Se abrazaron sin titubeos. Morrigan no sintió timidez. Lo que le faltaba de experiencia lo suplió con pasión. Quería saborear, tocar, experimentarlo todo con Kegan. Era como si su piel brillante estuviera absorbiendo el deseo de él. Cuanto más lo acariciaba, más se excitaba. Kegan no era un amante sin experiencia. Se tomó su tiempo con ella, aunque Morrigan lo estaba llevando al límite. La saboreó y la preparó hasta que por fin se colocó sobre ella y entró en su cuerpo de una sola acometida.
Morrigan gritó de dolor, al notar la súbita intrusión de la carne dura, y Kegan echó la cabeza hacia atrás bruscamente.
– ¿Soy el primero? -preguntó en un jadeo.
Ella asintió.
– ¡Ah! -susurró él. Apoyó la frente en la de Kegan y musitó-: Tendrías que habérmelo dicho. Habría tenido más cuidado. Habría…
Ella detuvo sus palabras con los labios. Lo besó, y dejó que la deliciosa calidez de su interior, que sólo se había apagado brevemente, volviera a inflamarse. Su cuerpo ya se estaba acostumbrando a él. Morrigan se movía con inquietud, deseando más.
Kegan respondió, apartándose un poco, lo justo para poder mirarla a los ojos. Y cuando sus cuerpos se unieron y después se liberaron, ella gimió su nombre, y él volvió a besarla, susurrando contra sus labios.
– Mi amor…
Morrigan estaba entre sus brazos, mientras Kegan observaba cómo se iba apagando el brillo de su piel. Estaba completamente fascinado por ella. Lo que había comenzado como curiosidad, como una simple atracción física, como interés por su poder, se había convertido en algo tan distinto a lo que normalmente sentía por una amante, que lo había desarmado.
La miró. Ella tenía los ojos cerrados, y una expresión relajada. Kegan tiró suavemente del borde de la manta hacia sí, y Morrigan suspiró y se acurrucó contra él.
Por el Cáliz Sagrado de Epona, ¡era virgen! Él nunca lo habría imaginado, por el modo desinhibido y apasionado en que había respondido. Morrigan era toda una contradicción. Poseía los dones de una Suma Sacerdotisa, pero parecía que aquellos dones le sorprendían. Ardía de deseo y pasión, pero nadie la había tocado antes de que él la poseyera.
Poseerla… Aquel pensamiento se repetía en su cabeza. La deseaba, de eso no tenía duda. Sin embargo, sentía algo más que deseo físico. Morrigan había tocado algo de su interior, algo que había estado dormido hasta que la había conocido. Era cierto que Myrna lo había despertado, pero ella sólo había sido para él una versión sin color de Morrigan, su fuego.
¿Acaso Epona lo había creado a él para Morrigan, y aquél era el motivo de su reacción hacia ella? Kegan frunció el ceño al pensar en que nunca había reflexionado sobre las implicaciones de ser el alma gemela de alguien. Por supuesto, había aparentado que reflexionaba sobre ello cuando estaba cortejando a lady Myrna. Los Sumos Chamanes centauros hablaban entre ellos sobre la responsabilidad de estar destinado a la Elegida de Epona. Se preguntaban cómo sería amar a una mujer creada por una diosa para ellos. Kegan recordó que a menudo, él había hecho comentarios sarcásticos al respecto, diciendo que si una diosa había creado una mujer para él, tal vez la hubiera creado sin el típico talento femenino para criticar.
Kegan cerró los ojos y suspiró. Había sido un joven muy repelente, tal y como le había dicho el Sumo Chamán más anciano de su clan.
– Estás suspirando -murmuró Morrigan.
– Estaba recordando errores del pasado -dijo él.
Ella se apoyó sobre el codo y arqueó una ceja.
– ¿Errores de tu pasado? Cuéntamelos. ¿Son aventuras sórdidas con muchos corazones rotos?
Él se echó a reír.
– No, mi amor, no lo son.
– ¿Nada de corazones rotos? Eso me resulta difícil de creer.
– ¿De veras?
– Pues sí. Quiero decir que es evidente que sabes lo que haces, así que debes de tener experiencia -dijo Morrigan, y Kegan observó divertido cómo se ruborizaba-. No es que me esperara que fueras virgen, ni nada por el estilo.
– Pero tú sí lo eras -dijo él suavemente.
Ella asintió. Morrigan no dijo nada, pero él leyó la profundidad de sus sentimientos en su mirada. Quería abrazarla y decirle que no podía haber sido más perfecta, que atesoraría el regalo que le había hecho para siempre, como la adoraría a ella. Sin embargo, Kegan tuvo la sensación de que a Morrigan aquellas palabras iban a parecerle condescendientes. Así pues, se limitó a besarla, y le dijo:
– Si me lo hubieras contado, habría elegido un lugar más bonito y un…
Morrigan le posó los dedos en los labios para contenerlo.
– No. No hubiera querido que fuera de ninguna otra manera. Este lugar es perfecto. Con los cristales allí, y las Cuevas bajo nosotros, me siento segura, como si éste fuera mi sitio.
– Es tu sitio. Tu sitio está a mi lado -dijo Kegan.
Puso su mano sobre la de Morrigan, y le besó los dedos. Tenía el corazón tan lleno que creía que le iba a explotar en el pecho. ¿Cómo había podido creer que su vida estaba completa antes de haberla conocido? Al darse cuenta de que su vida sin ella sería oscura, vacía, la abrazó y la estrechó contra sí, y la besó con una ternura recién descubierta.
Ella se apartó un poco para mirarlo cuando terminó aquel beso.
– ¿Qué te ocurre? -le preguntó.
Kegan pensó que una prueba de haber sido creados el uno para el otro debía de ser que eran capaces de leerse el pensamiento, tal vez con demasiada facilidad.
– ¿En Oklahoma existe una cosa que se llama «almas gemelas»?
Morrigan se quedó sorprendida por la pregunta.
– Supongo que sí -dijo ella, y pensó en sus abuelos-. Sí, creo que sí. Te he contado que a mí me criaron mis abuelos, ¿no?
– Sí.
– Bueno, pues yo diría que ellos son almas gemelas. No puedo imaginarme a uno sin el otro, y llevan casados toda la vida.
Él asintió, pero titubeó, porque no sabía cómo expresar lo que quería decirle.
– Sí, ése es un tipo de alma gemela. A menudo, cuando uno muere, el otro lo sigue.
Morrigan frunció el ceño.
– Kegan, no me gusta pensar que le haya ocurrido algo a alguno de los dos.
– Lo siento. No me refería a eso… -Kegan suspiró y comenzó de nuevo-: Lo estoy diciendo mal. No tengo experiencia en este tipo de cosas.
Morrigan sonrió con picardía.
– No me lo ha parecido.
Él le tiró suavemente de un rizo que había estado enroscándose en el dedo.
– No en ese tipo de cosas. Lo que quiero decir es que tengo poca experiencia en describir lo que ocurre cuando dos personas están creadas la una para la otra por la mano de los dioses. Cuando están predestinados a pasar la vida juntos. ¿Las parejas en Oklahoma experimentan algo así?
– En los libros.
– ¿En los libros?
– Sí, la gente escribe acerca de eso en los libros y… siempre hay un final feliz. Mi amiga Gena lo llama Romancelandia. Ya sabes, amantes desventurados, almas gemelas, estar hechos el uno para el otro, bla, bla, bla.
– Entonces, ¿tú no crees que sea posible que una persona esté creada para otra persona concreta?
– No lo sé. Nunca lo he pensado.
– Piénsalo.
– ¿Eh?
Kegan se pasó la mano por el pelo. Aquella conversación no estaba saliendo como él quería. No quería ser seco con ella, pero tenía el estómago encogido por la forma en que Morrigan le quitaba importancia a lo que le estaba diciendo.
– Morrigan, lo que quiero decir es que creo que nosotros hemos sido creados el uno para el otro -dijo. Ella se quedó mirándolo fijamente, sin responder, así que él continuó apresuradamente-: Tú eres una Sacerdotisa poderosa, con dones tan grandes, quizá, como los de la propia Elegida de Epona. La diosa siempre crea a un Sumo Chamán centauro para que ame a la Elegida. Me parece que Adsagsona también me ha creado para ser tu compañero, como tu Sumo Chamán.
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