Robert Wilson - La ignorancia de la sangre

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Una oscura noche de septiembre, Vasili Lukyanov, un mafioso ruso que se dirige a Jerez de la Frontera, muere en un aparatoso accidente de tráfico. El inspector Javier Falcón se persona en el lugar del siniestro: además de la terrible visión del cadáver ensartado en una barra de hierro, encuentra en el portaequipajes del coche una maleta que contiene casi ocho millones de euros en billetes usados, champán Krug y vodka helado. A Falcón no le será difícil seguir el rastro del muerto hasta la mafia rusa que opera en la Costa del Sol, donde el tal Lukyanov había sido acusado de violación, pero nunca juzgado.
Entre tanto, la vida de los allegados al inspector jefe de Homicidios sevillano va transformándose en una pesadilla: su amante, Consuelo Jiménez; su ex mujer, Inés, y su marido, el juez Esteban Calderón parecen víctimas de una maldición. Demasiada casualidad, porque Falcón sigue empeñado en cumplir su promesa de detener a los autores del atentado del 6 de junio en una mezquita de Sevilla y ha encontrado una conexión, aparentemente improbable, entre éste y el trágico destino de Lukyanov. Poco a poco se va acercando…
Nunca habría imaginado lo que aún le esperaba: algún que otro fantasma del pasado, fanatismo y dolor. La verdad tiene a veces un precio muy alto.

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– ¿Cuál crees que es la implicación de Alejandro Spinola? -preguntó Ferrera.

– Sé que presentó a Marisa Moreno a Esteban Calderón y que esa conexión era un elemento importante en la conspiración del atentado de Sevilla -dijo Falcón-. Estoy seguro de que los rusos lo indujeron a ello. Por lo que se refiere a este proyecto de construcción, como trabaja para el alcalde, se encuentra en una posición única para proporcionar a los rusos o a Horizonte valiosa información interna.

– No tenemos ninguna prueba de que Spinola fuera amigo de Arenas y Benito -dijo Ramírez-, pero claramente conoce a Juan Valverde y Antonio Ramos.

– Con un poco de suerte, esta noche demostraremos que él es el enlace entre los rusos y el consorcio I4IT/Horizonte -dijo Falcón-. Pero daos cuenta de que faltan dos personas importantes en este peliagudo negocio.

– Alfredo Manzanares del Banco Omni y Cortland Fallenbach, el propietario de I4IT -dijo Ferrera.

– Y uno de los proyectos del contrato es la construcción de la torre del Banco Omni, presumiblemente con dinero del Banco Omni -dijo Ramírez.

– Manzanares querrá que todo sea legal -dijo Falcón-. Y ése es el punto en el que probablemente se le torcerán las cosas a Spinola, y por lo tanto a los rusos, lo cual puede traer como consecuencia un enfrentamiento violento.

– O se aguará la fiesta -dijo Ferrera.

– No quiero repetirme -dijo Ramírez, preocupado-, pero podríamos pedir refuerzos para esta operación.

– Veamos qué medidas de seguridad tienen cuando lleguemos al hotel -dijo Falcón-. Y recuerda, José Luis, que es bastante posible que no ocurra nada en absoluto.

* * *

Miraron la hora. Ramírez arrancó el coche en la gasolinera y volvió a la entrada del hotel. Falcón llamó para avisar de que llegaban. Se abrieron las puertas y entraron en una gran casa señorial. Un botones les dijo dónde podían aparcar sin que los vieran. Salieron del coche, estiraron las piernas. De las cocinas emanaban olores de gastronomía cara. El botones los guió a través de las cocinas hasta la oficina del gerente, que estaba detrás de la zona de recepción.

El gerente del hotel estaba con el jefe de seguridad. Desplegaron un plano del hotel. El edificio principal tenía un patio amplio en el centro, alrededor del cual estaban la zona de recepción, un restaurante con tres comedores privados, unos baños, una sala de conferencias, un cine con otros baños, dos tiendas -una perfumería y una joyería-, una galería de arte con otros baños y la oficina principal de seguridad. En los jardines estaban las nueve suites y la suite presidencial. Cada suite era un bungalow de tejado plano con un amplio dormitorio y un baño, un salón comedor, una sauna y un minigimnasio. Delante de cada suite había cocheras, una terraza privada y una piscina pequeña. Había otra piscina mayor en la palmerie, que era el elemento central del jardín. Al otro lado estaba la suite presidencial, que era una casa de dos dormitorios con baño, comedor, salón, cocina y servicio completo. Delante tenía su propio gimnasio, sauna, Jacuzzi, piscina, terraza y bar.

– Aquí es donde se alojan los reyes cuando vienen -dijo el gerente.

El jefe de seguridad les indicó la extensión de la valla perimetral, formada por barras de acero de cinco centímetros de grosor y dos metros y medio de altura y coronada con alambre de cuchillas. Había una jaula de perro de tres metros de ancho al otro lado y otra valla. Cada metro de la valla perimetral estaba filmado con cámaras de circuito cerrado, cuyas grabaciones eran objeto de constante vigilancia en la sala de pantallas de la oficina principal de seguridad.

– Nosotros proporcionamos las medidas mínimas -dijo el jefe de seguridad-, pero si tenemos ministros o jefes de Estado suelen traer a su propio equipo.

– ¿Y el grupo Horizonte/I4IT ha traído seguridad propia, o ha hecho alguna petición especial a ese respecto?

El responsable de seguridad negó con la cabeza.

– Si queréis moveros por el hotel sin llamar la atención, debéis llevar el uniforme del personal -sugirió el gerente-. Pantalones negros, camisa blanca, chaleco negro para los hombres y vestido negro con cinturón para las mujeres.

– ¿Sabes lo que va a hacer la delegación del alcalde después del acto? -preguntó Ramírez.

– Todos vuelven a la ciudad. El coche que los trae esperará.

– ¿Cuántos guardias de seguridad vigilan los jardines?

– Hay cuatro en los jardines, dos en el edificio principal, uno de los cuales se ocupa de las pantallas de circuito cerrado de televisión -dijo el jefe de seguridad-. Todos van armados.

– Está todo bajo control -dijo Ramírez, animosamente.

El gerente lo miró con nerviosismo. Se dieron la mano y el jefe de seguridad los condujo al edificio principal. Describió lo que iba a hacer el grupo del alcalde, dónde y cuándo. Copa y canapé a las diez en la sala de conferencias. Media hora de proyección en el cine a las diez y media, seguida por una cena en un comedor privado a las once. Inspeccionaron la sala de proyección al fondo del cine y les presentaron al técnico, que acababa de recibir instrucciones de Antonio Ramos, el ingeniero jefe de Horizonte, sobre lo que se requería, y le había dado el DVD necesario para mostrar el proyecto de construcción propuesto. Habían efectuado la prueba de sonido y todo estaba listo.

Fuera, en los jardines exuberantes, la privacidad era el tema común de las nueve suites. Una vez dentro, o en la terraza, daba la sensación de que no había vecinos. Entre una suite y otra había al menos treinta metros de separación. Por la noche, los guardias de seguridad tenían instrucciones de no entrar en las zonas iluminadas y permanecer en la oscuridad.

– Hay una cámara de seguridad exterior para cada suite -dijo el jefe de seguridad-, y sensores de luz que detectan si alguien se acerca a la puerta principal de la suite o a la terraza.

El equipo de Falcón volvió a la oficina de seguridad y todos se pusieron el uniforme de personal en los baños. El único problema era que Ferrera no tenía ningún sitio donde guardar el arma en el vestido negro sencillo. Falcón y Ramírez se metieron la suya en la parte posterior de los pantalones y la taparon con el chaleco. Ferrera dejó su revólver en la oficina de seguridad, fue a recepción a comprobar los cambios de las reservas, vio la cancelación de Taggart y la reserva de Fallenbach de la suite presidencial. Al volver, atendió una llamada en el móvil.

– Alejandro Spinola acaba de salir de casa en un taxi -dijo Ferrera, mientras entraba en la oficina de seguridad-. Está saliendo de la ciudad por la carretera de Huelva. Parece que viene pronto. El detective Serrano quiere instrucciones.

– No quiero que haya más gente aquí dentro, porque si no, parecerá demasiado abarrotado -dijo Falcón-. Que esperen por la carretera, en la gasolinera donde estuvimos.

Entraron en la sala de pantallas de televisión de circuito cerrado con el jefe de seguridad.

– ¿Por qué están apagadas todas estas pantallas de la derecha? -preguntó Ramírez.

– Sólo se encienden si se dispara el sensor de la terraza de alguna de las suites -dijo el supervisor de pantallas-. No hay nadie en la terraza en este momento de la noche, así que están todas apagadas.

– ¿Cómo funciona esto cuando llegan los huéspedes? -preguntó Ramírez.

– Cuando hacen la reserva dan la matrícula y el modelo de su coche y dicen el número de personas que se van a alojar. Cuando llega un coche a la puerta, lo comprobamos en nuestra lista y, si coincide, lo dejamos pasar. Si se alojan VIP y traen a otros invitados, les pedimos que bajen la ventanilla y se identifiquen ante la cámara. Los huéspedes de la lista de hoy no han pedido nada poco común, así que reconoceremos a todo el mundo con la matrícula del vehículo. Claro, tenemos otra ocasión de inspeccionar a los ocupantes del coche cuando llegan a recepción. Aquí llega un coche.

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