John Darnton - Neanderthal

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En las remotas montañas del norte de Asia, un guerrero desaparece, una estudiante es asesinada y un eminente paleontólogo norteamericano se esfuma sin dejar rastro. Para la oscura institución responsable de la investigación todo esto son indicios de que algo ha salido mal en la más extraordinaria expedición jamás llevada a cabo.
Matt Mattison y Susan Arnot, antiguos alumnos del profesor desaparecido, ex amantes y en la actualidad rivales académicos, aceptarán la misión de encontrar a su viejo tutor de Harvard y el secreto que él ansiaba descubrir: la existencia de una especie entroncada con los orígenes de la humanidad, cuyos individuos han existido durante más de cuarenta mil años. Dotados de poderes inimaginables en un mundo dominado por humanos, dichos homínidos están a punto de alterar para siempre el curso de la civilización.
John Darnton, haciendo gala de un experto manejo del suspense y de una rigurosa documentación científica, nos presenta la pugna entre arqueólogos y gobiernos rivales por seguir la pista a un grupo de criaturas que son una reliquia de la prehistoria. El resultado es Neandertal, la novela de aventuras más esperada del año que, de la mano de Darnton, llevará al lector hacia un viaje fantástico que le hará creer en lo imposible.

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Matt no tenia razones para pensar que esta vez seria diferente, pero tenia que seguir intentándolo porque necesitaban las pieles.

De pronto un ibex se planto de un salto en el claro y permaneció inmóvil unos instantes olfateando el viento como si percibiera peligro por los cuatro costados. Matt veía su hocico negro palpitando y los cuernos suavemente arqueados hacia atrás. Adopto una posición especial -acuclillándose sobre una pierna, en actitud de concentración-y trato de mandar un mensaje a los homínidos, imágenes de lanzas y sangre, como había hecho hasta entonces sin éxito. Después se puso en pie lentamente, sorprendido por la cantidad de tiempo de que disponía. Alzo el brazo derecho con mucha lentitud, lo echó hacia atrás y lanzo el arma con toda su fuerza directamente hacia la garganta del animal. En cuanto la lanza salio volando, Matt supo que iba en la dirección correcta. Su afilada punta se hundió en el pechó pardo del animal. El ibex dio un salto atrás, aturdido, y corcoveo sobre sus cuartos traseros. La lanza no se había clavado a tanta profundidad, después de todo; se desprendió y cayo al suelo. Pero el animal estaba gravemente herido. No podía emprender la huida y cayo de bruces doblando las patas. Aunque intento ponerse en pie una y otra vez, finalmente se desplomo y rodó sobre su costado. Matt no pudo reprimir una profunda emoción y una oleada del orgullo del cazador que se remontaba en el tiempo a través de las edades. Cuando salio al claro los demás hicieron lo propio, aunque se quedaron algo retrasados.

– Vaya, vaya-dijo Susan, que llegaba corriendo, todavía jadeando-. Tu Tarzan…

El ibex estaba sangrando por la boca. Sus ojos se apagaban y expiraba rápidamente ante ellos. Los homínidos se quedaron mirándolo. El cadáver estaba en una posición extraña, demasiado arqueado sobre el terreno. Matt se inclino, forcejeo con el para darle la vuelta y vio otra lanza clavada a un palmo de profundidad en la caja torácica, alrededor de una herida por la que manaba la sangre. Levantó la vista sorprendido. Solo le faltaba la lanza a un homínido. Lanzarote estaba en pie, con sus hombros angulosos y una sonrisa dibujada en su rostro. Matt y Susan se miraron al unísono.

– Lo ha hecho -exclamo ella en voz baja.

Los demás homínidos tampoco se movían, sin saber que hacer exactamente. Dos de ellos dejaron caer sus lanzas e iniciaron el balido agudo que sonaba como un gritó de aflicción y duelo; después se volvieron bruscamente y corrieron a internarse en la espesura. No regresaron, pero Lanzarote miraba el cadáver con orgullo.

Matt y Susan decidieron acampar para pasar la noche donde estaban. Los homínidos recogieron leña y le prendieron fuego con una brasa que llevaban. Matt saco su navaja de bolsillo y empezó a descuartizar al animal, procurando no hundir mucho la hoja para conservar la máxima cantidad de piel posible. Con una hoja tan diminuta era difícil cortar la carne y tuvo que rebanarla en lonchas, de modo que sus maños pronto estuvieron manchadas de sangre. Cuando llego a la articulación del fémur con la pelvis no logro seccionarla, por lo que la aplasto con una roca afilada y después apoyó la articulación contra su rodilla y la doblo hacia atrás hasta partirla. Cuando se puso en pie y se acercó al fuego, sosteniendo el hueso roto de la pata con ambas maños cubiertas de sangre hasta los codos, los homínidos retrocedieron horrorizados. Observaron atentamente mientras Matt colocaba el hueso cruzado sobre dos ramas que ardían. Un siseo se elevo de las brasas, seguido por el olor de la carne abrasada.

Matt corto pequeñas porciones y se las comió, le dio un poco a Susan, que también comió, y paso otro poco a los homínidos. Se quedaron mirando los trozos de carne. Dos de ellos se negaron a tocarlos, pero los demás los cogieron y los examinaron a la luz de las llamas. Dienteslargos olfateo su trozo y finalmente lo toco con la lengua. Los demás lo observaron mientras arrancaba de un bocado vacilante una minúscula brizna que enseguida escupió y sostuvo entre el pulgar y el índice, elevándola hacia la luz como si fuera una piedra preciosa. Miro a Matt, que mastico rápidamente otro trozo para animarlo, y después coloco la brizna entre sus dientes y la mordió. Segundos después se introdujo el resto en la boca y mastico a modo de prueba. Susan dejo escapar el aire, dándose cuenta solo entonces de que llevaba un buen rato conteniendo el aliento. Todos los demás, excepto dos, empezaron a comer.

Mas tarde, aquella noche, mientras Susan yacía despierta escuchando la firme respiración de Matt y contemplando las estrellas, oyó el rumor de pasos que se perdían en el bosque y después el ruido de alguien vomitando. Que poco natural es tragarse los tendones de otro animal engullir carne y sentir el sangriento jugo goteando garganta abajo, reflexiono. Sabía que los homínidos habían cruzado el Rubicón y que ocurriera lo que ocurriese, la vida nunca volvería a ser igual en el valle.

A la mañana siguiente, Matt despellejo el ibex. Lo tendió de espaldas y mientras Susan y Dienteslargos le sujetaban las patas en alto, uso su navaja para practicar una incisión a la largo del blanco pelaje de su bajo vientre. Después cogió una gran piedra, redondeada por un extremo y afilada por el borde exterior, y la uso como si fuera una cuchilla de carnicero, cortando junto a la cara interna de la piel a medida que la separaba de las vísceras. Utilizo piedras afiladas para partir pedazos de carne y seccionar los ligamentos que anclaban los músculos al hueso. Cada pocos minutos se detenía para volver a afilar sus herramientas golpeándolas contra otra roca a fin de eliminar las pequeñas esquirlas de los bordes. Algo llamo su atención y se detuvo; allí, junto a la cana de un hueso, vio los minúsculos cortes que acababa de hacer. Había visto centenares de huesos con marcas parecidas y era presa de una gran excitación cuando los encontraba en yacimientos arqueológicos de principios de la Edad de Piedra.

Se prepararon para trasladarse a otro campamento. Hoy aprenderían a colocar una trampa, decidió Matt, primero de lazo y mas tarde quizá de foso, con estacas afiladas en el fondo. Solo necesitaban medía docena de pieles, suficientes para que un grupo pudiera entrar en la caverna sin ser identificado al instante como intrusos. Los homínidos ayudaron a levantar el campamento. Levítico y Chicharrón utilizaron la piel para envolver grandes trozos de carne y la colgaron de una rama que transportaban sobre el hombro. Justo cuando abandonaban el claro, Lanzarote se volvió y se arrodillo junto al ibex destripado. Cogió la piedra que Matt había utilizado como cuchilla y aplasto con ella la parte superior del cráneo.

Repitió el movimiento tres o cuatro veces; Matt y Susan se quedaron petrificados hasta que le vieron arrancar los hermosos cuernos curvos y sujetárselos a la espalda: un trofeo.

Susan siempre sabia cuando Levítico estaba viendo a través de ella. La sensación se presentaba a menudo durante la expedición de caza, en especial cuando estaban separados, uno cerca de la cabecera de la columna y el otro en la retaguardia. Susan llego incluso a contar con aquella sensación familiar de llenarse por dentro, que a veces duraba solo un minuto o dos; es una manera de saludar, de informar de su llegada, pensó. No podía estar segura de que Levítico fuera el origen, pero si estaba convencida de que era el por como se sentía cuando ocurría: no violada o invalida, sino abrigada y protegida.

Se preguntó si los homínidos podían identificar a los miembros de la tribu que entraban y salían de su campo perceptivo. A todas luces, su facultad especial era mas compleja de lo que ella y Matt habían supuesto en un principio.

Quizás implicaba una comunicación en dos sentidos y tal vez comportaba mucho mas que ver a través de los ojos de otro, algo mas próximo a la percepción extrasensorial. Quizá se reducía a crudas imágenes telepáticas solo cuando cruzaba la barrera de las especies.

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