Morrigan notó que se le secaba la boca.
– ¿El cumpleaños de Rhiannon… Rhea -recordó que en Partholon todo el mundo conocía a Shannon con ese sobrenombre- es el treinta de abril?
No pareció que a Kai le sorprendiera su pregunta.
– Sí.
– Ese día también es mi cumpleaños.
– También el de Myrna -dijo Kai, y después añadió con la voz llena de compasión-: Lo sabes, ¿verdad?
– Sé que soy igual que ella -murmuró Morrigan.
– Sí, eso es cierto. ¿Y sabes por qué ha ocurrido algo así?
– No, no sé el porqué de nada de esto. Kegan me dijo que estás muy unido a Rhea y a su familia.
– Sí.
– ¿Y me parezco mucho a ella? -preguntó Morrigan en un susurro.
Kai pensó unos segundos antes de responder.
– Te pareces a como hubiera sido Myrna de haber sido tocada por la mano de una diosa.
– ¿Myrna no tenía ningún poder divino?
– No, que yo sepa.
– ¿La querías?
Kai se sorprendió.
– ¿A Myrna?
– Sí, claro. A Myrna.
– La vi crecer, la vi progresar desde que era una niña precoz hasta que se convirtió en una mujer inteligente, que sabía lo que quería, que supo permanecer junto al hombre a quien había elegido, que supo recorrer el camino que se había marcado, cuando su madre, la persona más poderosa de todo Partholon, habría elegido lo contrario para ella. La respetaba y sí, la quería. Como un padre quiere a su hija favorita.
– ¿Y el hecho de que yo me parezca tanto a ella hace que sea duro para ti estar conmigo?
– Sí. Pero -matizó Kai rápidamente- eso no significa que no quiera conocerte mejor.
– Por mi parecido con Myrna.
– No, por tus diferencias.
– ¿De verdad?
– Sí, de verdad -contestó Kai, y señaló una piedra de color crema, que no estaba lejos de ellos-. Por ejemplo, veamos si oyes las voces del mármol, además de oír a los espíritus de los cristales sagrados.
– De acuerdo.
Morrigan se acercó con Kai al mármol. Era una piedra rectangular que le llegaba al pecho, y tenía bastante grosor.
– ¿Y ahora qué? -preguntó ella.
– Lo mismo que con los espíritus. Sólo tienes que tocarla.
Morrigan extendió las palmas de las manos sobre la superficie suave de la piedra. Cerró los ojos y se concentró para enviarle sus pensamientos.
– ¿Hola? -dijo-. ¿Estás ahí?
Tuvo una sensación fugaz de movimiento bajo las manos, y notó un poco de calor. Entonces, a través de los párpados cerrados, recibió unas imágenes que le cortaron la respiración. Vio edificios de color crema, con cúpulas muy bellas. Había mujeres muy atractivas por todas partes. Estaban ocupadas en tareas diferentes, como escuchar conferencias, tomar clases de pintura, estudiar un mapa oscuro cubierto con millones de cristales que emitían destellos. Morrigan se dio cuenta de que representaba las estrellas y las constelaciones. Finalmente, las imágenes se concentraron en una escena preciosa. Era un jardín lleno de rosas de todos los matices posibles del blanco y el amarillo. Entonces, con un pequeño tirón, el calor dejó sus manos y las imágenes se desvanecieron en la oscuridad.
Morrigan abrió los ojos. Kai la estaba observando.
– ¿Te ha hablado el mármol?
– No me ha hablado realmente, pero… ¡vaya! Ha sido increíble.
– ¿Te ha enviado sentimientos?
– No. He visto cosas. Cosas preciosas.
– Descríbemelas, Morrigan.
– He visto unos edificios maravillosos que parecían templos. Eran de color blanco y tenían cúpulas. Había mujeres por todas partes, y eran todas muy guapas. Me pareció una especie de escuela.
– Es el Templo de la Musa -dijo Kai-. ¿Te envió el mármol alguna escena en particular, o sólo visiones generales?
– Al final se concentró en una rosaleda -respondió Morrigan, y Kai se echó a reír-. ¿Qué? ¿Qué es lo que te parece tan divertido?
– Antes de que muriera Myrna y yo recibiera el encargo urgente de encontrar la piedra para su monumento, ya tenía planeado venir al Reino de los Sidethas porque Caliope me había encargado que encontrara un banco nuevo para su jardín de rosas.
Morrigan no sabía quién era Caliope, pero entendía el significado de lo que le había dicho Kai.
– ¿Esto va a ser un banco?
– Lo es, sí.
– Entonces, te he ayudado a encontrar la pieza de mármol que necesitabas.
– Y yo te lo agradezco, Morrigan -dijo Kai.
Con una sonrisa, él le tomó la mano y se inclinó formalmente hacia ella y se llevó el dorso a los labios, con un gesto de dulzura, en broma.
Sin embargo, antes de que sus labios rozaran la piel de Morrigan, ella sintió un calambre fuerte y desagradable en la mano, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Rápidamente, apartó la mano y se la frotó. Miró a Kai con una expresión de disculpa, para hacerle un comentario sobre su asombrosa personalidad, cuando vio la expresión de su cara. Estaba claro que Kai también había notado algo. Estaba rígido y la miraba con una expresión de horror y disgusto.
– ¿Quién eres? -le preguntó con la voz ahogada.
Ella sintió la necesidad de confesarle la verdad a aquel hombre, que podría haber sido su amigo, o su padre, y que, hasta el momento, había sido tan amable con ella. «¡No digas nada!». La voz de su mente todavía era débil, pero Morrigan percibía su tono de urgencia y de mando. Era evidente que la diosa no quería que Kai supiera la verdad sobre ella.
Así pues, Morrigan irguió los hombros. Ella no era ninguna niña indefensa a la que pudiera intimidar un hombre mayor que se había vuelto raro.
– Creía que me conocías. Soy la Portadora de la Luz, la Suma Sacerdotisa de Adsagsona. Acabo de ayudarte a encontrar la piedra adecuada para el banco de Caliope. Y no tengo idea de cuál es tu problema, así que te dejo tranquilo para que puedas resolverlo. Ah, y si te resulta muy duro estar en mi presencia porque me parezca tanto a Myrna, entonces, puedes evitarme. Como quieras.
Morrigan alzó la barbilla, se dio la vuelta y salió de la cueva de mármol seguida por Brina.
Después de que se marchara Morrigan, Kai no pudo concentrarse. Debería llamar a los mineros Sidethas e indicarles que transportaran la piedra a la habitación de Kegan, para que el centauro pudiera comenzar a tallar la imagen de Myrna. Además, tenía más encargos: el jefe del Castillo de Woulff quería una pieza de ónice única para hacer una talla de un lobo que situaría en su Gran Cámara… Había un clan centauro que quería una pieza de arenisca para una estatua de Epona…
Sin embargo, Kai sólo podía pensar en Morrigan, y en cómo se había sentido al tocarle la mano.
No era de extrañar que sintiera curiosidad por Morrigan. Aunque no se hubiera parecido tanto a la difunta Myrna, a quien él había querido como a la hija que nunca tuvo, Kai hubiera sentido el deseo de conocer a la Portadora de la Luz, sobre todo, después de su demostración de poder de aquel día. Tal y como Kegan le había explicado, las Sacerdotisas que tenían aquel don eran escasas, y seguramente, no habría ninguna otra durante el tiempo que durara la vida de Kai. Por otra parte, la afinidad de una Portadora de la Luz con la piedra era tan parecida a la suya, que a Kai le resultaba fascinante.
Habían tenido una conversación muy agradable. La niña era muy parecida a Myrna, realmente: brillante, lista e inquisitiva. Había sido un golpe de suerte que hubiera identificado a los espíritus del banco de Caliope. Le había ahorrado algo de tiempo. Entonces, él la había tocado, y de repente, había tenido un atisbo de lo que había escondido en su alma.
Oscuridad. Kai había recibido una descarga de la oscuridad que acechaba bajo la piel de la niña, como un hongo escondido. Morrigan estaba cercada por la oscuridad. Kai también había percibido la luz en ella, pero la oscuridad estaba consumiendo aquella luz.
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