– ¿Así que nunca llegaste a saber de verdad qué fue lo que provocó aquello?
Melania hizo una pausa, como si se resistiera a continuar.
– Algo relacionado con Rudec, si de verdad quieres saberlo.
Fijó la mirada en el suelo. Pine debió de percibir el cambio de tono, porque de pronto pareció prestar más atención y se inclinó hacia delante en su silla.
– ¿Qué fue?
– Oh, Vlado, de verdad no creo que quieras saber todo aquello. El pasado es el pasado. Deja que siga en la tierra.
– Me temo que alguien que no soy yo lo ha desenterrado ya.
Ella suspiró, dejó su taza de café en la mesa y se enderezó en su silla.
– Tomislav me lo contó al día siguiente, cuando todos vosotros os habíais ido. Ni siquiera entonces, cuando comenzó a explicármelo, pudo recordar del todo por qué las cosas se les habían ido tanto de la mano. Pero había surgido el nombre de Rudec. Tomislav había oído algunas cosas después de la guerra. Sobre ese lugar que has mencionado.
– Jasenovac.
– Sí. Rudec y otros cuantos habían sido al parecer algunos de los peores. Todas las historias disparatadas sobre asesinatos, tortura. Siempre me había preguntado si tal vez no había sido precisamente la gente de Tito la que lo había inventado. Pero la familia Seratlic, los que habían ayudado a Tomislav, se lo oyeron contar a primos que habían sobrevivido a aquel lugar. Dijeron que todo era verdad.
»Tu padre le dijo a Tomislav que dejara de repetir aquellas historias, sobre todo las que se referían a Rudec. Dijo que aquello era demasiado peligroso. Y Tomislav pensó que tu padre estaba siendo un cobarde. Tu padre insistió, y le dijo a Tomislav que no debía decir jamás esas cosas a nadie. Tomislav perdió la paciencia. Y, en fin, el resto lo viste desde tu ventana. -Volvió a hacer una pausa-. Pero lo extraño fue lo que tu padre hizo a la mañana siguiente.
– ¿Marcharse temprano de la manera en que lo hizo?
– Antes de eso. Antes de que te hubieras levantado. Tomislav estaba todavía dormido, roncando. Tu madre hacía las maletas. Yo estaba en la cocina, inquieta por lo que había visto la noche anterior, mi marido y mi hermano rodando por el suelo como un par de animales. Estaba haciendo pan cuando bajó tu padre. Me dijo que sentía que las cosas hubieran salido tan mal pero que le preocupaba de verdad lo que sucedería si hablábamos de Rudec o como se llamase ahora. Tu padre dijo que le haría más daño a él que a Rudec, por cosas que habían pasado después de la guerra.
– ¿Después de la guerra?
– Sí. En Italia.
– Pero no durante la guerra.
– No. Tu padre no hablaba de aquellos años. Ni una palabra. Sobre todo de la época después de irse al norte.
– A ese lugar.
– Sí. A ese lugar -dijo y bajó la cabeza.
– Estuvieron en Roma quince años -dijo Vlado-. Pudieron suceder muchas cosas. Podía referirse a cualquier cosa. Al trabajo que hicieron contra Tito, tal vez.
Ella negó con la cabeza.
– No en Roma. Después. Cuando estuvieron en la costa. En otra ciudad, donde él y Rudec vivieron durante años, según tu padre.
En ninguno de los dos expedientes se decía nada de aquello.
– No sabía que hubieran vivido en un lugar distinto de Roma.
– Sólo estuvieron en la ciudad uno o dos años, dijo. Después se fueron al sur. En busca de trabajo, creo, o tal vez porque era más barato. No dijo gran cosa aparte de eso. Sí dijo que no había querido marcharse de Italia. Dijo que era feliz con su nueva vida, contigo y con tu madre. Sin embargo, y estoy intentando recordar cómo lo dijo exactamente, porque fue muy extraño, dijo algo así como: «Me encanta mi nueva vida, pero nunca terminé de verdad la antigua». Luego me dio algo, y comprendí al menos una parte de lo que quería decir. Aunque no con certeza, porque no dijo nada más. Sólo me lo dio y me dijo que no lo tirase nunca, pero que nunca dejara que tu madre o tú lo vieseis. Creo que no podía soportar destruirlo, pero tenía miedo de guardarlo por si uno de vosotros lo encontraba.
– ¿Y qué era? ¿Lo guardas todavía?
– Sí. Y tal vez debería haber cumplido su deseo y no haberte hablado de ello. Pero si te ayuda a encontrar a Rudec… -Se encogió de hombros-. Porque él también es parte de ello.
– Enséñamelo, por favor.
Ella asintió con la cabeza, puso las palmas de las manos sobre la mesa y se apoyó para ponerse de pie lentamente. Al pasar puso una mano ligeramente sobre la cabeza de Vlado, a la manera de un sacerdote que imparte una bendición.
– Lo tengo en el cajón de mi tocador, donde ha estado desde aquella noche. Ni siquiera llegué a enseñárselo a Tomislav.
Salió cojeando, entumida después de una hora sentada a la mesa, pareciendo varios años más vieja que cuando llegaron.
– ¿Qué pasa? -susurró Pine-. ¿Adónde va?
– Ha ido a buscar algo que mi padre dejó aquí hace años. Cuando yo era un niño.
Pine no dijo nada. Sólo se oía a las gallinas al otro lado de la ventana, cloqueando y escarbando, inclinando las cabezas bajo el sol. La tía Melania regresó con un pequeño cuadrado de papel. Cuando le dio la vuelta, vieron que era una vieja fotografía. Se la entregó a Vlado. Se había vuelto marrón, pero se veía bien.
Era su padre, con una amplia sonrisa, un hombre joven y saludable que rodeaba con su brazo los hombros de una mujer sonriente a la que Vlado nunca había visto. Estaban al pie de una escalera de mano apoyada en un limonero. Mallas de gasa se extendían de la copa de un árbol a otra, filtrando la luz del sol. Junto a ellos había otra pareja, y Vlado sólo tardó unos segundos en reconocer los rasgos de Pero Rudec, o Matek, como ahora lo conocían. Su tía tenía razón. Matek había sido apuesto, con el toque justo de picardía en la expresión para parecer misterioso. Las dos parejas estaban en un pequeño claro cubierto de hierba, rodeado de árboles de cítricos. A un lado de la hierba había un círculo de piedras blancas, más oscuro en el centro, como si alguien hubiera encendido una fogata.
La mujer que estaba con su padre era delgada y tenía el cabello oscuro. Parecían muy cómodos el uno con el otro, mientras que la acompañante de Matek parecía rígida, incómoda, o quizás aquello fuera imaginación de Vlado.
– ¿Sabes cómo se llama ella? -preguntó Vlado.
– No. Nunca dio ninguna explicación. Sólo me pidió que la guardara.
– ¿Puedo quedármela?
– Sí -dijo Melania-. Y llévate ésta también. La envió después.
Era una fotografía de su padre y él en las montañas, admirando el paisaje. Vlado reconoció la vista, a unos kilómetros de Sarajevo, con el monte Jahorina al fondo. Parecía tener unos seis años, iba con pantalón corto, tenía las rodillas huesudas y calzaba unos zapatos pesados. Su padre estaba de pie detrás de él. Los dos exhibían amplias sonrisas, el mismo aspecto de comodidad que lucía su padre en la fotografía de Italia, aunque en esta ocasión sus manos grandes y fuertes estaban colocadas en ademán protector sobre los hombros de su hijo. ¿Eran las manos de un asesino? Vlado notó que se le saltaban las lágrimas, así que inspiró profundamente y volvió a mirar la otra fotografía, dándole la vuelta en busca de una inscripción. Sólo vio el sello del estudio: «Martelli Fotografía. Castellammare di Stabia. 1958». Nunca había oído hablar de aquel lugar. Tal vez fuera la ciudad de la costa de la que había hablado su tía.
– ¿Sólo fotografías? -preguntó Pine.
Parecía decepcionado.
– Tal vez nos enteremos de más cosas en Roma -dijo Vlado-. Y en este otro lugar. -Dio la vuelta a la fotografía una vez más, pronunciando el nombre lentamente-. Castellammare di Stabia. Puede que también tengamos que ir ahí.
Читать дальше