– ¿Y el hecho de que las dos vivieran en la misma residencia?
– Una coincidencia.
– Mentira -repliqué.
No le gustó mi observación y enrojeció ligeramente.
– Tenga cuidado -dijo apuntándome con su dedazo-. Usted no es nadie aquí.
– ¿Pretende que nos creamos que no encontraron relación entre los dos asesinatos?
– Exacto.
– ¿Y ahora, Pistillo?
– ¿Ahora, qué?
Sentí que mi indignación aumentaba de nuevo.
– Sheila Rogers pertenecía a la misma hermandad universitaria. ¿Simple coincidencia también?
Mi pregunta lo cogió por sorpresa y se reclinó en el asiento distanciándose. ¿Era porque no lo sabía o porque no creía que yo lo hubiera averiguado?
– No voy a revelarle ningún dato sobre una investigación en curso.
– Usted lo sabía -añadí despacio-. Y sabía que mi hermano era inocente.
Negó con la cabeza pero no dijo nada.
– No me constaba, mejor dicho, no me consta tal cosa.
Pero no le creí porque desde un principio no había hecho más que contar mentiras; de eso estaba seguro. Se puso tenso, como aguar-dando otro reproche por mi parte, y yo mismo me sorprendí al decir con voz tranquila:
– ¿Se da cuenta de lo que ha hecho? -musité apenas-. El daño que ha causado a mi familia, a mi padre, a mi madre…
– Este asunto a usted no le concierne, Will.
– Ya lo creo que me concierne.
– Por favor -añadió-. No se mezclen en esto.
Lo miré fijamente.
– No.
– Se lo digo por su propio bien; aunque no se lo crean, sólo intento protegerlos.
– ¿De quién?
No contestó.
– ¿De quién? -repetí.
– Se ha terminado la conversación -replicó dando una palmada en los brazos del sillón y levantándose.
– ¿Qué es lo que quiere exactamente de mi hermano, Pistillo?
– No pienso comentar nada más sobre una investigación pendiente -contestó yendo hacia la puerta; yo intenté cortarle el paso, pero él me fulminó con la mirada al tiempo que me esquivaba-. No se mezcle en la investigación o lo detendré por obstrucción a la justicia.
– ¿Por qué quieren imputarle un crimen?
Pistillo se detuvo, dio media vuelta y pude ver que algo había cambiado en su actitud; me miraba de otro modo, ligeramente erguido.
– ¿Quiere saber la verdad, Will?
No me gustó el cambio de tono y de repente no estaba seguro de qué contestar.
– Sí.
– Bien, empecemos por usted -dijo.
– ¿Yo qué tengo que ver?
– Siempre ha estado plenamente convencido de que su hermano era inocente -prosiguió en tono más agresivo-. ¿Por qué?
– Porque lo conozco.
– ¿Ah, sí? ¿Tan unido estaba a su hermano Ken por aquel entonces?
– Siempre estuvimos unidos.
– Lo veía muy a menudo, ¿no es eso?
– No hace falta ver a alguien mucho para estar unido -repliqué cambiando el peso de un pie a otro.
– ¿Ah, sí? Bien, díganos, entonces, quién cree que mató a Julie Miller.
– No lo sé.
– Pues, en ese caso, díganos qué es lo que cree que sucedió, si le parece -añadió Pistillo dando unos pasos hacia mí.
En aquel breve diálogo, yo había perdido de algún modo la iniciativa y él arremetía furioso sin que yo entendiera el motivo. Se detuvo a la distancia justa para no avasallarme.
– Su querido hermano, con quien tan unido estaba, tuvo relaciones sexuales la noche del crimen con la que había sido su novia. ¿No es eso lo que usted cree, Will?
– Sí -respondí casi avergonzado.
– Su antigua novia y su hermano haciéndolo -chasqueó la lengua-. Tuvo que enfurecerlo.
– Pero ¿qué diablos dice?
– La verdad, Will. ¿No buscábamos la verdad? Pues pongamos las cartas sobre la mesa -añadió clavando en mí sus ojos fríos-. Su hermano vuelve a casa al cabo de unos dos años y ¿qué es lo que hace? Se va a la casa de los vecinos a fornicar con la chica que usted quería.
– Habíamos roto -alegué, aunque yo mismo advertí que lo había expresado casi en un susurro.
– Claro -replicó él con una sonrisita-, todo acaba alguna vez, ¿no? Y a partir de ese momento se levanta la veda, y más tratándose del hermano querido -añadió mirándome a la cara-. Usted dijo que vio a alguien aquella noche, alguien misterioso rondando por la casa de los Miller.
– Exacto.
– ¿Y lo vio muy bien?
– ¿Qué quiere decir? -repliqué, aunque sabía a qué se refería.
– Dijo que vio a alguien cerca de la casa de los Miller, ¿no es eso?
Pistillo sonrió y abrió las manos.
– Pero resulta que usted no nos dijo qué es lo que hacía allí aquella noche, Will -añadió como quien no quiere la cosa-. Usted, Will, a solas, junto a la casa de los Miller a altas horas de la noche mientras su hermano y su amada estaban dentro…
Katy se volvió a mirarme.
– Yo daba un paseo -respondí sin pensármelo dos veces.
Pistillo dio unas zancadas subrayando su ventaja.
– Aja, claro, vamos a ver si lo aclaramos. Su hermano se va a follar con la chica a la que usted aún quiere y usted sale a dar un paseo cerca de la casa. Y la matan. Encontramos sangre de su hermano en el escenario del crimen y usted, Will, sabe que no ha sido su hermano.
Se detuvo y me miró otra vez con aquella sonrisita.
– Dígame, si fuera usted el investigador, ¿de quién sospecharía?
Notaba una fuerte opresión de pecho y no me salían las palabras.
– Si insinúa que…
– Insinúo que se vaya a casa -replicó Pistillo-. Eso es todo. Váyanse a casa y no se entrometan en esto.
Pistillo se ofreció a llevar a Katy a casa. Ella rehusó y dijo que volvía conmigo, lo que al federal no le gustó, pero ¿qué iba a hacer?
Volvimos al apartamento callados todo el camino y una vez dentro saqué mi impresionante colección de menús de servicio a domicilio; Katy encargó comida china y yo bajé al portal a recoger las cajas blancas que pusimos en la mesa. Yo me senté en mi silla habitual y ella en la de Sheila. Me vinieron al recuerdo las cenas a base de menús chinos con Sheila: ella con el pelo recogido, recién salida de la ducha y oliendo bien, en aquel albornoz de rizo, enseñando las pecas del pecho…
Son los detalles chocantes los que más se recuerdan.
Volví a sentir que la pena me invadía otra vez como un oleaje y advertí que me hacía más daño si me quedaba inmóvil, un daño profundo. La pena agota y si no estás prevenido llegas a despreocuparte.
Me serví arroz frito que regué con un chorro de salsa de langosta.
– ¿Seguro que quieres quedarte esta noche?
Katy asintió con la cabeza.
– Te dejaré mi cama -dije.
– Prefiero dormir en el sofá.
– ¿Seguro?
– Seguro.
Continuamos haciendo como que comíamos.
– Yo no maté a Julie -dije.
– Lo sé.
Continuamos simulando dar algún bocado.
– ¿Por qué estabas allí aquella noche? -preguntó ella al fin.
– ¿No te has creído que daba un paseo? -repliqué sonriendo.
– No.
Dejé los palillos con prevención, como si fueran a romperse, pensando en cómo explicarlo, allí en mi apartamento, cara a cara con la hermana de la mujer a quien había querido, que ocupaba la silla de la mujer con quien quería casarme. Las dos asesinadas, las dos relacionadas conmigo. Levanté la vista y dije:
– Creo que quizá fue porque no se me había pasado el enamoramiento de Julie.
– ¿Querías verla?
– Sí.
– ¿Y?
– Toqué el timbre pero no abrió nadie -dije.
Katy se quedó pensativa mirando su plato.
– Lo raro es la hora en que fuiste -comentó despreocupadamente.
Cogí los palillos.
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