Harlan Coben - Por siempre jamás

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Will Klein tiene su héroe: su hermano mayor Ken. Una noche de calor agobiante aparece en el sótano de la casa de los Klein una joven, antiguo amor de Will, asesinada y violada.
El principal sospechoso es Ken.
Ante la abrumadora evidencia en contra suya, Ken desaparece.
Una década después de la desaparición, Will se ve mezclado en un inquietante misterio. Está convencido de que Ken está tratando de ponerse en contacto con él y de la existencia de un terrible secreto por el que alguien está decidido a matar porque no se desvele.

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– ¿Recuerdan cómo murió la princesa Diana? -dijo Rose Baker.

Katy y yo nos miramos y asentimos con la cabeza.

– ¿Recuerdan la aflicción popular?

Nos miró y volvimos a asentir con la cabeza.

– Para la mayoría de la gente, el dolor y la aflicción no fueron más que una moda pasajera, un par de días o quizás un par de semanas, pero luego -chasqueó los dedos como un prestidigitador, abriendo sus enormes ojos más que nunca- nada. Como si no hubiera existido.

Nos miró como quien espera un asentimiento incondicional y yo hice cuanto pude por no dejar escapar una mueca.

– Pero hay muchos que pensamos que Diana, princesa de Gales,fue un verdadero ángel que este mundo quizá no merecía, y nosotros no la olvidaremos. Conservamos su recuerdo imperecedero.

Se enjugó una lágrima mientras yo reprimía una réplica sarcástica.

– Siéntense, por favor -dijo-. ¿Les apetece un té?

Los dos lo rehusamos cortésmente.

– ¿Unas galletas?

Sacó una bandeja con galletas con el perfil de… lady Di. La corona resaltada con azúcar glas. También rehusamos, pues no nos veíamos con ánimo de mordisquear a la difunta y, sin más, fui al grano.

– Señora Baker, ¿recuerda a Julie, la hermana de Katy? -pregunté.

– Sí, claro -respondió dejando la bandeja de galletas en la mesita-. Recuerdo a todas las chicas. Mi esposo Frank, que daba clases de literatura inglesa, murió en 1969. No tuvimos hijos y todos mis familiares han muerto. Así que la residencia y las alumnas fueron mi vida durante veintiséis años.

– Comprendo -dije.

– Y Julie… Cuando estoy en la cama a oscuras por la noche, su cara es la que más me viene a la memoria. No porque fuese distinta, que lo era, sino por lo que le sucedió, claro.

– ¿Porque murió asesinada, quiere decir?

Era una pregunta tonta pero yo no tenía experiencia y deseaba que ella continuara hablando.

– Sí -contestó Rose Baker cogiendo la mano de Katy-. Fue una tragedia. No sabe cuánto lo siento por usted.

– Gracias -dijo Katy.

Por cruel que parezca, mi mente no dejaba de pensar: tragedia; sí, bueno, pero ¿qué imagen podía tener de Julie -o incluso de su propio marido o de su familia- en aquella grotesca feria de duelo real?

– Señora Baker, ¿recuerda a otra chica de la residencia llamada Sheila Rogers? -pregunté.

Hizo una mueca y respondió escuetamente:

– La recuerdo.

A juzgar por su reacción era evidente que ignoraba que la habían asesinado, y opté por no decirlo de momento; estaba claro que tenía algún problema con Sheila y yo quería saber cuál. Necesitábamos que hablara constantemente y sí le decía ahora que Sheila había muerto, a lo mejor edulcoraba su opinión con otra respuesta. Antes de que le preguntase, ella alzó una mano.

– ¿Puedo preguntarle una cosa? -dijo.

– Naturalmente.

– ¿Por qué me hacen tantas preguntas sobre algo que sucedió hace tanto tiempo? -dijo mirando a Katy.

– Porque quiero saber la verdad -replicó Katy.

– ¿La verdad sobre qué?

– Mi hermana cambió durante su estancia aquí.

Rose Baker cerró los ojos.

– Mejor sería que no lo supiera.

– Quiero saberlo -insistió Katy con voz casi de desesperación-. Por favor; tenemos que saberlo.

Rose Baker permaneció otro instante con los ojos cerrados y asintió con la cabeza antes de abrirlos y juntar las manos en el regazo dispuesta a hablar.

– ¿Qué edad tiene? -preguntó.

– Dieciocho años.

– Más o menos la edad de Julie cuando vino aquí -comentó Rose Baker- y se parece a ella.

– Eso me dicen.

– Tómelo como un cumplido porque Julie era muy guapa. En muchos aspectos me recuerda a la princesa Diana. Las dos eran preciosas y con algo especial…, casi divino -dijo sonriendo, y añadió levantando un dedo-: Ah, y las dos tenían un defecto porque eran muy tozudas. Julie era buena persona, amable y lista como el hambre, y muy buena estudiante.

– Sin embargo -dije-, abandonó los estudios.

– Sí.

– ¿Por qué?

Ella se volvió hacia mí.

– Lady Di procuró ser firme, pero nadie puede nada contra el destino. Es imprevisible.

– No la entiendo -dijo Katy.

Un reloj lady Di dio la hora en un tono hueco reminiscente del Big Ben y Rose Baker permaneció en silencio hasta que cesaron las campanadas.

– La gente cambia con la universidad. Uno está por primera vez lejos de casa y vive por su cuenta… -Cayó como en una ensoñación y pensé que tendría que darle un codazo para hacerla seguir-. No, no me explico bien: el comportamiento de Julie al principio era modélico pero después comenzó a retraerse de todo el mundo. Dejó de acudir a algunas clases, rompió con el novio de su ciudad. No es nada raro, porque casi todas las chicas lo hacen el primer año; pero en su caso sucedió más tarde, en el penúltimo curso, creo, y yo pensaba que lo quería de verdad.

Yo tragué saliva, pero no dije nada.

– Me preguntaron antes por Sheila Rogers -añadió.

– Sí -dijo Katy.

– Ella fue una mala influencia para Julie.

– ¿Por qué?

– Aquel año, cuando llegó Sheila… -dijo Rose Baker llevándose un dedo a la mejilla y ladeando la cabeza como si se le hubiera ocurrido otra idea-. Bueno, quizá fuese el destino, como en el caso de la circunstancia de los paparazzi que obligaron a acelerar a la limusina de Diana; o ese horrendo chofer, Henri Paul. ¿Saben que el nivel de alcohol en su sangre era el triple del nivel legal?

– ¿Sheila y Julie se hicieron amigas? -pregunté.

– Sí.

– Compartían habitación, ¿verdad?

– Durante un tiempo -contestó con los ojos húmedos-. No piensen que soy melodramática, pero Sheila Rogers aportó algo malvado a la residencia. Tendría que haberla expulsado, ahora me doy cuenta, pero no tenía pruebas de su maldad.

– ¿Qué es lo que hizo?

La mujer volvió a negar con la cabeza.

Yo pensé un instante en aquel penúltimo curso en que Julie fue a verme a Amherst cuando, por otra parte, se había negado a que yo fuese a verla a Haverton y comprendí que resultaba extraño. Reviví la última vez que estuvimos juntos, cuando ella insistió en ir a una pensión tranquila de Mystic en vez de quedarnos en la universidad, lo que en aquel entonces me pareció romántico. Ahora lo veía muy distinto.

Tres semanas después me llamó y rompió conmigo. Al mirar atrás, recordé que durante nuestro último encuentro había estado amodorrada y extraña. Pasamos una sola noche en Mystic y mientras hacíamos el amor la noté ausente; ella lo achacó a los estudios, que había estado empollando; yo me lo creí porque, ahora que lo pienso, quería creérmelo.

Sí, atando cabos lo veo claramente: Sheila había llegado a la universidad recién liberada de Louis Castman, de las drogas y de la calle, una vida que cuesta mucho dejar atrás, y seguramente vendría irremisiblemente contagiada de la maldad que todo lo corrompe cuando Julie iba a empezar el penúltimo curso, la época en que comenzó a actuar de un modo extraño.

Tenía lógica.

– ¿Sheila Rogers se graduó? -pregunté cambiando de rumbo.

– No, también ella dejó los estudios.

– ¿El mismo año que Julie?

– No estoy segura de que llegaran a darse oficialmente de baja. Julie dejó de asistir a clase hacia final de curso. Se pasaba las mañanas en la cama y cuando yo la reprendí se marchó -añadió con voz trémula.

– ¿Adonde se marchó?

– A un apartamento fuera de la universidad. Con Sheila.

– ¿Y cuándo abandonó exactamente Sheila Rogers los estudios?

Rose Baker fingió reflexionar al respecto, y digo «fingió» porque era evidente que lo sabía de sobra y que todo era puro teatro.

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