– No es que eso importe mucho, pero me han suspendido de servicio, a la espera de una investigación sobre los acontecimientos de anoche.
– No voy a hacer preguntas.
– Debo reconocer que no es mi método preferido de administrar justicia, pero no sólo es la última petición de mi amigo, sino que además es la única manera de rescatar a Darío. Con Barakat vivo en el exterior, no podríamos acercarnos al chico -dijo Falcón-. Y sé que tú dirigías a los agentes de Marruecos antes de que te concediesen el puesto de Madrid, así que puedes ayudarme.
– Puedo proporcionarte un arma de fuego, cederte algunos hombres en la zona, y puedo despejarte el terreno con los marroquíes después del acontecimiento -dijo Pablo-. O puedo designar a un profesional que lo haga.
– Como sabes por la carta, en esto hay algo personal. No sé exactamente qué es, pero no creo que Yacub me pidiera algo así si no tuviera un motivo importante.
– ¿Y el niño?
– Lo primero, tengo que contactar con el comisario Elvira y decirle que tú crees que Darío está en Marruecos y él se encargará de liberar al inspector jefe Tirado de la investigación que se desarrolla aquí -dijo Falcón-. En cuanto liquide a Barakat, tus hombres tienen que ocultar la noticia de su muerte hasta que haya rescatado a Darío. No sé cómo voy a entrar en la casa de Fez a menos que Yusra, la mujer de Yacub, o quizá Abdulá, me ayuden a entrar allí.
– ¿Cómo vas a ir a Fez?
– En coche hasta Algeciras, en ferry hasta Ceuta. Podría llegar a Fez esta noche.
– Te reservaré una habitación en el Hôtel du Commerce. Es un hotel tranquilo, apartado, y no llamarás la atención, a diferencia de lo que ocurriría en el Palais Jamai o en el Dar Batha. Está también en el casco antiguo, pero en Fez El Yedid, en lugar de Fez El Bali, donde Barakat tiene su tienda y los Diuri su casa -dijo Pablo-. ¿Y Yusra?
– La llamaré. Se reunirá conmigo en Fez.
– Deja tu coche en Meknes, reúnete con ella allí. El Hotel Bab Mansour tiene garaje. Te reservaremos una habitación. Coge un taxi desde allí -dijo Pablo-. No aparezcas con un vehículo de matrícula española, Barakat tendrá sus informadores en Fez.
– Consuelo vendrá conmigo.
– ¿En serio?
– No puede quedarse aquí.
– ¿Por qué se lo vas a decir?
– Ya se lo he dicho.
– Llámame desde Ceuta -dijo Pablo-. Ve al hotel Puerta de África y pregunta por Alfonso. Dile que eres un gran admirador de Pablo Neruda y él te ayudará a cruzar la frontera.
* * *
Falcón bajó al laboratorio forense, cogió unos hisopos para muestras de ADN y continuó hacia la sala de observación para ver el primer interrogatorio de Ramírez a Nikita Sokolov. Estaba esperando el momento adecuado para interrumpir, pero también le fascinaba ver cómo manejaba Ramírez al ruso. Todavía estaban en los preliminares. La traductora estaba sentada en un punto alejado de la mesa entre los dos hombres. Sokolov se inclinó hacia delante, con un vendaje blanco y ancho en la cabeza. Su corpulencia le hacía parecer un personaje de dibujos animados. La cara ladeada parecía extrañamente triste, como si el remordimiento pudiera hacer acto de presencia. De vez en cuando, cuando se ponía un poco rígido, enganchaba los brazos sobre el respaldo del asiento y se erguía, y entonces su cara perdía el semblante de tristeza y quedaba desprovista de alguna emoción humana reconocible.
– Voy a resumir -dijo Ramírez, concluyendo una declaración inicial bastante larga-. Hay cinco asesinatos de los que podemos acusarle hoy. No hay duda de ninguno de ellos. Tenemos testigos y tenemos el arma con sus huellas. Y en el caso de los dos primeros asesinatos, tenemos también su sangre en el lugar del crimen. Estos asesinatos son: Miguel Estévez y Julia Valdés en el piso de Roque Barba en Las Tres Mil Viviendas el lunes 18 de septiembre. Y Leonid Revnik…
Ramírez hizo una pausa mientras Sokolov escupía un desdeñoso glóbulo de esputo en el suelo.
– Leonid Revnik -prosiguió Ramírez-, Isabel Sánchez y Viktor Belenki en el hotel La Berenjena el martes, 19 de septiembre. Le imputarán de todos estos asesinatos esta misma mañana. ¿Entiende?
La traductora hizo su trabajo. Sokolov torció la boca hacia abajo y asintió como si ése fuera un resumen razonable del trabajo de un par de días. No miraba a la mujer cubana mientras ésta hablaba. Tenía la mirada fija en la frente de Ramírez, como si ése fuera el punto en el que preveía hacer su primer asalto al salir de la sala. Ramírez estaba extraordinariamente tranquilo. Su estilo de interrogatorio normalmente tendía al tono agresivo, pero había decidido adoptar una aproximación diferente con Sokolov, aunque el ruso parecía inmune a la agresión.
– Dado que estos cinco asesinatos lo llevarán a la cárcel para el resto de su vida, me pregunto si hay algún otro crimen que quiera que tomemos en consideración al mismo tiempo.
La respuesta de Sokolov fue muy sorprendente.
– Me gustaría ayudarle, inspector -dijo-, pero debe comprender que mi trabajo consiste en esto. Fui «sicario» durante muchos años en la Costa del Sol con Leonid Revnik y su predecesor antes de pasarme al bando de Yuri Donstov con el mismo cargo. Me daban nombres de personas que tenía que matar, pero no siempre los recordaba. Yo sólo cumplía con mi trabajo. Si puede ser más concreto y recordarme las circunstancias, quizá pueda ayudarle.
Ramírez quedó momentáneamente descolocado por el tono de la respuesta. Esperaba un silencio beligerante. Eso le hizo concentrarse en su adversario. Falcón empezó a pensar que en el interior del marco brutal de Sokolov debía de haber un joven con un maletín, un juego de bolígrafos y una voluntad de complacer. Entonces se le ocurrió que lo último que requería esta clase de trabajo era locura. Lo que se le pedía era disciplina, temple, atención a los detalles y una mente clara sin complicaciones. Quizá el levantamiento de pesas no era tan mal entrenamiento para ese trabajo.
– Estaba pensando en Marisa Moreno -dijo Ramírez, volviendo al interrogatorio-. Usted la conocía, claro.
– Sí.
– La descuartizaron con una motosierra.
– Como probablemente sabrá, ése no es mi método -dijo Sokolov-. A veces tengo que satisfacer las necesidades de otros. Los dos que hicieron eso eran animales, pero se criaron con la brutalidad. No conocen otra cosa.
– ¿Dónde están ahora?
– Han muerto. Fueron capturados por los hombres de Revnik la noche del lunes y se los llevaron para… procesarlos.
– ¿Y por eso usted y Yuri Donstov estaban en el hotel La Berenjena anoche? -preguntó Ramírez-. ¿Sólo por venganza?
– Le contaré cosas, inspector, pero quisiera que me garantizase una cosa.
– No sé si puedo ofrecerle garantías.
– Sólo ésta -dijo Sokolov-. Quiero que todo lo que le diga salga en el juicio.
– ¿Por algún motivo?
– Hay gente en Moscú que debe saber la clase de hombre que era Leonid Revnik.
– Creo que eso podemos garantizarlo.
– Leonid Revnik contaba con el respaldo del Consejo Supremo de vor-v-zakone en Moscú para poner fin a las operaciones de Yuri Donstov en Sevilla. Y se lo concedieron porque les dijo que Donstov había matado a dos directores en la Costa del Sol. Eso no era cierto. Los ejecutó el propio Revnik. No se puede matar a un vor-v-zakone sin repercusiones -dijo Sokolov-. Muy pronto se cortaron nuestras líneas de suministro de heroína procedente de Uzbekistán. Entonces Vasili Lukyanov murió en un accidente de coche el jueves pasado camino de Sevilla.
– ¿Quiere decir que lo del hotel La Berenjena anoche fue venganza?
– Les hice un favor a ustedes, matando a Revnik.
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