Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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Siguieron andando hasta la escuela, donde había representantes de policías, jueces, brigada de artificieros, servicios de rescate, unidades de traumas, servicios médicos y equipos de demolición. Elvira dejó bien claro que a nadie se le permitía decir una palabra hasta que él comunicara el plan de acción. Para centrar su atención le pidió al jefe de la brigada de artificieros que les proporcionara un breve informe del análisis inicial de los fragmentos de la explosión. Estos informaron de que el bloque de apartamentos había sido arrasado por una bomba de extraordinaria potencia, casi con toda seguridad situada en el sótano de esa parte del edificio, y cuyo explosivo era de calidad militar, más que comercial. Esa opinión experta silenció por completo a los allí reunidos y Elvira pudo elaborar un plan de acción coordinada en cuarenta minutos.

Al final de la reunión, Ramírez se acercó a Falcón mientras este se dirigía a los lavabos para cambiarse de ropa.

– Tenemos algo -dijo.

– Cuéntamelo mientras me cambio.

En cuanto se hubo vestido, Falcón se reunió con el comisario Elvira y con el juez Calderón, y le pidió a Ramírez que les repitiera lo que le acababa de contar.

– Muy cerca del edificio, excluyendo a los vehículos sepultados en los escombros, hemos encontrado tres coches robados además de esta furgoneta -dijo Ramírez-. Está aparcada justo delante de la guardería. Es una Peugeot Partner matriculada en Madrid. Hay un ejemplar del Corán en el asiento delantero. No hemos podido ver la parte de atrás porque es una furgoneta cerrada y las ventanillas traseras se han resquebrajado, pero el propietario del vehículo es un hombre llamado Mohammed Soumaya.

8

Sevilla. Martes, 6 de junio de 2oo6, 11:35 horas

El aparcamiento estaba justo detrás del edificio destruido, junto a la guardería. Había algunos árboles que daban un poco de sombra a unos bancos situados entre la calle Blanca Paloma y un edificio de apartamentos de cinco plantas. El aparcamiento sólo tenía un acceso. Mientras Calderón, Elvira, Falcón y Ramírez se dirigían hacia la Peugeot Partner, el ayudante de Elvira se conectó con la lista de sospechosos de terrorismo de la policía e introdujo el nombre de Mohammed Soumaya. Estaba en la categoría de riesgo mínimo, lo que significaba que no tenía relaciones conocidas con ningún organismo, organización o personas del entorno islámico radical o terrorista. La única razón por la que aparecía en la lista era porque encajaba con el perfil de terrorista más básico: menor de cuarenta años y musulmán devoto y soltero. El ayudante de Elvira introdujo los nombres de todos los que estaban en la mezquita, que le había dado Esperanza, la mujer española. Entre ellos no había ningún Mohammed Soumaya. Mandó la lista de nombres al CNI.

En el aparcamiento había dos grúas que se llevaban los coches cuyos propietarios habían sido identificados y calificados de no sospechosos. Casi todos los coches tenían las ventanillas rotas y la carrocería dañada a causa de los escombros que la explosión había lanzado. Las dos ventanillas traseras del Peugeot Partner eran opacas y tenían los cristales rotos, y las puertas traseras estaban abolladas. Las ventanillas laterales eran transparentes, y el parabrisas, que había quedado a resguardo de la explosión, permanecía intacto. El ejemplar del Corán, una nueva edición española, era visible sobre el asiento del copiloto. Dos miembros de la policía científica, vestidos de mono blanco con capucha y guantes de látex, estaban al lado. Hubo una discusión acerca de si podía haber una bomba trampa y llamaron a un equipo de artificieros, junto con un perro entrenado.

El perro no encontró nada interesante en el coche. Inspeccionaron la parte inferior y el compartimento del motor sin encontrar nada. Los artificieros quitaron el cristal de una de las ventanillas rotas de la parte de atrás e inspeccionaron el interior. Abrieron las puertas traseras y tomaron fotos del interior vacío y del suelo cubierto de esterillas. Por el suelo había un polvo blanco fino y cristalino que cubría una zona de 30 por 20 centímetros. El perro rastreador, excitado, saltó dentro y de inmediato se sentó junto al polvo. Uno de los miembros de la policía científica sacó un aspirador de bolsillo que llevaba adosado un frasco de plástico transparente y aspiró el polvo. Quitó el frasco del aspirador, lo tapó y lo numeró.

La policía científica se desplazó a la parte delantera del vehículo y metieron en una bolsa el ejemplar nuevo del Corán, que tenía el lomo intacto. En la guantera encontraron otro ejemplar del Corán. Era una traducción española muy manoseada, con copiosas notas en los márgenes; era exactamente la misma edición que la encontrada en el asiento delantero. Lo metieron en otra bolsa, al igual que la documentación del coche. Falcón anotó el ISBN y los códigos de barras de los dos libros. Debajo del asiento del copiloto había una botella de agua mineral y una bolsa negra de algodón, que contenía un fajín verde y blanco, doblado, cubierto en toda su longitud de escritura árabe. También había un pasamontañas negro.

– No nos pongamos nerviosos hasta que no tengamos los análisis de este polvo -dijo Calderón-. Su dueño consta como «propietario de una tienda», así que podría ser sólo azúcar.

– No si mi perro se ha sentado al lado -dijo el artificiero-. Nunca se equivoca.

– Será mejor que nos pongamos en contacto con Madrid y que alguien visite la casa y la tienda de Mohammed Soumaya -dijo Falcón, y Ramírez se apartó del grupo para hacer la llamada-. Y también queremos conocer sus movimientos en las últimas cuarenta y ocho horas.

– Vais a tener mucho trabajo sólo con encontrar a todas las personas cuyas casas daban al aparcamiento y a la parte delantera y trasera del edificio destruido -dijo Calderón-. Como ha dicho el artificiero, era una bomba grande, lo que significa que debieron de traer una gran cantidad de explosivo, posiblemente en cantidades pequeñas y quizá de diferentes proveedores y a horas distintas.

– Necesitaremos saber si la mezquita -dijo Falcón-, o alguien de la mezquita, era sometido a vigilancia por parte del CGI o del CNI, y, si era así, nos gustaría tener esa información. Y por cierto, ¿dónde están? No veo a nadie del CGI en esta reunión.

– Los del CNI están de camino -dijo Elvira.

– ¿Y el CGI? -preguntó Calderón.

– Están a la espera -dijo Elvira, sin inmutarse.

– ¿Qué significa eso? -preguntó Calderón.

– Nos lo explicará el CNI cuando llegue -dijo Elvira.

– ¿Cuánto tardarán los bomberos y los artificieros en declarar seguros los bloques de apartamentos que hay alrededor del edificio destruido? -preguntó Falcón-. Al menos, si la gente puede volver a su casa, podremos reunir rápidamente la información.

– Ya lo saben -dijo Elvira-, y me han dicho que dejarán volver a la gente dentro de unas cuantas horas, siempre y cuando no encuentren nada. Mientras tanto, se ha dado un teléfono de contacto a la prensa, la televisión y la radio por si alguien tiene alguna información.

– Sólo que aún no saben de la importancia de la Peugeot Partner -dijo Falcón-. No llegaremos a ninguna parte hasta que la gente no pueda volver a sus casas.

El alcalde, que se había quedado atascado en el tráfico, pues la ciudad estaba paralizada, llegó por fin al, aparcamiento. Le acompañaban algunos diputados del parlamento andaluz, que acababan de llegar del hospital, donde los habían filmado hablando con las víctimas. A un grupo de periodistas se les había permitido cruzar el cordón policial, y se habían reunido en torno a las autoridades, mientras los equipos de filmación instalaban su equipo, con aquella destrucción como terrible telón de fondo. Elvira se acercó al alcalde para informarle de la situación y fue interceptado por su propio ayudante. Hablaron. Elvira le hizo una seña a Falcón.

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