John Darnton - Neanderthal

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En las remotas montañas del norte de Asia, un guerrero desaparece, una estudiante es asesinada y un eminente paleontólogo norteamericano se esfuma sin dejar rastro. Para la oscura institución responsable de la investigación todo esto son indicios de que algo ha salido mal en la más extraordinaria expedición jamás llevada a cabo.
Matt Mattison y Susan Arnot, antiguos alumnos del profesor desaparecido, ex amantes y en la actualidad rivales académicos, aceptarán la misión de encontrar a su viejo tutor de Harvard y el secreto que él ansiaba descubrir: la existencia de una especie entroncada con los orígenes de la humanidad, cuyos individuos han existido durante más de cuarenta mil años. Dotados de poderes inimaginables en un mundo dominado por humanos, dichos homínidos están a punto de alterar para siempre el curso de la civilización.
John Darnton, haciendo gala de un experto manejo del suspense y de una rigurosa documentación científica, nos presenta la pugna entre arqueólogos y gobiernos rivales por seguir la pista a un grupo de criaturas que son una reliquia de la prehistoria. El resultado es Neandertal, la novela de aventuras más esperada del año que, de la mano de Darnton, llevará al lector hacia un viaje fantástico que le hará creer en lo imposible.

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Lo cual explicaría muchas cosas: por ejemplo por que los homínidos nunca habían desarrollado un lenguaje. Frente a este hecho, el lenguaje parecía un medio de comunicación mejor porque transmitía conceptos abstractos y podía escribirse, permitiendo que se acumulara un acervo de conocimientos. Pero si los homínidos podían hacer algo mas que enviarse imágenes unos a otros, si podían sentir y pensar realmente lo que otro sentía o pensaba, no habría necesidad de un lenguaje porque su comunicación seria completa. El, lenguaje, el habla, solo era la pálida sombra de un discurso tan sublime y perfecto que equivalía a intercambiar posiciones. En este caso no era la capacidad de comunicar lo que había convertido al Homo sapiens en el máximo logro de la naturaleza, era la incapacidad de comunicarse.

Susan se enorgullecía de llamarse empirista, pero también estaba dispuesta a postular lo no comprobado, por lo que no descartaba la posibilidad de que en su estado primigenio los seres humanos quizá poseyeran una facultad similar pero la perdieron o la abandonaron. Tal vez, especulo, aun tenemos una capacidad atávica de percepción extrasensorial, razón por la cual tantas personas se empeñan en demostrar su existencia. Además, quizás al verse expuesto a ello despierte de nuevo, del mismo modo que un niño expuesto al lenguaje aprende a hablar. A menos, pensó, que a estas alturas se haya consumido demasiada parte de nuestro cerebro al servicio de las meras palabras.

Encontró a Levítico, no supo si por casualidad o no, en un prado bajo un sol de justicia. Se acercó a el y se detuvo a medio metro de distancia, mirando fijamente los ojos hundidos en su rostro demasiado ancho. Le apoyó las maños en los hombros desnudos, le obligo suavemente a volverse para que no la mirara y cerró los ojos. Nada. Intento proyectar su mente fuera de su cuerpo. Se levantó la brisa y Susan se acercó mas, abrazándolo desde atrás y aspirando el acre olor del cabello y el sudor seco de la nuca de Levítico. Inclino la cabeza y miro por encima del hombro la ondulante hierba dorada del prado y los árboles que se alzaban mas allá; después cerró los ojos de nuevo y se concentro, pero el prado y los árboles no reaparecieron. Cuando sintió que se rellenaba, lo soltó.

– No -dijo en voz alta sabiendo que el no lo entendería, pero diciéndolo igualmente-. No. Yo quiero hacerlo.

Pero la calida sensación familiar continuo.

Su regreso al poblado no provoco ningún revuelo, aunque volvían con armas, cuchillos de piedra y pieles. Recordando vividamente lo que había ocurrido cuando trajo un solo pez muerto, Matt se sorprendió hasta que cayo en la cuenta de que naturalmente los habitantes del poblado fueron conscientes de lo que hacían los cazadores a cada paso del camino.

Kellicut era otra cuestión. Los esperaba en la cueva del fuego y estaba furioso.

– ¿No entendéis nada? ¿No habéis aprendido nada en todos estos años?

Matt no se arredro.

– Se lo que vas a decir -dijo-, pero sabemos lo que hacemos.

– ¡Y una mierda! ¡Enseñarles a cazar! Se supone que sois simples observadores, ¿lo entiendes? Es la primera ley de las ciencias sociales. Sois observadores y nada mas. No debéis interferir. No debéis enseñar nada, no debéis cambiar nada.

No debéis enseñar. ¿Lo entiendes?

– Esto es diferente.

– ¿En que es diferente?

– La vida de un hombre esta en juego.

– ¡La vida de un hombre! Ni siquiera sabes quien es en realidad ese hombre.

– Esa es otra razón para ir. Tenemos que averiguarlo.

– ¿Y que es la vida de un hombre comparada con todo esto? -Kellicut describió un amplio circulo con el brazo, abarcando el poblado, los árboles y el valle entero-. Toda una especie que ha sobrevivido mas tiempo que nosotros.

¡Nuestros progenitores, por el amor de Dios!

– Quizá podamos salvarle y protegerlos a ellos de paso.

– Protegerlos de los renegados, quieres decir.

– Si.

– Eso es lo que no entiendes. Se supone que tu no tienes nada que ver con esto. Ni siquiera deberías estar aquí. Esto es un mundo primitivo y tu eres como un maldito viajero del tiempo. Si te entrometes, lo echaras todo a perder.

– Tu lo hiciste, Jerry -dijo Susan. Pronuncio el nombre de pila de su maestro en voz baja-. Si tus sentimientos al respecto son tan intensos, ¿por que le hiciste la transfusión a Rodilla Herida?

Kellicut balbuceó de rabia.

– Eso era distinto. Fue un acto discreto que no afecto a todo el futuro de la especie.

– Además -intervino Matt- ¿te hizo sentir como Dios, verdad?

Metió la mano en su bolsillo, saco el fragmento de cráneo sujeto a una cadena de plata que Kellicut le había regalado hacia casi dos décadas y lo sostuvo en alto.

– Enseñar ya te hacia sentir como Dios. O llevarnos a las excavaciones y repartir pequeñas recompensas. O acostarte con Susan.

No tuvieron ocasión de oír la respuesta de Kellicut porque en aquel momento Ojo Oscuro salio de las sombras, se dirigió hacia ellos, cogió las maños de Matt y de Susan y apoyó la suya toscamente sobre ellas. Era difícil saber si el gesto era una maldición o una bendición.

Antes de su incursión por la caverna, Matt y Susan revisaron los preparativos. No porque llevaran tanto equipo que corrieran peligro de olvidarse algo, sino porque lo que en realidad necesitaban era animarse psicológicamente y planear por adelantado les subía la moral, alimentando la ilusión de que tenían un plan concreto para rescatar a Van y escapar de una pieza.

Llevaban vendas para taparse los ojos, hechas de tiras de tela atadas en la nuca, con el nudo mojado para que no se deshiciera, de modo que podían subírselas rápidamente. Había sido idea de Susan, que había recordado la instrucción que Van les había dado en la caverna de mantener los ojos cerrados. Lo consideraba una maniobra defensiva contra el poder de sus adversarios, una manera de anularlo temporalmente si los sorprendían en una situación apurada. Por lo menos así era en teoría. En la practica no tenían forma de saber si funcionaria o no.

Habían decidido llevarse a tres homínidos de la expedición de caza, empezando por Rodilla Herida, que presumiblemente podía guiarlos a través del laberinto de túneles.

Matt y Susan solo podían esperar que comprendiera el objetivo de su misión cuando se pusieran en marcha, porque como se la explicarían o solicitarían su ayuda si las cosas salían mal era algo que superaba sus miras. Lanzarote, que se estaba convirtiendo en un líder de la tribu, era un miembro indispensable del grupo. Había llevado los cuernos del ibex al poblado y los había colocado a la entrada de su choza, con las puntas clavadas en el suelo, y el trofeo parecía elevar su posición, especialmente entre los machos jóvenes.

Levítico era el tercero, elegido por Susan, con el argumento de que resultaría valioso por su astucia. Nuestro Ulises, lo llamo.

Los tres cómplices iban vestidos con prendas confeccionadas con las pieles que habían reunido. Fue un trabajo largo y pesado, primero coserlas y después convencer a los homínidos para que se las pusieran. Matt utilizo tiras de tripa para coserlas, insertándolas en orificios que Susan hacia con una piedra afilada. Una piel se ponía por la cabeza como un poncho y colgaba libremente hasta la cintura, mientras otra se ponía a modo de burdos pantalones. Por lo que podían recordar, así las llevaban los renegados. Las prendas no estaban sujetas con gran firmeza, pero tampoco era necesario; su único objetivo era servir de camuflaje.

Al principio, los tres homínidos se negaron a vestirse con las pieles. Estaban rígidas por la sangre en algunas zonas y olían a animal. La idea de colocárselas era repelente. Matt y Susan les demostraron como se ponían, pero causaron muy poca impresión. Finalmente, Matt cogió la piel de ibex y represento una cacería, cubriendo un arbusto con ella, acercándose furtivamente y arrojándole la lanza. Después se la regalo ceremoniosamente a Lanzarote, echándosela sobre los hombros del mismo modo como un cortesano envolvería al rey con una capa. Lanzarote se lo dejo puesto y pronto los demás aceptaron las pieles, moviéndose torpemente y contemplando sus cuerpos y mirándose unos a otros.

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