Desaceleró, entró en la cabina, levantó la cavidad camuflada, giró el interruptor 180 grados, se encendió una luz roja, y de la punta de la proa salió un tenue zumbido y un chasquido. La luz roja cambió a verde. Listo. Volvió al puente de mando y siguió mirando con los prismáticos. Allí estaba. A quinientos metros. Dejó los prismáticos suspendidos en el pecho. Se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón para sacar la fotografía, quería besar la memoria de Yusra, Abdulá y Leila. Se la había dejado en los pantalones que tiró por la borda. No importaba, los besó de todos modos. Aceleró gradualmente hasta alcanzar la máxima velocidad. La potencia lo impulsaba hacia atrás como si quisiera sentarlo en la silla, pero permaneció de pie, aferrado al volante. El Princesa Bujra era cada vez más grande, más a escala real. Faltaban cien metros. Yacub ya no pensaba. Sólo se concentraba en el ojo de buey que había en medio del costado de estribor del barco, al que apuntó para chocar con él a ciento veinte kilómetros por hora.
El mar parecía duro como el asfalto debajo del casco. La proa golpeaba la superficie, provocándole una vibración en todos sus órganos. El barco era enorme visto de cerca. Aquella superestructura blanca se cernía sobre Yacub. Sonrió al viento que le daba en la cara, sonrió de pensar que estaba al otro lado, que iba directo hacia otra dimensión, temblando a través del muro transparente que haría parecer absurdo todo este sufrimiento. Su casco y el ojo de buey colisionaron. Se deslizó por la fisura del tiempo, mientras el Princesa Bujra se rompía en dos con un ruido que no era suficientemente fuerte para oírlo.
Casa de Falcón, calle Bailen, Sevilla. Miércoles, 20 de septiembre de 2006, 09.30
Había algo más alarmante que de costumbre en la intensidad de la vibración de los dos móviles en la superficie de mármol de su mesilla de noche. Se besaron y separaron como moluscos en pleno ritual de apareamiento. Falcón se pasó la mano por la cara, se preguntó: «¿Ayer murió alguien totalmente inocente?». Isabel Sánchez. Hizo un gesto negativo con la cabeza, se incorporó con el codo apoyado en la cama, agarró un teléfono y se lo pegó a la oreja.
– Diga.
– Por fin -dijo Pablo-. No te molestes en coger el otro, también soy yo.
– Ayer me acosté tarde, cuatro asesinatos y dos detenciones en una hora. Y eso sin contar el suicidio de la carretera de Huelva. Así que espero que no vayas a pedirme nada complicado -dijo Falcón-. Tengo muchas cosas hoy, probablemente empezando por una entrevista muy fea con el comisario Elvira.
– No es fácil comunicarte esto, Javier -dijo Pablo-, así que te lo voy a decir sin rodeos. Yacub Diuri ha pilotado una lancha motora cargada de explosivos y la ha estrellado en el costado de un barco de la familia real saudí llamado Princesa Bujra hacia las nueve menos veinte de esta mañana.
Silencio. Falcón parpadeó.
– El capitán y la tripulación abandonaron el barco y fueron recogidos por un carguero de carga sólida que pasaba por allí. El Princesa Bujra se fue a pique en el acto. No sabemos exactamente quién quedaba a bordo.
– ¿Estás seguro de que era Yacub?
– Tenemos certeza absoluta -dijo Pablo.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Falcón-. Esto ha ocurrido hace menos de una hora. ¿Cómo puedes tener tanta certeza?
– Escucha las noticias. Sólo quería avisarte antes de que lo vieras. Es la única noticia en todos los canales -dijo Pablo-. Hablamos más tarde, cuando estés en la oficina.
Falcón apartó la sábana, bajó corriendo las escaleras en calzoncillos, encendió la televisión, se sentó en la silla.
«El capitán y la tripulación han sido recogidos por un helicóptero y trasladados a Algeciras, donde han ingresado en el hospital ilesos, pero en estado de shock. El Princesa Bujra se hundió al instante. Se cree que iban a bordo cuatro miembros de la familia real saudí, dos con cargos ministeriales y dos gobernadores provinciales. Todavía estamos esperando confirmación de sus nombres.»
Cambió de canal.
«El terrorista suicida, que se llamaba Yusef Daudi, se cree que zarpó de la ciudad costera de Mertil, a unos diez kilómetros de la ciudad de Tetuán, al norte de Marruecos.»
Cambió de canal.
«El primero que comunicó la explosión fue el capitán de un buque gasero, llamado Iñigo Tapias, a las ocho y cuarenta y dos. La posición fue confirmada posteriormente por el guardacostas frente al estrecho de Gibraltar, a cuarenta y tres kilómetros al este de La Línea. Se cree que no ha habido supervivientes.»
Encarnación, su asistenta, apareció en la puerta de su estudio.
– ¿Qué pasa, Javier?
– Estoy viendo las noticias.
– ¿El barco que estalló en la Costa del Sol? -dijo Encarnación, persignándose-. En Onda Cero dijeron que era Al Qaeda.
Eso le dio la idea de buscar el canal de Al Jazeera. Encarnación le entregó el correo que había recogido junto al portal.
«Un miembro de la tripulación del carguero, que recogió a los supervivientes del Princesa Bujra , dijo que vio que la lancha apuntaba al crucero de lujo y colisionaba justo en el centro del barco. Se produjo una explosión, con una inmensa bola de fuego, y el Princesa Bujra se rompió en dos y se hundió de inmediato. Todavía estamos intentando confirmar quién iba a bordo del barco. Se cree que eran seis miembros de la familia real, que viajaban de Tánger a Marbella. Una organización terrorista con sede en Marruecos llamada el GICM -Grupo Islámico Combatiente Marroquí- ha reivindicado el atentado. Han aportado el nombre del asesino, Yacub Diuri, que creemos que es propietario y director de una fábrica textil con sede en Salé, cerca de Rabat, en Marruecos. Y para hablar de estos acontecimientos está con nosotros…»
Falcón apagó la televisión, dejó caer al suelo el mando a distancia. El correo que le había dado Encarnación se dispersó por las baldosas. Se inclinó hacia delante, a gatas, con la cabeza comprimida entre las manos, intentando inocular cierta lógica en sus perplejas células cerebrales. Si la noche anterior había ido mal, esto era una catástrofe de magnitudes épicas. Se sentía hueco, negro y espantosamente frío en el interior.
El dolor y las terribles repercusiones del acto de Yacub luchaban por la supremacía en su mente mientras contemplaba las baldosas de arcilla y le llamó la atención un sobre con membrete de hotel en el suelo: el Vista del Mar de Marbella, con su dirección escrita de puño y letra de Yacub. La recogió, el matasellos era del día anterior.
Marbella
19 de septiembre de 2006
Querido Javier:
Cuando abras esto, ya te habrán dicho lo que ha ocurrido anoche en el estrecho de Gibraltar, o al menos lo habrás visto en las noticias. (Te recomiendo Al Jazeera para este tipo de cosas.) Aunque, como ha ocurrido en el mar, inevitablemente habrá cierta confusión. La confusión es deliberada y constituye una parte importante del plan. Pero en lugar de empezar por la confusión, déjame que empiece por el principio, con el fin de aclarártelo todo.
Ante todo, Javier, lamento mucho haberte mentido. Abdulá nunca ha sido reclutado por el GICM, y ahora nunca lo será. Recordarás lo que te dije en Madrid sobre la crueldad del grupo; lo descubrí de la manera más dura, a través de la experiencia práctica. También te dije que recelaban de mi mitad no marroquí. Eso era cierto. No confiaban plenamente en mí, desde el primer momento. Pero querían tener acceso a Faisal. Así que lo primero que ocurrió es que declararon su intención de reclutar a Abdulá para la causa. Dijeron que él se sentiría orgulloso de unirse a su padre en la yihad y que lo entrenarían para que fuera un gran combatiente muyahidín.
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