John Darnton - Neanderthal

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En las remotas montañas del norte de Asia, un guerrero desaparece, una estudiante es asesinada y un eminente paleontólogo norteamericano se esfuma sin dejar rastro. Para la oscura institución responsable de la investigación todo esto son indicios de que algo ha salido mal en la más extraordinaria expedición jamás llevada a cabo.
Matt Mattison y Susan Arnot, antiguos alumnos del profesor desaparecido, ex amantes y en la actualidad rivales académicos, aceptarán la misión de encontrar a su viejo tutor de Harvard y el secreto que él ansiaba descubrir: la existencia de una especie entroncada con los orígenes de la humanidad, cuyos individuos han existido durante más de cuarenta mil años. Dotados de poderes inimaginables en un mundo dominado por humanos, dichos homínidos están a punto de alterar para siempre el curso de la civilización.
John Darnton, haciendo gala de un experto manejo del suspense y de una rigurosa documentación científica, nos presenta la pugna entre arqueólogos y gobiernos rivales por seguir la pista a un grupo de criaturas que son una reliquia de la prehistoria. El resultado es Neandertal, la novela de aventuras más esperada del año que, de la mano de Darnton, llevará al lector hacia un viaje fantástico que le hará creer en lo imposible.

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También recibieron armas. Lanzarote tenia la lanza que le había convertido en cazador y Susan hizo porras para Rodilla Herida y Levítico, eligiendo pesadas ramas que fueron afiladas y utilizando un hacha de piedra para moldear un extremo redondeado y un mango liso. Trabajo en ellas durante horas, rodeada por un circulo de homínidos que observaban en silencio todos sus movimientos.

Matt embutió en sus mochilas un rollo de cuerda y varias herramientas de piedra burdas. La linterna habría resultado inapreciable, pero se había quedado en la caverna; en su lugar utilizarían antorchas hechas de ramas y paja. Matt había permanecido en vela casi toda la noche anterior a su partida, preocupado. Había demasiadas incógnitas. ¿Y si el poder de los renegados de percibirlos a distancia era mas complejo de lo que el preveía? ¿Y si actuaba como un sistema de radar que captara cualquier presencia nueva en cuanto se materializaba? ¿Y si los renegados los descubrían, los dejaban penetrar en su cubil y utilizaban su forma de comunicación superior para bloquear cualquier vía de escape?

En el lindero del poblado, Matt y Susan se volvieron para mirar atrás. Su desarrapada banda se contoneaba incómodamente dentro de las pieles y en otras circunstancias habría tenido un aspecto cómico. Varios habitantes del poblado observaron su marcha. En la distancia, de pie junto a un árbol, tan quieto que parecía formar parte de el, estaba Ojo Oscuro. Susan le saludo con la mano, aunque sabia que no le devolvería o siquiera comprendería el gesto, y no lo hizo.

Cuando llegaron a la periferia del cementerio, los homínidos se negaron a pisarlo. Susan intento indicarles que su intención era sencillamente cruzarlo, pero los homínidos fueron inflexibles y no cedieron. Susan miro al frente. Tres buitres trazaban círculos en espiral por el cielo y otros los observaban desde las ramas desnudas de los árboles próximos, con el penacho de plumas blancas y negras extinguidas por debajo de su pico como los pelos de una barba. Susan se quedó boquiabierta: dos sepultureros, figuras espectrales pintadas de blanco, estaban en cuclillas a menos de diez metros; el blanco de sus ojos rivalizaba con el del yeso que cubría sus cuerpos. Reinaba un silencio sobrenatural excepto por el distante sonido de los insectos zumbando. Nada se agitaba en el interior de aquella zona de muerte, tan claramente delimitada como si la laguna Estigia naciera allí mismo, de no ser por las aves carroñeras que cabalgaban indolentemente sobre las corrientes de aire por encima de sus cabezas.

– Es inútil -dijo Matt-. No lo atravesaran.

– Podemos ir delante y confiar en que nos sigan. O podemos acompañarles dando un rodeó por el camino largo.

– Prefiero el camino largo.

La cogió de la mano y emprendieron la marcha manteniéndose a la izquierda del cementerio. Los homínidos lo evitaron con un amplio margen y lo miraron de reojo con suspicacia, como si la propia tierra fuera a abrirse en cualquier momento y engullirlos. Matt se lo reprochaba; debió prever la posibilidad de que los homínidos se hicieran atrás, especialmente después de la primera visita, semanas atrás. El desvió sumaria horas a su aproximación y les cansaría antes de que llegaran siquiera a la entrada de la caverna.

Se detuvieron tres veces para descansar. Los homínidos no parecían cansados y, contemplándolos como ejemplares de estudio, a Matt le choco de nuevo su físico superior: las piernas achaparradas, fuertes como columnas, los amplios torsos, los robustos hombros y las gruesas maños, las cejas que actuaban de ancla para los enormes músculos de sus mandíbulas. Estaban hechos para el combate, pensó. Y si tantos siglos atrás los neandertales hubieran adquirido el gusto por el derramamiento de sangre que había poseído a la humanidad, seguramente nos habrían barrido de su camino hace mucho tiempo. Lo único que necesitaban era un poco de pecado original. Miro a Rodilla Herida y la cicatriz de su frente, que ya casi estaba curada, convertida en una fea cicatriz roja curvada que discurría desde el limite de su cuero cabelludo hasta una ceja. ¿Podía ser el estigma de Caín?

Matt se reprendió a si mismo: no era momento de convertirse en un filosofo medio escéptico.

La caverna se abría verticalmente en el risco, una gigantesca brecha en la fachada de rocas de unos seis metros de altura.

Se acercaron a ella desde un lado, Matt encabezando la marcha y Susan cerrándola detrás de los homínidos, por si mostraban signos de sobresalto. En tal caso no tenia ni idea de que haría para detenerlos, pero le parecía prudente no perderlos de vista. Sabia que estaban muy ansiosos; Levítico la leía a menudo y con gran intensidad.

Matt se acercó a rastras cautelosamente hasta la boca de la caverna. Negrura total. Miro hacia abajo y vio pequeños montones de rocas esparcidas junto a la entrada; tal vez era una buena señal porque seguramente estos guijarros habrían sido apartados si hubiera movimientos importantes.

No era mas que la puerta de la cocina, pensó, que utilizaban cada vez que una criatura quería realizar una incursión sobre la tribu en busca de una esposa o un esclavo. Sintió como el miedo se arrastraba hacia el por detrás; detestaba la oscuridad y sentía claustrofobia ante la perspectiva de internarse bajo tierra, una fobia que había sido bien alimentada por el terror de su escapatoria por los pelos solo unas semanas atrás. Inspiro profundamente, dio un paso y entro.

Los demás lo siguieron uno por uno, casi como si penetraran siguiendo a un taladro. Un buen principio, pensó Matt mientras notaba como la oscuridad se espesaba ante sus ojos. Se entretuvieron junto a la entrada unos instantes para orientarse. En la penumbra, Matt escruto a Rodilla Herida; su rostro estaba inexpresivo -si no era eso, Matt no supo descifrar cual era su expresión-, pero parecía mantener el control. El impulso de escapar del peligro debía de ser universal, imagino Matt. En tal caso, Rodilla Herida parecía tener mucha sangre fría. Pero Matt adivino también que los homínidos estarían empleando su facultad para explorar el corredor ante ellos. ¿Como reaccionarían si descubrían algún peligro?

Cuando sus pupilas estuvieron dilatadas, Matt y Susan vieron con alivio que no estaban completamente a oscuras, después de todo. Al principio la caverna parecía negra como la boca del lobo, pero unos diez metros mas adelante formaba una curva hacia la izquierda; ahora podían ver que en la pared opuesta se reflejaba una luz vacilante, presumiblemente debido a unas antorchas situadas mas allá de la curva. El túnel era enorme, como si un ciclópeo taladro hubiera perforado directamente las entrañas de la montaña. Se aseguraron de que Rodilla Herida fuera delante, confiando en que adoptaría naturalmente el papel de guía.

– Hasta ahora todo va bien -susurro Matt.

– Si, hasta ahora -respondió Susan con voz temblorosa.

Cuando llegaron a la curva, Rodilla Herida la tomo sin vacilar. Conducía a una gran cámara iluminada con antorchas y orlada de depósitos de carbonato calcico relucientes, en forma de carámbano, acumulados a lo largo de milenios.

La zona central estaba despejada bajo un techó que se elevaba por el centro como si fuera la carpa de un circo. Sobre las rocas del techó se agitaban seres peludos: murciélagos, que anidaban en las rendijas y aleteaban frenéticamente pegados a la roca y que se lanzaban en picado sobre los intrusos como bombarderos que no llegaban a soltar su carga.

Matt y Susan empezaron a temblar de frío y fueron capaces de ver como el aliento se condensaba ante su boca. El calor antinatural del cráter, protegido por las corrientes de aire geotérmicas, quedaba a sus espaldas, y una vez mas su cuerpo era presa del frío de la altitud. Encendieron las antorchas que llevaban con las que había en la caverna.

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