– Hablas como si hubieras preferido que no descubrieran tu talento para la escultura.
– En aquel momento, lo habría preferido, sí. A medida que maduré, mis sentimientos fueron cambiando, y ahora agradezco mucho a la diosa que me concediera ese don. Entonces sólo quería hacerme guerrero.
– Pero has dicho que eres un guerrero, así que tuviste que continuar con las clases de manejo de la espada.
– Pues sí. Para exasperación de mis padres y de mi profesor de escultura. Temían que me cortara un dedo.
Morrigan se echó a reír, y él también. Después, siguió hablando:
– Sin embargo, hoy siento mucha gratitud por mi talento. Si no fuera el Maestro Escultor de Partholon, no me habrían pedido que viniera aquí con Kai para hacer la efigie de lady Myrna, y entonces no te habría conocido.
Morrigan asintió distraídamente y tomó un poco de vino. Después, preguntó:
– ¿Conocías bien a Myrna?
– Bastante. La cortejé.
Morrigan se sorprendió.
– ¿Eras pareja de Myrna?
– No. Intenté serlo. Myrna nunca tuvo el más mínimo interés en mí, ni en ningún otro centauro de los que la cortejaron. Conoció al hombre con el que se casó cuando eran niños. Él se ganó pronto su corazón y supo conservarlo, para consternación de lady Rhea, estoy seguro. Aunque, una vez que se comprometieron, la familia lo aceptó muy bien.
– Espera, ¿los padres de Myrna no aprobaban que se casara con él?
– Lo que he dicho de que lady Rhea se sentía consternada es sólo una suposición mía. Tendrás que preguntarle la verdad a Kai. Él tiene una relación muy estrecha con la Elegida de Epona y con ClanFintan. Yo creo que no se trata de que no les gustara Grant, sino lo que significaba que lady Myrna eligiera a un humano como compañero de vida.
Morrigan archivó en un lugar de la mente lo que Kegan había dicho sobre Kai. Y entonces, al acordarse de lo que le había contado Birkita sobre los centauros y la Elegida de Epona, Morrigan se dio cuenta de lo que quería decir Kegan.
– El hecho de que Myrna se uniera a un humano significaba que no iba a ser la Elegida de Epona después de su madre.
Kegan asintió pensativamente, dio otro bocado a su comida y, después, dijo:
– Tú te pareces a ella.
– ¿Me parezco a Myrna?
– Sí, bueno, y a lady Rhea también. Lady Myrna se parecía mucho a su madre.
– ¿En el color de los ojos, o algo así? -preguntó Morrigan, queriendo aparentar indiferencia.
– En todo. Lady Myrna y tú parecéis gemelas. Es como si hubierais nacido del mismo vientre.
– Eso es imposible. Mi madre murió al darme a luz.
– Lo siento.
– Gracias. De todos modos, algunas veces la gente se parece.
– Pero no tanto. Salvo por la diferencia que produce en ti el hecho de que seas Portadora de la Luz, lady Myrna y tú sois idénticas.
Morrigan frunció el ceño.
– ¿A qué te refieres?
– Supongo que eres consciente de los cambios que tienes cuando te llenan los espíritus de los cristales -dijo Kegan, y le acarició el brazo con la yema del dedo-. Lo que le sucede a tu cuerpo, cómo brillas, ardes y chisporroteas de pasión y poder -añadió, y sonrió lenta y sabiamente al notar que Morrigan se estremecía-. Lady Myrna nunca tuvo semejante poder.
Morrigan apartó el brazo y tuvo que contenerse para no frotar el lugar donde él la había acariciado.
– Pues ahí lo tienes. Myrna y yo no nos parecemos tanto. Es una coincidencia alucinante.
– Alucinante… -dijo Kegan, y respondió-. Eso me recuerda que me debes algunas palabras de Oklahoma.
Morrigan se alegró de poder cambiar de tema.
– No sé si puedo confiar en que las uses correctamente. Ya sabes, las palabras son armas poderosas.
– Pero debes recordar que soy Sumo Chamán además de guerrero. Estoy formado para blandir espadas y palabras.
– Está bien. Tal vez si eres bueno, esta noche te enseñe a decir «hola» al estilo de Oklahoma.
El centauro se inclinó hacia ella y le tomó la mano, y perezosamente, comenzó a acariciarla con el pulgar.
– Te aseguro, Morrigan, que soy muy bueno.
Kegan se estaba llevando el dorso de su mano a los labios, y Morrigan estaba intentando dar con una respuesta ingeniosa y sexy, cuando Brina apareció por el camino. El lince vio que Kegan estaba tocando a Morrigan, y se convirtió en una fiera. Entrecerró los ojos, que se convirtieron en dos rasgaduras amarillas y peligrosas, puso la cola recta y enseñó los dientes con un silbido de advertencia dirigido al centauro. Kegan, sabiamente, le soltó la mano a Morrigan.
– ¡Brina! ¿Qué te pasa? -preguntó Morrigan-. Ven aquí y pórtate bien.
Extendió la mano hacia el felino, y Brina se acercó a ella sin apartar su mirada fulminante de Kegan.
– Vamos, cálmate -le dijo Morrigan mientras la acariciaba. El lince se apoyó en ella, pero no dejó de mirar a Kegan-. Él no me estaba haciendo daño. Sólo me iba a besar la mano -le explicó Morrigan. Después miró a Kegan-. Disculpa.
– Es bueno que sea tan protectora con su ama.
– Lo que está claro es que sabe cómo dar al traste con un momento especial -respondió Morrigan con un suspiro. Después de acariciar a Brina de nuevo, comenzó a guardar lo que había sobrado de la comida, y el vino, en la cesta-. En realidad, salvo por sus malos modales, la interrupción de Brina ha sido para bien. Tengo que volver a la cueva. Necesito hacer algunas cosas antes de esta noche.
Una de aquellas cosas era pedirle perdón a Birkita. Morrigan estaba empezando a sentirse muy mal por su comportamiento con ella después del ritual. Tal vez Birkita no supiera tanto como Kegan sobre las Portadoras de la Luz. Tal vez no sabía que Morrigan debía hacer las cosas a su modo, recorrer su propio camino. Morrigan no debería haberse enfadado tanto. En realidad, Birkita no le había dicho nada malo.
– ¿Crees que esa gata dejará que te tome del brazo? -preguntó Kegan.
Morrigan se avergonzó un poco al darse cuenta de que Kegan la había estado observando mientras ella permanecía inmóvil, mirando pensativamente hacia el horizonte.
– Disculpa -dijo rápidamente.
– No te preocupes. Parece que estabas pensando en algo importante.
Comenzaron a descender hacia la entrada de la cueva, y ella le explicó:
– Pues sí. Estaba pensando en Birkita. Creo que he herido sus sentimientos, así que tengo que pedirle disculpas. Yo no debería haberme enfadado tanto con ella.
– Una Suma Sacerdotisa sabia se da cuenta de cuándo debe pedir disculpas.
– Una Suma Sacerdotisa sabia no hace cosas por las que luego tenga que disculparse -dijo Morrigan.
A los pocos minutos llegaron a la cueva. Morrigan se sorprendió al ver que todo el mundo estaba muy ocupado. Llevaban cestas de comida y otras provisiones de un lado para otro, por un camino que parecía muy concurrido. Morrigan se dio cuenta de que recibía miradas de curiosidad. De repente, se sintió nerviosa por ir agarrada del brazo de Kegan; se soltó de él y dio un paso atrás.
– Muchas gracias por haberme acompañado a comer -dijo.
No pareció que a Kegan le molestara su torpe retirada. Sonrió, y dijo formalmente:
– Sería un gran placer que me permitieras acompañarte esta noche a las Salinas.
– Sí, sí, claro -dijo ella rápidamente, y se preguntó por qué había perdido toda la seguridad en sí misma de repente.
Kegan se inclinó con galantería, con una actitud suave, confiada, todo lo contrario a la de ella.
– Avísame cuando estés lista. Y acuérdate de que tus deseos son órdenes para mí.
– Muy bien. Entonces, nos veremos esta noche.
Morrigan hizo una pequeña reverencia, apresuradamente, y después salió corriendo hacia Usgaran, antes de que él pudiera ver lo ruborizada que estaba.
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