– ¿Recuerdan cómo murió la princesa Diana? -dijo Rose Baker.
Katy y yo nos miramos y asentimos con la cabeza.
– ¿Recuerdan la aflicción popular?
Nos miró y volvimos a asentir con la cabeza.
– Para la mayoría de la gente, el dolor y la aflicción no fueron más que una moda pasajera, un par de días o quizás un par de semanas, pero luego -chasqueó los dedos como un prestidigitador, abriendo sus enormes ojos más que nunca- nada. Como si no hubiera existido.
Nos miró como quien espera un asentimiento incondicional y yo hice cuanto pude por no dejar escapar una mueca.
– Pero hay muchos que pensamos que Diana, princesa de Gales,fue un verdadero ángel que este mundo quizá no merecía, y nosotros no la olvidaremos. Conservamos su recuerdo imperecedero.
Se enjugó una lágrima mientras yo reprimía una réplica sarcástica.
– Siéntense, por favor -dijo-. ¿Les apetece un té?
Los dos lo rehusamos cortésmente.
– ¿Unas galletas?
Sacó una bandeja con galletas con el perfil de… lady Di. La corona resaltada con azúcar glas. También rehusamos, pues no nos veíamos con ánimo de mordisquear a la difunta y, sin más, fui al grano.
– Señora Baker, ¿recuerda a Julie, la hermana de Katy? -pregunté.
– Sí, claro -respondió dejando la bandeja de galletas en la mesita-. Recuerdo a todas las chicas. Mi esposo Frank, que daba clases de literatura inglesa, murió en 1969. No tuvimos hijos y todos mis familiares han muerto. Así que la residencia y las alumnas fueron mi vida durante veintiséis años.
– Comprendo -dije.
– Y Julie… Cuando estoy en la cama a oscuras por la noche, su cara es la que más me viene a la memoria. No porque fuese distinta, que lo era, sino por lo que le sucedió, claro.
– ¿Porque murió asesinada, quiere decir?
Era una pregunta tonta pero yo no tenía experiencia y deseaba que ella continuara hablando.
– Sí -contestó Rose Baker cogiendo la mano de Katy-. Fue una tragedia. No sabe cuánto lo siento por usted.
– Gracias -dijo Katy.
Por cruel que parezca, mi mente no dejaba de pensar: tragedia; sí, bueno, pero ¿qué imagen podía tener de Julie -o incluso de su propio marido o de su familia- en aquella grotesca feria de duelo real?
– Señora Baker, ¿recuerda a otra chica de la residencia llamada Sheila Rogers? -pregunté.
Hizo una mueca y respondió escuetamente:
– La recuerdo.
A juzgar por su reacción era evidente que ignoraba que la habían asesinado, y opté por no decirlo de momento; estaba claro que tenía algún problema con Sheila y yo quería saber cuál. Necesitábamos que hablara constantemente y sí le decía ahora que Sheila había muerto, a lo mejor edulcoraba su opinión con otra respuesta. Antes de que le preguntase, ella alzó una mano.
– ¿Puedo preguntarle una cosa? -dijo.
– Naturalmente.
– ¿Por qué me hacen tantas preguntas sobre algo que sucedió hace tanto tiempo? -dijo mirando a Katy.
– Porque quiero saber la verdad -replicó Katy.
– ¿La verdad sobre qué?
– Mi hermana cambió durante su estancia aquí.
Rose Baker cerró los ojos.
– Mejor sería que no lo supiera.
– Quiero saberlo -insistió Katy con voz casi de desesperación-. Por favor; tenemos que saberlo.
Rose Baker permaneció otro instante con los ojos cerrados y asintió con la cabeza antes de abrirlos y juntar las manos en el regazo dispuesta a hablar.
– ¿Qué edad tiene? -preguntó.
– Dieciocho años.
– Más o menos la edad de Julie cuando vino aquí -comentó Rose Baker- y se parece a ella.
– Eso me dicen.
– Tómelo como un cumplido porque Julie era muy guapa. En muchos aspectos me recuerda a la princesa Diana. Las dos eran preciosas y con algo especial…, casi divino -dijo sonriendo, y añadió levantando un dedo-: Ah, y las dos tenían un defecto porque eran muy tozudas. Julie era buena persona, amable y lista como el hambre, y muy buena estudiante.
– Sin embargo -dije-, abandonó los estudios.
– Sí.
– ¿Por qué?
Ella se volvió hacia mí.
– Lady Di procuró ser firme, pero nadie puede nada contra el destino. Es imprevisible.
– No la entiendo -dijo Katy.
Un reloj lady Di dio la hora en un tono hueco reminiscente del Big Ben y Rose Baker permaneció en silencio hasta que cesaron las campanadas.
– La gente cambia con la universidad. Uno está por primera vez lejos de casa y vive por su cuenta… -Cayó como en una ensoñación y pensé que tendría que darle un codazo para hacerla seguir-. No, no me explico bien: el comportamiento de Julie al principio era modélico pero después comenzó a retraerse de todo el mundo. Dejó de acudir a algunas clases, rompió con el novio de su ciudad. No es nada raro, porque casi todas las chicas lo hacen el primer año; pero en su caso sucedió más tarde, en el penúltimo curso, creo, y yo pensaba que lo quería de verdad.
Yo tragué saliva, pero no dije nada.
– Me preguntaron antes por Sheila Rogers -añadió.
– Sí -dijo Katy.
– Ella fue una mala influencia para Julie.
– ¿Por qué?
– Aquel año, cuando llegó Sheila… -dijo Rose Baker llevándose un dedo a la mejilla y ladeando la cabeza como si se le hubiera ocurrido otra idea-. Bueno, quizá fuese el destino, como en el caso de la circunstancia de los paparazzi que obligaron a acelerar a la limusina de Diana; o ese horrendo chofer, Henri Paul. ¿Saben que el nivel de alcohol en su sangre era el triple del nivel legal?
– ¿Sheila y Julie se hicieron amigas? -pregunté.
– Sí.
– Compartían habitación, ¿verdad?
– Durante un tiempo -contestó con los ojos húmedos-. No piensen que soy melodramática, pero Sheila Rogers aportó algo malvado a la residencia. Tendría que haberla expulsado, ahora me doy cuenta, pero no tenía pruebas de su maldad.
– ¿Qué es lo que hizo?
La mujer volvió a negar con la cabeza.
Yo pensé un instante en aquel penúltimo curso en que Julie fue a verme a Amherst cuando, por otra parte, se había negado a que yo fuese a verla a Haverton y comprendí que resultaba extraño. Reviví la última vez que estuvimos juntos, cuando ella insistió en ir a una pensión tranquila de Mystic en vez de quedarnos en la universidad, lo que en aquel entonces me pareció romántico. Ahora lo veía muy distinto.
Tres semanas después me llamó y rompió conmigo. Al mirar atrás, recordé que durante nuestro último encuentro había estado amodorrada y extraña. Pasamos una sola noche en Mystic y mientras hacíamos el amor la noté ausente; ella lo achacó a los estudios, que había estado empollando; yo me lo creí porque, ahora que lo pienso, quería creérmelo.
Sí, atando cabos lo veo claramente: Sheila había llegado a la universidad recién liberada de Louis Castman, de las drogas y de la calle, una vida que cuesta mucho dejar atrás, y seguramente vendría irremisiblemente contagiada de la maldad que todo lo corrompe cuando Julie iba a empezar el penúltimo curso, la época en que comenzó a actuar de un modo extraño.
Tenía lógica.
– ¿Sheila Rogers se graduó? -pregunté cambiando de rumbo.
– No, también ella dejó los estudios.
– ¿El mismo año que Julie?
– No estoy segura de que llegaran a darse oficialmente de baja. Julie dejó de asistir a clase hacia final de curso. Se pasaba las mañanas en la cama y cuando yo la reprendí se marchó -añadió con voz trémula.
– ¿Adonde se marchó?
– A un apartamento fuera de la universidad. Con Sheila.
– ¿Y cuándo abandonó exactamente Sheila Rogers los estudios?
Rose Baker fingió reflexionar al respecto, y digo «fingió» porque era evidente que lo sabía de sobra y que todo era puro teatro.
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