Morrigan pestañeó un par de veces, como si necesitara aclararse la visión.
– Pero yo no soy la Elegida de Epona.
– Lo sé. Sin embargo, ¿no crees que tiene sentido que una Suma Sacerdotisa y Portadora de la Luz necesite un compañero que sea más su igual que un hombre corriente?
– Supongo que sí, pero tú lo dices de una manera que parece muy fría. Parece más un trato de negocios que algo sacado de Romancelandia.
Aquello hizo que Kegan sonriera.
– He dicho que tengo poca experiencia hablando de estas cosas, y que lo estaba haciendo mal -respondió. Entonces le tomó la mano, con delicadeza, y se la posó en el pecho, sobre el corazón-. La razón verdadera por la que pienso que fui creado para quererte puedes encontrarla aquí, donde mis palabras torpes no pueden enredarlo todo.
– Kegan, no sé qué decir -murmuró ella. Apartó la mano de su pecho y comenzó a meter cosas en la cesta de la comida-. Hoy lo he pasado muy bien, y me gustas mucho, pero en este momento, todo es muy confuso para mí, y no puedo pensar en una relación a largo plazo.
Él se puso en pie bruscamente y se alejó varios pasos de ella. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Cómo era posible que lo rechazara? ¿Había malinterpretado él lo que había visto en sus ojos? ¿Lo que había sentido en sus caricias?
– ¿Kegan? ¿Te has enfadado conmigo?
Él respondió por encima de su hombro.
– No, pero quiero invocar el Cambio.
– Muy bien. Me quedaré en silencio -dijo ella.
Kegan no podía dejar de notar su mirada clavada en él. Se concentró con esfuerzo, buscó dentro de sí mismo y más allá, y rozó aquella chispa de divinidad que todo lo conectaba en el mundo, que cambiaba el espíritu y la materia hasta que una podía intercambiarse con la otra. Kegan inhaló lo divino, y aceptó el dolor que lo atravesó cuando los tendones, los huesos, los músculos, la sangre y la piel recuperaran su forma de centauro.
– Es asombroso.
Él, con la respiración todavía entrecortada, se había dado la vuelta, y había descubierto que Morrigan continuaba mirándolo.
– Tú eres asombroso -continuó Morrigan.
Entonces, dejó el odre de vino que estaba a punto de guardar y se acercó a él. Kegan notó que la opresión que tenía en el pecho comenzaba a relajarse cuando ella le acarició la cara y se dejó abrazar.
– Vas a tener que darme un poco de tiempo -le dijo-. Para mí, hay muchas cosas que han cambiado con demasiada rapidez. No sé si puedo asimilar algo más.
Kegan se oyó diciendo unas palabras que, sólo un par de días antes, habrían hecho que despreciara a quien las hubiera pronunciado.
– Yo puedo ayudarte. No tienes por qué estar sola. No tienes por qué depender sólo de ti misma.
Morrigan arqueó una ceja.
– ¿No debería depender de Adsagsona?
– Tal vez tengas que pensar en la posibilidad de que fue tu diosa la que me trajo a ti, y que es su voluntad que estemos juntos.
Kegan se inclinó y la besó, y con aquel beso no sólo reclamó su boca, sino también su alma. Morrigan respondió, y él sintió una alegría inmensa. Sería suya. Tenía que ser suya.
Cuando terminaron de besarse, él se sintió aliviado, porque Morrigan estaba sin aliento. Entonces, al verla bien, advirtió que en sus ojos había una mirada extraña, casi como si estuviera intentando no llorar.
– Kegan, tengo que decirte una cosa.
Él sintió una punzada dolorosa de preocupación en el pecho, pero intentó sonreír.
– ¿De qué se trata, mi fuego?
– Sabes que me parezco mucho a Myrna, ¿verdad?
Kegan asintió.
– Sí, pero ya te he explicado que en realidad no me importaba mucho.
– Lo sé. No se trata de eso. En Oklahoma había alguien que se parecía tanto a ti como yo me parezco a Myrna.
Él tuvo la sensación de que le habían dado un puñetazo en el estómago.
– No lo entiendo.
– Yo tampoco lo entiendo muy bien.
– Pero… tú me dijiste que en tu mundo no hay centauros.
– No los hay. Kyle se parece a ti en tu forma humana. Es exactamente igual que tú.
Él comprendió la verdad.
– Querías a ese hombre.
Ella se ruborizó.
– No, no lo quería. No lo conocía tan bien como para eso.
– Pero estabas conectada a él.
– Probablemente, tanto como tú estabas conectado a Myrna.
Kegan soltó un resoplido.
Morrigan arqueó las cejas.
– Oh, así que había más de lo que has admitido entre Myrna y tú.
– No estamos hablando de lady Myrna. Estamos hablando de Kyle.
– Mira, creo que los dos estamos más que un poco celosos.
Kegan gruñó, como si estuviera dispuesto a admitirlo.
– Pero las relaciones con Myrna y Kyle no son lo que me inquieta. Lo que me asusta es el hecho de que murieran los dos el mismo día.
Kegan se quedó helado.
– ¿Kyle está muerto?
– Murió el mismo día que Myrna -repitió Morrigan, y él notó que estaba temblando-. Ese también fue el día en que Adsagsona me trajo desde Oklahoma al Reino de los Sidethas.
Kegan se sentía completamente aturdido. ¿Qué estaba ocurriendo allí? Entonces, como si de veras estuviera en mitad de un sueño, oyó una voz desesperada.
– ¡Morrigan! ¡Kegan!
Morrigan salió del abrazo de Kegan.
– ¿Birkita?
La anciana Sacerdotisa se acercaba apresuradamente a la pequeña colina. Corriendo llegó hasta ellos, con la respiración entrecortada, temblando tanto que Morrigan tuvo que sujetarla para que no se cayera.
– Birkita, ¿qué ocurre? -preguntó Morrigan.
– Kai…
– ¡Kai! ¿Qué ha pasado? -preguntó Kegan.
– Ha tenido un accidente -dijo Birkita-. Debes venir corriendo, Kegan. Creo que se está muriendo.
– ¿Estás seguro de que puedes llevarnos a las dos? -preguntó Morrigan mientras Kegan colocaba a Birkita a su espalda, detrás de ella.
– Por supuesto. Ni siquiera las dos a la vez sois demasiado pesadas para mí. Agarraos fuerte. Voy a cabalgar con rapidez.
Kegan le apretó la mano antes de bajar de la loma, y después comenzó a correr a tal velocidad que Morrigan no pudo hacerle más preguntas a Birkita. Birkita había dicho muy pocas cosas; en realidad, no había podido informarlos de nada, porque no había tenido tiempo de recuperar el aliento antes de que se pusieran en marcha. Kegan las había subido a su lomo en cuanto había percibido la gravedad de la situación. Morrigan se aferró a su torso e intentó, sin éxito, no sentirse como si la persiguiera una nube negra de muerte.
Kegan se detuvo junto a la entrada de las Cuevas. Allí los esperaba Perth, lo cual, para Morrigan, no fue una buena señal.
– Explícame lo que ha ocurrido -le dijo Kegan mientras bajaba a Birkita de su espalda. Cuando Perth abrió la boca para contárselo, Kegan dijo-: Habla mientras nos conduces hasta él.
Morrigan observó al centauro con atención mientras pasaba el brazo alrededor de la cintura de Birkita para darle apoyo a la anciana mientras seguían a Perth. Había visto a Kegan en actitud de flirteo, bromista, romántico y sexy. Aquélla era la primera vez que veía otra faceta suya, una faceta que se hacía cargo del mando con facilidad, con un liderazgo calmado en un momento de crisis.
Perth comenzó a explicar el accidente que había sufrido Kai mientras recorrían los túneles rápidamente.
– Han encontrado al Maestro de la Piedra en la sala del ónice. Debía de trepar para extraer una pieza de la piedra, y cayó. Está casi inconsciente, pero no permite que nadie lo mueva hasta que haya hablado con vos.
– La sala de ónice. Está cerca de donde yo lo he visto hoy -dijo Morrigan.
– ¿Has estado con Kai hoy? -preguntó Kegan.
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