Harlan Coben - Ni una palabra

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Qué haría un padre por proteger a su hijo? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar? ¿Le espiaría?¿Llegaría a mantenerle localizado permanente por el GPS de su móvil? Es lo que hacen Tia y Mike Baye, aunque vigilarle así no impedirá que Adam, su hijo de 16 años, desaparezca tras el suicidio de su mejor amigo. Ambos se lanzarán a una agónica búsqueda, mientras van conociendo con espanto que, en el fondo, no saben nada de la vida de su hijo.

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Harlan Coben Ni una palabra Hold Tight En memoria de los cuatro abuelos de - фото 1

Harlan Coben

Ni una palabra

Hold Tight

En memoria de los cuatro abuelos de mis hijos:

Cari y Corky Coben

Jack y Nancy Armstrong

Os echamos mucho de menos a todos.

Nota del autor

La tecnología utilizada en este libro es real. No sólo es real, sino que el programado y el equipo descrito están en venta y al alcance de todos. Los nombres de los productos se han cambiado, pero, vaya, ¿a quién va a detener esto?

1

Marianne jugueteaba con su tercer chupito de Cuervo, maravillándose de su infinita capacidad para destruir todo lo bueno que podía haber en su lastimosa vida, cuando el hombre que estaba a su lado gritó:

– ¡Oye, preciosa, el creacionismo y la evolución son perfectamente compatibles!

La saliva del hombre acabó en el cuello de Marianne. Ella hizo una mueca y lanzó una rápida mirada al hombre. Llevaba un gran bigote poblado que parecía salido de una película pornográfica de los setenta. Estaba sentado a la derecha de Marianne. La rubia oxigenada con los cabellos encrespados a quien intentaba impresionar con aquella charla tan estimulante estaba sentada a su izquierda. Marianne era el desafortunado embutido de aquel malogrado sándwich.

Intentó ignorarlos. Contempló su vaso como si fuera un diamante que estuviera evaluando para un anillo de compromiso. Marianne tenía la esperanza de que esto hiciera desaparecer al hombre del bigote y a la mujer de cabellos pajizos. Pero no fue así.

– Estás loco -dijo Pelopaja.

– Tú escúchame.

– De acuerdo. Te escucho. Pero creo que estás loco.

– ¿Queréis cambiar de taburete, para poder estar al lado? -preguntó Marianne.

Bigotes le puso una mano en el brazo.

– Quieta, guapa, quiero que tú también lo oigas.

Marianne iba a protestar, pero decidió que sería mejor no hacerlo. Volvió a mirar su bebida.

– Veamos -siguió Bigotes-, sabes lo de Adán y Eva, ¿no?

– Claro -dijo Pelopaja.

– ¿Te lo tragas?

– ¿Lo de que él fue el primer hombre y ella la primera mujer?

– Así es.

– Ni hablar. ¿Y tú?

– Sí, ya lo creo. -Se acarició el bigote como si éste fuera un pequeño roedor que necesitara amor-. La Biblia cuenta lo que pasó. Primero fue Adán y después Eva, a quien crearon con una de sus costillas.

Marianne bebió. Bebía por muchas razones. La mayoría de las veces lo hacía para divertirse. Había estado en demasiados sitios parecidos a éste, intentando enrollarse con alguien y esperando que hubiera algo más. Sin embargo, esa noche, la idea de marcharse con un hombre no le interesaba en absoluto. Bebía para aturdirse y le estaba funcionando. En cuanto se soltó, la cháchara insustancial la distrajo. Le ayudó a aliviar el dolor.

Había metido la pata.

Como siempre.

Su vida había sido una carrera para alejarse de todo lo que fuera virtuoso y honesto, a la búsqueda del siguiente chute imposible de obtener, un estado perpetuo de aburrimiento interrumpido por subidones lastimosos. Marianne había destruido algo bueno y cuando lo intentó recuperar, volvió a meter la pata.

En el pasado hizo daño a los más cercanos a ella. Era como un club exclusivo para aquellos a los que mutilar emocionalmente: las personas a las que amaba. Pero ahora, gracias a su reciente mezcla de idiotez y egoísmo, podía añadir a perfectos desconocidos a la lista de víctimas de la Masacre Marianne.

Por algún motivo, hacer daño a desconocidos parecía peor.

Todos hacemos daño a los que amamos, ¿no? Pero era mal karma hacer daño a inocentes.

Marianne había destruido una vida. Tal vez más de una.

¿Para qué?

Para proteger a su hija. Eso era lo que había creído.

Imbécil.

– Veamos -siguió Bigotes-, Adán engendró a Eva o como sea que se diga.

– Vaya mierda sexista -dijo Pelopaja.

– Pero palabra de Dios.

– Que la ciencia ha refutado.

– Espera un momento, guapa. Escucha. -Levantó la mano derecha-. Tenemos a Adán -levantó la mano izquierda- y tenemos a Eva. Tenemos el Jardín del Edén, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Adán y Eva tienen dos hijos. Caín y Abel. Y entonces Abel mata a Caín.

– Caín mata a Abel -corrigió Pelopaja.

– ¿Estás segura? -Frunció el ceño, pensando. Después sacudió la cabeza-. Bueno, da igual. Uno de los dos muere.

– Abel muere. Caín lo mata.

– ¿Estás segura?

Pelopaja asintió.

– Bueno, entonces sólo tenemos a Caín. Y la pregunta es: ¿con quién se reprodujo Caín? Veamos, la única mujer disponible es Eva y se está haciendo mayor. ¿Cómo sobrevivió la humanidad?

Bigotes calló, como si esperara un aplauso. Marianne levantó los ojos al cielo.

– ¿Entiendes el dilema?

– Quizá Eva tuvo otro hijo. Una chica.

– ¿Así que tuvo relaciones con su hermana? -preguntó Bigotes.

– Por supuesto. En aquella época, todos tenían relaciones con todos, ¿o no? Adán y Eva fueron los primeros. Tuvo que haber varios incestos.

– No -dijo Bigotes.

– ¿No?

– La Biblia prohíbe el incesto. La respuesta está en la ciencia. A eso me refiero. A que la ciencia y la religión pueden coexistir. Se trata de Darwin y su teoría de la evolución.

Pelopaja parecía sinceramente interesada.

– ¿Cómo?

– A ver. Según los darwinistas, ¿de dónde descendemos?

– De los primates.

– Exacto, monos, simios o lo que sea. En fin, a Caín lo echan y deambula solo por este maravilloso planeta. ¿Me sigues?

Bigotes tocó el brazo de Marianne, asegurándose de que le prestaba atención. Ella se volvió lentamente en su dirección. Sin el bigote porno, pensó, se podría aguantar.

Marianne se encogió de hombros.

– Te sigo.

– Bien. -El hombre sonrió y arqueó una ceja-. Y Caín es un hombre, ¿no?

Pelopaja quería recuperar protagonismo.

– Sí.

– Con necesidades masculinas normales, ¿no?

– Sí.

– Pues él va deambulando por ahí y siente la entrepierna. Sus necesidades naturales. Y un día, mientras cruza un bosque -otra sonrisa, otro mimo al bigote-, Caín tropieza con una mona atractiva. O gorila. U orangután.

Marianne le miró.

– ¿Estás de broma o qué?

– No. Piensa un momento. Caín reconoce algo en la familia de monos. Son los más cercanos a los humanos, ¿no? Elige a una de las hembras y… bueno, eso. -Une las manos en silencioso aplauso por si ella no se había enterado-. Y entonces la primate queda embarazada.

– Qué barbaridad -dijo Pelopaja.

Marianne volvió su atención a la bebida, pero el hombre le tocó de nuevo el brazo.

– ¿No ves que tiene sentido? El primate tiene una cría. Medio simio, medio hombre. Es como un simio, pero lentamente, con el tiempo, el dominio humano pasa a primer plano. ¿Lo ves? ¡Voil à! La evolución y el creacionismo se unen.

Sonrió como si esperara una estrella dorada.

– A ver si me aclaro -intervino Marianne-. ¿Dios está en contra del incesto, pero a favor de la bestialidad?

El hombre del bigote le dio una palmadita condescendiente en el hombro.

– Lo que yo intento explicar es que todos esos pedantes titulados en ciencias que creen que la religión no es compatible con la ciencia carecen de imaginación. Ahí está el problema. Los científicos sólo miran a través del microscopio. Los religiosos sólo miran las palabras escritas en la página. Tanto a unos como a otros los árboles les impiden ver el bosque.

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