– ¿Lo cual significaba que tenías que filtrar información sobre las demás ofertas a quién?
– A Antonio Ramos, el jefe de construcción de Horizonte. Era el que organizaba todo el proyecto urbanístico.
– ¿No podían haber arreglado todo esto antes de hoy?
– Alfredo Manzanares sólo lleva quince días a cargo del banco. Toda la financiación del acuerdo de Horizonte se estaba negociando con otras partes desde Dubái. Luego intervino el pez gordo en Estados Unidos, Cortland Fallenbach, y dijo que no aceptaba que un proyecto de esta magnitud fuese financiado, bueno, dijo que por Oriente Próximo, pero todos sabemos que se refería a los musulmanes. Ya sabes lo que piensan de las religiones no cristianas en I4IT. Le dijo a Antonio Ramos que iba a tener que recurrir al Banco Omni.
– ¿Eso cuándo fue?
– A principios de este mes.
– ¿Los rusos estaban implicados en la financiación desde Dubái?
– Creo que sí, pero no lo sé -dijo Spinola-. Se pusieron furiosos cuando se lo quitaron a Dubái.
– Así que los rusos perdieron su vía de entrada en el proyecto urbanístico a través de la financiación, que de paso les facilitaba el blanqueo de dinero, y tuvieron que buscar una táctica diferente.
– Alfredo Manzanares, como financiero, quería que todos los contratistas del trabajo tuvieran antecedentes impecables. Es de la línea dura del Opus Dei y, después del atentado de Sevilla, con todas sus relaciones con Lucrecio Arenas y la chorrada de los Reyes Católicos, no iba a permitir nada que tuviera el menor tufo. Así que, si le decían que tenía que utilizar las empresas de construcción de Viktor Belenki, no iba a funcionar. No sé cómo se lo habrán planteado Valverde y Ramos, pero eso, en efecto, es lo que le habrán pedido que acepte esta noche.
– De acuerdo, eso nos aporta información detallada fundamental sobre la reunión de esta noche -dijo Falcón-. Ahora sólo quiero que me expliques por qué le presentaste a Marisa Moreno a tu primo, Esteban Calderón, el año pasado.
– Me dijeron que lo hiciera -dijo Spinola-. En aquel momento no entendí por qué me lo pedían. Desconocía todas las implicaciones.
– Pero sabías que eran miembros de una organización criminal los que te pedían que presentases a una mujer al principal juez de instrucción de Sevilla -dijo Falcón-. Tal vez no sabías que estaban planificando un atentado o el asesinato de Inés, pero sabías que estabas dando acceso a los gánsteres a una persona importante del sistema judicial. ¿Por qué lo hiciste? ¿Tenían vídeos tuyos con los pantalones bajados? ¿Un tío soltero como tú? No, no lo creo.
Negó con la cabeza, se sorbió los mocos. Falcón registró la chaqueta de Spinola y los bolsillos del pantalón. Spinola no ofreció resistencia. Lo encontró. Una bolsita de polvos.
– ¿Coca?
Spinola asintió.
– ¿Es eso? -dijo Falcón-. ¿Hiciste todo esto a cambio de coca?
Spinola miró fijamente el lavabo, se le formó otra vez un nudo en la garganta. Sollozó varias veces más mientras le venía a la mente la visión repentina de su carrera truncada y su vida arruinada.
– No me pagan mucho -dijo-. Lo poco que gano me lo gasto en el juego. Ya sabes como es el juego, inspector jefe.
– ¿Algo más? -preguntó Falcón, con la sensación de que había más-. ¿Qué piensas de tu primo? El brillante jurista.
Spinola se encorvó como si sufriera una agonía, apoyó la cabeza al borde del lavabo.
– He vivido a la sombra de ese hijo puta toda mi vida -dijo-. ¿Sabes lo que es que tu padre señale a ese tío todo el tiempo como modelo al que debes aspirar, cuando sabes que toda su vida ha sido un cabrón de primer orden?
– Vale -dijo Falcón, tranquilizándolo-. Pensemos en lo de esta noche. Tú has hecho algo ilegal: filtrar información sobre las ofertas de construcción al consorcio I4IT/Horizonte es un delito, y tendrás que explicárselo al alcalde, a no ser que él también estuviese en el ajo.
– No, no, no, que no -dijo Spinola enfáticamente-. Él no sabe nada, ni tampoco Agesa ni la Oficina de Planificación.
– Vale -dijo Falcón-. Te voy a llevar a la oficina de seguridad, donde esperarás a que un guardia te lleve a ver al alcalde en cuanto llegue. El acto de hoy no puede continuar en estas circunstancias, y tú tienes que hacer lo correcto.
Se miraron a través del espejo. Spinola asintió. Volvieron juntos a la oficina. Falcón preguntó al supervisor de pantallas si había llegado la delegación del alcalde. Ni rastro. Llegaban tarde. Falcón necesitaba entrar en la suite de Sánchez/Belenki y podría requerir para ello la presencia del jefe de seguridad. Pidió al supervisor de cámaras que lo llamase y que consiguiese que otro guardia se ocupase de Spinola.
– ¿Ha llegado alguien más?
– El señor y la señora Cano.
– ¿Gente corriente?
– Una pareja de españoles sesentones.
Volvió el jefe de seguridad, se dirigieron a la suite de Sánchez/ Belenki y por el camino recogieron a Ferrera, que estaba de guardia delante. Falcón pulsó el timbre del interfono. No hubo respuesta. Volvió a tocar el timbre. Nada. El jefe de seguridad abrió la puerta.
En cuanto el aire de la habitación rozó la cara de Falcón, supo que estaban en apuros. La sangre hace algo con la atmósfera: la electriza, de manera que otros seres humanos saben que deben andarse con pies de plomo.
La sala de estar estaba a oscuras y vacía. Las puertas de la terraza estaban abiertas. Había anochecido, las polillas revoloteaban y se golpeaban contra la puerta del dormitorio, que mostraba una rendija de luz baja. En la habitación contigua, el televisor estaba encendido. Falcón empuñó el arma, dio cuatro pasos, abrió la puerta de una patada. Una lámpara de lectura proyectaba luz sobre el cuerpo de Isabel Sánchez del pecho para abajo. Sólo llevaba ropa interior. Una figura perfecta. Las piernas tan largas y esbeltas que recordaban las de un potro. La cara estaba a oscuras. Falcón entró plenamente en la habitación. Isabel no se movió. Falcón encendió la luz. Ése fue el error. La visión de la belleza que había visto en las pantallas de televisión de circuito cerrado había desparecido. Un espantoso agujero negro en vez de la nariz y la boca.
También había luz en el baño. El grifo abierto en la ducha. Falcón dio un paso a la izquierda, se asomó. Había un agujero en la mampara de cristal de la ducha, que tenía varias fisuras. Al otro lado había un hombre desplomado contra la pared de mármol, derramando sangre por un agujero de la cabeza entrecana. El agua de la ducha limpiaba y relimpiaba las constantes gotas de sangre que manaban de la cabeza.
– ¿Qué es eso, joder? -preguntó el jefe de seguridad, detrás del hombro de Falcón.
– Probablemente es Leonid Revnik -dijo Falcón.
– Debía de ir escondido en el asiento trasero, o en el maletero, cuando entraron -dijo el jefe de seguridad.
– Cristina, pide a alguno de los guardias de seguridad que te lleven al calabozo para que Viktor Belenki confirme quién es esta persona que está en su suite. Ten cuidado. Ten el arma preparada. Anda suelto un asesino y, por el modo en que ha disparado a Isabel Sánchez, creo que es Nikita Sokolov. Ve con Ramírez. Nos vemos en la oficina de seguridad.
El jefe de seguridad envió una alerta a todos los guardias del complejo hotelero. Falcón le dio una sucinta descripción de Nikita Sokolov. Con un poco de papel higiénico, cerró el grifo sobre el cuerpo inerte de Revnik.
– Entró por la terraza de atrás -dijo el jefe de seguridad-, pero no saltó el sensor de luz.
Al volver a la oficina de seguridad, fueron directos a la sala de pantallas. Las pantallas de la derecha estaban apagadas. El supervisor no había visto nada.
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