Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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Harlan Coben Motivo de ruptura Myron Bolitar 1 Esto al igual que todo lo - фото 1

Harlan Coben

Motivo de ruptura

Myron Bolitar 1

Esto, al igual que todo lo demás, es para Anne.

Capítulo 1

Otto Burke, «el Genio de los Chismes», siguió insistiendo en su oferta.

– Vamos, Myron -le rogó con fervor casi religioso-, estoy seguro de que podemos llegar a entendernos. Tú cedes un poquito y nosotros cederemos otro poquito. Los Titans son un equipo y, en cierto sentido, a mí me gustaría que también nosotros fuésemos como un equipo, tú incluido. Formemos un equipo, Myron. ¿Qué te parece?

Myron Bolitar juntó las yemas de los dedos. Había leído en alguna parte que poner las manos en esa postura indicaba que uno era una persona seria, aunque en aquel momento se sintió ridículo.

– No hay nada en el mundo que me interese más, Otto -respondió devolviéndole aquella pelota sin sentido por enésima vez-. De verdad que sí, pero es que ya hemos cedido todo lo que podíamos. Ahora os toca a vosotros.

Otto asintió enérgicamente como si acabara de escuchar alguna clase de diatriba filosófica capaz de poner en evidencia al mismísimo Sócrates. Luego ladeó la cabeza y dirigió su falsa sonrisa hacia el director general de su equipo.

– Larry, ¿tú qué opinas?

Larry Hanson captó el mensaje y dio un puñetazo contra la mesa de reuniones con un puño tan peludo que parecía una ardilla del desierto.

– ¡A la mierda con Bolitar! -gritó representando a la perfección el papel de enfadado-. ¿Me has oído, Bolitar? ¿Me entiendes lo que te digo? ¡A la mierda contigo!

– A la mierda conmigo -repitió Myron a la vez que asentía con la cabeza-. Entendido.

– ¿Te estás haciendo el listillo conmigo, eh? ¡Contesta, cojones! ¿Te estás haciendo el listillo?

Myron se quedó mirándolo un momento y luego dijo:

– Tienes una semilla de amapola entre los dientes.

– Maldito listillo -gruñó Larry.

– Y te pones muy guapo cuando te enfadas. Se te ilumina la cara -añadió Myron.

Larry Hanson enarcó las cejas. Le echó una mirada a su jefe y luego volvió a centrarse en Myron.

– Esto es demasiado para ti, Bolitar. Y tú lo sabes muy bien.

Myron no respondió. La verdad era que, en parte, Larry Hanson tenía razón. Aquello era demasiado para Myron. Sólo llevaba dos años trabajando como representante de deportistas. La mayoría de sus clientes eran casos límite, gente que podía considerarse afortunada si llegaba a jugar algún partido y que ganaba lo mínimo establecido por la liga. Además, el fútbol americano no era ni mucho menos su especialidad. Sólo tenía tres jugadores de la NFL, de los cuales solamente uno de ellos era un principiante. Y ahí estaba Myron, sentado delante de Otto Burke, el niño prodigio que, a sus treinta y un años, era el propietario del equipo más joven de toda la NFL; y de Larry Hanson, toda una ex leyenda del fútbol americano convertido en ejecutivo, negociando un contrato con ellos que, pese a la poca experiencia que tenía en aquel campo, iba a ser el fichaje más importante de un novato de toda la historia de la NFL.

Sí, él, Myron Bolitar, había conseguido a Christian Steele, «la figura más cotizada del momento», un quarterback dos veces ganador del trofeo Heisman. Tres veces seguidas primer puesto en el ranking oficial de las agencias AP y UPI. Cuatro años seguidos en el All-American. Y, por si fuera poco, aquel chico era el sueño de toda empresa patrocinadora: buen estudiante, atractivo, elocuente, educado… ¡y blanco! (eh, que eso contaba).

Pero, no obstante, lo mejor de todo es que era de Myron.

– La oferta está sobre la mesa, caballeros -prosiguió Myron-. Y creemos que es bastante justa.

Otto Burke negó con la cabeza.

– ¡Es una puta mierda! -gritó Larry Hanson-. Eres un puto imbécil, Bolitar. Y vas a echar a perder la carrera de ese chico.

Myron estiró los brazos y dijo:

– ¿Y si nos damos un abrazo los tres?

Larry estuvo a punto de soltar otro improperio, pero Otto lo detuvo haciéndole un gesto con la mano. Cuando Larry aún jugaba, Dick Butkus y Ray Nitzchke eran incapaces de pararlo a empujones. Y ahora aquel licenciado de Harvard de apenas setenta kilos de peso lo hacía callar con un mero gesto de la mano.

Otto Burke se inclinó hacia delante. Todavía seguía sonriendo, gesticulando y manteniendo el contacto visual con su interlocutor, como si hubiera salido directamente de un publirreportaje de los libros de autoayuda «Poder sin límites» de Anthony Robbins. Resultaba absolutamente desconcertante. Otto era un tipo menudo y de apariencia frágil con los dedos más pequeños que Myron había visto nunca. Tenía el pelo negro y largo hasta los hombros, como un cantante de heavy-metal, una cara aniñada y una perilla tan ridícula que parecía dibujada con lápiz. Fumaba un cigarrillo muy largo, o tal vez sólo lo parecía debido al contraste con sus diminutos dedos.

– Mira, Myron -dijo Otto-, vamos a hablar en serio, ¿de acuerdo?

– En serio, venga.

– Perfecto, Myron, eso nos irá muy bien. La verdad es que Christian Steele es una incógnita. Ni siquiera se ha puesto un uniforme profesional. Podría ser el fraude del siglo.

– Y seguro que eso te suena de algo, Bolitar, la de jugadores que al final no hacen nada, que fracasan por completo -añadió Larry en tono burlón.

Myron se limitó a ignorarlo. Había escuchado aquel insulto muchas veces y ya no le molestaba. A palabras necias, oídos sordos.

– Estamos hablando del que tal vez sea el mejor quarterback en potencia de la historia -contestó en tono firme-. Habéis hecho tres traspasos y habéis cedido seis jugadores para conseguir sus derechos. No os habríais tomado tantas molestias si no pensarais que es bueno.

– Pero es que esta propuesta… -empezó a decir Otto, pero entonces se detuvo y se quedó un instante mirando el techo como buscando las palabras apropiadas- no es del todo buena.

– Es más bien una mierda -añadió Larry.

– Pues es mi última palabra -dijo Myron.

Otto hizo un gesto negativo con la cabeza pero sin dejar de sonreír.

– Hablemos del tema, ¿de acuerdo? Mirémoslo desde todas las perspectivas posibles. Tú eres nuevo en esto, Myron. No eres más que un ex deportista que está haciendo todo lo posible para introducirse en el mundillo de los directivos, y yo te respeto por eso. Eres un tipo joven tratando de hacerse un lugar. Mira, hasta te admiro. En serio.

Myron se mordió la lengua. Podría haberle contestado que Otto y él eran de la misma edad, pero le encantaba que lo trataran con condescendencia. ¿Y a quién no?

– Si te equivocas en eso -prosiguió Otto-, podría ser la clase de asunto que hundiera tu carrera. ¿Entiendes lo que quiero decir? Hay mucha gente que cree que esto no va contigo, que no sabes cómo encargarte de un cliente con un perfil tan bueno. Yo no, claro. Yo creo que eres un tipo muy listo. Muy astuto. Pero la forma en que te comportas…

Al decir eso, Otto negó con la cabeza como un profesor desilusionado ante un alumno prometedor.

Larry se levantó y, fulminando a Myron con la mirada, le dijo:

– ¿Por qué no le das un buen consejo a ese pobre chico y le dices que se busque un agente de verdad?

Myron se había esperado todo aquel número del poli bueno y el poli malo. De hecho, se había esperado algo peor, puesto que Larry Hanson aún no había criticado las preferencias sexuales de la madre de nadie. Aun así, Myron prefería el poli malo al poli bueno. Larry Hanson era un ataque frontal, fácil de ver y de manejar, pero Otto Burke era como un prado de hierba alta plagado de serpientes y de minas ocultas.

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