Sólo había un representante del CGI, la unidad antiterrorista. Era el inspector jefe Ramón Barros, un hombre bajo y robusto de pelo gris cortado al cepillo y dientes perfectos, lo que añadía un elemento siniestro a su porte brutal y amenazador.
El comisario Elvira le pidió a Falcón que hiciera un resumen de lo que habían averiguado hasta ese momento. El inspector comenzó con las consecuencias de la explosión y pasó rápidamente al descubrimiento de la Peugeot Partner, su contenido y todas las veces que había sido vista por los testigos en el aparcamiento.
– Desde entonces hemos descubierto que ese fino polvo blanco de la furgoneta era un explosivo militar conocido como hexógeno, y mi colega, el juez Calderón, me ha informado de que es el mismo explosivo que utilizaron los rebeldes chechenos para volar dos bloques de pisos en Moscú en 1999.
– No crea todo lo que lee en los periódicos -dijo Juan-. Hay serias dudas de que fueran los rebeldes chechenos. No somos muy amantes de las teorías conspirativas, pero por lo que se refiere a Rusia, parece ser que todo es posible. Después de un ataque tan catastrófico como este, existe una tendencia natural a hacer comparaciones, a intentar encontrar una pauta común. Lo que hemos aprendido después de los errores del 11 de marzo es que no hay ninguna pauta. La función del gobierno es mitigar el pánico ofreciendo algún tipo de orden al público aterrorizado. Nuestro trabajo es tratar cada situación como algo único. Prosiga, inspector jefe.
A ninguno de los sevillanos les gustó ese discursito condescendiente, y se quedaron mirando al hombre del CNI, enfundado en sus mocasines caros, su traje liviano y su corbata rígida, gruesa y plateada, y decidieron que, de lo que había dicho, lo único que no le delataba como el típico visitante madrileño era haber admitido que habían cometido un error.
– Si no fueron los rebeldes chechenos, ¿quién fue? -preguntó Calderón.
– Eso no es relevante, juez Calderón -dijo Juan-. Proceda, inspector jefe.
– Podría ser interesante por lo que respecta a la procedencia del hexógeno -dijo Calderón, que no era alguien a quien se hiciera callar fácilmente-. Hemos encontrado una furgoneta con restos de explosivos y parafernalia islámica. Se sabe que los chechenos tienen acceso a la artillería militar rusa, y cuentan con las simpatías del mundo musulmán. Casi todo el mundo cree que esos rebeldes fueron los responsables de la destrucción del bloque de pisos de Moscú. Si los servicios de inteligencia han demostrado que alguna de esas relaciones es falsa, quizá el inspector jefe debería saberlo. El origen de los explosivos será una parte importante de su investigación.
– ¿Su investigación? -dijo Juan-. Dirá nuestra investigación. Esto va a ser un esfuerzo concertado. El Grupo de Homicidios no va a afrontar este caso solo. Ese hexógeno ha sido importado. El CNI cuenta con conexiones internacionales para averiguar de dónde procedía.
– No obstante -dijo Calderón, dando rienda suelta a su pomposidad-, aquí es donde comienza la investigación, y si el inspector jefe tiene que seguir una línea de investigación con información incorrecta o que pueda inducirle a error, quizá se le debería poner al corriente.
Calderón sabía que esa información era irrelevante para la investigación, pero también sabía que era necesaria una demostración de fuerza para poner en su sitio a Juan. Calderón era el principal juez de instrucción, y no iba a permitir que su autoridad quedara socavada por un forastero, y mucho menos por un madrileño.
– No podemos estar seguros -dijo Juan, exasperado por el numerito de Calderón-, pero una de las teorías más creíbles es que el Servicio de Seguridad Ruso, el FSB, fue el responsable de la explosión, y que luego consiguieron culpar a los chechenos. Justo antes de la explosión Putin había sido nombrado director del FSB. El país estaba sumido en el caos, y era la oportunidad perfecta para una maniobra como esa. El FSB provocó una guerra en Chechenia y Daguestán. El primer ministro perdió el cargo y Putin se hizo con el poder a comienzos de 1999. La voladura de los bloques de pisos de Moscú le dio la oportunidad de iniciar una campaña patriótica. Era un líder sin miedo que iba a poner a raya a los rebeldes. A principios de 2000 se comportaba como si fuera el presidente de Rusia. El hexógeno utilizado por el FSB procedía supuestamente de un instituto de investigación científica de Lubianka en el que el FSB tenía su cuartel general. Como puede ver, juez Calderón, mi explicación no es de gran ayuda, pero ilustra lo rápidamente que el mundo puede convertirse en un lugar peligroso y confuso.
Silencio mientras los sevillanos consideraban la relación de la explosión ocurrida en su ciudad con lugares como Chechenia y Moscú. A continuación Falcón les informó de la Peugeot Partner, de los dos hombres que habían descargado cajas en la mezquita, los hombres que se creía estaban en la mezquita a la hora de la explosión y de las últimas revelaciones acerca del propietario del vehículo y su sobrino, Trabelsi Amar, que se la había pedido prestada.
– ¿Algo más? -preguntó Juan, mientras el ayudante de Elvira introducía el nombre de Trabelsi Amar en la base de datos de sospechosos de terrorismo.
– Sólo quiero aclarar una cosa antes de seguir con la investigación -dijo Falcón-. ¿Tenían el CNI o el CGI la mezquita bajo vigilancia?
– ¿Qué le hace pensar en esa posibilidad? -preguntó Juan.
Falcón le habló de los misteriosos y atildados jóvenes de Informaticalidad que habían frecuentado el apartamento cercano en los últimos tres meses.
– No es así como nosotros montamos un operativo de vigilancia, y nunca había oído hablar de Informaticalidad.
– ¿Y la unidad antiterrorista, inspector jefe Barros? -preguntó Elvira.
– No teníamos la mezquita bajo vigilancia -dijo Barros, que parecía reprimir una gran cólera bajo su prodigiosa calma-. Yo he oído hablar de Informaticalidad. Son los principales suministradores de software y componentes informáticos de Sevilla. Incluso nos suministran a nosotros.
– Una última cuestión acerca del imán -dijo Falcón-. Nos han dicho que llegó procedente de Túnez en septiembre de 2004, y que pertenece a la categoría de sospechosos de terrorismo de bajo riesgo, pero para poder acceder a su historial se necesita la autorización de un superior.
– Su expediente es incompleto -dijo Juan.
– ¿Qué significa eso?
– Por lo que sabemos, está limpio -dijo Juan-. Se le ha oído manifestarse en contra de la naturaleza indiscriminada y cruel de los atentados de Madrid. De su solicitud de visado sabemos que una de las razones por las que vino a Sevilla fue para intentar curar las heridas entre las comunidades católica y musulmana. Comprendió que era su deber. Sólo nos preocupaban algunas lagunas de su expediente que no se han podido llenar. Es algo que se remonta a los años ochenta, cuando muchos musulmanes se fueron a Afganistán a luchar con los muyahidines contra los rusos. En los noventa algunos regresaron a sus casas radicalizados, y otros se hicieron talibanes. En aquella época el imán sería un treintañero, por lo que sería un óptimo candidato. Al final los estadounidenses respondieron por él y le concedimos el visado.
– De modo que la bomba ha matado a un posible simpatizante -dijo Elvira-, a cinco hombres de más de sesenta y cinco años, a otro menor de treinta y cinco que iba en silla de ruedas, a dos españoles conversos y a dos hombres de cuarenta que cobraban el subsidio de incapacidad laboral, lo que sólo nos deja a dos hombres menores de treinta y cinco años, perfectamente sanos y de origen norteafricano. ¿Puede el CNI ofrecernos alguna teoría de por qué este grupo extrañamente heterogéneo que, como se nos ha dicho, no estaba bajo vigilancia, iba a almacenar explosivo militar de alta calidad y por qué iban a detonarlo?
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