– Podríamos llevarnos a Rodilla Herida como guía -sugirió Matt cuando estaban tendidos en el emparrado.
– Necesitarías todo un equipo. De lo contrario tu solo no durarías ni cinco minutos.
– ¿Que quieres decir con eso de ‹‹tu solo››?
– Matt, no estoy segura de coincidir contigo. Suponiendo que estés en lo cierto al querer intentarlo, ¿como vamos a conseguirlo? ¿A quien podríamos llevarnos?
– Tendremos que enseñarles a luchar.
– Eso significa enseñarles a infligir dolor, incluso quizás a matar.
– Lo se.
– Eso los cambiaria para siempre, lo transformaría todo.
Esto ya no seria el edén.
– Susan, el edén llega a su fin igualmente. Ya oíste lo que dijo Kellicut. Están siendo secuestrados. Solo es cuestión de tiempo que los renegados los destruyan. Y creo que algunos de ellos quieren defenderse. Las cosas han cambiado desde la muerte de Caralarga. Si se defienden, por lo menos tendrán una oportunidad.
– ¿Y que crees que diría Kellicut si los animamos a eso?
Todo lo que ha predicado con nosotros desde nuestro primer ano de universidad trataba de la responsabilidad de los científicos sociales de observar sin interferir.
– Estas colocando el credo profesional de Kellicut por delante de la moral humana básica. No podemos dejar morir a Van.
– Lo se. También tengo esa sensación, pero una de las cosas que nos enseño Kellicut era que los científicos no deben pensar solo en un individuo.
– Susan, olvídate de la ciencia. Piensa en la religión. Si nos enseña algo es la santidad de la vida… cualquier vida, en cualquier parte.
Susan guardo silencio, que Matt tomo por resistencia obstinada.
– Kellicut -espetó-. A veces dudo de el. ¿Por que se esfuerza tanto en intentar aprender su habilidad?
– Es algo místico.
– Tonterías, es el poder. Lo sabrías si no te tuviera a su merced. ¿Se debe a que aun eres su estudiante o aun eres su amante?
Susan se quedó demasiado aturdida para contestar.
Susan se interno en el bosque bullendo de ira. Que típico se dijo. Creo estar hablando de ciencia y moral y lo única que el puede pensar es si me acuesto o no con Kellicut. No es nada mas que estupida rivalidad masculina.
Siguió el sendero hasta la cascada y permaneció ante ella un largo rato escuchando el rugido del agua. Miro hacia abajo, hacia la cuenca, y advirtió con un sobresalto que Kellicut estaba allí sentado sobre las rocas con un grupo de homínidos. Los observó cautivada. Kellicut estaba situado en un punto mas alto que los demás y se mecía lentamente cerrando a veces los ojos y abriéndolos después. Los homínidos parecían confiar en el. Susan supo al instante por que estaba allí, por que se sentía atraído por el lugar donde el ruido de la cascada ahogaba cualquier sonido externo. Era el maestro que aprendía de sus alumnos.
En la reunión había algo terriblemente privado, incluso ilícito. Susan dio medía vuelta y regreso al poblado. Su ira hacia Matt se había esfumado. Por primera vez en varios años recordó la pequeña iglesia de tablas blancas construida en la cima de una colina de Oregon a la que asistía de niña.
Aquella noche, en el emparrado, se volvió hacia Matt.
– Tenias razón. No en lo de que aun soy su amante, sino en que no estoy siendo sincera conmigo misma. Por supuesto que tenemos que salvar a Van.
Se abrazaron y se besaron. Mientras ella le desabrochaba la camisa y deslizaba su mano en un lento circulo por encima de su pechó, Matt se volvió para mirarla y ella le acarició la nuca y la espina dorsal. El deslizo sus maños hacia abajo, hasta la parte de atrás de los breves pantalones de Susan, y se introdujo en sus pantis, acariciando sus nalgas blandas y algo frías. Cuando ella rodó hasta situarse encima y volvió a besarle, Matt sintió como el deseo crecía en su interior; y aun así, era consciente de un núcleo de resistencia, la inquietante presencia de alguien mas. Consiguió apartarlo, pero siguió percibiéndolo débilmente a lo largo de los juegos previos y después, cuando hacían el amor. No dejo de sentir una presencia extraña hasta después, cuando ella descansaba entre sus brazos con el cabello húmedo de transpiración y respiraba cada vez con mas regularidad. Entonces desapareció tan furtivamente como un espíritu.
Matt se puso en pie, se vistió y camino rápidamente por el sendero hasta el poblado. No muy lejos encontró a Kellicut apoyado en un árbol y por un momento algo en la mirada del anciano, azorado al verse descubierto y sin embargo extrañamente desafiante, se alentó en la mente de Matt la descabellada idea de que era Kellicut quien había invadido su cerebro.
Aguardaron emboscados alrededor de un claro en la parte mas tupida del bosque. Dienteslargos y Ojos Azules estaban a un lado, Lanzarote y Rodilla Herida al otro lado, y Matt y otro joven, Chicharrón, en otro. Susan, Levítico y varios mas avanzaban ruidosamente hacia ellos entre los bosques, intentando asustar a un animal para que saliera de su escondite y cayera en su trampa.
Matt y Susan habían meditado cuidadosamente sobre a quien elegir para la partida de caza. Empezaron con Lanzarote, recordando el súbito ataque de ira que mostró durante el combate de lucha libre. Rodilla Herida ya se había expuesto a la influencia de los renegados y había adoptado algunos de sus rasgos agresivos. Había unos cuantos homínidos mas jóvenes que parecían apuntar en la misma dirección, tras la muerte de Caralarga y la perdida de entusiasmo de los otros débiles ancianos.
Ahora todos llevaban porras y lanzas. Matt había dedicado horas a buscar árboles jóvenes de la longitud y el peso adecuados, aguzándolos y bruñendo las puntas al fuego.
Instruir a los homínidos sobre como arrojar las lanzas fue aun mas difícil, ya que en realidad no comprendían el sentido del ejercicio. Matt utilizo un maniquí de paja como blanco y con el tiempo los homínidos comprendieron el sentido y conseguían acertarle de vez en cuando. Sin embargo, era dudoso que comprendieran que se trataba del sustituto de un animal vivito y coleando.
Al principio los juegos de guerra resultaron aun mas difíciles. A los pacíficos homínidos les costaba asimilar el concepto de equipos, dos grupos opuestos por alguna razón en absoluto evidente. Hasta que Susan celebro un debate creativo consigo misma. Desapareció entre la espesura y volvió con puñados de barro, después salio de una choza con un mejunje de vivo color ocre que procedió a untar sobre el torso de los miembros de un grupo. Al principio Matt puso objeciones -dijo que le hacia sentir como si fuera un niño jugando a indios y vaqueros-, pero pronto advirtió el notable efecto que tenían las franjas de pinturas de guerra. Era como si toda la idea se aclarara repentinamente y despertara algún instinto primitivo por la lucha. Lo que había ocurrido, teorizaron, era que el ocre desencadeno una asociación con los temidos y odiados renegados. En efecto, las líneas de la lucha ya estaban trazadas. El constructor psicológico del enemigo estaba latente; solo había que rellenarlo.
Ahora el retumbante sonido se acercaba a medida que avanzaban los ojeadores. De pronto, Matt oyó un ruido distinto por encima de los demás, el roce y los chasquidos producidos por un animal en desbandada que pisoteaba hojas y ramas con sus pezuñas. Matt miro a Chicharrón y le pareció que también lo había oído. Pero ¿en que pensaba?
¿Notaba la misma adrenalina agolpándose en sus venas, el hormigueo bajo el cuero cabelludo, la claridad mental que apartaba cualquier cosa ajena a la caza y concentraba sus energías en la acción?
Hasta ahora Matt había intentado dos veces enseñarles a acechar a una presa y en ambas ocasiones había fracasado; la única lanza que voló hacia el animal fue la suya. Una vez había sido una marmota y el arma paso inofensivamente por encima de su cabeza. La segunda vez era un ciervo, que desvió la lanza de Matt con un movimiento brusco de sus astas y la estrello con un fuerte chasquido contra el tronco de un árbol. Los homínidos no se movieron en ningún momento.
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