– No he dicho que no lo hayan revelado. Lo que he dicho es que no nos corresponde a nosotros revelarlo. Algunas cosas se nos confían con condiciones. Sometidas a ciertas restricciones.
La cara de Janet estaba tensa.
– Eso es absurdo.
– No. Se llama protocolo diplomático. Sucede siempre.
– Sabes perfectamente que siempre hay formas de sortear esa clase de protocolo. Especialmente desde donde tú estás sentado. Y no hablo de tu mesa en el Departamento de Estado.
Al menos alguien había dejado por fin de marear el tema, pensó Vlado. Harkness estaba claramente disgustado, aunque Leblanc exhibía una afectada sonrisa.
– No hay por qué hacer de esto una cuestión personal -respondió Harkness con serenidad. Y después, lanzando una sonrisa descarada a Pine, agregó-: Tú mejor que nadie, Janet, deberías saber cómo no hacer de las cosas una cuestión personal. Te ofusca.
Janet se puso roja como un tomate. Leblanc revolvió unos papeles, con una expresión tan anodina como si acabara de asistir a la reunión más tranquila del mundo.
– En fin, señora, caballeros -dijo Harkness en tono triunfal, levantándose de pronto de su asiento-. Parece que hemos cubierto el terreno necesario. Os deseo lo mejor en vuestra insensata persecución, por mucho que os apartéis del buen camino. Y salud.
Alzó su vaso de agua, como si brindara con champán por el final de un partido de cricket.
Nadie le secundó en el gesto.
– Ha sido una experiencia que podía haberme ahorrado -dijo Pine unos instantes después, todavía echando humo. Él, Janet y Vlado estaban en la cafetería del hotel-. ¿Alguno de vosotros tiene idea de a qué se referían con conexiones entre los sospechosos?
Janet negó con la cabeza.
– Pero tiene que estar en alguna parte de los expedientes. O puede que Fordham lo sepa. ¿Por qué si no iba a querer Harkness alejarnos de Roma? Apuesto a que Popovic no es nada más que un callejón sin salida.
Pues claro que lo era, pensó Vlado, que sólo quería cambiar de tema.
– Decidme -dijo-. Harkness y Leblanc no son sólo diplomáticos, ¿verdad?
Pine sonrió.
– Son secretas, quieres decir.
– ¿Secretas?
– Espías. Inteligencia. O en el caso de Harkness, de la CIA, con cobertura diplomática.
– Sí. Secretas, entonces.
– Tal vez. Eso es lo que se ha supuesto siempre, aunque nadie lo diga.
– ¿Por qué no sale alguien sin más y lo dice?
Janet se echó a reír.
– ¿Quieres decir, «Hola, soy Paul Harkness, de la CIA»?
– No. Pero uno de vosotros debería habérmelo dicho.
– Supongo que te acostumbras a tratar con gente como ellos cuando trabajas en sitios así -dijo Pine-. Además, nunca se sabe a ciencia cierta.
– Así que tratas con ellos de la misma manera en que lo harías con cualquier extraño -agregó Janet-. Aun en el caso de que sean diplomáticos convencionales, siempre tendrán sus propias agendas, y créeme, algunos son tan arteros como cualquier secreta. Así que cooperamos cuando no nos queda más remedio, pero de lo contrario somos muy reservados.
– Pero vosotros dos sois americanos. Así que debéis estar del lado de Harkness. Al menos un poco.
– A veces me lo pregunto -dijo Pine.
– Considéralo como nosotros, el Tribunal, contra todos los demás -dijo Janet.
Vlado negó con la cabeza. Todos en el mismo bando, pero todos trabajando para otros. Quizás aquél era el futuro de Bosnia, un conflicto que maduraría de una pelea con cachiporras a una intromisión artera y quirúrgica.
– Tienes razón, Calvin -dijo Vlado-. Nuestra política no es nada en comparación con todo esto.
– Bueno, cuéntame algo más sobre Robert Fordham -dijo Pine-. ¿Es cierto que es un charlatán embustero?
– En tal caso, es el charlatán más reacio con el que me he encontrado -dijo Janet-. Tardé por lo menos media hora en convencerlo de que podía fiarse de mí. Incluso llamó para verificar si era de fiar. Supongo que su fiabilidad depende de lo buena que sea su memoria. Pero es más o menos la única persona que queda de la época romana de Matek. Un bicho raro. Un poco ermitaño. Era un mocoso del Servicio Exterior en fase de formación, ahí es donde aprendió italiano, pero no se trasladó a Roma a tiempo completo hasta hace seis años, al morir su esposa. En mil novecientos cuarenta y seis llegó a Roma por la vía dura. Desembarcó en Anzio con el V Ejército de Estados Unidos y avanzó hacia el norte. Al terminar la guerra, su papá del departamento se las arregló para conseguirle un destino en un equipo de contraespionaje del ejército. El número 428. Lo demás está aquí.
Janet les entregó una carpeta de color crema llena de papeles.
– ¿A qué se refería Harkness cuando dijo que Fordham se había borrado? -preguntó Vlado.
– Parece ser que en el cuarenta y seis puenteó a sus superiores. Los detalles son confusos. Tampoco se llevaba demasiado bien con Angleton y algunos de los jefes de la CIA.
– ¿Quién es Angleton? -preguntó Vlado.
– Qué gracia que lo preguntes -dijo Janet-. Es el tipo al que se le ocurrió la frase de la «jungla de los espejos», sobre todo porque acabó perdido en ella. Combatía en la Guerra Fría antes de que mucha gente supiera que existía. Al final de su carrera veía agentes dobles detrás de cada arbusto. En cualquier caso, supongo que, a juicio de Angleton, Fordham no se licenció precisamente con honores. Volvió a casa y se hizo banquero. Quiso ingresar en el Servicio Exterior, pero suspendió la prueba de seguridad. Probablemente por culpa de Angleton.
– Así que tiene un interés personal -dijo Pine.
– Es posible. Pero es él o nadie.
– Hay otra cosa -comentó Vlado-. Puede que sea una pista, puede que no. -Sacó la vieja fotografía del bolsillo y les habló de su tía Melania-. Si sigue viva, tal vez merezca la pena hablar con ella. Su casa está en Podborje.
– Qué interesante -dijo Janet, mientras estudiaba la fotografía-. ¿Dónde está Podborje?
– A dos horas en coche como máximo, incluso por malas carreteras.
– ¿Crees que sigue viva?
– Esas mujeres de las granjas son muy duras -dijo Vlado-. Hay un viejo chiste sobre las mujeres de Herzegovina. «¿Por qué los maridos siempre mueren antes que las mujeres? Porque quieren.»
Pine se rió ruidosamente, Janet no tanto. Pero admitieron que el viaje valía la pena. Vlado y Pine irían por la mañana.
– De acuerdo, pues -dijo Janet, dando por cerrada la reunión-. Entonces viajaréis hacia el sur antes de que yo me levante. Pero volved a tiempo para el vuelo de Roma. Entonces veremos hasta dónde podéis hurgar en el pasado de Matek.
Vlado sonrió forzadamente. Nunca había estado en Roma, pero el pasado se estaba convirtiendo en territorio familiar.
– Un viaje a través del tiempo -dijo-. Parece que últimamente estoy haciendo muchos.
Se pusieron en marcha antes de salir el sol, y cruzaron en medio de la oscuridad altos pasos de montaña donde sucios montones de nieve bordeaban el camino. Pero cuando llegaron a la salida sur de Jablanica, el vapor se elevaba desde el pavimento hacia la temprana luz de lo que sería un día de calor anormal para la estación.
– Por lo que recuerdo, es un poco exagerado incluso llamarlo pueblo -dijo Vlado-. Unas pocas granjas y casas, bastante dispersas. Pero sí recuerdo que se puede ver la casa de mi tío desde lo alto de la colina, cuando la carretera comienza a descender hasta el valle.
Después de salir de la carretera principal, las carreteras parecían más caminos de cabras con pretensiones, de tierra y grava, con más surcos aún que el que llegaba al complejo residencial de Matek.
– ¡Por Dios! -gritó Pine cuando los bajos del Volvo rozaron otro montículo de piedra-. Espero que a la Unión Europea no le importe invertir en otro sistema de escape.
Читать дальше