En el momento de la explosión, el anciano estaba en la cama, en la parte de atrás del piso. Su hijo y su nuera se habían ido a trabajar, con los niños, demasiado mayores para ir a la guardería, de modo que nadie había resultado herido. Permanecía en mitad de la habitación destrozada con la mano izquierda temblando y sus ojos viejos y legañosos escrutándolo todo.
– Así que se pasa el día aquí solo -dijo Falcón.
– Mi esposa murió en noviembre -dijo.
– ¿Qué hace todo el día?
– Lo que hacen los viejos: leer el periódico, tomar un café, mirar cómo los niños juegan en la guardería. Paseo, hablo con la gente y elijo el mejor momento para fumarme los tres cigarrillos que me permito cada día.
Falcón se acercó a la ventana y apartó las persianas rotas.
– ¿Recuerda haber visto esa furgoneta?
– Hoy en día el mundo está lleno de pequeñas furgonetas blancas -dijo el anciano-. Así que no puedo estar seguro de haber visto la misma furgoneta dos veces, o dos furgonetas distintas en dos momentos distintos. Iba a la farmacia la primera vez que vi la furgoneta, que bajaba por la calle Los Romeros. Iban dos personas dentro. Aparcó en la acera, junto a la mezquita, y eso fue todo.
– ¿A qué hora?
– A eso de las diez y media de ayer por la mañana.
– ¿Y la otra vez?
– Unos quince minutos después, volviendo de la farmacia, vi una furgoneta blanca entrando en el aparcamiento, pero no donde está ahora. Estaba al otro lado, con el morro en dirección contraria, y sólo salió un hombre.
– ¿Lo vio con claridad?
– Era un hombre de piel oscura. Yo diría que era marroquí. Por aquí hay muchos. Tenía la cabeza redonda, el pelo muy corto, orejas prominentes.
– ¿Edad?
– Unos treinta. Parecía fuerte. Llevaba una camiseta negra y ajustada y se le veía musculoso. Creo que llevaba téjanos y zapatillas deportivas. Cerró el coche y se fue entre los árboles hacia la calle Blanca Paloma.
– ¿Vio llegar la furgoneta cuando la dejaron en el lugar en que está ahora?
– No. Lo único que puedo decirle es que estaba allí a las seis y media de la tarde. Mi nuera aparcó al lado. También recuerdo que cuando salí a tomar un café después de comer la furgoneta se había trasladado al otro lado. No hay muchos coches durante el día, sólo los de los maestros, alineados delante de la guardería, así que no sé cómo, pero me fijé. I.os viejos nos fijamos en cosas que a los demás se les pasan por alto.
– ¿Y había dos hombres cuando la vio pasar por la calle Los Romeros?
– Por eso no estoy seguro de que fuera la misma furgoneta.
– ¿A qué lado de la furgoneta aparcó el coche su nuera?
– A la izquierda si la miramos de frente -dijo el anciano-. El viento abrió la puerta del coche de mi nuera y dio contra la furgoneta.
– ¿Volvió a moverse la furgoneta?
– Ni idea. Cuando tengo gente al lado no me fijo en nada.
Falcón anotó el número de su nuera y la llamó mientras subía las escaleras. La puso al corriente de la conversación que había tenido con su suegro y le preguntó si le había echado un vistazo a la furgoneta al golpearla con la portezuela.
– Comprobé que no la había abollado.
– ¿Miró por la ventanilla?
– Probablemente.
– ¿Vio algo en el asiento del copiloto?
– No, nada.
– ¿No vio un libro?
– No estoy segura. El asiento era de color oscuro.
Ferrera salía del piso de la cuarta planta cuando colgó. Bajaron en silencio.
– ¿Tu testigo resultó herida en el accidente?
– Dice que se cayó por las escaleras ayer por la noche, pero no tiene magulladuras en los brazos ni en las piernas, sólo las de la cara -dijo Ferrera, furiosa-. Y estaba asustada.
– Pero no de ti.
– Sí, de mí. Porque hago preguntas, y una pregunta lleva a la otra, y si alguna de ellas la hace hablar de su marido, tendrá otra razón para pegarle.
– Sólo se puede ayudar a los que quieren que les ayudes -dijo Falcón.
– Parece que últimamente vamos a peor -dijo Ferrera, exasperada-. De todos modos, vio cómo llegaba la furgoneta y la aparcaban donde está ahora. En la fábrica en la que trabaja hay una mujer en su mismo turno que vive en uno de los bloques que hay más abajo. Se encontraron para charlar bajo los árboles de la calle Blanca Paloma. Pasaron junto a la furgoneta a las seis. Acababan de aparcar y salieron dos hombres. Hablaban en árabe. No sacaron nada de la parte de atrás. Subieron la calle Los Romeros y giraron a la derecha.
– ¿Descripciones?
– Los dos rondaban la treintena. Uno llevaba la cabeza rapada, una camiseta negra. El otro tenía la cabeza más cuadrada, el pelo negro, corto en los lados y peinado hacia atrás por arriba. Dijo que era un hombre guapo, pero con mala dentadura. Llevaba una cazadora vaquera descolorida y camiseta blanca, y recuerda que calzaba unas zapatillas deportivas muy llamativas.
– ¿Vio si la furgoneta cambiaba de posición?
– No le quita el ojo al aparcamiento, por si llega su marido. Dijo que no la habían movido cuando él llegó, a las 9:15.
La policía permitía que algunas personas cruzaran el cordón y volvieran a sus casas para empezar a reparar los daños. Una gran multitud se había congregado delante de la farmacia, en el cruce de Blanca Paloma y Los Romeros. La gente estaba furiosa porque la policía no los dejaba regresar al bloque que estaba pegado al edificio destruido, pues seguía siendo peligroso. Falcón intentó hablar con la gente reunida, pero a todos les importaba un pito la Peugeot Partner.
Al otro lado del bloque se oyeron unos martillos neumáticos. Falcón y Ferrera cruzaron la calle Los Romeros rumbo a otro edificio de apartamentos cuyos cristales estaban más o menos intactos. Los apartamentos de las dos primeras plantas seguían vacíos. En la tercera un niño llevó a Falcón al interior de la sala, donde una mujer barría cristales alrededor de cajas de cartón amontonadas. Se había mudado el fin de semana, pero hasta el día anterior la empresa de mudanzas no le había traído las cosas. Falcón le preguntó por la camioneta blanca y los dos hombres.
– ¿Cree que me quedo en el balcón mirando el tráfico, con todo esto por desempaquetar? -dijo la mujer-. He tenido que perder dos días de trabajo porque esta gente no me ha hecho la mudanza a tiempo.
– ¿Sabe quién vivía aquí antes?
– Estaba vacío -dijo la mujer-. Llevaba tres meses vacío. La inmobiliaria de la avenida San Lorenzo dijo que éramos los primeros que veían este piso.
– ¿Encontraron algo al llegar? -preguntó Falcón, mirando por el balcón de la sala a la calle Los Romeros y los escombros del edificio arrasado.
– No había muebles, si se refiere a eso. Había una bolsa de porquería en la cocina.
– ¿Qué tipo de porquería?
– Han matado a gente. Han matado a niños -dijo la mujer, horrorizada, tirando de su hijo hacia sí-. ¿Y usted me pregunta qué clase de basura me encontré al mudarme aquí?
– El trabajo de la policía a veces parece algo inescrutable -dijo Falcón-. Cualquier cosa que recuerde haber visto puede ser de ayuda.
– De hecho, tuve que atar la bolsa y tirarla, así que recuerdo que había un cartón de pizza, un par de latas de cerveza, algunas colillas, ceniza, paquetes vacíos y un periódico, el ABC, creo. ¿Algo más?
– Eso es de mucha ayuda. Ahora sabemos que, aunque este piso estuvo vacío tres meses, alguien estuvo aquí, pasó un tiempo en él, y eso podría sernos de interés.
Cruzó el descansillo hasta el apartamento de enfrente, donde vivía una mujer sesentona.
– Su nueva vecina acaba de decirme que su apartamento llevaba vacío tres meses -dijo Falcón.
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