P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– Creo que eres magnífico -le dijo.

Él no se había movido mientras ella lo estudiaba, sino que había estado mirándola fijamente con sus ojos azules. Su expresión decía que disfrutaba de la atención, y agradecía su escrutinio.

– Entonces, tenemos eso en común. Yo también creo que eres magnífica.

Su voz se había hecho más grave, y Morrigan sintió escalofríos de electricidad.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Lo que quieras.

– Birkita me ha dicho que un Sumo Chamán centauro puede cambiar de forma. ¿Es verdad?

Él sonrió de nuevo.

– Sí, es cierto.

– ¿Y puedes adoptar cualquier forma?

– Cualquier forma de un ser vivo -corrigió él.

Lentamente, la tomó la mano y se la llevó a los labios. Le dio la vuelta y le besó la parte carnosa que había bajo el pulgar, y después, muy suavemente, la mordió allí, antes de decirle:

– Tal vez un día me permitas mostrarte mis habilidades.

Sus labios eran cálidos, y aquel delicado mordisco le envió a Morrigan chispas de placer por todo el cuerpo.

– ¿Puedes adoptar la forma de un hombre?

– Sea cual sea la forma que tome, deberías saber que siempre seré más que un hombre humano.

– Eso ya lo veo -dijo ella, con la voz un poco entrecortada.

Aquel flirteo burlón entre ellos hacía que Morrigan se sintiera de una manera que le encantaba. La belleza extraña de Kegan, combinada tan perfectamente con su parecido a Kyle, le excitaba, y Morrigan quería acariciarlo, aunque sabía que seguramente no debía hacerlo.

«¡Eres una Portadora de la Luz! ¡La pasión y el fuego son tu derecho!».

Aquella voz explotó en su cabeza y la impulsó a entrar en acción. Tiró de la mano, y Kegan la soltó fácilmente. Entonces, Morrigan vio cómo se le reflejaba la sorpresa en la mirada cuando ella, en vez de retroceder, se acercó todavía más a él.

– ¿Te importa que te toque?

– No sólo no me importa, sino que lo agradecería -dijo Kegan sin titubear.

Primero, ella le puso la mano sobre el hombro, justo por encima del bíceps. Él llevaba un chaleco de cuero que dejaba desnudo la mayoría de su torso. Kegan tenía una sonrisa juguetona.

– Ya me has tocado ahí.

– Lo sé, pero entonces estaba distraída y no estaba pensando realmente en ti.

– ¿Y ahora?

– Ahora, sí -dijo ella. Bajó la mano por su brazo poco a poco, y añadió-: Tienes la piel muy caliente. ¿Siempre es así?

– Sí. Los centauros tienen una temperatura corporal mayor que la de los humanos.

Con gran intriga, Morrigan puso la palma de la mano en la abertura de su chaleco, sobre la piel desnuda del pecho de Kegan, y extendió los dedos. Sin apartar los ojos de los de él, comenzó a bajar la mano, acariciándolo, por encima de sus músculos abdominales, bien formados, hacia la cintura, y más allá de su torso humano, donde el hombre se encontraba con la parte equina, de un pelaje dorado y brillante. Sintió que él temblaba, y se deleitó al ver que aquella pequeña caricia causaba una reacción tan evidente en Kegan.

– Asombroso -susurró Morrigan.

– Morrigan… -él gimió su nombre, mientras le pasaba la mano por la nuca para besarla.

El beso no fue una intrusión. Fue una pregunta. Morrigan respondió con entusiasmo. Le rodeó los hombros con los brazos, hasta donde pudo llegar, y recibió la lengua de Kegan con la suya. ¡Era tan cálido…! Y tenía un sabor salvaje, masculino y delicioso. La energía erótica que se había estado acumulando en su cuerpo se inflamó de nuevo, y ella se ciñó contra su cuerpo, deseando sumergirse en el calor y la pasión que él había encendido, como había deseado hacerlo una vez, en la cueva de Oklahoma.

– ¡Oh, disculpad, mi señora!

Morrigan se separó de Kegan y tuvo que contenerse para no gritarle a Deidre, que la estaba mirando boquiabierta.

Kegan se recuperó primero.

– Excelente. Has traído la comida.

Sonriendo, tomó la cesta cargada de manos de Deidre.

– Yo… yo… lo siento. No quería interrumpir -dijo la muchacha.

– No te preocupes -dijo Morrigan, aunque sí estaba enfadada por la interrupción. Le ardía el cuerpo, y estaba totalmente entregada a Kegan cuando había aparecido Deidre. Muy bien. Se imaginaba el cotilleo que iba a extenderse, por no mencionar lo que Birkita tendría que decir al respecto.

El tono áspero de Morrigan hizo que la Sacerdotisa se estremeciera y repitiera con nerviosismo:

– No quería interrumpir.

Morrigan dijo entonces, con exagerada amabilidad:

– Muchas gracias, Deidre. Ya puedes marcharte.

La Sacerdotisa hizo una reverencia, y prácticamente, salió corriendo hacia la cueva. Morrigan estaba lanzándole una mirada fulminante a la espalda cuando oyó la risa de Kegan, y se volvió con los ojos centelleantes hacia él.

Sin dejar de reírse, él le entregó la cesta, como si estuviera haciéndole una ofrenda a una diosa iracunda.

– Fui yo quien le pidió a la Sacerdotisa que trajera comida y vino. Ten piedad.

La reacción divertida de Kegan calmó a Morrigan. ¿Por qué estaba tan enfadada, de todos modos? La habían sorprendido besando a un centauro, y eso no tenía tanta importancia. Tenía que controlarse; sin embargo, sus emociones estaban a flor de piel, y todo se intensificaba: la sensibilidad, el enfado, la excitación… Volvió a mirar a Kegan. Bueno, la mayoría de sus amigas habían perdido la virginidad ya. ¿Por qué no…?

– ¿Estás decidiendo si me vas a lanzar una bola de fuego? -le preguntó él con una sonrisa.

Ella abrió la boca para decir que no podía hacer eso, y después lo pensó mejor. Tal vez sí pudiera. Se limitó a sonreír.

– No eres tú a quien se la lanzaría.

Kegan se rió de nuevo.

– Ten piedad de la pobre Sacerdotisa. Ya la has dejado alucinada.

Morrigan puso los ojos en blanco.

– Bueno, ya está bien de palabras de Oklahoma -dijo, y señaló la cesta. De repente, se había dado cuenta de que estaba hambrienta-. ¿Vas a compartir lo que hay en la cesta?

– Bueno, eso depende.

– ¿De qué?

– Voy a pedirte un pago por compartirlo -dijo Kegan, con una chispa de picardía en los ojos.

Morrigan frunció el ceño. Ella ya lo deseaba; pero no le gustaba pensar que él quisiera comerciar con su deseo.

– Yo no me vendo -respondió muy seriamente.

Él también se puso serio al instante.

– Me has malinterpretado, Morrigan. Yo nunca intentaría comprarte. Estaba haciendo una broma, aunque quizá no fuera acertada, e iba a pedirte que me enseñaras más palabras de Oklahoma.

Morrigan se ruborizó. Realmente, se estaba comportando como una bruja.

– Oh… siento haber reaccionado así.

– Tienes que comer. Después de un ritual intenso, el cuerpo y el alma tienen que nutrirse. Conozco un sitio cercano que será estupendo para comer.

– Me parece bien -dijo Morrigan.

Entonces, él le ofreció el brazo y ella lo tomó.

– ¿Te estás acostumbrando a tocarme? -le preguntó Kegan, inclinándose hacia ella de una manera íntima, y acercándose para que se rozaran al andar.

Ella lo miró, y sintió que la pasión invadía su cuerpo de nuevo. Sonrió con coquetería.

– No sé. Tal vez tenga que hacerlo más veces para saberlo con seguridad.

– Tus deseos son órdenes para mí.

Capítulo 13

Kegan le mostró un camino que rodeaba el lateral de la salida de la cueva, y que después ascendía por la colina. Morrigan se dio cuenta de que era el mismo camino que conducía a la cueva de Oklahoma. En la cima de la colina había una preciosa zona de merendero, con parrillas y mesas, donde sus amigas y ella habían tomado la comida que les había preparado la abuela… ¡sólo una semana antes! A Morrigan le parecía que había pasado una vida entera, pero en realidad sólo habían pasado siete días.

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