– No del todo -dijo la mujer-. Cuando la familia anterior se marchó, hará unos cuatro meses, aparecieron algunos hombres de negocios muy elegantes, puede que tres o cuatro veces. Luego, hará unos tres meses, llegó una pequeña furgoneta y descargó una cama, dos sillas y una mesa. Nada más. Después de eso, vinieron parejas de hombres jóvenes, y durante el día se pasaban ahí tres o cuatro horas seguidas, haciendo Dios sabe qué. Nunca se quedaban a pasar la noche, pero desde el alba hasta que anochecía había alguien en el apartamento.
– ¿Repetía alguno o eran siempre personas distintas?
– Creo que debieron de pasar por aquí unos veinte.
– ¿Traían algo con ellos?
– Maletines, periódicos, comida.
– ¿Alguna vez habló con ellos?
– Claro. Les pregunté qué hacían, y me dijeron que celebraban reuniones. No me preocupé. No parecían drogadictos. No ponían la música alta ni montaban fiestas; todo lo contrario, de hecho.
– ¿Cambiaron la rutina durante esos meses?
– Durante la Semana Santa y la Feria no vino nadie.
– ¿Alguna vez llegó a ver el piso por dentro cuando ellos estaban?
– Al principio les ofrecí algo de comer, pero siempre lo rechazaron muy amablemente. Nunca me dejaron entrar.
– ¿Y nunca revelaron de qué trataban esas reuniones?
– Eran unos jóvenes tan conservadores y tan serios que pensé que a lo mejor se trataba de un grupo religioso.
– ¿Qué pasó cuando se fueron?
– Un día llegó una furgoneta y se llevó los muebles y eso fue todo.
– ¿Cuándo fue eso?
– El viernes pasado… el dos de junio.
Falcón llamó a Ferrera y le dijo que siguiera interrogando a los vecinos mientras él se dirigía a la inmobiliaria de la avenida San Lázaro.
La mujer que había en la agencia se había encargado de la venta del piso, tres meses atrás, y de alquilarla al final de la semana anterior. No lo había comprado un particular, sino una empresa de ordenadores llamada Informaticalidad. Todas las negociaciones las había llevado con el director financiero, Pedro Plata.
Falcón anotó la dirección. Ramírez lo llamó mientras regresaba al edificio destruido, por la calle Los Romeros.
– El comisario Elvira me acaba de decir que la policía de Madrid ha detenido a Mohammed Soumaya en su tienda -dijo Ramírez-. Le prestó la furgoneta a su sobrino. Se sorprendió al enterarse de que estaba en Sevilla. Su sobrino le había dicho que era sólo para hacer unas entregas por el barrio. Ahora están intentando localizar al sobrino. Se llama Trabelsi Amar.
– ¿Nos van a mandar alguna foto?
– Las hemos pedido -dijo Ramírez-. Por cierto, han llevado a Jefatura a alguien que habla árabe, pues se han recibido más de una docena de llamadas de nuestros amigos del otro lado del charco. Todas dicen lo mismo y la traducción es: «No descansaremos hasta que Andalucía no regrese al seno del Islam».
– ¿Has oído hablar de una empresa llamada Informaticalidad? -preguntó Falcón.
– Nunca -dijo Ramírez, sin el menor interés-. Tengo una última noticia para ti. Han identificado el explosivo encontrado en la parte de atrás de la Peugeot Partner. Se llama ciclotrimetilenetrinitramina.
– ¿Y qué es?
– También se lo conoce como RDX, Research and Development Explosive -dijo Ramírez, con un vacilante acento inglés-. Sus otros nombres son ciclonita y hexógeno. Es explosivo militar de alta calidad, del que se utiliza en los proyectiles de artillería.
Sevilla. Martes, 6 de junio de 2oo6, 12:45 horas
Uno de los habitantes de los pisos le había dicho a Ferrera que había visto la Peugeot Partner el día anterior por la tarde, el lunes 5 de junio. Se había parado en la calle Los Romeros, delante de la mezquita, y dos hombres habían descargado cuatro cajas de cartón y unas bolsas de plástico azul. La única descripción que dio de los hombres es que eran jóvenes y fornidos, y que llevaban camiseta y téjanos. Las cajas eran tan pesadas que tuvieron que transportarlas de una en una. Lo metieron todo en la mezquita. Los dos hombres salieron y se alejaron en la furgoneta. Falcón le dijo que siguiera buscando testigos, y que si hacía falta acudiera al hospital.
En el aparcamiento, el alcalde y los diputados del parlamento andaluz se habían ido, y el comisario Elvira y el juez Calderón estaban rematando una improvisada conferencia de prensa. En el séptimo piso habían encontrado otro cadáver. Los equipos de rescate no habían encontrado a nadie vivo entre los escombros. Utilizaban martillos neumáticos para llegar a las mallas de acero de los suelos de cemento armado, y sopletes de oxiacetileno y cortadoras motorizadas para partir los suelos en bloques. La grúa levantaba esos bloques y los depositaba en los volquetes. Con cada información que llegaba surgían más interrogantes. Elvira estaba visiblemente irritado por todo ello, pero Calderón estaba en su salsa y los periodistas lo adoraban. Les llenó de alegría poder concentrarse en el apuesto y carismático Calderón cuando por fin Elvira se marchó para regresar a la guardería, donde había instalado el cuartel general provisional en las aulas intactas del fondo.
Los periodistas reconocieron a Falcón y fueron tras él, impidiéndole seguir a Elvira. Le metían los micrófonos en la cara. Aparecían cámaras entre las cabezas. ¿Podía repetir el nombre del explosivo? ¿De dónde procedía? ¿Seguían vivos los terroristas? ¿Hay una célula operativa en Sevilla? ¿Qué tiene que decir de las evacuaciones en el centro de la ciudad? ¿Ha estallado otra bomba? ¿Alguien ha reclamado la autoría del ataque? Falcón tuvo que abrirse paso entre aquella avalancha e hicieron falta tres policías para impedir que los periodistas entraran en la guardería. Falcón se estaba alisando la ropa en el pasillo cuando Calderón salió de entre aquella multitud vociferante rumbo a la verja de la entrada.
– Joder -dijo, arreglándose el nudo de la corbata-, parecen una manada de chacales.
– Ramírez me acaba de decir lo del explosivo.
– No hacen más que preguntarme por eso. No me he enterado de nada.
– El nombre común es RDX o hexógeno.
– ¿Hexógeno? -dijo Calderón-. ¿No es lo que los rebeldes chechenos usaron para volar un bloque de pisos en Moscú en 1999?
– Los militares lo utilizan para fabricar proyectiles.
– Recuerdo que hubo un escándalo porque los chechenos utilizaban explosivos reciclados de un instituto de investigación científica del gobierno, que habían sido comprado por la mafia, que luego lo vendió a los rebeldes. La artillería militar rusa había sido utilizada para volar a los suyos.
– Típico de los rusos.
– No lo vas a tener fácil -dijo Calderón-. El hexógeno puede venir de cualquier parte: Rusia, un grupo terrorista checheno, un depósito de armas en Irak, cualquier país del tercer mundo donde haya habido un conflicto y donde hayan dejado abandonada artillería. Incluso podría ser material estadounidense.
El móvil de Falcón vibró. Era Elvira, que los convocaba a una reunión con el Centro Nacional de Inteligencia y la Comisaría General de Información.
Había tres hombres del CNI. El jefe ya había cumplido los sesenta, tenía el pelo blanco, las cejas negras y una cara apuesta de ex atleta. Dijo que se llamaba Juan. Los dos que le acompañaban, Pablo y Gregorio, eran más jóvenes, y tenían ese aspecto anodino de mandos intermedios. Vestidos de oscuro casi no se les distinguía al uno del otro, aunque Pablo tenía una cicatriz que le bajaba de la línea del pelo a la cejaizquierda. Falcón, un tanto incómodo, se dio cuenta de que Pablo no le había quitado la vista de encima desde que entrara en la sala. Comenzó a preguntarse si se conocían.
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