Aquello les hizo callar por un momento. Después Pine tomó la palabra.
– Pero sigo sin entender cuáles son nuestras prioridades. Personalmente, estoy totalmente a favor. Después de lo que le ha pasado a Benny, prefiero perseguir a Matek antes que a nadie. Pero si fuera un contador de habas del Tribunal diría: esperad un momento, estamos desperdiciando un montón de recursos limitados para buscar a un viejo a quien no nos corresponde buscar. Ni siquiera por asesinato.
– Alguien puede decirlo todavía. Pero por el momento el único que quiere que dejemos el caso es Harkness. Éstas son las órdenes, de todos modos. Así que estad preparados para un sermón.
– Creía que todo esto era idea suya. Suya y de Leblanc. ¿Y ahora que hemos perdido a un buen hombre espera que abandonemos sin más? ¿Pero qué coño está pasando?
– Tal vez debas preguntárselo a él. Pero hay algo de todo esto que parece asustarlo.
– ¿Y qué decimos cuando pregunte cuál será nuestro paso siguiente?
– Mencionamos Roma, y eso es todo. Y no damos más datos.
Llegaron al Holiday Inn con sólo unos minutos de margen y subieron a toda prisa a una pequeña sala de juntas donde esperaban los dos enviados. Leblanc estaba sentado con calma en uno de los lados, con una sonrisa remilgada que era casi una sonrisita de complicidad. Harkness vestía una chaqueta de tweed. En verdad traía a la mente la imagen de un caballero rural británico, pensó Vlado, que albergaba la esperanza de que no hubiera más apartes relacionados con Popovic. Se sentaron en torno a una mesa ovalada, mientras Harkness se dirigía a grandes zancadas hacia un extremo como si fuera el maestro de ceremonias.
– ¿Desean beber algo, caballeros? -preguntó-. Y señora, desde luego.
Vlado casi esperaba que tuviera preparado un gin tonic, habida cuenta del porte de aquel hombre, pero la única bebida que había a la vista era una botella de agua mineral.
– Me gustaría comenzar expresando mi pésame. Supongo que todos hemos aprendido una triste y costosa lección esta mañana.
– ¿Y qué lección sería ésa? -preguntó Pine abruptamente.
– Que este lugar sigue siendo muy peligroso, y también que el Tribunal, pese a su crecimiento, no está realmente preparado para la cuestión de las persecuciones. No deberíamos haberles empujado a desempeñar ese papel. Nuestras disculpas. Y nuestras más sentidas condolencias por Benny. Era un tipo espléndido.
Cabía suponer que hablase también en nombre de Leblanc, aunque a juzgar por la expresión del francés no estaba claro que compartiera la disposición de Harkness a aceptar la culpa. Janet y Pine guardaban silencio, y Vlado no pudo por menos de contrastar la fría atmósfera con la calidez del hogar que había visitado -su propio hogar, tuvo que recordarse- sólo unas horas antes. Se preguntó también por la manera en que Harkness se había hecho cargo, como si le correspondiera a él dirigir la operación.
– Evidentemente -continuó-, nuestra principal prioridad ahora es Andric, a pesar de las cuestiones personales que hay en juego. Tengo previsto mantener una conversación con Contreras antes de nada para asegurarnos de que está en la misma página. Se ha informado también al Departamento de Estado, desde luego, y su posición es la misma. Si la policía va a tener que vigilar la mitad de las estaciones de ferrocarril y de los aeropuertos de Europa, también podríamos centrarnos en la presa más importante, a pesar de los acontecimientos de esta mañana en Travnik. Por no hablar de los problemas obvios de jurisdicción y autorización.
– Esta reunión es sólo de cortesía -dijo Pine, con la cara encendida-, y las órdenes del Tribunal dicen claramente que Vlado y yo debemos seguir la pista de Matek. Janet me respaldará en ese punto.
– «A la mierda la jurisdicción» -dijo Janet-. Palabras textuales de Contreras hace una hora.
– Recobrará el juicio pronto -dijo Harkness, limpiándose las gafas con un pañuelo-. Cuando el dolor haya pasado o cuando tenga otro agente muerto del que responder. Esperemos que sea lo primero, no lo segundo.
– Nosotros no somos agentes -dijo Pine, aún más rojo-. Ése es vuestro mundo. Nosotros sólo somos investigadores y fiscales. Y si no supiera lo que sé, diría que acabas de amenazarnos.
En ese momento le tocó a Harkness el turno de enojarse. Tiró las gafas encima de la mesa con fuerza casi para romperlas y apuntó con un dedo rosado a Pine.
– No es una amenaza. En absoluto. Benny Hampton era un buen hombre. Nadie aquí lo discute. Pero meterse en asuntos que no son de la maldita competencia del Tribunal lo único que puede hacer es crear más problemas. Seguid adelante si queréis. Pero no esperéis el mismo entusiasmo del Departamento de Estado cuando llegue el momento de soltar la pasta para otro presupuesto del Tribunal. Y esto sí es una amenaza. En este punto, todo lo que reste recursos para la captura de Andric es un despilfarro y un obstáculo.
– Como si ninguno de nosotros supiera que Andric se ha ido -dijo Janet.
– A Serbia, quieres decir -dijo Leblanc, que hasta ese momento se había conformado con observar a los americanos atacarse mutuamente-. Tendría sentido. Milosevic acoge a todo aquel que puede y lo envía a Kosovo. Un cable de esta mañana, y estoy seguro de que monsieur Harkness ha recibido la misma información, dice que acaban de trasladar a otros veinte mil.
– Creía que los serbios eran amigos vuestros, Guy -dijo Harkness, aparentando una actitud campechana-. Y ya que se ha sacado el tema, no va a decirnos que alguien de su bando no avisó al general Andric, ¿verdad? No lo iba a plantear por cortesía, pero ya que estás tan seguro de su destino actual parece apropiado.
Se produjo un incómodo silencio. Desde el principio de aquella operación, Vlado se había preguntado por la naturaleza exacta del trabajo que hacían Harkness y Leblanc. Cuando era adolescente estaba de moda catalogar a todos los visitantes estadounidenses de agentes de la CIA. Todos los británicos eran del MI-5, y los escasos rusos eran por supuesto del KGB. Tenía más de juego que una creencia, hasta el punto de convertirse en un tópico idiota. Cuando los Juegos Olímpicos llegaron a Sarajevo en 1984, sus amigos convirtieron en juego el «seguimiento» de ciertos atletas y turistas por las zonas de bares nocturnos, fingiendo haber identificado realmente a un agente. Pero en el caso de Leblanc y Harkness, advirtió Vlado, el truco de salón era mucho más complejo. Por una parte, parecían hacer de todo menos darle codazos y hacerle guiños para convencerlo de que sus conexiones eran mucho más profundas que el mero mundo diplomático. Pero no paraban de cotorrear sobre sus jefes en el «Departamento de Estado» o en el «Ministerio de Exteriores». Era desconcertante, sobre todo porque no estaba seguro de con quién estaba tratando, si con el representante de un país o con el de un organismo que tenía una agenda más reservada. O quizá con aquellos dos, pensó, las apuestas eran personales.
– A lo mejor vosotros podéis discutir más tarde -dijo Janet-. Pero mientras no se nos diga lo contrario, desde La Haya, no desde Washington o París, seguimos en el caso Matek. Esto es una reunión informativa en vuestro beneficio, no una sesión de planificación que tenéis que dirigir.
– De acuerdo -dijo Harkness-. Seguiré jugando. ¿Y cuál podría ser vuestro siguiente paso en esta trascendental persecución de Matek? Como cortesía solamente, desde luego.
– Pensamos en Roma como posible destino.
Harkness se echó a reír, y después bebió agua con ganas.
– No iréis a perder el tiempo hablando con ese viejo charlatán de Bob Fordham, espero.
Janet se estremeció, pero no dijo nada.
– Sé que aparece en todos esos viejos cables. Pero se sabe que ese hombre no es de fiar. Por eso se borró, ya sabes. Nadie podía creer una palabra de lo que decía. La prioridad para todos nosotros debería seguir siendo Andric. Y si puedo añadir algo de mi cosecha, simplemente como asesor, desde luego, diría que la clave para encontrar a Andric es encontrar a Branko Popovic.
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