvieras paralizado te daría un escalofrío… ¿No te repugna haberla recibido aquí, en tu propio despacho? ¿Haber departido amablemente con ella? ¿Haberla deseado? Porque seguro que la has deseado… tan rubia, tan caliente, tan voluptuosa… Pues esa rep y tú habéis dicho algo muy interesante: que la causa necesita un mártir. Y es verdad. Tenéis razón.

Ainhó se puso en pie con calma y sacó una voluminosa funda de polipiel del bolsillo interior de la casaca. Dentro había un enorme cuchillo de carnicero. Rodeó la mesa de despacho con la hoja en la mano y se acercó al paralizado Hericio.

– No es nada personal. Y tampoco soy de esas personas que disfrutan haciendo estas cosas. No. Pero es lo que hay que hacer y yo lo hago. Porque tengo muy claro adónde hay que llegar. Y tengo claro el camino. Ya ves, ahora voy a utilizar este cuchillo. De nuevo un arma tradicional. Mucho menos elegante que el veneno, eso desde luego. Pero aún más antigua. Elemental. Mira, has tenido la mala suerte de caer en medio de la estampida de la Historia y por eso vas a ser pisoteado. Lo siento, pero eres el mártir más idóneo. Y además tu martirio tiene que ser indignante. Espectacular. Por eso te estoy haciendo esto… y esto… Mmmm… Intento darme prisa, pero no es tan fácil, no te creas… Y, para colmo, la herida apesta… Puag. Ya queda menos. Creo que voy a cortar otro poco por aquí… Ajá. Y ahora con la punta del cuchillo saco las tripas… Esto es. Bueno… Ha quedado estupendo. Se parece bastante al holograma amenazador que recibió Myriam Chi… ¿Recuerdas lo que decías hace un rato? ¿Eso de que un pequeño mal queda corregido de sobra por un bien mayor? Pues tú has sido mi pequeño mal de hoy, mi pobre Hericio. Pero espera, no puede ser, ¿estás moviendo un ojo? Ah, no. No hay que preocuparse. No es más que una lágrima.

Debería estar contento, porque era la respuesta que estaba buscando cuando mandó su memorándum; pero en realidad se sentía amedrentado y nervioso. Yiannis siempre había sido una persona de orden, un tipo meticuloso y legalista, y el haber cometido no una, sino dos faltas administrativas garrafales, era algo que le desasosegaba profundamente, por más que hubiera quebrantado las normas a propósito. Además la reacción había sido mucho más fulminante de lo que se esperaba y eso también avivaba su inquietud. No había pasado ni una hora del envío de su escrito cuando el secretario de la supervisora ya le había convocado a una cita de urgencia para esa misma tarde. Y no se trataba de un encuentro holográfico, sino de una cita presencial, cosa verdaderamente inconcebible. ¡Y, además, en sábado! Aquí estaba ahora Yiannis, en la antesala del despacho de la supervisora, sentado en un modernísimo sofá flotante y esperando a ser recibido. Llevaba casi una hora de plantón, a pesar de las prisas que le había metido el secretario. Claro que podía ser algo premeditado… Una táctica de desgaste para ponerlo todavía más nervioso. Si era eso lo que trataban de hacer con la larga espera, había que reconocer que lo estaban logrando. Yiannis se removió en el asiento y el sofá se meció suavemente en el aire como una cuna. Estos malditos muebles de diseño.

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