Vlado intentó no mostrar su sorpresa. Se le pasó por la mente la imagen del cuerpo de Popovic en el maletero, boca abajo como Benny, con la carne pálida y sin vida como la de Benny, la oscura mancha de sangre en la espalda.
– Hay un hombre que tiene algunas conexiones de verdad en el ejército que puede ayudarnos si lo encontramos -dijo Harkness-. No sólo en el caso de Andric, sino también en el de Matek. Los mismos amigos sospechosos. Y por lo que he oído, ciertas partes han trabajado ya para cerrar un trato de inmunidad a cambio del testimonio de Popovic. No quiero decir que seamos nosotros ni quiero decir que sea vuestra gente, Guy. Puede que hasta seamos todos, bajo los auspicios del Tribunal. Al menos eso es lo que he oído.
Aquello era una noticia para Pine, aparentemente.
– ¿Un trato? El auto de procesamiento lleva más de un año, si es a eso a lo que te refieres. Un acta de acusación secreta, de acuerdo. Pero no hay nada más que eso.
Janet, con aspecto afligido, tomó la palabra.
– En realidad, Calvin, se mantienen conversaciones en niveles muy superiores al nuestro desde hace bastante tiempo. No puedo hablar con autoridad, pero Spratt y Contreras querían liarlo por distintas razones. Al parecer Popovic sabe cosas sobre mucha gente importante, y no sólo de Andric.
– No voy a decir que no -dijo el francés, que mantenía la mirada fija en la mesa.
– Disculpad -dijo Harkness-, pero ¿podría ser éste un buen momento para pedir a nuestro amigo balcánico el señor Petric que salga de la sala?
Vlado se puso tenso. Se preguntó de qué más se había enterado Harkness en relación con Popovic en los últimos días y qué podría significar para él. No había modo de que abandonara la sala voluntariamente, pero alguien debía decirlo por él. Cuando por fin llegó la ayuda, provino de un rincón improbable.
– Personalmente -dijo Leblanc-, no entiendo por qué nadie tiene que irse.
– Personalmente, yo estaría de acuerdo en este punto -respondió Harkness, irritado-. Profesionalmente, cuanto más pequeño sea el circuito, mejor.
– Pero Paul -continuó Leblanc, con una mirada que revelaba que la conversación había ido precisamente hacia donde él quería-, en lo que a Vlado se refiere, todo esto es personal. ¿O te has olvidado de las conexiones que hicieron que nos fijásemos en él? ¿No crees que se ha ganado la inclusión?
Vlado esperaba que la única conexión a la que se refería fuera la de su padre. A juzgar por el súbito sonrojo de Harkness, ése parecía ser el caso.
– Sí, desde luego -dijo Harkness, ruborizándose-. Supongo que no estoy acostumbrado a incluir a locales en esta clase de asuntos. No era mi intención ofenderte, Vlado.
– Tomo nota, Paul -dijo Vlado, deteniéndose en el nombre-. Al fin y al cabo, sólo se trata de mi país.
Leblanc agachó la cabeza, conteniendo la risa.
– Una vez zanjado este asunto -dijo Pine-, ¿qué tiene que ver algo de esto con Popovic, a no ser su condición de testigo contra Andric?
Harkness miró a través de la mesa hacia Leblanc.
– Guy, ¿quieres decir algo al respecto?
Leblanc se encogió de hombros.
– Ha trabajado para los dos. Además de lo que ofrezca al Tribunal.
– Nos ha dado algunas cosas bastante buenas -dijo Harkness-. Ayuda en la selección de objetivos militares. La última palabra sobre el pensamiento de los dirigentes yugoslavos. Se ha convertido en todo un chaquetero. A buen precio, desde luego. -Miró a Vlado-. Y sin duda le costaría la vida si llegara a saberse. Suponiendo que no se la haya costado ya.
– ¿Crees que podría estar muerto? -preguntó Pine.
Vlado se apretó las manos bajo la mesa.
– Es una posibilidad -dijo Harkness.
– A menos que haya desaparecido del mapa para ayudar a Andric -agregó Leblanc-. Otra posibilidad. Tal vez Andric ofreció más que el Tribunal por sus servicios.
– Eso no tendría sentido -dijo Pine-. No si volver la prueba contra Andric era de verdad su billete para la libertad.
Harkness y Leblanc intercambiaron miradas, Harkness con una mirada que pareció de advertencia.
– Hay otros aspectos -dijo Leblanc-. Pero me temo que no puedo compartirlos precisamente ahora.
Pine se volvió hacia Janet.
– ¿Sabes de qué coño están hablando?
Janet bajó la cabeza.
– No.
– ¿Estás segura? -dijo Pine con irritación-. ¿Dadas tus conexiones con «la comunidad»?
Cuando levantó la vista, fue evidente que Janet estaba furiosa.
– Segurísima. Y no vuelvas a poner en entredicho mis palabras, sobre todo en lo que se refiere a mis supuestas conexiones.
Vlado seguía intentando reunir las piezas cuando levantó la vista y vio a Harkness riéndose, mirando hacia él.
– Pareces un poco pasmado, viejo amigo. Bienvenido a la jungla de los espejos.
– «Jungla de los espejos» -repitió Vlado.
Era una expresión interesante.
– Un viejo espía paranoico lo dijo refiriéndose a la comunidad del espionaje -explicó Janet-. Sobre todo porque nunca aprendió a distinguir la diferencia entre las imágenes reales y los reflejos. Resume a la perfección esta situación, diría yo.
– Ya que estamos con el tema de la perplejidad -dijo Leblanc-, en mi opinión las tres desapariciones pueden estar relacionadas. Incluida la de Matek.
Harkness le lanzó una mirada sombría.
– Creo que ahora estamos hablando fuera de la norma, Guy.
– Todos queremos lo mismo, ¿no es así, Paul?
– Dímelo tú. Pero mientras no se descubra el pastel, ¿puedo ofrecer algún otro consejo?
– ¿Por qué no? -dijo Pine-. Nos lo vas a dar de todos modos.
– Vayáis donde vayáis, andad con pies de plomo. Os engañáis si pensáis que Matek no tiene alcance internacional. Ya habéis silbado una vez al pasar por la tumba, caballeros, y mirad adónde os ha llevado eso. Si metéis la pata en Italia podría ser peor. Así que ¿por qué no lo dejáis en manos de los profesionales?
– Pensaba que éramos profesionales -dijo Pine.
– Sabes a qué me refiero. Además, podría ser más productivo buscar primero a Popovic. Y por lo que sé de ese hombre, hay un montón de buenas pistas en Viena, en Zúrich y especialmente en Berlín. Tú eres berlinés, Vlado. Debes de tener contactos en la comunidad yugoslava de allí. Seguro que alguien habrá visto a Popovic, al margen del nombre con el que viaje.
Vlado se preguntó si era el único en la sala que pensaba que la sonrisa de Harkness parecía de pronto predadora. ¿A quién debía temer más, se preguntó, a Matek o a Harkness? Pero estaba a punto de enredarse aún más con los dos, llevado por su interés por el pasado de su padre. El desafío consistía en no caer en el lazo.
– Se me ocurre una idea mejor, Paul -dijo Janet-. ¿Qué tal si nos dices cómo encajan las piezas, y así podremos ayudarte después aún más? Teniendo en cuenta lo que piensas de nuestro trabajo.
– Hemos ofrecido ya más información de lo que me hubiera gustado -dijo, mirando significativamente a Leblanc-. Pero si puedes ser más precisa en cuanto a lo que quieres saber, tal vez pueda ayudarte.
Era el viejo truco del burócrata. Te diré lo que tengo siempre y cuando ya lo sepas. Pero Janet lo puso en evidencia.
– Seré muy precisa. Hay un documento del expediente de seguridad de Matek que no puedo tocar. Su repatriación en mil novecientos sesenta y uno. Al parecer tú lo has visto, pero todas las peticiones que hago son baldías.
– Me temo que no nos corresponde a nosotros revelarlo. Tendrás que pedírselo a los yugoslavos.
– Quizá deberías esforzarte un poquito más para liberarlo, sobre todo si Belgrado sigue queriendo que los antiguos criminales de la Ustashi como Matek queden a buen recaudo.
Читать дальше